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Pegada contra un muro

26 de junio de 2017 09:16:36 CEST

Pegada contra un muro

observo el bullicio de los parques,

los niños de padres sonrientes,

los balancines como catapultas.

Yo resisto en presentes imperfectos

porque adoro jugar en los desvanes:

maletas, longanizas, ropa vieja,

cartas sin enviar, fotografías,

hilachas de otoño, jaulas de pájaros.

Recomponer los trozos de nostalgias

que ni siquiera me pertenecieron.

Me gusta calentarme con la lumbre

de ese sol solitario y mortecino.

Un sol perfecto para ahondar en madrigueras

y negar el vaivén de los columpios

o asomar el hocico hacia la noche

y ver una lluvia de asteroides.

Espejos nocturnos, como luciérnagas

a la deriva que nadie más ve

porque nadie más mira.

Una bicicleta pende del techo

e invoca un dolor antiguo,

un sonido a pozo,

un sabor a cuchillo y a cerezas.

Los antiguos amores ya están calvos.

Algunos hay, incluso, que están muertos.

En ti, rosa marchita y viento helado.

Vivir agota más en resistencia.

Dejar que el mar te arrastre.

Desobedecer sin discrepar,

-seguir de frente-,

arranca la piel, te desolla el ansia

como a un cordero de meses

atado boca abajo en un nogal

cuya sangre chorrea y se desliza

calle abajo densa como el mercurio.

Nadie recordará el daño.

Vendrá la lluvia y se llevará el rastro.

Solo tú percibirás

el escozor del músculo desnudo

del que desobedece

pero ya no intenta

convencer a otros.

Duele el cansancio como un valle

horadado por un glaciar azul.

Solo hay líquenes ásperos y oscuros.

Y madrigueras.

Y ocultarse.

Y mirar

la noche y el sol de otoño

y lo imperfecto

y pegarse contra un muro

y odiar los parques.

                                  

Escrito en Lecturas Turia por Sonia San Román

Entre los muchos casos singulares que he vivido como editor, la trayectoria de Rafael Chirbes ha sido quizá (o sin quizá) la más singular de los autores de Anagrama. Y desde luego con un resultado espectacular: confirma el triunfo de un escritor con una vocación profunda, con un rigor indesmayable, al servicio exclusivamente de la literatura, de la mejor y más crítica literatura a contrapelo de todas las facilidades, de la gran literatura incluso en estos tiempos tan poco propicios.

Un autor de quien hemos publicado sus nueve novelas. Chirbes debuta en 1988 con Mimoun, a la que siguen En la lucha final (1991), La buena letra (1992) y Los disparos del cazador (1994): cuatro novelas breves, de extensión inferior a 200 páginas, y con una excelente acogida crítica todas ellas, excepto En la lucha final, que tuvo recensiones discretas y cuya reedición Chirbes ha descartado. Después empieza una ambiciosa suerte de “trilogía”  de novelas independientes conformada por La larga marcha (1996), La caída de Madrid (2000) y Los viejos amigos (2003). Y finalmente dos novelas definitivas, que se pueden considerar un “díptico”: Crematorio (2007) y En la orilla (2013).

Asimismo Anagrama ha publicado sus cuatro libros de ensayo literario y de viajes: El novelista perplejo (2002), El viajero sedentario. Ciudades (2004), Mediterráneos (2008) y Por cuenta propia (2010).

Y, paralelamente a su consagración como escritor indispensable prosigue, su despliegue internacional, al que prestaré especial atención.

***

El manuscrito de Mimoun apareció en la editorial gracias a los buenos oficios de Carmen Martín Gaite, a quien con demasiada frecuencia le llegaban textos de escritores que querían publicar en Anagrama y ella los leía con tanta diligencia como extremo rigor. Pero Mimoun logró superar la severa criba. Alentó a Chirbes a presentarse a nuestro premio de novela, del que quedó finalista. Las reseñas españolas fueron perspicaces: así Álvaro Pombo escribió: “Chirbes ha sabido inventar una nueva voz”, Javier Goñi la definió como “una espléndida novela” y Carmen Martín Gaite la adjetivó como “hermosa e inquietante”.

***

Con Chirbes actuamos también como agentes literarios para sus traducciones, como con tantos escritores en lengua española. Así, entre otros y durante muchos años, con Álvaro Pombo, Carmen Martín Gaite, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Javier Tomeo, José Antonio Marina o Roberto Bolaño.

Mimoun, pese a ser la primera novela de un autor desconocido, consiguió traducciones de cuatro editoriales: dos excelentes editores independientes con quienes sostenía una estrecha relación, Klaus Wagenbach en Alemania y Pete Ayrton (Serpent’s Tail) en Gran Bretaña, una minúscula y efímera editorial, Microart, en Italia y Rivages en Francia.

Me detendré en los países en los que la obra de Chirbes ha sido más difundida, que son Alemania (muy en primer lugar) y Francia, seguidos por Italia, Holanda y Grecia. Y debe mencionarse, en lugar muy destacado, la extraordinaria labor de tres traductoras, Elke Wehr y luego Dagmar Ploetz en Alemania, y Denise Laroutis, responsable de la traducción de toda su obra en Francia.


Alemania

Después de Wagenbach, la prestigiosa editora independiente Antje Kunstmann tomó el relevo en 1994, con Los disparos del cazador, y ha ido publicando toda la obra narrativa de Chirbes con un éxito espectacular, muy superior al de  cualquier otro país. Los libros de Chirbes se han publicado no sólo en edición trade por Antje Kunstmann, sino que también ha conseguido ediciones de bolsillo, de club, escolares, etc.

Aparte del excelente trabajo de su editora, resultó fundamental el apoyo del gran pope de la crítica literaria Reich-Ranicki en su programa televisivo muy influyente Das Literarische Quartett.


Francia

Rivages era una editorial, vinculada al grupo Payot, con cuyo editor literario, Gilles Barbedette, responsable de literatura extranjera, tenía muchas afinidades y una buena amistad. Entre sus primeros títulos figuraban autores comunes, Daniele del Giudice, Andrea de Carlo, Grace Paley y pronto Javier Marías. Años después empezó en su catálogo Rafael Chirbes. Por desgracia Barbedette falleció prematuramente y en Rivages se han producido cinco cambios de director editorial, con los consabidos trastornos. Sin embargo, la editorial ha seguido fiel a Chirbes  y han publicado todas sus novelas. No en vano la recepción crítica de Chirbes en Francia es inmejorable.

Recientemente Rivages ha pasado a manos de la editorial Actes Sud, ha conseguido una mayor estabilidad, y su nueva directora, Alzira Martins, es una entusiasta de Rafael Chirbes, de quien se apresta a publicar En la orilla.


Italia

Además de Microart (Mimoun) y Le Lettere (La buena letra), Frassinelli emprendió las ediciones de La larga marcha y La caída de Madrid. Luego siguió Garzanti con Crematorio. Ahora Feltrinelli ha tomado el relevo, tras esa dispersión editorial: publicarán en septiembre de 2014 En la orilla, traducida por el novelista Pino Cacucci. Chirbes participará en septiembre en el festival de Mantova y confiamos en la recuperación progresiva de su obra en Italia para que tenga la difusión que merece.


Holanda

En este país una pequeña y entusiasta editorial, que publicó a algunos de los mejores autores españoles, Menken, Kasander & Wigman, capitaneada por Paul Menken, publicó cuatro novelas de Chirbes, empezando por Los disparos del cazador, a la que siguieron La caída de Madrid, Los viejos amigos y Crematorio. Próximamente la editora Nelleke Geel publicará En la orilla en el nuevo sello independiente Meridiaan.


Grecia

En dicho país Eikostou Protou publicó La buena letra, Graphes La larga marcha, Agra Los disparos del cazador y Kedros publicará En la orilla.

***

En España los mejores críticos literarios, así como grandes novelistas, se percataron muy pronto de la calidad de Rafael Chirbes y las ventas no fueron nada desdeñables, en especial las de La larga marcha y La caída de Madrid. Sin embargo, este autor tan poco amante de amiguismos, de vinculaciones con ningún circuito de poder, durante décadas recluido en un pueblecito de Extremadura y luego en otro de Valencia, fue, en cierto modo, para el gran público y también para el “poder literario” (digamos el entramado de grandes premios institucionales, para abreviar), un escritor “oculto”, secreto o semisecreto hasta la publicación en 2007 de Crematorio. Con esta novela obtuvo su primer galardón importante, el Premio Nacional de la Crítica, al que siguieron el Cálamo (de la librería Cálamo de Zaragoza), el de la Crítica Valenciana, el de Turia, el Qwerty de PTV y el Dulce Chacón, que contribuyeron a fijar la atención en un autor ya para muchos de primerísima fila. Una buena adaptación en forma de serie televisiva apoyó su creciente popularidad.

