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15 de junio de 2018

LA REVISTA RESCATA DEL OLVIDO A ESTE SINGULAR POETA ESPAÑOL RADICADO EN PERÚ

Entre las novedades que ofrece a los lectores la revista TURIA, que presentará en la FIL de Lima 2018 un sumario especial sobre “Letras de España y Perú”, destaca el rescate del olvido del escritor Julio Garcés (Soria, 1919 – Lima, 1978). Un singular autor que protagonizó  algunas de las obras más interesantes de la poesía española inmediatamente posterior a la Guerra Civil y que fue durante décadas un poeta casi secreto que vivía en Lima y que ejercía como agregado cultural de la embajada de España.

Esta primera aproximación a la obra de Julio Garcés culminará en 2019, año en el que se cumplirá el centenario de su nacimiento, con un monográfico de TURIA en el que se le rendirá homenaje y se estudiará a fondo su labor literaria.

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

11 de junio de 2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mamá amaltheus en su nube de encaje  

canta y mece al pequeño pinzón recién nacido.

Su cofre azul de mar sobre las ramas y ese hijo, 

ese sol, esa bengala   

ardiendo entre las hojas   

piqui pío la nana nanita río.

 

Ya crece, ya canta, ya come, 

ya vuela y anochece   

el pinzón pardo y rojo  

es así, no hay cuidado,  

una brizna de sangre

tan fresca  

como el día primero de los tiempos.

 

¿Ahora? ¿La herida todavía?

Y el pinzón en su vuelo, sus afanes,  

y mamá amaltheus

la fósil

la más vieja  

renqueando en la noche primera de los mundos.

 

Todavía  ahí  

por siempre como ayer  

sangrando   

más sangrando    

con la herida  

viva viva   

manando sin parar    

manando sin parar

 

Escrito en Lecturas Turia por Juana Castro

MARIO VARGAS LLOSA, ENRIQUE VILA-MATAS, PERE GIMFERRER Y FERNANDO ARAMBURU FORMAN PARTE DE UN ESPECTACULAR SUMARIO DE MÁS DE 100 AUTORES 

El próximo mes de julio, la revista TURIA presentará en Feria Internacional del Libro de Lima (FIL LIMA) un número especial denominado “Letras de España y Perú”. Este espectacular sumario contiene textos inéditos de más de 100 autores españoles y peruanos y ocupa 500 páginas. Esta iniciativa cultural se enmarca en el conjunto de actividades que protagonizará España como país invitado de la FIL de Lima en 2018 y ha sido posible gracias al apoyo económico del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Sin duda, supone una magnífica oportunidad de fomentar la colaboración cultural entre ambos países.

 

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Escrito en Noticias Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

De Jaime Gil de Biedma se han dicho muchas cosas, gran poeta, verdadero creador de una época de la poesía en Barcelona, el verdadero maldito de una generación, la de los cincuenta, que dio lugar a la Escuela de Barcelona, Barral, Costafreda o Ferrater, entre otros, si Costafreda y Ferrater se suicidaron, Barral fue un gran editor pero también otro de esos malditos de su época en una Barcelona inolvidable.

   Gil de Biedma también fue contemporáneo de los poetas de los cincuenta y sesenta, Ángel González, Paco Brines y Claudio Rodríguez, entre otros, pero algo que les ha diferenciado es el tono poético, articulado en un diálogo continuo consigo mismo en el caso de Gil de Biedma donde se siente un desengaño vital y una cierta amargura ante la vida, su búsqueda del placer prohibido en tantos locales, su abuso del alcohol le llevaron a la autodestrucción, muriendo de sida el 8 de enero de 1990.

    En su libro Moralidades (1966) vemos la influencia de Eliot, Spender o Auden, buen lector de los ingleses, al igual que Luis Cernuda, sus poemas inician un interesante coloquio del hombre poeta con el hombre que se considera uno más del especie, a través de un cierto desdoblamiento que merece comentar en este artículo.

