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Configurar sentido ascendente

Cuando la tierra del exilio son las palabras, cuando el amor surge, ingrávido, sin pisar firme porque brota en el aire, en ese pasillo un tanto opresivo que conforman los aviones. Allí la lengua, la que besa, que la lame, la que apura, y la otra, la que construye, la que nomina el mundo. Álex y Sara transitan por esta otredad, física, lingüística, cultural, conociendo en el entretanto la enfermedad, la pasión, la voluntad de construir un territorio común. El resultado, “Geografía de la lengua” (Comba), de la escritora Andrea Jeftanovic (Santiago de Chile, 1970).

 

- ¿De qué modo las diferencias culturales operan a favor del amor y cuándo comienzan a convertirse en un obstáculo? 

- Frente a esta pregunta resuena en mí esta frase que está en alguna parte de la novela: “Si no nos vemos más comenzaremos a inventar emociones sintéticas”, porque de algún modo quise explorar la idea del «extranjero», pero de un modo más simbólico en tanto el otro siempre es un extraño, es un punto ciego. Acá se juega con la idea de no compartir lengua y territorio, pero, como digo, está la idea de que en toda relación hay palabras no traducibles, la omisión, la incomprensión. Y también pensar quién es el extraño, el extranjero, la condición de extranjería en un mundo abierto y en permanente conflicto. Y, claro, siempre una historia íntima, se busca su expresión y también apunta al sentido de la traducción, de generar un lenguaje común. Toda relación cercana es el recorrido de una negociación con el otro, con lo diferente, el camino en la creación de un terreno común, capaz de reconciliar dos universos distintos.

Además, quise explorar la «mediación» que puede existir en la pareja, quizás en toda relación íntima, porque desde la carta, la relación entre dos personas está mediada, distanciada, idealizada y confrontada a través de una serie de ideas, orígenes, expectativas. Ahora, con otros medios y tecnologías, se impone otro ritmo, otra velocidad, un espacio intangible, una permanente creación de archivos inmediatos (frases, imágenes, etc.,) que reemplazan la ausencia del otro que siempre está en fuga. Entonces, por qué no pensar eso con un ritmo narrativo acelerado y en la reiteración, de estructuras sintácticas que subrayan la obsesión por el paso del tiempo y la pérdida y la distancia con otro.

La alucinación por el decir, por la pérdida de la palabra, del lenguaje y la sustitución del encuentro por el texto en la pantalla. Pienso en frases como ésta: “Besos que ni siquiera eran besos de tan nerviosos, de tan rápido. Su historia en ciudades extranjeras. Travesías incomprensibles en una mañana de esquinas. Cómo desandar la propia historia. El derecho a la fatiga. Lo que se dice, lo que no se dice. Lo que se hace, lo que no se hace. Lo que se deja de hacer, lo que se reconoce que no se está haciendo”.

 

- ¿Hasta qué punto, como sucede en la novela, el contexto sociopolítico puede influir en los avatares de una historia de amor?

- En esta historia imaginé el cuerpo de una pareja como un campo de batalla en el que se cruzaban las tensiones geopolíticas y quería imaginar cómo eso repercutía en sus emociones, en su lenguaje corporal y emocional. Cómo se manejan los miedos en la atracción. Establecer ese itinerario del viaje norte a sur, de oriente a occidente, el viaje a través de las culturas, el viaje a través del de los atentados a civiles castigando a los viajeros comunes impulsados, en esta historia, por la energía de la pasión y cruzados por tánatos. Porque también hay una segunda parte de la novela que problematiza el lenguaje médico, el lenguaje económico. Y al mismo tiempo, cómo imaginar un romance sin gramática ni familias ni amigos en común.  ¿Es posible existir sin tal contexto?

 

“Los celos, el amor, el deseo, son verdaderas puestas en escena en nuestra mente” 

- Da la sensación de que la historia de amor, en realidad, es una especie de MacGuffin para hablar sobre ciertas cuestiones políticas…

- Diría que es algo más polisémico, porque sí tenía la intención de reflexionar sobre las relaciones de pareja, de la imaginación de otro, de la máquina ficcional que despliega cuando estamos enamorándonos de otro, de otra. Los celos, el amor, el deseo, son verdaderas puestas en escena en nuestra mente. También es ingenuo pensar que, en nuestra dimensión amorosa, no somos cruzados por los conflictos exteriores que nos circundan, nos cruzan sin darnos cuenta, tomando forma de miedo, prejuicios. Parafraseando la película de Sofía Coppola, siempre estamos perdidos en la traducción, como está en la escena: dos desconocidos se encuentran en un aeropuerto y se dan un beso. “No un beso cualquiera. Un beso en la sala de espera. Un segundo beso en la puerta de embarque de un vuelo de conexión. Me besó sin entender bien lo que decía ni las preguntas que intentaba hilar en su idioma”.

Es el cuerpo de los viajeros que se desplaza, el cuerpo enfermo que se deteriora. También quise trabajar la relación de pareja, dos personas que se encuentran y se dedican a satisfacer lo que ese otro provoca, que es deseo, claro, pero también miedo, sospecha, jerarquía, dominación, intimidad, complicidad.  Por eso me resultaba apropiada la polisemia del término «lengua» como campo lingüístico y cultural (el idioma), y como un órgano físico que sirve para la comunicación verbal y erótica.

Y, por supuesto, un libro siempre tiene algo de homenaje tímido y tartamudo, el mío es hacia el guion-libro-película Hiroshima Mon Amour, de Margarite Duras/Alain Renais, hacia Marcas de nacimiento, de Nancy Huston, al decálogo cinematográfico de Kristof Kieslowski, en especial, la que se titula Amarás a Dios sobre todas las cosas, que expone dos racionalidades en torno al resquebrajamiento del hielo del lago de la ciudad.