Seis años después, en 2013 se decidió por fin a librar En la orilla, no en vano Chirbes es un escritor lento, riguroso, con un elevado grado de autoexigencia (y la consabida inseguridad), cuyas obras precisan una maceración prolongada. La recepción fue, de inmediato, extraordinaria, como si fuera el libro necesario que tantos lectores y críticos literarios estuvieran esperando.

***

Poco después de la publicación en marzo de En la orilla, el 19 de mayo de 2013, el periódico ABC realizó una sonada “Gran Encuesta de ABC”, entre un centenar de escritores, editores, agentes literarios y personalidades de la cultura para elegir La mejor novela española del siglo XXI. Resultó ganadora La Fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa (quien goza de doble nacionalidad, peruana y española), seguida de Crematorio de Rafael Chirbes. En palabras de ABC, “destaca enormemente, en un verdadero tú a tú con el ganador, la obra Crematorio de Rafael Chirbes, que desde la óptica realista ha sabido retratar la profunda crisis (económica, moral, casi total) de la sociedad española de manera dolorosa y fidedigna”.

En tercer lugar figuró Tu rostro mañana de Javier Marías y luego Soldados de Salamina de Javier Cercas, La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón, Los enamoramientos de Javier Marías, La piel fría de Albert Sánchez Piñol, El mal de Montano de Enrique Vila-Matas, Rabos de lagartija de Juan Marsé y El día de mañana de Ignacio Martínez de Pisón.

También figuró (con dos votos) En la orilla, recién editada y por tanto aún poco leída.

En el resumen de los autores más votados figuró en primer lugar Mario Vargas Llosa con 12 votos por La Fiesta del Chivo, seguido por Rafael Chirbes con 10 votos (8 para Crematorio y 2 para En la orilla), y en tercer lugar Javier Marías con 9 votos (6 para Tu rostro mañana y 3 para Los enamoramientos). Después, Javier Cercas (8 votos), Enrique Vila-Matas (7 votos), Carlos Ruiz Zafón (4 votos), Juan Marsé (3 votos) y Alberto Sánchez Piñol (3 votos).

***

Desde inicios de 2014 En la orilla tuvo una segunda vida aún más pujante. Empezó con las listas de los suplementos culturales.

En El País fue elegido mejor libro del año, en ABC mejor libro en lengua española, en El Mundo mejor novela en lengua española, mientras que en La Vanguardia, en el apartado “Ficción en castellano”, figuró en segundo lugar. Entre otras distinciones cabe destacar la del blog de Fernando Valls La Nave de los Locos, en el que colaboraron doce de los más prestigiosos críticos literarios españoles y en el que Crematorio obtuvo diez votos y Daniela Astor y la caja negra de Marta Sanz resultó finalista.

En enero de 2014 se le otorgó el Premio Francisco Umbral. En abril el Premio Nacional de la Crítica (por segunda vez, caso infrecuente en la historia de dicho galardón, después de Crematorio) y en mayo el Premio de la Crítica Valenciana.

En mayo de 2014 se produjo otro coup d’effet: en la encuesta elaborada por los críticos literarios de El Mundo sobre las 25 mejores novelas españolas de los últimos 25 años, tres novelas de Chirbes fueron seleccionadas: En la orilla en primer lugar, Crematorio en tercero y La larga marcha en octavo.

La lista íntegra está formada por las siguientes novelas: En la orilla, Rafael Chirbes; La noche de los tiempos, Antonio Muñoz Molina; Crematorio, Rafael Chirbes; Rabos de lagartija, Juan Marsé; Juegos de la edad tardía, Luis Landero; El hereje, Miguel Delibes; Verdes valles, colinas rojas, Ramiro Pinilla; La larga marcha, Rafael Chirbes; El día de mañana, Ignacio Martínez de Pisón; El mal de montano, Enrique Vila-Matas; Los peces de la amargura, Fernando Aramburu; Corazón tan blanco, Javier Marías; El metro de platino iridiado, Álvaro Pombo; Galíndez, Manuel Vázquez Montalbán; La ruina del cielo, Luis Mateo Diez; El embrujo de Shanghai, Juan Marsé; Estatua con palomas, Luis Goytisolo; Romanticismo, Manuel Longares; La leyenda del César visionario, Francisco Umbral; El corazón helado, Almudena Grandes; Soldados de Salamina, Javier Cercas; La saga de los Marx, Juan Goytisolo; El espíritu áspero, Gonzalo Hidalgo Bayal; El cazador de leones, Javier Tomeo; Los girasoles ciegos, Alberto Méndez.

El boca-oreja se expandió, lógicamente, de forma espectacular y como resultado las ventas de En la orilla en el primer semestre de 2014 fueron incluso muy superiores a las de 2013, un fenómeno inusual en estos tiempos de rapidísima rotación.

***

Entretanto el número de traducciones de En la orilla se ha incrementado significativamente. A sus habituales editores,  Antje Kunstmann en Alemania y Rivages en Francia, se han unido Feltrinelli en Italia, Meridiaan en Holanda, Celanders en Noruega, Kedros en Grecia, Assírio & Alvin en Portugal y People’s Republic of China Publishing House en China. Y, en el difícil mercado anglosajón, Harvill Secker lo publicará en Gran Bretaña, mientras que en Estados Unidos la editora Barbara Epler, de New Directions, ha comprado los derechos de En la orilla y también de Crematorio. New Directions es una prestigiosísima editorial literaria, fundada en 1936, que se ha distinguido por su infalible gusto literario. Ha publicado, entre otros, a escritores en lengua española como Borges, Bolaño, Marías, Vila-Matas o Aira, mientras que en otras lenguas, por mencionar algunas traducciones recientes, a Sebald, Tabucchi, Nabokov, etc.

En la orilla se ha publicado ya en Alemania, en enero de 2014, y ha sido muy celebrada.

Así, el crítico y novelista Paul Ingendaay, quien ya calificó en su día La larga marcha como “una obra maestra en todos los sentidos” y que conoce a fondo el panorama literario español, escribió en Frankfurter Allgemeine, periódico del que fue corresponsal durante años en Madrid, una amplia reseña:

Rafael Chirbes golpea con la bola demoledora en su grandiosa novela sobre la ruina de España. Pero tampoco deja en pie mucho en lo que se refiere a nuestro cuento del bienestar (…). En la orilla se leerá como la novela de la crisis española. La crisis de la construcción, la crisis de la deuda, la crisis económica. La crisis familiar. La crisis institucional. La crisis de los sentidos en general. Y ni siquiera estaría mal. Sólo que los escritores no piensan con las expresiones de los tertulianos. Chirbes no quería que su gran alabada novela anterior, Crematorio, que se publicó en 2008 en alemán, se entendiera como la novela del desenfreno del boom inmobiliario, del mismo modo tampoco entiende En la orilla como el libro de la crisis. Su novela trata sobre el alma humana en el inicio del siglo XXI, y esto lo podemos generalizar tranquilamente y referirlo a la sociedad industrial occidental (…). Se puede equiparar al portugués Antonio Lobo Antunes como su alma gemela (…). Una claridad y brillantez que corta el aliento (…). Es como si la propia palabra se alzara en contra de la destrucción que ella misma describe”.

Ralph Hammerthaler en su reseña del SüddeutscheZeitung escribió:

En la orilla se desarrolla en un solo día, así como sus novelas La caída de Madrid y Crematorio. Un día le sobra a Chirbes para convocar en brutales monólogos interiores tiempo y pasado de sus actores. Aquí ya nadie habla del futuro (…). Parece como si Rafael Chirbes hubiera escrito la novela de la crisis española. Por suerte el libro contiene muchas más cosas. Chirbes trata en él sus grandes temas sobre la muerte y el pasado enlazados de novela a novela”.

***

Reich-Ranicki, el gran prescriptor

Marcel Reich-Ranicki fue durante muchos años de su larga vida el más prestigioso crítico alemán, el “pope” por antonomasia, y estuvo al frente del muy influyente programa televisivo dedicado a los libros Das Literarische Quartett.

Un programa determinante para la difusión de la buena literatura en Alemania, a menudo con resultados espectaculares (y no siempre positivos: así, Reich-Ranicki, colérico, destrozó ante las cámaras con sus propias manos un ejemplar de un libro de Günter Grass). Dos autores españoles fueron bendecidos por Reich-Ranicki. El primero fue Javier Marías en dos ocasiones: en 1996 por Corazón tan blanco y en 1998 por Mañana en la batalla piensa en mí. El segundo fue Chirbes, en tres ocasiones y en años consecutivos: por La larga marcha en 1998, por La buena letra en 1999 y por La caída de Madrid en 2000. El impacto para Marías y para Chirbes en dicho país fue enorme, tanto en consideración literaria como en número de lectores.