   He elegido para ello un poema muy conocido “Barcelona ja no es bona, o mi paseo solitario en primavera” dedicado a Fabián Estapé donde podemos encontrar los verdaderos temas de su obra, el paganismo, el pesimismo, la nostalgia, la soledad y el paso del tiempo.

   Recuerda a sus padres y los retrata en ese tiempo de blanco y negro, cuando dice:

“Entonces, los dos eran muy jóvenes / y tenían el Chrysler amarillo y negro. / Los imagino al mediodía, por la avenida de los tilos / la capota del coche salpicada de sol,…/”.

   El recuerdo va avanzando, la mirada a los seres que viven ya en las fotografías, lo que lleva a los mismos lugares que sus padres, deambula por aquellos espacios que ya el tiempo ha dejado atrás, queriendo recuperar un eco, una sombra, una luz que destelle en ese olvido que es el tiempo:

“Así, yo estuve aquí /dentro del vientre de mi madre, / y es verdad que algo oscuro, que algo anterior me trae / por esos sitios destartalados”.

    Y llega el amor, como si quisiese ser testigo del momento de la cópula en que fue engendrado, hay una sombra en su interior que pesa, una desolación que hiere, indaga entonces por esos rincones donde estuvieron sus padres:

“Yo busco en mis paseos los tristes edificios, / las estatuas manchadas de lápiz de labios, / los rincones del parque pasados de moda / en donde, por la noche, se hacen el amor”.

    Vive entonces un tiempo ido, parece como si fuera un exiliado  del mundo que persiguiera el eco de sus seres queridos, errante de todo nacer, olvidado, increado en realidad.

    Luego habla de la época de la burguesía, de aquellos tiempos donde todo era capitalismo y poder:

“Oh mundo de mi infancia, cuya mitología / se asocia –bien lo ves-/ con el capitalismo de empresa familiar”.

     Vuelve en otro poema de este libro ese deseo de recordar el pasado, en ese afán de ver desnudo un cuerpo, porque solo así se puede unir el deseo a la memoria, al contemplar un cuerpo por la noche  sin ser tocado (como un día contó Vicente Aleixandre de una experiencia que vivió) todo se vuelve pureza, el tiempo eterno y la vida algo bello.

    El poema se llama “Mañana de ayer, de hoy”, refleja una imagen, como si el poeta mirara un cuadro, donde los colores inundan la vista y todo produce un destello impresionante:

“Es la lluvia sobre el mar. / En la abierta ventana, / contemplándola, descansas / tu sien en el cristal”.

    La reflexión del hombre que medita la vida, como en los Cuatro cuartetos de Eliot o en el pensador de Rodin, el acto de mirar, en la senda de Brines que mira el paisaje desde el interior, la aparición del mar, que refleja el sentido de la vida y ese cristal donde se refleja, como un Narciso que se mira en las aguas del río.

   Y luego el cuerpo, verlo desnudo es saber que el deseo goza su ímpetu, vive en el poeta, el afán de acercarse a un cuerpo es también la ilusión de vivir, volver a ser después de la nada que es la vida:

“Imagen de unos segundos, / quieto en el contraluz, / tu cuerpo distinto, aún / de la noche desnudo”.

   Se ve la imagen, puede ser el ayer o el presente, puede estar ahí o haberse alejado, pero al igual que el cristal es reflejo auroral, inicia el mundo. Para Gil de Biedma la contemplación ya es suficiente, como miramos con atención las estatuas griegas, en el deseo está también la conjunción amorosa, el mirar es tocar, el contemplar es acariciar.

   Y como si fuese la sonrisa de una Gioconda, el cuerpo le mira, como si hubiese estado allí o en la lejanía, hubiese sido un espejismo o un ser real:

“Y te vuelves hacia mí, / sonriéndome. Yo pienso / en cómo ha pasado el tiempo, / y te recuerdo así”.

     Todo se hace evocación, cuerpo que es deseo, mirada que es evocación y un desnudo que sin tocar ya es acto de amor.