 

“Somos efímeros, el atentado al clic de la tecla del celular o la guerra puede arrasar con todo a su paso” 

- A la obsesión por el tiempo se añadiría, por tanto, la cuestión que se relaciona directamente con el siguiente punto de nuestro análisis: Álex y Sara se conocen en un avión, es decir (o podríamos decirlo), un no lugar, según la denominación de Marc Augé. ¿Cómo reapropiarnos de esos espacios en los que no se espera que nada importante suceda? Para que un libro no se convierta en un no-lugar, ¿qué se requiere? “No hay silencio en los hospitales”. ¿Sí en la escritura?

- Escuchar el silencio en la escritura es algo absolutamente necesario; el silencio no está sólo en los puntos suspensivos (…), está en cada frase de un modo signado, en la elipsis que son saltos de tiempo o trama, pero también en eso no dicho, lo que está al otro lado del espejo. Del cuerpo, la lengua-molusco, anatómica y visceral, del cuerpo también la lengua, conceptual y sonora.  Las lenguas, la doble lengua del beso, la doble lengua del habla que se anuda en espiral. La revisión de lo amoroso se transforma en un pretexto para hacer confluir discursos lingüísticos, emocionales, históricos, geopolíticos y biológicos, creando un palimpsesto de sentidos.

Las dos historias tramadas dentro del texto no corren paralelas, sino que se superponen, una contiene a la otra, una es una metáfora de la otra. Somos fronteras, efímeros, el serpenteo del petróleo, el atentado al clic de la tecla del celular o la guerra puede arrasar con todo a su paso.

 

“Los recuerdos heredados son algo como un sistema eléctrico que enciende y apaga tu cerebro de modos misteriosos” 

- ¿Cómo nos condicionan los recuerdos heredados? La infancia ¿domina siempre la adultez, como un niño vengativo? ¿Por qué decidió que los protagonistas narraran la historia pasando de una voz a otra sin aviso previo para el lector?

- Diría que los recuerdos heredados son algo como un sistema eléctrico que enciende y apaga tu cerebro de modos misteriosos. Me ha interesado especialmente los recursos posnémicos, esos que uno no podría recordar porque no los vivió, pero de una forma y otra nos afectan, se hilan inclusos y arbitrarios de generación en generación. Son un prisma interno que nos condiciona a mirar de una forma particular, adquieren formas que se contaminan de otras sensibilidades y momentos de la historia. Son verdaderos agujeros negros en nuestras biografías que se asoman entre la incertidumbre y un aparente vacío y la oscuridad. Nos llevan a intentar descifrar ese pasado difuso, del cual solo quedan algunas certezas que persiguen como rastros que permitan crear memoria por medio del ensamblaje de diversos eventos y hallazgos. En ambos casos se hace imposible acceder al momento de los hechos históricos y familiares y comprobar de manera tangible su existencia; solo queda intentar predecir, teorizar y crear imaginarios para definir una memoria o bien evaluar los efectos que esas omisiones o traumas dejan en la subjetividad de los personajes.

 

*Fotografía de Julia Toro.

Escrito en Sólo Digital Turia por Esther Peñas

Otra (Tránsito) es un aullido de quien no se sostiene pero juega a intentarlo, sorteando los convencionalismo de una sociedad que condena a las mujeres descarriadas que, como Mónica, la protagonista, emplea los tragos de alcohol como cayado anímico. Su autora, Natalia Carrero (Barcelona, 1970) se adentra de nuevo en la inagotable naturaleza de los personajes rotos, orillados, los que quedan de puntillas en los arrabales del sistema.

 

“La enfermedad incurable es la propia vida”

 - ¿El mundo es una enfermedad incurable?

- El mundo es una enfermedad peor que incurable, pero es el mundo que tenemos y, por otra parte, el mundo también es capaz de denostar la enfermedad cuando la enfermedad es intrínseca a la vida misma. La enfermedad incurable es la propia vida. 

- ¿Cuánto de una misma y cuánto de otra u otras hay cuando se escribe?

- Tanto como la distancia que se decida adoptar, o que a veces ni se decide. En mi caso, me dejo llevar mucho por las demandas de la propia escritura. Son las demandas de mis inquietudes vitales y como escritora las que lo deciden. En este caso, hay mucho. Pero no importa tanto la cantidad sino que haya, en cualquier caso, un componente de verdad.

 

“Me doy licencia para jugar, para jugar a lo literario, para jugar bien” 

- Destaca de tu escritura lo libérrimo de la misma, y el punto lúdico que no rebaja, en ningún caso, la intensidad y crítica. ¿Debe de haber límites a la hora de escribir?

- Me gusta que digas que lo lúdico no va en detrimento de lo serio; lo libérrimo es un hallazgo y una necesidad para escribir y articular este tipo de ideas sobre abismos que me propongo representar, porque tengo que tirar por sitios, por lugares no comunes, me voy mucho a la rareza y lo extraño para mí misma, y en esa extrañeza hay una libertad que es la que quiero, la que necesito, la que me permite navegar en las palabras. De ahí me sale el juego y me doy licencia para jugar, para jugar a lo literario, para jugar bien. 

- Hay ciertas constantes en tu escritura: la insubordinación a la narrativa clásica, cierta tendencia al caos, un determinado fluir de conciencia, rasgos temáticos que terminan por brotar (como la incomunicación o el aplastamiento del sistema). Un escritor, ¿escribe siempre desde sus obsesiones?