Reich-Ranicki, por ejemplo, afirmó que La larga marcha era “el libro que necesitaba Europa”, y añadió que en “La larga marcha se habla una y otra vez de una ‘nueva España’, y todo el que cree en la posibilidad del cambio deposita en esa idea siempre el mismo ingenuo entusiasmo. Lo que ocurre con Rafael Chirbes es que ha escrito una historia de las grandes esperanzas y las grandes promesas, pero también de los grandes desencantos”.

A título informativo, entre los autores traducidos al alemán, el único escritor en lengua española con tres títulos escogidos, además de Gabriel García Márquez por Cien años de soledad, Del amor y otros demonios y Doce cuentos peregrinos, ha sido Rafael Chirbes.

También fueron escogidos con tres títulos Paul Auster, Louis Begley, Milan Kundera, Imre Kertész y Cees Nooteboom. Y con cuatro António Lobo Antunes, Vladimir Navokov y John Updike y con cinco Philip Roth.


A modo de apéndice:

Inventario sucinto de glosas de la crítica alemana y francesa

 

De un modo sucinto, incompleto y provisional, el lector encontrará aquí reunidos textos significativos sobre la repercusión de la obra de Chirbes, en Alemania y Francia, incluso desde sus primeros títulos. Un inventario similar de las críticas de comentaristas españoles constituiría en sí mismo un volumen, por lo que me he limitado a dejar constancia significativa de los premios y distinciones que ha obtenido.

 

ALEMANIA

- La buena letra

“Profundiza en la dimensión filosófica de la literatura (…). Vuelve a poner en danza el trinomio de la literatura mundial –al amor, el sufrimiento y la muerte– (…). Una obra maestra” (T. Paprotny, Hamburger Abendblatt).

- Los disparos del cazador

“Una obra densísima e inteligentemente configurada (…). Revela una maestría que va mucho más allá del mero oficio narrativo” (Frankfuter Allgemeine Zeitung).

“Su lenguaje sereno y límpido modifica el tenor moral de la narración, que debe mucho a Graham Green y Joseph Conrad” (Sueddeutsche Zeitung).

“Una obra escrita con cuidado y exactitud” (Der Spiegel).

“Maestría técnica” (Die Tageszeitung).

“De improviso se infiltra en nuestras mentes y despliega un efecto inquietante” (Berliner Morgenpost).

“Lenguaje cristalino que dibuja las imágenes y recuerdos de modo agudo y exacto” (Facts).

-  La larga marcha

“Gracias al espléndido trabajo de la traductora Dagmar Ploetz, Rafael Chirbes ha sido vertido al alemán en toda su esencia y al mismo nivel que las grandes figuras literarias mundiales. Un doble golpe de suerte” (Tilman Spengles, Der Spiegel).

“Rafael Chirbes sólo ha publicado dos novelas cortas en alemán y ambas  bastaban para poner de manifiesto que es un narrador consistente (...). Sin embargo, se diría que La larga marcha pertenece a otro autor: emocionante y variopinta, aunque no de un modo incómodo, sensible y al mismo tiempo precisa, bien concebida y de una estructura sumamente refinada. Una obra maestra en todos los sentidos (...). Esta extraordinaria novela nos permite percibir la magnitud de la violencia, la esperanza y el pertinaz tradicionalismo que España empezaba a dejar a la espalda hace veinte años” (Paul Ingendaay, Frankfurter Allgemeine).

“Esta novela ha llegado con ‘zarpas de terciopelo’ ‘ovillándose como un gatito’. Habla de un modo muy perturbador de un país extraño pero al mismo tiempo conocido. Un país donde la voz de la naturaleza humana fue silenciada y que estaba gobernado por el crudo lenguaje de la violencia. La larga marcha de Rafael Chirbes habla de un país en  medio de Europa, la España de Franco; habla de las vidas de dos generaciones bajo la campana de cristal de una dictadura sumamente larga (...). Rafael Chirbes (1949) consigue describir este período agitado con la mirada comprensiva de quien ha sido testigo. Sus personajes son reales y estimulantes” (Patrick Horst, Hamburger Abendblatt).

“El retrato que hace Chirbes de la sociedad española se sitúa en la frontera donde convergen la reproducción fotográfica y la concentración poética. Como si el objetivo de una cámara enfocase el mundo sin ceder a la frialdad de los instrumentos técnicos, Chirbes controla magistralmente sus malabarismos (…). Un realismo admirable: el tipo de literatura que sin juicios y con  una sinceridad que desarma coloca en su sitio fragmentos de nuestra realidad” (Stephanie Gerhold, Berliner Morgenpost).

“El escritor español Rafael Chirbes ha escrito un libro muy importante para su país. Ante todo, esta novela es una obra de arte que retrata la historia reciente de España (...). La novela examina el oscuro legado de la división y la dictadura. Este libro es especialmente significativo para la España moderna, como Hijos de medianoche, de Salman Rushdie, lo fue para la India. Y, al igual que ese libro, La larga marcha posee una belleza incomparable y es una gran obra maestra en la que se reflejan muchas facetas del pasado” (Ulrich Selich, Handelsblatt).

“Un libro extraordinario cuyo lenguaje preciso y poético ayuda a comprender el período que se extiende desde el final de la guerra civil hasta la muerte de Franco. El conocimiento y la comprensión de este oscuro periodo invariablemente proporcionan la clave para entender el presente; y quizá no sólo en el caso de la sociedad española” (Göttinger Drucksache).

 

FRANCIA

También en este país, pese a carecer del efecto Reich-Ranicki, la obra de Chirbes gozó de una temprana y sostenida reputación.

Así, la perspicaz Martine Silber, tan atenta a la literatura española, ya afirmó en su día en Le Monde: “Con La buena letra y Los disparos del cazador Rafael Chirbes se ha situado entre los mejores novelistas contemporáneos”.

- La caída de Madrid

“En una novela llena de sensibilidad y de sutileza, Rafael Chirbes retrata con talento la sociedad española ante la muerte de Franco (...). La finura del libro reside en la complejidad de los personajes, cuyo apariencia social se ve iluminada por los matices de una introspección, de un cara a cara con su pasado y su futuro, con los otros, sus amigos y enemigos, y sobre todo con la historia, la caída de un orden establecido que se hunde en lo desconocido (…). Al ritmo de las largas frases, el lector se deja a veces acunar, dulzonamente, y a veces sacudir, vertiginoso, por el relato a ratos sensual y a ratos violento, pero permanece esclavo del narrador, sin poder anticiparse nunca, sin ser en ningún momento capaz de dominar el torbellino que le arrastra. ¡Más dura será la caída!” (À voir lire).

- Los viejos amigos

Los viejos amigos, una vez más, estremecerá a sus lectores y los llevará a interrogarse sobre la amistad, el paso del tiempo, las ilusiones perdidas, la escritura, la historia, el dinero, la traición y todo lo que contiene la vida (…). El lector pasa así de un tema a otro. Las teselas del mosaico de este ‘colectivo’, como dice Chirbes, se ajustan, las historias de los personajes se cruzan, se superponen, los destinos y los caracteres desfilan. Al hilo del relato teje una tragicomedia humana, eminentemente balzaquiana, inscrita en su tiempo, en nuestra historia. Y no se preocupen, después de haber publicado La caída de Madrid, en el año 2000, Chirbes decía ya que no podría seguir escribiendo porque había escrito su mejor novela. Los viejos amigos sin duda sólo son una dura etapa, sin duda será necesario que las hojas que sigue amontonando se organicen para que cobre cuerpo, quizá a pesar de él, otra novela que se inscribirá en esta obra global y vigorososa” (Martine Silber, Le Monde).

“Un cuarto de siglo después de la muerte de Franco, los antiguos componentes de una célula comunista se reúnen para cenar. Aburguesados. Envejecidos. Embrollados consigo mismos y con el mundo. En lo que a él respecta, Rafael Chirbes está en plena forma (…). La revolución, la fiebre activista, se desarrollaba hace treinta años. Ahora son todos cincuentones, incluso más viejos. Los negocios han prosperado, la movida obliga. Han hecho dinero con la construcción, la promoción inmobiliaria, el marketing, el mercado del arte, los medios de comunicación, la cultura (...). Cierto que amaron la revolución (...).  Se comprende, sin embargo, desde las primeras líneas, que Rafael Chirbes (nacido en 1949) no sucumbe a las cobardías del autoescarnio, esa suave violencia que se infligen los rentistas narcisistas de la renuncia (…). El lector descubre la complejidad de los personajes a medida que se mezclan las voces y las miradas que se dirigen unos a otros…Todo se sostiene: la psicología, la política, la estética. Bajo las facetas fascinantes de este caleidoscopio, la base es firme, irrompible (…). La novela de Rafael Chirbes capta con un solo gesto, en el mismo instante, la fealdad y la belleza, los tiempos que se entremezclan, el presente y el pasado. Y lo hace con un vigor que no contiene, esta vez, la menor desilusión…” (Jean-Maurice de Montremy, Avant-Critique).