     Y no hay que olvidar en Gil de Biedma la imagen desgarrada, esos encuentros homosexuales que le llevan a bares, que le hacen maldito en la vida y en la literatura, en esos lugares se va destruyendo, en actos de amor a desconocidos casi, amores de una noche, ginebra y cama por doquier, como nos dice en su poema “Loca”:

“La noche, que es siempre ambigua, / te enfurece –color / de ginebra mala / son tus ojos unas bichas”.

     La alusión a “bichas” ya expresa el dolor, también el alcoholismo que le persiguió para huir de la vida penetrando brutalmente en ella, como Baudelaire, Allan Poe y otros muchos que ahogaron su vida en el alcohol.

“En la cama, / luego te calmaré / con besos que me da pena / dártelos. Y al dormir / te apretarás contra mí / como una perra enferma”.

    “Bichas”, “perra”, nos lleva a un vocabulario más violento, quién sabe si del mundo de la prostitución, ese deseo de calmar para luego hacer el amor ferozmente.

   En este poema vemos el mundo del poeta, que a veces, cuando se deja llevar por el lirismo, escribe poemas de una gran ternura, pero que no elude la realidad de la vida, todo está en la poesía de Gil de Biedma: el sexo, el tiempo y la muerte.

   Y, para concluir su famoso “Contra Jaime Gil de Biedma”, de su libro Poemas póstumos (1968) donde se echa en cara el ser en que se ha convertido, el hombre envejecido prematuramente porque la vida no le da lo que busca y lo que encuentra no es más que el poso de un tiempo ido:

“Te acompañan las barras de los bares / últimos de la noche, los chulos, las floristas, / las calles muertas de la madrugada / y los ascensores de luz amarilla / cuando llegas borracho, / y te paras a verte en el espejo / la cara destruida, / con ojos todavía violentos /que no quieres cerrar. Y si te increpo, / te ríes, me recuerdas el pasado / y dices que envejeces”.

     Ese otro yo que se recrimina en lo que se ha convertido es el espejo de un hombre que ha fracasado en la vida, un perdedor en realidad.

   Parece como si el poeta fuese intuyendo que ese mundo de noches locas, de sombras en las que se contempla desdoblado, le convierten en un ser que se va desdibujando, en realidad, un hombre que se contempla a sí mismo, en el pasado (la infancia), en el presente (los  lugares donde bebe o escribe).

   Así fue el poeta catalán, un precursor de generaciones posteriores, también un talento que dejó huella en amigos poetas, además todo un maldito de su tiempo, realmente inolvidable. Queda como uno de los poetas más singulares e irrepetibles de su tiempo, su legado aún permanece en una poesía no exenta de lirismo pero muy apegada a la realidad.

   

Escrito en Sólo Digital Turia por Pedro García Cueto

 

            Hace exactamente veinte años Juan Eduardo Zúñiga me dio a leer un manuscrito mecanografiado que se titulaba Doce fábulas irónicas. Este acto venía a confirmar una ya sólida amistad. Zúñiga es persona muy reservada. Su círculo íntimo es reducido -Felicidad Orquín, su esposa; su hija, Adriana; y unos pocos amigos, entre ellos el también escritor Manuel Longares-. Que me ofreciera leer una obra inédita tenía para mí una significación muy especial. Hacía tres o cuatro años que nos conocíamos. Nos había presentado un fantasma: nada menos que el espíritu de Mijaíl Bajtín, el gran pensador ruso. No es broma. Sería el año de 1994 o 1995 cuando una mañana recibí una sorprendente llamada. Un señor que decía llamarse Zúñiga me preguntaba si estaba interesado en intervenir en el congreso de celebración de Mijaíl Bajtín en su ciudad natal, Orel, Rusia. Los organizadores le habían encargado que localizara a algún experto español en la obra del gran teórico de la novela. Y Vicente Cazcarra, traductor de la teoría de la novela de Bajtín, le había hablado de un profesor zaragozano que era yo, aunque no supo darle mis señas. Zúñiga pidió ayuda a Ana María Navales y así fue posible nuestra primera conversación telefónica. Después vinieron otras muchas. Yo había leído El coral y las aguas, su obra menos conocida, que acababa de reaparecer en la reedición de Alfaguara, tras el fracaso que supuso la primera edición de Seix Barral en 1962. Y entonces llegaron los primeros encuentros en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. En el momento de ofrecerme la lectura de las Doce fábulas irónicas ya conocía toda la obra publicada hasta entonces por Zúñiga y era uno de sus admiradores. Recuerdo que la obra me impresionó -tiene el nivel de excelencia de las mejores obras del autor y, sin embargo, apenas se parece al resto- pero le puse algunos reparos. Los reparos eran muy simples. Ni son fábulas ni son irónicas, le dije. Durante algún tiempo discutimos qué otros términos podían sustituir a los del título, todavía provisional. Pero no encontramos otros más apropiados. Como suele suceder con los autores simbolistas el nombre de un género suele aparecer en el título de la obra, pero no coincide la voluntad del autor con el criterio -siempre estrecho- del filólogo. Valle-Inclán titula Romance de lobos y aquello no es un romance, por mencionar solo un ejemplo. Veinte años después aquella obra aparece bellamente impresa por la editorial Nórdica e ilustrada por Fernando Vicente con el título de Fábulas irónicas. Siguen siendo fábulas y siguen siendo irónicas. Pero no son doce sino diez. Y esa es la historia que quiero contar.