- Me gustaría responderte que no, que un buen escritor no debe hablar de sus obsesiones, sino tener los pies en la realidad con toda su complejidad y moralidad, darse cuenta del cuadro completo; por eso no me considero una buena escritora, porque estoy atravesada por mis obsesiones, pero las condiciones de cada escritor son diferentes y las mías, por las prisas del tiempo, son las que son. Me moriré antes de hacer una novela que no hable de ellas, aunque si escribiera una novela dickensiana también recogería mis obsesiones, pero no sólo. 

- En qué casos, de haberlos, conviene ocultar parte de nosotros incluso a nuestra pareja, como hace Mónica con su secreto.

- No lo tengo claro… En teoría convendría no ocultar ningún secreto, pero en la narrativa me funcionaba lo contrario. Es mucho más dura la realidad, claro, en la vida habría que afrontar que quedara al descubierto todo, lo bueno y malo, lo bicolor y lo tricolor, el abismo y sus entrañas.

 

“Me gusta creer que la literatura ayuda a la vida, que es esa tabla de salvación” 

- Durante la pandemia, el entonces ministro de Cultura  José Manuel Rodríguez Uribes afirmó que “primero la vida y luego, el cine”. La literatura ¿es vida, supone vivir menos, como dicen algunos, la prolonga, se puede vivir sin arte?

- En Soy una caja, una de mis anteriores novelas, hablo de eso. Trata de una joven que no puede soportar la vida y se aferra a la escritura como tabla de salvación; ese debate vida/literatura es interesante. Desde luego, a nivel experiencia primero es la vida, salvar vidas, hacer algo útil de verdad, hacer trabajos de verdad. Luego, la literatura, y vamos a quitar de en medio la cultura de la banalidad. Me gusta creer, aunque me equivocase, que la literatura ayuda a la vida, que es esa tabla de salvación. Algo que se dice mucho entre los escritores es que lo que sirve para escribir sirve para vivir; además, en los peores momentos, existe el consuelo de la literatura. Son dos cosas que se complementan, sin perder de vista que la literatura no es una entidad viviente que nos ayude a hacer algo concreto, no fabrica pan. 

- Carmen Martín Gaite decía que no se trata de “vivir para contarlo” sino de “vivir, y después contarlo”…

- Exacto, nombrar la experiencia, como decía Simone Weil es poner palabras a lo vivido. Cuando se hacen demasiados artificios literariamente falta vida, observación y atención; no se trata de vivir cosas intensas o dolorosas pero sí de vivir con atención y contemplación. 

- ¿En qué momento la línea limítrofe que separa el consumo saludable del alcohol del abuso comienza a desdibujarse?

- Diría que es muy fácil pasar al otro lado y cuando se pasa ya todo es lo mismo, es una zona como la intersección entre la consciencia y la inconsciencia, y explorar esa zona resulta apasionante, es una zona intermedia donde no hay distinción entre lo vivo y lo muerto, entre el día y la noche, lo sano y lo enfermo, donde se junta la pasión máxima. 

- ¿Es más fácil distinguir esa zona en la literatura que en la vida? ¿Cuándo uno se pasa de listo escribiendo?

- Para escribir bien tienes que haberlo observado y atendido bien, puedes haber habitado esa zona de la que hablamos y haberle prestado atención, pero puedes no ser capaz de escribirlo.

 

“Todo merece ser contado, hasta cómo una tortuga cruza la carretera” 

- ¿Cómo se sabe qué cosas de la vida se pueden convertir en materia literaria?

- Todo merece ser contado, hasta cómo una tortuga cruza la carretera, como hace Steinbeck en Las uvas de la vida, una novela de humanidad atroz, sociológica, de género, en donde cuenta eso mismo porque también es vida, todo es material para la artesanía literaria si está bien hecha y hecha desde una observación para conocer qué es eso y tratar de comprenderlo, o al menos respetarlo. 

- ¿Cuánto de ebriedad tiene la escritura?

- Mucho, pero también de sobriedad, y me interesa esa escritura que mezcla, que juega a la alquimia, a lo mutable, donde se producen procesos, vertiendo sobriedades y ebriedades, moviendo lo lúdico, haciendo armonías y desarmonías. 

- Esa transmutación no sucede en el ochenta por ciento de los libros que se publican, la mayoría complacientes y cómodos… ¿Por qué la buena literatura no llega al público de masas?

- Quien escribe hoy tomándose en serio la escritura no está queriendo apartarse y formar minoría, al contrario, trata de acercarse; pero se publica tanto producto de mercado, escrito por y para el mercado, sin intención literaria, que produce un serio problema de acceso. Lo minoritario no vende y se genera esta falla en la interlocución, aunque por suerte siempre habrá quien nos lea. Pero no, la literatura no llega a todas partes. 

- ¿Tiene que ver el hecho de que la propia obra ha sido desplazada en importancia por la figura del autor, que se ha convertido en una especie de marca o franquicia?

- Hay unas egolatrías muy desproporcionadas, la cuestión es si quieres ser escritor porque te gusta escribir o por el postureo, porque quieres una imagen de lo que crees que es un escritor; esa gente ha hecho personaje de sí mismos, se preocupan de sus propias promociones y son ellos materia de escritura, tienden a autofagocitarse, sin recordar que somos materiales fungibles. Si tus materiales de escritura comienzan y terminan en tu selfie, ¿cuál es el recorrido de lo que me vas a narras? No hay narración posible. 

- Donde sí que hay mucha narración y mucho relato en el ámbito de la política, porque ambas palabras aparecen en los discursos cada vez con más asiduidad…

- Es inquietante, y al mismo tiempo se mezcla todo, lugares comunes para el discurso hegemónico, que da consignas fáciles para que todos nos entendamos y estemos de acuerdo; olvidan que no todos queremos una misma narrativa, que queremos discusión, y matices, y conversaciones más interesantes y complejas. 