“Al igual que en La caída de Madrid, que se desarrollaba en un solo día, la víspera de la muerte del viejo dictador, Rafael Chirbes recurre al monólogo. No se entrega ni a un ejercicio de escarnio sobre los compromisos de los personajes ni a una evocación nostálgica de su juventud militante. Se sitúa en el lado de la crueldad, de la violencia y de la negativa a la resignación. Y para ello despliega una prosa sorprendente, que tuerce y amasa la lengua para engullirnos junto a sus protagonistas nunca caricaturescos, a la vez  perturbadores y patéticos. Por poco que el lector se avenga a que le arrastre y le sacuda el ritmo obsesivo de esta novela, emerge de ella con un nudo en la garganta, casi hipnotizada por este torrente verbal” (Paris-Match).

- Crematorio

 “Aquí está el dinero-rey, la frustración, el trastorno, la falta de reparto, las ilusiones perdidas. El mundo de Misent es el de la especulación llevada al extremo, servida por la droga, el sexo, la corrupción. Aquí, destruir el medio ambiente es mostrar tu poder. En cuanto a la destrucción de los demás, no es más que afirmarte. Sin embargo, no se busca a los inmundos, a los canallas. Ni tampoco a los héroes. La novela de Chirbes se lee como un testamento de época (…). En Los viejos amigos (Rivages, 2006) se reunían alrededor de una mesa unos antiguos militantes antifranquistas que habían pasado por el aro, cumplida la cincuentena.  De la misma manera, la pregunta que plantea, con más dolor y más intensidad, es la siguiente: ¿cómo hemos podido llegar a esto? Pero es un hecho. Toda la sociedad corre hacia un apocalipsis patético y grotesco. Aguardamos  las olas que van a inundarlo todo” (Xavier Houssin, Le Monde).

Crematorio es la quiebra de una época –la nuestra–, y de un país: el suyo. España con un fondo de negocios turbios, escándalos inmobiliarios, traiciones privadas, como captada en el alba macilenta que sigue a una noche de fiesta (…). Novelas como otros tantos retratos de grupos con desilusiones, exentas de todo  folclorismo, cultivadas, elegantes, enlutadas, en las que resuenan los ecos de los tan amados Broch, Döblin, Mann o Musil. Después de este sublime Crematorio, fúnebre y  peligroso punto final, Rafael Chirbes aguarda en su pueblo cerca de Valencia, releyendo a su maestro Braudel, que algo suceda. Ha encontrado la eternidad…” (Olivier Mony, Le Figaro).

“El texto avanza con largos monólogos interiores, de acuerdo con una técnica muy sutil, que recuerda al Faulkner de Mientras agonizo o de ¡Absalón, Absalón! Pero toda comparación sería descortés, tan poderosas son las frases de Chirbes que hacen única esta obra, tanto por su mensaje como por su forma. La novela según Chirbes sigue siendo el género total que engloba todos los demás, la poesía, el panfleto, la historia, la reflexión filosófica y la meditación sobre el arte, todos los estilos, del elegíaco al obsceno, en una impresionante ola de pensamientos, sensaciones, narraciones que aspiran a agotar la descripción de un mundo deshecho” (Bernard Fauconnier, Le Magazine Littéraire).

“Chirbes muestra que el cadáver franquista se remueve todavía en los ruedos donde bulle una jauría detestable, la de los arribistas y los especuladores. Son el blanco favorito del escritor, el más feroz y el más balzaquiano de la generación de posguerra. Es una  sociedad que baila con el diablo mientras desembarcan mafiosos y prostitutas rusas. ‘Quería hacer la autopsia de nuestra alma a principios del siglo XXI’, ha dicho Chirbes. Su sulfuroso Crematorio es el más despiadado de sus libros, porque en él explora los bastidores de una España que huele a carroña” (A. C., Lire).                                                                        

 

Chirbes par lui-même

 

 

Este informe polifónico parece pertinente terminarlo dándole la palabra a su protagonista. Un Chirbes que sigue siendo el escritor antidivo de siempre, algo abrumado por su éxito in crescendo, requerido aquí y allá, con una especie de informal “ruta Chirbes” en torno al pueblecito donde vive, Beniarbeig, con problemas de salud ya superados, con la perspectiva de los correspondientes viajes promocionales de sus traducciones... Confío en que más o menos pronto me diga las consabidas palabras  rituales “Sí, escribo, pero no tengo nada…” y, un día, más adelante, “Oigo voces”, la contraseña mágica, la garantía que ya está encarrilando un nuevo proyecto.

Cuando iba a sumergirme de nuevo en sus ensayos literarios, la lectura de un blog, “Después del hipopótamo”, me ofrece una síntesis excelente. Su autor, cuyo nombre no consta en dicho blog, propone, a partir de una selección de textos del libro de Chirbes Por cuenta propia, lo que denomina una “entrevista falsa a un escritor auténtico”. Los textos vienen precedidos de unas preguntas del autor del blog y “nacen de las respuestas de Chirbes, aunque es obvio que tal vez se planteó cuestiones diferentes y, sin duda, superiores a las mías”.

***

Escribir una novela, ¿es una cuestión de oficio? ¿Se siente más seguro ahora que al principio de su carrera?

El novelista se encuentra ante cada obra tan desprotegido como el jugador de ruleta que, en cada tirada, vuelve a empezar desde cero. La literatura no surge por acumulación de esfuerzos, aunque el esfuerzo sea imprescindible: uno puede adquirir  desenvoltura, eso que llaman oficio, habilidades que más bien lastrarán las alas de una nueva novela. Conocemos tipos poco brillantes capaces de escribir espléndidas novelas y, por el contrario, gente con cabezas magníficamente amuebladas que naufragan al intentar el género narrativo. No sabemos muy bien de dónde surge la fuerza de las novelas. La mayor parte de las veces los autores no tenemos la lucidez necesaria para saber qué es exactamente lo que estamos haciendo.

Cuando comienza una novela, ¿tiene clara su estructura?, ¿conoce ya su final?

En ninguno de mis libros he tenido una idea demasiada clara ni de cuál era el tema de lo que estaba escribiendo, ni de los instrumentos de los que me servía, prácticamente hasta que lo he tenido terminado. No creo en la escritura automática, en la inconsciencia, pero sí en que escribir supone una excavación en un túnel oscuro: estoy convencido de que todos mis libros han nacido de esa inmersión en lo que podría llamar mi subconsciente…

Pero si hay algo que destaca en ‘En la orilla’ es su elaborada estructura, su orden…

No hay orden novelesco sin punto de vista, que es tanto como decir que no hay novela sin que el autor ponga a prueba su fuste ético. Encontrar ese lugar desde el que mirar y escribir yo diría que es el único verdadero problema al que se enfrenta el novelista, ya que se trata nada más y nada menos que de poner en orden y dotar de sentido la infinita variedad en la que se le ofrece la vida. Por eso los grandes maestros de la narrativa no vienen sólo de los que mejor dominaron el oficio; a veces hay que buscarlos fuera del género: puedo decir que mis novelas deben tanto a Marx o a Lucrecio como a Balzac y a Proust.

Y ese “fuste ético”, ¿debería obligar al escritor a separarse del poder?

Hoy, en un tiempo y un lugar en los que los novelistas posan en las páginas de sociedad de los dominicales de los periódicos y compiten en brillantez, miramos hacia atrás, y nos decimos que la gran narrativa del XIX fue la escuela formativa de la sensibilidad burguesa; sin embargo, sus contemporáneos no lo vieron así. Los novelistas sufrieron marginación, agresiones, desprecios, procesos. El novelista está obligado a ser un animal atento, liebre, pulga; a saber escapar un minuto antes de que el poder lo colonice.

Pero, a pesar de que la lectura y la escritura sean actos solitarios, ¿tiene un novelista una obligación con la sociedad?, ¿o, al menos, con los perdedores de la sociedad en la que vive?