            De las diez fábulas publicadas ocho habían aparecido en Babelia entre 2002 y 2004. Y de esas ocho, cuatro habían visto la luz en la revista Triunfo, en 1973. A pesar de que conozco bien la personalidad de Zúñiga no acertaba a comprender por qué no publicaba el libro. Él me repetía que no terminaba de convencerle. Y, ciertamente, ahora puedo ver que decía la verdad y qué era lo que no le convencía. De las doce fábulas originarias otras cuatro han desaparecido. Eran las que no publicó Babelia. En su lugar el libro recoge otras dos inéditas: “Escrito en las paredes” y “El magnate y el bufón”. “Escrito en las paredes” no me era desconocida. No estaba en la versión de 1998, pero Zúñiga me ofreció una copia hará tres años, cuando preparaba un artículo académico sobre las fábulas semiinéditas. Este título nos da una imagen muy precisa de lo que es el libro. Lo escrito en las paredes eran las pintadas antifranquistas. Hoy es un género desaparecido. Todo se anunciaba y convocaba por pintadas murales. La fábula ilustra esto con la figura de un emperador asiático, un tirano, que prohíbe la escritura para borrar el recuerdo de sus atrocidades. Es una muestra del simbolismo de Zúñiga, que apunta a la dictadura franquista con esta fábula -y con el resto-. Esa y la fábula “El magnate y el bufón -es decir, las dos inéditas, incluidas en esta edición- son las dos únicas que no tienen un soporte histórico. Ese detalle revela algo sobre la idea originaria del autor. Y es que este libro tiene un referente en el que parece inspirarse: Momentos estelares de la humanidad: doce miniaturas históricas de Stefan Zweig. Esta colección de anécdotas históricas tuvo una traducción al español en los años cincuenta del siglo pasado, lo que me hace sospechar que su gestación puede alcanzar el medio siglo. Comparten ambas obras la indagación estética en la historia. Zúñiga la había cultivado antes en su obra El anillo de Pushkin, que se había limitado a la esfera cultural rusa. Sin embargo, hay una diferencia sustancial entre las anécdotas de Zweig y las de Zúñiga. A Zweig le interesó el carácter dramático de esos momentos estelares de la humanidad. A Zúñiga, en cambio, parece interesarle más la dimensión grotesca de esos momentos. Esa dimensión combina crueldad y risa, tiranía y rebeldía. Él lo explica muy bien cuando dice -me dice- que ha deslizado disparates en estas historias, y quizá haya que entenderlo en clave goyesca. De la atracción que debieron ejercer los momentos estelares de Zweig han quedado algunos indicios. El primero de ellos consiste en que inicialmente las fábulas debían ser doce, aunque cabe advertir que en una segunda edición Zweig había aumentado a quince las anécdotas. El segundo, y más trascendente, es la capacidad de ver elementos puramente literarios en situaciones históricas. En el caso de Zweig le interesó la caída de Bizancio, por la dejadez de las potencias cristianas de la época, que puso en peligro a toda Europa y, en especial, al imperio austro-húngaro, su patria. Precisamente una de las fábulas descartadas por Zúñiga llevaba el título de “El sitio de Constantinopla”, aunque su contenido no tenía nada que ver con el contenido de la anécdota de Zweig. Pero conviene recordar que Zweig también fue un escritor dado al grotesco. Sus mejores relatos tienen ese sello. Me refiero a novelas breves como Leporella o Carta de una desconocida. En el libro de Zúñiga los elementos grotescos y crueles son más abundantes y decisivos que en la obra de Zweig. También hay una mayor presencia del humorismo, ya presente en el título, por lo de irónicas. Incluso puede apreciarse una diferencia en la concepción de la anécdota. Los momentos de Zweig están más vinculados a la historia que las fábulas de Zúñiga. Y las fábulas son mucho más breves que los momentos de Zweig. Por eso son más fábulas o anécdotas que momentos estelares, más literarias que las pesquisas históricas del gran escritor vienés.