- En sus libros, ¿cuánto de Diarios de una borracha, el diario de la protagonista, hay, es decir cuánta puesta en abismo?

- Es muy vivencial, se puede decir, mucho, y por eso no puedo negar que, al publicarse, sintiese un poco de pudor. 

- Pudor que se vence…

- Afrontándolo, que tampoco es para tanto. Y que hay cosas peores; al fin y al cabo, somos una clase media que hacemos lo que nos da la gana, con cierto compromiso de hacerlo bien.

 

Me detengo en esa temática que siempre aparece en sus historias, ese sutil aplastamiento al individuo por parte del sistema. Apenas hay reflejo en la literatura de hoy de la lucha de clases, cuando sigue siendo la enjundia del problema, el binomio fracasados y poderosos, y quién sostiene la cuerda a cada lado…

- Empleamos este lenguaje porque el nudo gordiano es el conflicto comunicativo, a un lado están los poderosos y al otro, otros poderosos, pero hay quien queda fuera. Utilizo esos términos simplistas en mis novelas, así que el único triunfo sería el triunfo del discurso narrativo imprevisible, romper la sintaxis de la propia novela.

 

En esa angostura que provoca el sistema, ¿qué margen de libertad tenemos?

- Hay muy poco margen. A lo que llamamos libertad no lo es, ese discurso buenista de «te lo mereces», «puedes hacerlo si realmente lo deseas», etc. nos atrapa, como estamos atrapados por los datos y el algoritmo. Las instancias libres están en los hackers y en las sombras del sistema, en los que no entran en esta interlocución.

 

¿Ha afectado la corrección política a la escritura?

- Puedo decirte que yo me he recortado mucho, quería ser incómoda pero no por mucho rato; de alguna manera sigo teniendo autocensura o autocancelación, la época me pesa al escribir, me gustaría tener más fuerza y ser más bestia.

 

¿Qué te lo impide?

- Yo misma, mis tensiones a la hora de escribir. Termino y siempre pienso: «Qué poco he hecho». La literatura debe de ser algo que incomode a la gente, porque está hecha con fisuras y restos del naufragio.

 

¿De veras no hay nada peor que una mujer alcohólica, como se afirma en la novela?

- Esto es lo que diría la sociedad ahora mismo, esta sociedad patriarcal, con su discurso misógino. Las mujeres, en general, han sido las perdedoras y las intoxicadas y drogadictas son las perdidas, por eso las defiendo.

 

Si Mónica hubiera tenido un interlocutor, alguien que la escuchara y al que fuera capaz de contarse, ¿hubiera cambiado su historia?

- Sí, Mónica es producto de una época dominada por el discurso hetero-cis-normativo, todo lo que se saliese de esa norma es censurado. Si trajésemos a día de hoy a Mónica hubiera encontrado otras interlocutoras, no hubiese tenido tanta zona de silencio consigo misma.

 

El Chat GPT ¿pone en entredicho la creación?

- Prefiero las novelas hechas por una inteligencia donde todo sea natural y nada artificial; no lo veo como una amenaza, nos lo podemos tomar, incluso, como un aliciente para escribir mejor. La inteligencia artificial nunca hará las cosas que un escritor puede hacer con el lenguaje.

 

Asimov confesaba tener demasiada fe en la estupidez humana como para amedrentarse por la inteligencia artificial…

- Exacto. Por ejemplo, el idiotismo, el lenguaje disfuncional, terminan siendo inatrapables, mientras que las frases bonitas y peripuestas, planas, vacías, están atrapadas en sí mismas. Se llama límite.

 

¿Quiénes forman la estirpe de escritores de los que te consideras parte?

- Nombro a Virginia Woolf, a Martín Gaite, a Belén Gopegui, te nombro a ti… por supuesto a Simone Weil, Hebe Uhart…

 

¿Un libro que te haya conmovido últimamente?

- Todos deberíamos romper, de Marta Gordo; habla de un extrañamiento, de una situación personal que resulta, en su conjunto, sociológica.

Escrito en Sólo Digital Turia por Esther Peñas

Fenomenología de la pregunta

27 de octubre de 2023 14:30:39 CEST

Tomarse el trabajo de responder una pregunta es más significativo que el de la formulación de la propia pregunta. Ciertamente, la pregunta manifiesta por sí misma una solicitud. Solicita un esfuerzo por ser respondida. Una pregunta no consiste en preguntar y quedarse simplemente sin respuesta o dejar la pregunta abierta. Es mucho más absorbente responder una pregunta que estar siendo preguntado continuadamente de un modo reiterativo, sin ningún respiro, para una posible y remota respuesta a alguna o ninguna de ellas. Ser preguntón tampoco es una actitud acertada. El diálogo o comercio entre pregunta y respuesta se ha de dar en el caso de la una para la otra— secuencialmente— hasta invertir los polos de ambas. De manera que la importancia de la pregunta y la respuesta vaya alternando en uno y otro polo a modo de comercio entre las partes interesadas en una transacción, desnudándose la una para la otra, cual juego entre amantes, en el que todo acaba por responderse por sí mismo, ajustado todo ello por el resultado al que, en primera y última instancia, toda la pregunta en su totalidad remitiría (y presumiblemente no se dará el diálogo entre pregunta y respuesta cuando dejemos de preguntar. Sin embargo, las preguntas también pueden ser infinitas o ser sucedidas una tras otra de un modo indefinido).

Por lo tanto, el acto de responder una pregunta es más significativo que el de la mera interrogación.