En mis primeras novelas, muchos lectores creyeron que yo quería hacer una crónica del franquismo, más bien arqueología. Pero no era así. El país había emprendido otros rumbos y era como si lo que yo había vivido en mi primera infancia y me había ayudado a ser quien era, no hubiese existido nunca. Me dolía pensar que el tremendo aporte de sufrimiento de aquella gente había resultado inútil. Los arribistas de ambos bandos habían tomado el poder de la nueva España y escribían la historia a su medida. Los recién llegados – muchos de los cuales se apresuraban  a enriquecerse – no tenían la difusa sensación de culpa que marcaba a la vieja capa dominante, engordada  a la sombra de la dictadura. A su manera, reproducían comportamientos que tenían que ver con los que mantuvieron quienes llegaron al poder al final de la guerra civil.

¿Qué es ser novelista en el siglo XXI?

Aparentemente, novelista y novela se encuentran en un escalón bastante elevado en la consideración social. Se habla de unos y otras en los periódicos, en las revistas, en la televisión, y, pese a ello, uno tiene la impresión de que las novelas hablan cada vez menos por sí mismas y de que lo hacen en voz cada vez más baja. Se quedan en la mesilla de noche, al lado del frasco con las pastillas y del vaso de agua. Son, cada vez más, un asunto de estricta vida privada. En cierto modo, es normal. Se lee a solas.

Y esa publicidad, ¿sirve para que leamos más?

En la sociedad contemporánea, se habla excesivamente de los autores, y de los libros que escriben, en vez de leerlos. Los autores hablamos demasiado. El público cree conocer a un autor o un libro porque ha oído hablar de ellos en la radio o en la televisión, porque ha leído las críticas que los periódicos publican sobre ellos, o incluso ha escuchado y visto al autor responder con soltura o brillantez en un programa de televisión. Lo que se dice de un libro ha pasado a ocupar el lugar de lo que dice un libro. La escritura parece ser más bien la excusa para que se levanten las carpas del circo mediático.

¿Cuál es el futuro de la novela?

Personalmente advierto en la novela una capacidad de resistencia y una tozudez admirables: cuando se la da por muerta, renace con cualquier excusa. Para Roth, la novela acabará siendo un hobby para un pequeño grupo de aficionados, del mismo nivel que los coleccionistas de sellos o de soldaditos de plomo. Yo no estoy tan seguro de que eso vaya a ser así, ni de que deba ser así.

Aún así, ¿añora algo de las novelas del pasado, de los grandes clásicos?

Permítanme que hoy eche de menos aquellas novelas que, en unas pocas páginas – a veces, sólo en unas pocas líneas -, suspendían tu código para imponerte el suyo. Te exigían silencio, pero, a cambio, te llevaban a una estación de tren en la que olías el humo de las máquinas, y, desde tu butaca o desde el hueco cálido de la cama, recibías el aire cortante de la madrugada de San Petersburgo. Era excitante. Novelistas que aspiraban a regalarte el mundo.

   

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Jorge Herralde

Sin los cinco sentidos

19 de junio de 2017 13:10:52 CEST

           Para Giselle


 

 

 

 

 

 

¿Qué persigue el ciclón exasperadamente?

¡Ya no sé dónde estás de tanto ser distancia!

De puerto en puerto voy como un barco en la noche

dando tumbos, buscando tu resplandor de faro.

¿Dónde estarás ahora que estás dentro de mí?

Las olas son montañas de llanto por tu ausencia.

¡Me estoy quedando ciego de no mirar tus ojos!

¡De no tocar tu cuerpo estoy perdiendo el tacto!

Tu piel es el temblor de todas las banderas.

¿A qué sabe el delirio cuando se para el mundo?

¿A qué huelen las cruces que nos clava la muerte?

¡Me estoy quedando sordo de no escuchar tu voz!

Escrito en Lecturas Turia por Ángel Guinda

Fuego Blanco

19 de junio de 2017 13:07:19 CEST

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Este sol cegador de fuego blanco

Roto por frescas sombras negras

Que tachonan la tierra como salpicaduras

Me pone limpiamente en paz

Para llenar de nuevo mis pulmones

De una antigua inocencia

Que respiraba vida a ojos cerrados

 

Y vivir vuelve a ser nadar de sí en sí

Dejando siempre atrás cualquier quizá

Tener el día limpio sin tener que lavarlo

Recibir siempre antes de pensar en pagar

No tener nada que perder ni en que perderse

Ni tener nunca nada que ganar

Que es tener todo ya ganado

Estar inerme frente al fuego blanco

y cegador del sol

Sintiendo que en mi piel la brisa fría

Me habla en su emocionante lenguaje indescifrado

Y esperar la llegada del momento que viene

Como esperar ser bendecido.

Escrito en Lecturas Turia por Tomás Segovia

Luis Buñuel, socio ignoto

2 de junio de 2017 11:35:31 CEST

El secretismo, o gusto por los secretos, es una constante en el laberíntico carácter de Buñuel poco estudiada aún por exegetas y analistas. Y, sin embargo, se da tanto en las películas como en la vida personal del director aragonés.

Dejando a un lado aquellas, y puestos a hablar sólo de la biografía, nadie ha podido deducir a través de sus palabras, casi siempre contradictorias, en qué punto dejó, por ejemplo, varias de las diferentes carreras emprendidas, suponiendo que llegara a concluir alguna. Y otro tanto cabría decir de su posible adscripción a un partido comunista, fuera el español o el francés, pues tampoco solía manifestarse con claridad al respecto. [1]

Sobre las etapas que conformaron tan ajetreada vida, existen testimonios para todos los gustos, algunos de amigos íntimos incluso, pero pocos parecen concluyentes. Y es que, cuando se le preguntaba, Buñuel confirmaba a veces el hecho en cuestión, otras lo daba por supuesto y, en más de un caso, rebatía su mera posibilidad con total aplomo.

¿Desempeñó trabajos de espionaje a favor de la República, en París, durante la guerra civil, como parecen indicar ciertos encuentros con una dama de la alta sociedad, o se limitó a trabajar refugiado en la embajada de Marcelino Pascua, antiguo compinche de correrías por el Madrid de la primera Dictadura, el de la “Resi” y las verbenas de San Antonio? ¿A dónde iba en los frecuentes viajes de salida y entrada en Francia durante los últimos meses de la contienda? ¿Cómo consiguió su empleo en el MOMA de Nueva York, apenas terminó ésta? ¿Sólo por una carta de Rockefeller a la ínclita Iris Barry, figura tampoco bien estudiada, por cierto?.

Ni la familia llegó a conocer la magnitud real o el verdadero desenlace de algunos incidentes al ser relatados por el propio cineasta en el seno del hogar, agrandando o recortando con frecuencia sus proporciones. Sirvan como botón de muestra las memorias de la esposa, [2] o un caso que citamos de primera mano y bien puede calificarse de significativo a distintos efectos.

A principios de los años ochenta, Rafael Buñuel, el hijo menor, con quien mantenemos buena y vieja amistad, contó cómo, en una solemne cena de Nochebuena, su padre y otro invitado decidieron –a instancia del primero, sin duda- cargarse el gran árbol de Navidad que presidía la mesa, por considerarlo símbolo de cuanto él, como buen surrealista, detestaba más: la religión, la sociedad burguesa, el capitalismo opresor, etc. Pero que, intimidados a fin de cuentas por el ambiente amistoso, ambos fueron aplazando e momento del destrozo, pasando del primer plato al segundo y de éste al postre, sin atreverse por fin a cumplir su propósito, posponiendo el arrebato para mejor ocasión.

Así nos lo contó Rafael y así lo archivamos en nuestra memoria, por considerar la anécdota ejemplo de comprensible, y al fin humana, cobardía. Pero hete aquí que, un par de años después, en situación de andar uno recogiendo información con destino a cierta biografía del director Henri d’Abbadie d’Arrast – amigo de Edgar Neville y, a través suyo, de buena parte de la colonia hispana emigrada a Hollywood en los principios de la etapa sonora para hacer spanish versions de los films americanos de mayor éxito-, hablamos con José López Rubio, escritor, director, y presente en la famosa cena. “¿Cómo que no se atrevieron?”, exclamó el autor de Celos del aire. “¡Ya lo creo que sí!”, añadió, irritado todavía con el recuerdo de semejante escándalo. Y pasó a proporcionar los datos completos del mismo.

Había ocurrido en casa del humorista Antonio Lara, Tono, en la Nochebuena de 1930, y en presencia de Charles Chaplin y de su enamorada por entonces, Lita Grey; el cómplice de Buñuel era el actor Julio Peña, y la reacción se produjo a raízde que el también actor Rafael Ribelles, asistente al banquete en compañía de su esposa, igualmente cómica, María Fernanda Ladrón de Guevara, se ofreciera para recitar fragmentos de En Flandes se ha puesto el sol, poema dramático de Eduardo Marquina que gozaba de gran predicamento desde su triunfal estreno, veinte años atrás.