            Y, precisamente a propósito del grotesco, tengo una anécdota que contar. Se trata de la gestación de la última fábula añadida a esta colección: “El magnate y el bufón”. He dicho antes que era una de las fábulas inéditas. Sería más exacto decir que es una fábula semiinédita. Me explicaré. En 1970 publicó Zúñiga un relato titulado “El magnate, el bufón y la carroña.” Formaba parte del libro Relatos españoles de hoy, preparado por Rafael Conte para la Biblioteca Pepsi, una colección no venal que se distribuía en bares y bodegas. El ambiente húngaro del relato hace pensar en una redacción temprana, porque en 1944 Zúñiga había publicado un libro divulgativo sobre Hungría. Se trata de un relato sobre la corrupción del poder, cuya publicación resultaba muy oportuna porque en aquel año de 1970 España se veía envuelta en un gran escándalo de corrupción política: el caso Matesa, que había enfrentado a los ministros azules, con Manuel Fraga a la cabeza, con los ministros tecnócratas, vinculados al Opus Dei. Pero lo importante del caso estriba en que era un relato marcado por un grotesco extremo. De un estilo muy hermético el lector debe deducir que el bufón recoge cadáveres humanos de un gran río para alimentar las piaras de los conventos de la capital y vender después la carne a los ejércitos que combaten al turco. El círculo está cerrado: cadáveres que dan vida y muerte. Y el resultado es que el bufón se hace el dueño de su señor, merced a la avaricia de este. Este relato había sido borrado de su currículum por Zúñiga. No había sido recogido por ninguno de los volúmenes de relatos posteriores. Ni siquiera me había hablado de él. Pero lo descubrí por casualidad. Encontré el libro, muy difícil de encontrar en las bibliotecas por su circulación no venal, en casa de unos familiares. Y me pareció un excelente relato, que no merecía olvidarse. Dediqué un artículo académico a analizar la dimensión estética e histórica de este relato y le di el artículo a leer a Zúñiga, para su aprobación. Esa aprobación era necesaria por dos razones: porque recuperaba un relato del que el autor había renegado y porque reproducía el relato, y necesitaba el permiso del autor para publicarlo. Zúñiga no solo me dio ese permiso, sino que se replanteó la recuperación literaria del relato. El resultado es la fábula “El magnate y el bufón”. Ha desaparecido del título original la carroña, probablemente para mantener la unidad del libro. La nueva fábula es más corta que la original. Más sintética.

            Termino diciendo que esta es una parte de la historia de este libro. No me cabe duda que al largo proceso de su gestación habrá de corresponder un largo proceso de recepción, porque este atractivo volumen -el ilustrador ha captado muy sabiamente la dimensión grotesca- encierra lo mejor del espíritu rebelde y burlón de Juan Eduardo Zúñiga.  

           

Escrito en Sólo Digital Turia por Luis Beltrán Almería

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