En primer lugar, uno no pregunta y ya, y se queda como estaba. En toda pregunta hay una respuesta implícita que requiere ser manifestada, y puede incluso que el que la formula no sepa que hay un indicio de por dónde comenzar a elaborar la respuesta desde su preguntar.

Preguntar supone ante todo el final de un recorrido, un alto en el camino, desde el que se vislumbra una posible continuación del mismo pero que no puede continuarse a menos que respondamos a la pregunta traída a colación y continuemos así con la natural marcha del discurso.

La inversión entre pregunta y respuesta es la siguiente: la pregunta atrae a cualquier posible respuesta y que trate de compensarla, y da una muestra parcial de su pasado discursivo hasta ese preciso instante interrogativo. La respuesta, por su parte (en caso de darse), promete un futuro y natural desenvolvimiento de la pregunta ávida de respuesta y que, por consiguiente, desencadena más discurso. Sin esa respuesta válida a ese discurso que continúa –y que por el momento no ha encontrado otro modo de discurrir que no sea a través de la neutralización sistemática de la pregunta formulada— no habrá más juego discursivo con el que tratar de responder la impertérrita y petrificada pregunta. Todo ello ocasionado por no encontrarse con los precisos y apropiados recursos lingüísticos con los que auspiciar, acoger y, sobre todo, articular con justicia por qué incurrir en ese preguntar y por qué hacer esa pregunta en concreto y no otra cualquiera que bien podría no haber anulado, hasta ahora, todo lo discurrido hasta ese preciso momento interrogativo. 

Ahora bien, a la hora de formular una pregunta, ha de desarrollarse una posible respuesta que venga de la propia pregunta dada. Toda pregunta contiene o implica una respuesta aún por formular; aún por darse desde su preguntar. Conscientes de tal posibilidad, una pregunta ya hecha y pertinentemente elaborada manifiesta de un modo tácito una respuesta. Toda respuesta arrastra consigo misma, por consiguiente, una pregunta que está siendo respondida. Si la pregunta se puede hacer, entonces la respuesta es también posible de ofrecer. Toda pregunta bien hecha y coherente con el sentido proposicional del discurso que la engendra —el cual es acorde con el sentido congruente e histórico de la realidad— puede ser respondida en un ulterior discurso, con las palabras precisas para la pregunta en cuestión.

Toda pregunta incuba, por lo pronto, su propia respuesta. Y toda respuesta proyecta en el futuro discursivo del hablante más preguntas que, poco a poco, habrán de ir siendo respondidas o, por el contrario, ser rotuladas como indecidibles, y sortearlas mediante un rodeo que las evite, y mostrar otras vías discursivas para continuar con la exposición del restante discurso aún por acontecer. Esas vías (tanto para responder a la pregunta como para sortearla) suelen ser la respuesta fáctica de la historia acontecida y epistémica de lo Real.

Querer mostrar un discurso es propio de los que necesitan medios específicos de expresión de sus ideas. Estas expresiones encuentran habitualmente una canalización a través de la problematización de lo Real por medio de preguntas, y un modo de expresar una interioridad individual hacia un común conjunto de cosas que se manifiestan a modo de preguntas todavía sin respuesta.

Sin embargo, no es necesario hacer una pregunta tras otra con tal de desentrañar lo Real en un sondeo historiográfico hasta el origen de la causa que suscita ése preguntar. Es preciso, por el contrario, preguntar por lo fundamental, lo cual se convierte en la pregunta definitiva. La pregunta digna de hacerse. La primera y última labor por la que vale la pena preguntar.

La pregunta que importa y que eventualmente es pensada y meditada por algunos es la pregunta digna. La pregunta verdadera, y cuya respuesta desvelaría el carácter verdadero del asunto abordado, sondeando hasta su origen no únicamente el motivo de por qué la hacemos, sino por qué preguntamos con la naturalidad que caracteriza al ser humano (y también por qué proyectamos preguntas entre nosotros mismos).

Ciertamente, el ser humano es el único lugar histórico del acontecer del Ser que puede albergar preguntas. Aquellas preguntas que se hace son categóricamente para él y no de dominio de ninguna otra especie. La especie que pregunta y que responde es la del ser humano. El ser humano, por lo tanto, es el único que puede formular y responder sus propias preguntas. Las preguntas son exclusivamente de dominio humano y de nada más. No hay un quién fuera de la especie humana que pueda responder sus interrogantes.

Luego, lo interrogativo es el común elemento del ser humano. Un lugar donde proyectarse a sí mismo dentro de una esfera de habitabilidad. Una habitabilidad sustentada por preguntas e interrogantes que someten su raciocinio al dominio del ser humano sobre sí mismo. Posteriormente puede ocurrir que las preguntas le lleven de un lugar a otro, pero en primer lugar son para dominarse psicofísicamente dentro de las esferas de supervivencia y de habitabilidad. O de dominar a especies que ladran, relinchan, balan, maúllan, mugen, barritan, trinan, ululan, croan, rebuznan o cacarean… pero que no preguntan. Tan incapacitante es el silencio de tales especies que no les queda otra que sustituir su mutismo inquiridor por otros sonidos que poco les valen ante el apabullante arrumbamiento de sí mismas por parte de la excepción humana sin que ningún Dios lo impida. Únicamente lo político puede hacer virar las direcciones e intentonas humanas (por parte de lo humano y su mundo administrado) y retroceder mínimamente hacia un origen que, de hecho, no ha hecho más que comenzar a modo de pregunta aún por ser respondida.