Considerando los tales versos de un patriotismo insoportable y rancio, Buñuel y Peña se levantaron al unísono para emprenderla con el abeto de marras hasta abatirlo, pisoteando ramas y regalos con auténtica fiereza, en medio de las imprecaciones e insultos de rigor. Chaplin no salía de su asombro, bastante mayor todavía que el del resto de los comensales, conocedores a la postre del carácter nacional por una parte, y de la rabia iconoclasta de Buñuel, por otra.

López Rubio nos proporcionaría, además, el remate de la historia, éste si verdaderamente chapliniano. Encantado, pese a todo, con la invitación de amigos tan peculiares, Charlot propuso corresponder celebrando la Nochevieja en su mansión angelina. Y allí, refiriéndose al árbol que daba la bienvenida a los invitados, bastante más reluciente y lujoso –es de suponer- que el de Tono, le dijo en un aparte a Buñuel, apenas llegado éste a la casa: “Si lo van a derribar ustedes, mejor que lo hagan al principio, porque luego, con la cena, el desbarajuste es tremendo”. “Yo no me dedico a eso”, parece ser que refunfuñó, un tanto cortado, el de Calanda.

“Era muy mentiroso”, ha declarado repetidamente y con cariño quien mejor le conocía o, en cualquier caso, uno de sus primeros y más fieles admiradores, el incombustible Pepín Bello:[3] compañero de Residencia, testigo impar de andanzas dentro y fuera de la misma y, según testimonio de varios de sus contemporáneos, el verdadero inspirador de algunos de los frutos más sonados de aquel “enigma sin fin”.[4]

Mentiras o tergiversaciones que, por supuesto, alcanzaban al propio Bello sin que él hubiera llegado a enterarse, como pudimos comprobar en la apertura oficial de la “Sala Buñuel y su entorno” del Museo Reina Sofía, de Madrid. [5] Interrogado sobre las actividades ateneístas del director aragonés, su paisano Pepín[6] contestó con rotundidad: “Ninguna”, pasando a explicarnos que la docta casa, aquella que según Pla fue conocida en el siglo XIX como “la de Holanda” por su alto rigor intelectual,[7] jamás había significado nada para ninguno de ellos.

El Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, fundado en 1820 de acuerdo con los vientos que impulsaran años antes la mítica Constitución de Cádiz –la denostada Pepa-, era considerado por los discípulos de Jiménez Fraud, al entender de Bello por lo menos, algo así como un nido de carcamales, auténtica cueva de “putrefactos”, en connivencia con los poderes tradicionales del país pese a las protestas que alguna de sus figuras más relevantes pudieran hacer de laicidad, liberalismo o progresía.

Y ante nuestra insistencia sobre la condición, documentada, de socio de Buñuel, todavía se permitió añadir:

- Lo dudo.

La circunstancia de que sólo dos residentes –el poeta Pedro Garfias y el pintor y también poeta José Moreno Villa-[8] figuren apuntados en los correspondientes anales, parecía confirmar la incredulidad de Bello. Incluso el alma mater de la casa, el venerado don Alberto, como si hubiera hecho suyo el rechazo de huéspedes tan influyentes, llegó a pedir la baja en la institución. [9]

Y, sin embargo, don Luis Buñuel Portolés, nacido en la localidad de Calanda, provincia de Teruel, el día 22 de febrero de 1900, según consta en dichos anales, se dio de alta en el Ateneo exactamente el 10 de octubre de 1924, declarando como profesión la de “estudiante”, y como domicilio, el de la Residencia en la Colina de los Chopoas, es decir: Pinar, 17. Pagó las setenta y cinco pesetas a que ascendía por entonces la cuota de entrada, y quedó registrado como socio de pleno derecho con el número 11.153.

¿Por qué ocultó Buñuel tal inscripción?. Existe la posibilidad, claro, de que su íntimo amigo, al cabo de stenta y nueve años, que es cuando se le hiciera la pregunta, hubiese olvidado el hecho, pero Pepín –nosotros preferimos seguir llándole así- es hombre tenido como de excelente memoria aun hoy en día y, por otra parte, ninguno de sus contemporáneos hizo nunca, en relación con el de Calanda, la menor alusión a tan contradictorio empadronamiento.

-Pues ahí está el detalle-, como hubiera dicho su compatriota Cantinflas, una vez que, en 1949, Buñuel se nacionalizara mexicano. O, si lo prefieren, por ser palabra que parece inventada a propósito del creador de La vida criminal de Archibaldo de la Cruz, el intríngulis de la presente semblanza.

Por desgracia, la quema, robo y destrucción de documentos llevada a cabo en el casón de la calle del Prado a raíz de la guerra civil o, mejor dicho, de la victoria que le siguiera, como muy bien se encargó de precisar Fernando Fernán-Gómez en su famosa frase final de Las bicicletas son para el verano, no permiten reconstruir hoy los pasos del cineasta, suponiendo que diera alguno, por las salas y biblioteca del mismo a lo largo de los siete años y ocho meses trascurridos desde el día de su inscripción hasta el 10 de junio de 1932, fecha en la que, de acuerdo con el mismo registro, causara baja voluntaria en las filas de socios.

Pero sí podemos recordar sus movimientos en Madrid y fuera de España, durante ese mismo periodo, y aventurar, aun a costa de cierto riesgo historiográfico, las razones por las que pudo inscribirse, así como las que le llevarían, pasado el tiempo indicado, a decir adiós a la institución.

Sobreseídos los estudios de ingeniería agrónoma que un día le permitieran salir de su cuasi natal Cesaraugusta, y abandonados igualmente los de Ciencias Naturales, inmerso ya de lleno en el ambiente intelectual y creativo de la “Resi”, Buñuel parecía abocado sin remedio al ejercicio de la literatura como único medio de satisfacer los afanes de relevancia y brillo personal que desde niño le obsesionaban, según testimonio unánime de sus hermanos y el de quienes llegaron a compartir la primera juventud a orillas del Ebro.

Otras salidas, la pintura o la música, pongamos por caso, quedaron excluidas ab initio ante la poca disposición demostrada para su ejercicio. Con todo, aquellos de la “Resi” eran momentos de indecisión, que Max Aub ha descrito con claridad: “Lorca quería ser poeta (ya lo era) y Dalí, pintor. Pero los demás no estaban muy seguros de por dónde iban a tirar. Alberti pretendía ser pintor, y Buñuel trataba de escribir poemas”. [10]

Así que, tras un periodo de cierto gamberrismo de corte anárquico, durante el cual consiguió dar la campanada ante afines y contrarios, a lo largo y a lo ancho del callejero capitalino, Buñuel emprende colaboraciones en revistas culturales de cierta envergadura –Ultra, Horizonte, Alfar-; asiste a homenajes públicos –el de Araquistain, sin ir más lejos-; ofrece alguna que otra conferencia; visita exposiciones; acude a estrenos sonados –el de Santa Isabel de Ceres, de Vidal y Planas, a quien se tomaría por un Genet avant l´homme, [11] y se deja caer por diversas tertulias de escritores y artistas: la del Café Castilla, la del Platerías, la de la Granja del Henar y, sobre todo, la celebérrima de Pombo, conformada a mayor honor y gloria de su máximo oficiante, el proteico Ramón.

Aun cuando Buñuel hablara luego con cierto despego de la famosa cripta, la verdad es que fue asiduo de ella y que siempre consideró a Gómez de la Cerna –según transcribe sus apellidos el pendolista Carriére en la edición princeps de Mon dernier soupir- [12] el autor de mayor talento, o al menos de mayor originalidad, en las letras españolas de por entonces.

Buñuel acudía a sus convocatorias, se disfrazaba de lo que fuera preciso, lo cual no le costaba ningún esfuerzo porque siempre le encantó hacerlo, tanto de caballero romántico como de Don Juan y hasta ¡de monja!, eligiendo años después, al autor de Cinelandia como coguionista de su primer proyecto cinematográfico, inspirado en las páginas de un periódico imaginario, escrito de pe a pa por el propio Ramón, y cuyo título habría de ser El mundo por diez céntimos.

Propósito nunca cumplido, dicho sea de paso, al habérselo quitado de la cabeza el egocéntrico y avispado Dalí durante un posterior veraneo de ambos en Cadaqués. En su lugar, parece ser que el catalán le aconsejó rodar juntos unos cuantos sueños propios y entremezclarlos al buen tuntún: la salida de un ejército de hormigas de la mano, burros muertos sobre pianos de cola o el ojo de la madre del aragonés, rasgado por una cuchilla de afeitar. El perro andaluz, en suma.