Si una pregunta es imposible de alcanzar no es porque no se haya dado como incontestable por el asunto abordado, sino porque no se ha dado con la formulación inquiridora apropiada como para desnudar y articular el lenguaje con la pertinente pregunta. El desnudo diálogo entre pregunta y respuesta solamente puede darse como forma ulterior de entendimiento, pero lo importante y lo que permanecerá lo fundan las preguntas que se desnudan ante una posible respuesta.

Cierto es que hay una gran variedad de preguntas aún por responder. Sin embargo, todas quedan incardinadas por un mismo sentido anímico que, confesadamente, habla del motivo de nuestra existencia. Esa pregunta es la explícita interrogación en torno al sentido del Ser. Su primacía destaca por encima del resto de preguntas. Una primacía que desbanca y desbarata cualquier otra pregunta que no sea esa o que remita a ella. Bien puede ser formulada de otro modo a cómo se ha estado haciendo hasta ahora, pero siempre tendrá como horizonte ontológico el desvelamiento del sentido del Ser y esa es la urgentísima labor que se propone la actitud inquiridora en estos momentos. Los múltiples modos de ser la pregunta por el sentido del Ser siempre tienen como lugar común un horizonte ontológico. Un común modo de ser más allá de la mera interrogación. Un común modo que una y otra vez remite a la dignidad filosófica y su modo de ser inquiridor.

Escrito en Sólo Digital Turia por Lucas Benet

Hacer claro lo oscuro

20 de octubre de 2023 13:46:10 CEST

No son pocos los escritores que además de poesía escriben prosa, pero quizá sí son menos los que en la prosa no se dejan llevar por sus efluvios poéticos y renuncian a alambicar sus frases con retorcidas metáforas. Por todo lo que he leído de la obra de Javier Salvago, tanto en verso como en prosa, me atrevería a decir que ninguno de sus textos llevan la mácula del esteticismo vacuo ni están  imbuidos de profusas ornamentaciones verbales cercanas al barroquismo o a expresiones abigarradas. Se diría, más bien, que en uno y otro caso, en verso y prosa, Salvago no ha abandonado nunca las dos principales señas de identidad que han caracterizado desde su primer libro toda su restante escritura, y que no son otras que la sobriedad discursiva y la sencillez en el decir. Él mismo ha escrito alguna vez, de manera lacónica y contundente, que a la hora de darle forma a las ideas de lo que se trata es de "hacer sencillo y fácil lo complejo, claro lo oscuro", cosa, todo hay que decirlo, que ya en su día Juan Ramón Jiménez juzgó como lo más conveniente para cualquier escritor que quisiera ser comprendido, pues "No se trata de decir cosas chocantes, sino de decir la verdad sencillamente, la mayor verdad y del modo más claro posible y más duradero", algo no tan difícil de ejecutar si uno no quiere caer en lo conceptuoso o en la oscura palabrería.

Nada como la nada es un libro de aforismos —el segundo en la producción textual del escritor sevillano, después de que en 2016 publicara Hablando solo por la calle— en el que sus máximas, mínimas, fragmentos y frases sueltas no pretenden complacer al lector ni tampoco darle una visión amable de la compleja realidad en la que estamos inmersos. Su título, además, remite claramente al poemario Nada importa nada (2011), donde, en uno de sus poemas, ya avisaba de la poca importancia que tiene todo. De ahí que Salvago tampoco en este libro condescienda con el buenismo o con los postulados falsamente esperanzadores que le hagan creer al lector que el mundo lo tiene todo para ser un paraíso. Lo sería, tal vez, si sobráramos nosotros, los seres humanos, que, según él, somos quienes hemos convertido un paraíso a nuestra medida en un infierno a la medida de todos. Traspasados de desilusión, pesimismo y decepción, los aforismos reunidos en este libro muestran un perfil del autor y su mundo que dejan poco lugar a las dudas o a la confusión, pues una y otra vez, página tras página, expresan una visión descarnada de la existencia, a la que prácticamente no se le concede casi ningún resquicio de exultación y de la que pareciera que no hay mejor salida para escapar de su sinsentido que desaparecer, ya que "El mundo es una manzana podrida y los gusanos somos nosotros". Resulta cuando menos curioso que este descarnamiento con que Salvago contempla actualmente la vida ya lo mostraba en su primer libro de poemas, La destrucción o el humor (1980), donde en una de sus Soledades advertía que "por esta senda, / que llaman vida, todos / vamos a tientas, / igual que un ciego. / En ceniza terminan / todos los fuegos". Pero esos fuegos en los que termina cualquier vida no son únicamente aquellos a los que nos veremos abocados todos al final de nuestra existencia, sino también esos otros (más indignos o más ruines) producidos por quienes, en lugar de hacernos la vida más placentera, menos problemática y sobre todo más verdadera, se dedican a enturbiárnosla y a falsearla con vanas promesas de felicidad: "Miente, político, los tuyos y los bobos te creerán". Lo que Salvago nos reclama es que no creamos a ningún embaucador o farsante disfrazado de bienhechor. De ahí que su mayor crítica vaya dirigida a los políticos y a quienes detentan el poder, sea este económico, religioso o incluso cultural, pues "con tanto político cínico, vamos a tener que exigir que se introduzca en el código penal el delito de insulto a la inteligencia y a la sensibilidad".