Volviendo a los comienzos literarios, el problema principal radicaba en el trabajo descomunal que a Buñuel le costaba redactar, sobre todo poesía. Alberti lo explicaría muy bien: “...sufría muchísimo y se pasaba las noches, según me contaban Federico (Lorca) y los demás, escribiendo sus cosas literarias con un gran dolor, con un gran esfuerzo, hasta que insensiblemente fue descubriendo su verdadero camino...” [13] Las críticas y aun los relatos se le daban bastante mejor, según puede advertirse en la recopilación de su obra literaria preparada, todavía en vida del cineasta, por el referido profesor de la Universidad de Zaragoza, Agustín Sánchez Vidal. [14] Eso sí, todo a costa de un enorme sacrificio.

La idea de abandonar Biología  para pasarse a Filosofía y Letras le vino durante un viaje a Toledo, ciudad de la que siempre se proclamó partidario –como sabemos, en 1923 fundaría la orden que pretendía acoger a sus devotos, y allí situaría la acción de Tristana, casi medio siglo después-, pero fue Américo Castro quien, camino esa vez de Alcalá, dio el empujón definitivo al informarle de que muchas universidades extranjeras, en particular norteamericanas, pedía sin cesar lectores de Literatura o de Historia españolas. ¿Por qué no ser uno de ellos?

Buñuel, que en el fondo buscaba salir de la capital como antes lo había hecho de la provincia, siempre en pos de escenarios idóneos para su talento, vio el cielo abierto. Además, los Estados Unidos significaban a su entender –y nunca dejarían de hacerlo en buena medida- el non plus ultra, el paradigma de la modernidad. Así que eligió la rama de Historia como la más apropiada. Corría el año 1921.

Y fue al terminar esos estudios, o darlos por concluidos –que en esto tampoco nadie se ha puesto de acuerdo, ni el mismo Buñuel si fuéramos a tomar sus palabras al pie de la letra-, cuando nuestro hombre decidió inscribirse como miembro del Ateneo madrileño. Con un cierto retraso a decir verdad, porque hubiera sido antes, durante la etapa universitaria, cuando más le habrían valido las ventajas de la institución, empezando por la de su biblioteca, una de las mejores de aquel Madrid, veintitantos mil volúmenes, y frecuentadísima por estudiosos e investigadores quienes, tras la lectura y el estudio –o quizá en sustitución de ambos, vaya usted a saber-, discutían sobre lo divino y lo humano en la célebre Cacharrería de abajo.

Con retraso, y buena dosis de discreción además, como explica la circunstancia de que su confidente Pepín quedara al margen del paso dado. Quizá, Buñuel creyó conveniente para desarrollar futuros trabajos y así codearse con personalidades relevantes del mundo académico, siguiendo en eso la pauta marcada por el encuentro con don Américo. Su padre había muerto en mayo del año anterior y, él como hijo mayor y favorito de la madre que era, se consideraba ya el cabeza de familia, sin necesidad por tanto de rendir cuenta de sus actos a nadie, excepto en el terreno económico, pues seguía dependiendo de la viuda Portolés.

La rama de Historia no le llevó a cruzar el océano pero sí facilitó, poco después de su ingreso en el Ateneo, la travesía de los Pirineos con un plan bajo el brazo, lo cual tampoco era desdeñable. Enterado de la existencia en París de cierta Societé Internationale de Cooopération Intellectuelle –rama o fruto de la flamante Sociedad de Naciones-, en cuya primera línea figuraba el filósofo gerundense don Eugenio d’Ors, Buñuel acudió a Pablo de Azcárate, [15] siendo informado de que un par de cursos de francés e inglés podrían colmar la preparación necesaria para formar parte de la susodicha Societé, cuyos objetivos nadie fue capaz de especificarle con entera claridad, ni siquiera el citado Xenius, con quien el futuro cineasta mantenía una buena relación.

De ahí que, cumplidas las Navidades de aquel año –el 7 de enero de 1925- Buñuel llegase a París, dejando poco menos que sin efecto su flamante condición ateneísta. Y el primer movimiento, al día siguiente, fue acudir a la tertulia que don Miguel de Unamuno, desterrado a la sazón por el general Primo de Rivera, mantenía un tanto a la española en el café La Rotonde ante un selecto grupo de compatriotas e hispanoamericanos: César Vallejo, Pablo Neruda, Joan Miró o Pancho Cossío, entre otros. Gesto demostrativo a todas luces de su decisión de mantenerse ligado al mundo intelectual y literario, único horizonte que por el momento vislumbraba nuestro hombre para alcanzar la preeminencia.

Curiosamente, el cine no formaba parte aún de sus propósitos, al menos de los más directos. Él declaró en varias ocasiones que fue Las tres luces, una película de Fritz Lang rodada en 1921 y estrenada en España poco después, el origen de su definitiva vocación. [16] Pero también pudo verla en el Vieux Colombier de París, donde se reestrenaría a bombo y platillo, como homenaje y reparación al maestro vienés por la indiferencia con que el film –una historia fáustica, repleta de efectos fotográficos, en la que el personaje de la Muerte jugaba principalísimo papel- fuese recibido en Alemania. Conversión o deslumbramiento que bien podrían explicar el que, sin previo aviso, ese mismo año Buñuel iniciara súbitamente sus colaboraciones en la revista Cahiers d’Art como crítico cinematográfico.

El resto de las actividades parisinas es de sobra conocido para pormenorizarlo aquí. Se apunta a la Academie de Cinema, regida por el prestigioso realizador Jean Epstein, con el que Buñuel establecería una estrecha relación; hace publicidad visual para una marca de muebles; ayuda y actúa de figurante en la versión de Carmen dirigida por Jacques Feyder, con Raquel Meller en el papel central; es pluriempleado en Les aventures de Robert Macaire y en Maupras, ambos títulos rodados por el mismo Epstein en 1925-26; corre con la puesta en escena –curiosa experiencia- del Retablo de Maese Pedro de Falla en Ámsterdam y, ya en 1927, trabaja de ayudante en una película de Josephine Baker, La sirena del Trópico, [17] envía críticas a La Gaceta Literaria de Giménez Caballero, escribe en un velador del café Montparnasse su Hamlet, tragedia cómica, bosqueja un guión sobre la figura de Goya, con miras a las próximas celebraciones en Zaragoza del centenario de la muerte del pintor, y durante un viaje a España presenta diferentes películas al equipo de la Revista de Occidente.

Son años de actividad frenética, con un fin superior: devorar etapas en la carrera hacia el triunfo. Sigue actuando de ayudante en films de Germaine Dulac, del maestro Epstein –trabaja con él nada menos que en El hundimiento de la casa Usher, [18] sobre Allan Poe-, y planea con su admirado Ramón el rodaje de una ópera prima, proyecto desbaratado por Dalí durante las vacaciones navideñas de 1928, y sustituido por Le chien andalou, como ya se ha dicho.

Probablemente no ha habido en el campo cinematográfico debut más sonado que el de Buñuel, sólo comparable, en términos creativos, al de Orson Welles con Citizen Kane en el Hollywood inmediatamente anterior a la segunda guerra mundial. El escándalo que siguió al estreno parisino de Le chien –el 6 de junio de 1929 en Le Studio des Ursulines-, habría de conducirle en volandas al exigente grupo surrealista, capitaneado por Breton y Aragon. Se desbordan los comentarios, los aplausos y los insultos. En Madrid, proyectado por primera vez en el cine Royalty, Giménez Caballero llega a presentarlo como “una desesperada llamada al crimen”.

Jean Cocteau introduce a Buñuel en el particular –hoy diríamos exclusivo- reino de los barones de Noailles, que inmediatamente le acogen en su corte y acuerdan producir el proyecto siguiente de este nuevo “enfant terrible espagnol”, habiendo sido Picasso el anterior. Vuelven a trabajar juntos el aragonés y el catalán, éste sometido ya a la influencia de su futura Gala, a quien es tradición que Buñuel intentó estrangular en Cadaqués. Y L’age d’or aun antes de estrenarse, le vale al primero un pasaporte para el ansiado Hollywood, bajo contrato como director francés por el casi omnímodo Irving Thalberg, de la Metro Goldwyn Mayer.

Pero hasta California llega el eco del nuevo escándalo parisino ante esa segunda película. Cinco días después de darse a conocer públicamente en la sala Studio 28, comisarios de Action Française –cuyo radicalismo habría de ser recreado por Buñuel treinta y cuatro años después-, [19] en connivencia con representantes de la Liga Anti-judía, destrozan el local. Y las críticas, los aplausos y los insultos vuelven a llover, ahora en la distancia, sobre el director

Thalberg no sabe qué hacer con asalariado tan conflictivo, quien durante seis meses vaga por los platós de la Metro, curioseando rodajes ajenos, hasta que Greta Garbo le expulsa de uno suyo. [20] A partir de entonces, el aragonés sólo se acerca a los estudios de Culver City para cobrar el sueldo especificado en el contrato: doscientos cincuenta dólares a la semana. Por no tenerlo mano sobre mano, Thalberg le llama para que, como español, eche una ojeada a la actuación de Lili Damita en un film de ambiente hispano. Pero Buñuel se niega, pretextando que está allí como realizador francés. “Además –añade-, no me da la gana asesorar a una puta”. [21] Es el final del primer capítulo hollywoodiense de Buñuel. A través de Frank Davies, supervisor del departamento de producciones en español, Thalberg le devuelve a Europa y, ya en París, el aragonés toma un taxi cuando la República española apenas cuenta con veinticuatro horas de vida –no con un año más, como el inefable Carriére anotara en el susodicho Soupir- para presentarse en Zaragoza y seguir viaje a Madrid. Asiste a un mitin anarco sindicalista en la plaza de toros, y al día siguiente vuelve a Francia donde ocasionalmente se incorpora a los rodajes de las versiones hispanas que, por aquella época, se realizan en los estudios de Joinville, bajo el control del escritor canario Claudio de la Torre.

Pero la alegría dura poco en casa del pobre, y tras los primeros momentos de entusiasmo popular, comienzan los incidentes que habrían de desembocar, al cabo de cinco años, en la infausta guerra civil. El 11 de mayo, veintitantos días después del cambio de régimen, se produce la quema de conventos en Madrid y, en pleno arrebato republicano y surrealista, Buñuel propone a Breton volver juntos a España para incendiar, además, el Museo del Prado. De paso, destruirían el negativo de L’age d’or. “Así eran los surrealistas”, escribió Max Aub con desdén y cierto deslumbramiento, [22] refiriéndose sin duda a otra quema, la llevada a cabo por Louis Aragon del manuscrito de su novela La defense de l’infini, precisamente en un hotel de la madrileña Puerta del Sol, en 1928.

Breton, futuro autor de L’amour fou, [23] debió sentir al escuchar a Buñuel un escalofrío similar al que embargara a Chaplin durante la famosa Nochebuena en casa de Tono, aun cuando consiguiera hacerle desistir de tan radicales propósitos. Propósitos que hoy han de parecernos de dudosa sinceridad, por lo menos.

El prestigio de Buñuel en París se ha consolidado, entre tanto. La también exclusiva reunión de 1932 en el castillo de Hyères, propiedad de los Noailles, con la crema de la sociedad intelectual de entreguerras –santones como Giacometti, Desormieres, Poulenc, Christian Berard, Auric, Markevitch, Pierre Colle, Henri Sauguet o Igor Stravinski- viene a confirmarlo. Y surge la posibilidad de realizar un nuevo film, tan violento, mordaz y surrealista como los anteriores, aunque en apariencia perteneciera al género documental: Las Hurdes. [24]

Vuelve a España para preparar el rodaje y, una semana antes de su comienzo, el 10 de abril de aquel mismo año decide darse de baja en el Ateneo. La gran universidad libre de España, según lo bautizara Francisco Giner de los Ríos, no significaba ya ninguna plataforma para el de Calanda, abandonado de una vez por todas el proyecto literario y en trance de convertirse en figura universal del recién bautizado Séptimo Arte.

La rebelión del ejército español en julio de 1936 pareció dar definitivamente al traste con tales perspectivas pero, por fortuna, sólo vino a suponer en el arto profesional del director un episodio de extrema dificultad, pese a la inmensa tragedia que conllevaba. Y el premio del Festival de Cannes, en 1951, a su film mexicano Los olvidados, tras un largo paréntesis de trabajos más o menos oscuros en Nueva York, Los Ángeles y México DF, vendría a significar la resurrección del ave fénix, tras haber sido el nombre del aragonés poco menos que arrumbado, o constituir una simple nota en el enloquecido periodo de la vanguardia europea de los veinte. En el día de San Isidro de 1996, cuando la actriz Verónica Forqué –hija de otro afamado director aragonés, por cierto- hiciera entrega solemne del cuadro del pintor José Luis de Palacio donado por EGEDA [25] para que engrosara la formidable colección de retratos de ateneístas ilustres, no faltó quien manifestase sorpresa y hasta cierto reparo en cuanto a la inclusión de Buñuel en tal galería.

Y es que, a fin de cuentas, se trataba de un socio ignoto.



[1] Hoy parece definitivamente establecido que ingresó en el PCE durante la primavera de 1932, quizá a la vuelta del rodaje de Las Hurdes o justo antes de su inicio. Lo confirma una carta del propio Buñuel al máximo preboste del movimiento surrealista, André Breton, con fecha 6 de mayo de aquel año, aparecida en la Biblioteca Nacional, de París. Sigue sin saberse, no obstante, cuándo causó baja en el mismo, si es que lo hizo ya que no siempre era cumplida tal formalidad.

[2] Jeanne Rucar: Memorias de una mujer sin piano, Madrid, Alianza Editorial, 1995.

[3] Entrevista concedida a Jesús Ruiz Mantilla en El País el 7 de mayo de 2004.

[4] Referencia a la relevante obra del profesor Agustín Sánchez Vidal Buñuel, Lorca, Dalí: el enigma sin fin. Barcelona, Editorial Planeta, 1996.

[5] Inaugurada con la asistencia de la entonces ministra de Cultura, Pilar del Castillo, y de Rafael Buñuel el 28 de mayo de 2003.

[6] Cuando cumplió cien años –el día 13 de mayo de 2004- Bello fue homenajeado en la Residencia de Estudiantes con unas jornadas –celebradas del 18 al 20 del mismo mes- en las que participaron los profesores e historiadores: Ferrán Alberich, Román Gubern, Juan José Lahuerta, Ricard Más Peinado, C. Brian Morris, Agustín Sánchez Vidal y Andrés Soria Olmedo.

[7] En su admirable descripción de la capital durante los primeros años treinta. Madrid, el advenimiento de la República. Madrid, Alianza Editorial, 1986.

[8] El primero aparece en una relación de socios sin mayor precisión, mientras que Moreno Villa consta que ingresó el 1 de septiembre de 1913, causando baja el 1 de octubre de 1920.

[9] Con fecha 3 de junio de 1925.

[10] En Conversaciones con Luis Buñuel, Madrid, Editorial Aguilar, 1985.

[11] Buñuel le emplearía como traductor en los estudios de doblaje de la Warner, de Hollywood, mediados los años cuarenta.

[12] Libro de memorias (Robert Laffont, París, 1982), dictado por el director a su guionista Jean-Claude Carrière y traducido en España como Mi último suspiro, Barcelona, Plaza & Janés, 1982

[13] Recogido en la citada obra de Max Aub.

[14] Introducción y notas a Luis Buñuel. Obra literaria, Zaragoza, Editorial Heraldo de Aragón, 1982.

[15] Don Pablo de Azcárte, catedrático de Derecho en distintas universidades, alcanzaría el puesto de secretario general adjunto de la Sociedad de Naciones en 1933.

[16] Der Müde Tod, Fritz Lang, 1921.

[17] La siréne des Tropiques, Henri Etiévant/Mario Nalpas, 1927.

[18] La chute de la maison Usher, Jean Epstein, 1928.

[19] En el film Le journal d’une femme de chambre, 1964.

[20] Seguramente, del de Susan Lenox: Her Fall and Rise, Robert Z. Leonard, 1931.

[21] Habida cuenta de que esta actriz de origen francés no hizo otra película con MGM, cabe suponer que se trataba de The Bridge of San Luis Rey, primera versión de la novela de Thornton Wilder, ambientada en un Perú dieciochesco. Se había rodado muda el año anterior pero el estudio decidió añadirle alguna sonorización a posteriori, práctica corriente para no excluir un costoso producto de la imparable carrera del cine hablado. Y su director, el mediocre Charles Brabin, hubo de aceptar la componenda. Por otra parte –lo cual aliviaría sólo en cierta medida el exabrupto de Buñuel-, Lili Damita, futura esposa de Errol Flynn, gozaba fama de mujer sentimentalmente ajetreada.

[22] Max Aub, en la obra citada.

[23] París, Editorial Gallimard, 1937.

[24] Título alternativo: Tierra sin pan.

[25] Verónica, hija de José María Forqué. EGEDA: siglas de Entidad de Gestión de Derechos Audiovisuales.

Escrito en Lecturas Turia por José Luis Borau

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