Las redes sociales, Dios, el dinero, la historia de la humanidad, también buena parte de la poesía y la cantidad de crímenes que se han cometido en el mundo en nombre de la verdad, la moral y el saber de cada época, son algunos de los temas sobre los que reiteradamente se ceba el autor de Nada como la nada, título con que ha bautizado su libro no por afán de producir una bonita eufonía, sino porque, fiel a su desencantamiento de la existencia, cree que es el locus amoenus donde mejor se puede estar: "La muerte es lo mejor que nos puede pasar. Pero eso solo lo descubrimos cuando nos morimos y ya no podemos contarlo". No sé si Salvago habrá leído a Schopenhauer, pero a tenor de su aquiescencia por el desengaño y su concepción de la vida como fuente de dolor, parece que no anda muy lejos de las tesis filosóficas del pensador alemán, quien en algún lugar de su obra manifestó que si bien en un principio todo es un frenesí de deseos y un éxtasis de placer sensual, poco después, sin embargo, llega el turno de la frustración y de la paulatina destrucción y el marchitamiento de las ilusiones. Schopenhauriano o no, el caso es que también los aforismos de Javier Salvago se prestan a una lectura anatematizadora de la vida, sin concesiones a ninguna promesa de felicidad duradera, esa "pelotita de los trileros" o esa "zanahoria con que nos engatusa la vida cuando se cansa de darnos palos". A las toneladas de ilusos o ingenuos que salen cada mañana a comerse el mundo, Salvago los manda directamente a comerse una mierda, esos "tipos con trajes caros que se levantan cada mañana muy temprano con el único afán de ganar dinero, caiga quien caiga, muera quien muera". La vida debería de ser otro afán, otra cosa. Pero ¿qué cosa, qué afán? Pudieran ser el amor o el humor o el talento o la inteligencia, pero no. Porque nada puede ya contra su desencanto. Nada, excepto la nada, que todo lo borrará como si nunca hubiera sucedido.

 

Javier Salvago, Nada como la nada, Apeadero de Aforistas, 2023.        

Escrito en Sólo Digital Turia por Ricardo Álamo

Poco se sabe del autor turolense Isidoro Villarroya y Crespo, escritor de la primera mitad del siglo XIX, pero hemos podido acceder a su expediente administrativo, su “Hoja de servicios” —que se encuentra en el Archivo del Instituto “Vega del Turia” de Teruel—, y de ella podemos extraer los datos biográficos y bibliográficos básicos que exponemos a continuación.

 

Biografía de Isidoro Villarroya y Crespo

Nace el 3 de abril de 1800 en el pueblo turolense de Corbalán y a los13 años comienza sus estudios de Gramática latina en las aulas públicas de la ciudad de Teruel. Un año después, en 1814, obtiene una beca de número en el Real y Conciliar Seminario de Teruel y cursa como seminarista interno Filosofía, y dos años de Teología escolástico-dogmática y Sagradas Escrituras. En 1824 obtiene por oposición el Magisterio de latinidad en la villa de Mora de Rubielos, y en 1827 el título de Preceptor de latinidad. Ese mismo año, es invitado por el Obispo de Teruel a desempeñar la Cátedra de Retórica y mayores del Seminario Conciliar, cargo que ejercerá durante 18 años.

En 1834 es nombrado vocal de la Junta de Instrucción primaria de la provincia de Teruel y en 1845 será comisionado por el Excelentísimo Ayuntamiento para redactar la contestación que se debía remitir a la Comisión provincial de Monumentos históricos y artísticos de dicha ciudad. También el año 1845 fue invitado, con motivo de la creación del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, a ocupar la misma Cátedra que desempeñaba en el Seminario Conciliar. En marzo de 1847 recibió el nombramiento de Catedrático de Latín y Castellano de ese mismo Instituto. En 1853 fue invitado por el Obispo de Teruel a impartir clases de griego en el Seminario, lo que hará hasta su muerte el 19 de mayo de 1855.

La práctica totalidad de sus libros los edita en Teruel, en tres Imprentas (Gimeno, García y Zarzoso), pero editará un libro, por el que es más conocido, en Valencia, en la colección del librero, editor e impresor, Mariano de Cabrerizo.

El primer texto que publica es un folleto en 16º, El Santo Via-Crucis y Dolores de María, en cuartetas y décimas (Gimeno, Teruel), en 1834. Tres años después,  en  1837, unas Lecciones de geografía (Gimeno, Teruel), en un tomo en 8º. Al año siguiente la novela histórica, Marcilla y Segura o los amantes de Teruel. Historia del siglo XIII, en dos tomos en 16º, editados por Cabrerizo en Valencia. En 1840 edita en un folleto en 16º, unas cuartetas con el título, Inventiva contra la blasfemia (Zarzoso, Teruel). Cinco años después, en 1845, publica tres libros: Baturrillo o una caravana estudiantina (Zarzoso, Teruel), en dos tomos en 16º papel marquilla, una obra satírica; y los dos libritos que a nosotros nos interesan, Las ruinas de Sagunto. Poema histórico perteneciente a la época de la dominación cartaginesa de la España Antigua (García, Teruel) y El hombre de la cueva negra o las ruinas y restauración de Sagunto, hoy Murviedro, los dos libros editados en Teruel, por la imprenta García, en dos tomos en 8º.

 

Isidoro Villarroya y el “Mito de Sagunto”

Estos dos últimos libros pueden considerarse como formando una unidad, tanto desde un punto de vista temático como de cronología referencial: los avatares de Sagunto desde su asedio y destrucción en el año 218 a. de C,  hasta su reconquista por los hermanos Escipión, Publio y Cneo Cornelio, cinco años después, en el 212 a. de C. Si bien,  ambos difieren en su género textual. Por una parte, Las ruinas…, es un largo poema épico, escrito en versos endecasílabos, con rima asonante en los versos pares (manteniendo la siguiente regularidad: los cantos I y II la rima es é o; el III y IV,  í o; el V y VI,  á o; y el VII y VIII,  é a) y en él se refieren los hechos constitutivos del “mito de Sagunto”, siguiendo las fuentes clásicas y los estudios historiográficos contemporáneos a su autor, como él mismo refiere en el prólogo y en la multitud de notas que acompañan a su texto.

Por otra parte, El hombre de la cueva negra…, es una novela en prosa, en la que el autor narra unos amores y unas peripecias ficticias, enmarcadas en el periodo siguiente a la destrucción de Sagunto hasta desembocar en la restitución de la ciudad tras su conquista por el ejército romano, si bien todo el primer capítulo, así como la totalidad el tercero, y parte del segundo y cuarto, refieren acontecimientos históricos anteriores que lo ligan con el poema épico.

Las ruinas…, es un poema de factura clásica, que sigue estrictamente el canon épico y se atiene al paradigma de la narración del mito saguntino, extrayendo su información de las fuentes clásicas (Polibio y los excerpta de Fabio Píctor, Tito Livio y Apiano), así como lo referido por otros autores, posteriores, o contemporáneos a Villarroya, y que él alude, extrayendo en sus notas citas de estos: Mariana, Isla, Masdeu, Romey o Miguel Cortés. Este último y su obra Diccionario geográfico-histórico de la España Antigua, será muy citado por Villarroya, con continuos elogios. Posiblemente, Villarroya fuese alumno del sacerdote Miguel Cortés y López, nacido en Camarena en 1776, que fue durante un tiempo Catedrático en los Seminarios de Teruel y Segorbe. Quizá, también, fuese a través de él como Villarroya publicó en la colección de Cabrerizo en Valencia, ya que por esa época estaba Cortés residiendo allí, como Chantre de su Catedral,  y debemos recordar sus ideas liberales (fue diputado en las Cortes de Cádiz y sufrió exilio político, además de un proceso inquisitorial), que lo situaban en la órbita de Cabrerizo.

El hombre de la cueva negra…, como hemos dicho más arriba, es una novela histórica, que cabría incluir, siguiendo la clasificación que propone José Ignacio Ferreras, dentro de la denominada “novela arqueológica”. Responde al modelo romántico de Victor Hugo y Walter Scott, y en ella se nos relatan los infortunios de una pareja amorosa: Lidoro y Aminta, víctimas de la violencia y el despotismo cartaginés. La obra presenta situaciones siniestras, giros inesperados y aventuras y peripecias propias de la novela romántica y sentimental.

La trama novelesca comienza con el personaje Laufitel, ciudadano de Emporion, quien  se encuentra en las cercanías de Sagunto, en el rio Idubeda,  huyendo de unos cartagineses que lo buscan temiendo que sea un espía. Efectivamente lo es, de Escipión, quien le ha enviado a que le informe de los cartagineses y de Sagunto. Una tormenta virulenta le lleva a una masía en la que se niegan a darle cobijo porque la mujer del campesino y su hijo cree que es el gigante de la cueva negra. Laufitel les muestra que no es así, pero se entera por una conversación que tienen unos hombres en la masía junto al fuego, que cerca de allí hay una cueva habitada por un mágico o nigromante que arroja fuegos.

Laufitel movido por la curiosidad se acerca a la cueva y descubre allí a su habitante, a quien le dice que no le hará nada y le descubre quién es. Al enterarse que se encuentran los romanos en Hispania y de quién es, el gigante le dice que él es un jefe saguntino y le cuenta su historia: el asedio y destrucción de Sagunto, la muerte de sus padres, la muerte de su amada, Aminta y cómo llegó hasta allí gracias a los colonos de una casa de campo suya y a la de una aldeana que le suministra cada cierto tiempo víveres.

Miestras resuelven cómo llegar a los romanos e informarles, sabemos que no todos los saguntinos han perecido, que Aminta está viva, es una de los rehenes que fue salvada por un capitán cartaginés hispano (su madre, amiga de Himilce, la esposa hispana de Aníbal, consigue saldar sus deudas y enrolar a su hijo). Este la requiere, pero Aminta lo evita. Se la somete a Aminta a un juicio y el Comandante Indúbal cree que quien mató a Felicio y a otros soldados cartagineses fue Lidoro, que aún sigue vivo. Y acusa a Aminta de ocultarlo.

Como se ve, se trata de una obra repleta de amores, intrigas, cambios súbitos, revelaciones insospechadas…. Tan solo aludiré al fin de los amantes porque enlaza esta obra con otra suya —mucho más famosa en su época y por la que es recordado—, Marcilla y Segura o Los amantes de Teruel, ya que los amigos de Lidoro, Laufitel y Roseel naturales de Emporion, cuando se dirigen hacia Sagunto, cerca ya de la batalla final que acabará con el poder cartaginés, encuentran a su amigo en un sótano, muerto junto a un arca, besándola, donde se haya sepultada Aminta.

Permítanme, para finalizar, que les exponga unas palabras del prólogo de El hombre de la cueva negra…, que les dará el tono que atraviesa a estas dos obras de Isidoro Villarroya: “Mas no forma la celebridad de Sagunto la antigüedad de su fundacion y prosápia de sus fundadores , ni la fortaleza de sus murallas y alcazar, ni su benigno clima y fértil suelo, ni el cúmulo de riquezas que la prodigára su decantado comercio, ni la dignidad y excelencia de su gobierno; fórmala el inimitable heroísmo de sus habitantes. Los Saguntinos lanzaron los primeros el májico grito de independencia: los Saguntinos dieron el mas relevante ejemplo de amor patrio, oponiéndose con entusiasmo y heróico denuedo al ominoso yugo de la dominación estrangera, y sellándolo con su misma sangre el sacrosanto juramento de fidelidad bien merecidos son los repetidos encomios, que les han prodigado los antiguos poetas e historiadores”.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Juan Antonio Millón

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