Hace ya trece años que murió Roberto Bolaño y su figura literaria no ha dejado de crecer. Al reconocimiento de la crítica, que el propio autor vivió en la recta final de su trayectoria novelística, se ha unido una auténtica mitificación académica y universitaria -sobre todo estadounidense e hispanoamericana- de su particular estética narrativa, sin olvidar una creciente masa lectora que sigue expectante la acostumbrada publicación de recuperados inéditos; se conoce ya el título y la próxima aparición de una nueva entrega de esta singular literatura póstuma: El espíritu de la ciencia-ficción, una novela en la habitual línea intergenérica y multitemática del más característico Bolaño.
Leer más18 de noviembre de 2016
De que Juan Eduardo Zúñiga pase por autor realista seguramente tiene culpa la antología Artículos sociales de Mariano José de Larra que preparó en mil novecientos sesenta y siete para la editorial Taurus bajo la convicción de que los autores generan conciencia en la sociedad sobre la que escriben. Al mismo tiempo, contribuyó pertenecer, aun de perfil, a la generación de los cincuenta y haber ejercido el socialrealismo. Por si fuera poco, décadas más tarde, la trilogía de la Guerra Civil y la Posguerra hizo el resto. Estos volúmenes son una lucha por la vida barojiana que podría encontrar correspondencia en el título de su primer libro: Inútiles totales. Pese a todo lo anterior, Juan Eduardo Zúñiga posee una veta imaginativa incuestionable. Por medio de la fantasía supera la previsibilidad de la ficción igual en Largo noviembre de Madrid y La tierra será un paraíso, entreveradas de realismo, que en Misterios de las noches y los días. En Brillan monedas oxidadas, recién editada, también recurre a la mezcla expresiva, visible en el cuento ‘Has de cruzar la ciudad’, con un final enigmático donde se relaciona la libertad con los miedos y las trampas.
Brillan monedas oxidadas es una lustrosa colección de quince textos ajenos al cerco de Madrid y los dominios de la guerra, característicos en su argumento narrativo, para entrar en la vida de personas radicadas en entornos de paz social, pero en conflicto intestino. El libro hace fonda en la precisión del lenguaje, en la dificultad para encontrar solidaridad y amparo y en la sombra que la avaricia proyecta sobre las vidas del común, que, en conjunto, ofrecen un doblez enfermo a la primera de cambio. Esa persistencia en la búsqueda, a pesar de la contumacia con que se manifiesta la realidad saca a flote toda la pasión romántica del autor. En las páginas iniciales de su última entrega, un personaje burgués de eco buñueliano sugiere que lo mejor “es no pensar” en los temporales, “como si no existieran”. Una opción que no parece secundar el autor, pues en la literatura, igual que en la vida, no pensar en los problemas ni los elimina ni previene a quienes los padecen de verse literalmente arrasados por ellos. Conviven el léxico añejo -yacija, fluxión, cincha, palafrenero…- y las costumbres de otra época –en ‘El campanero de San Sebastián’ se acarrean haces de leña, sacas de grano, gavillas de heno, serones de arena, se lustran las botas al amo- con el simbolismo, especialmente en el segundo capítulo –‘La mujer del chalán’- a través de unos fuegos que brotan en lo alto de un campanario y son presagio de la mala fortuna que porta una visita inminente.
-En ‘Jazz session’, también de Brillan monedas oxidadas, leemos: “Él –un camarero- conocía a todos y sabía lo que iban a beber, cuándo se levantarían y cómo pagarían”. Los clientes son “autómatas, obligados a leyes” que forzosamente se han de cumplir. En ‘El ramo de lilas’ contemplamos el paso monótono y devorador del tiempo reflejado en tres escenarios: un puerto, una mercería y un matrimonio que olvidó por qué llegó a casarse. Se aprecia una desmemoria producto de la mecánica social: “Muchas veces se daba cuenta de que no pensaba y que vivía como un crustáceo, pegado a la hendidura de una roca, sin acordarse de lo que ya había pasado”. Usted indaga en la tramoya del ser humano de un modo que ¿sería posible calificar de marxista?
-No sólo en Brillan monedas oxidadas sino, yo diría, en el conjunto de mi obra. Yo trato de abarcar un doble plano: la profundización sicológica de los personajes y la descripción del contexto histórico y social, que, a veces, puede ser meramente alusivo. El paso del tiempo es también importante en estos relatos. El tiempo que pauta la evolución de los sentimientos y que marca la permanencia de la memoria o el olvido.
-Además de una base ética, ¿un texto bien escrito ayuda a la cohesión del mundo?
-Una obra literaria exige un detenido trabajo del lenguaje junto a la ambición de reflejar sentimientos profundos en situaciones bien cotidianas, bien extraordinarias. La literatura puede influir en la conciencia de un lector y ayudarle a entender su realidad tanto como proporcionarle el acceso a otras vidas.
En sus últimos relatos el callejero de la capital sale no más que, puntualmente, como telón de fondo. Ya no importan tanto la verosimilitud y la memoria. El autor se presenta gótico “con reminiscencias de Bécquer, Hoffmann y Poe” y se desprende del realismo social para dar en el impresionismo –‘Agonía bajo el manto de oro’- y en el simbolismo –‘La mujer del chalán’ y ‘El ramo de lilas’-. Somete los significados a hechos cuasi fantásticos, algo antes sólo abordado claramente en su segunda novela, la alegórica El coral y las aguas, portadora de un simbolismo sañudo donde la moral casa con la estética más riesgosa. La primera tirada contuvo unas palabras preliminares que arrojaban parcialmente luz al respecto. La estrategia no distaba mucho de aquélla de Larra, alabada en su antología: “Su crítica se dirigía a puntos neurálgicos de la estructura del país y por este motivo se vio obligado, para que le fuera permitida, a enmascararla”.
En la edición crítica de Israel Prados, en Cátedra, se desglosan algunas identificaciones entre las imágenes que contiene y el franquismo. La acción transcurre en Tarsys, una isla que remite a Tartessos, Asia Menor, en la que Platón pareció inspirarse para su Atlántida. En el segundo capítulo, unos jóvenes “transportan una pesada mole, el altar de una divinidad antigua y poderosa, transportan un cadáver gigantesco y cada uno de ellos cree que es su propia vida, lo convierte en su propia alma, tan hondo es su sometimiento”. El crítico entiende que no es difícil relacionar este pasaje “con la comitiva que llevó a hombros el féretro de José Antonio desde Alicante hasta El Escorial”. En una conversación mantenida en dos mil dos con Antonio Ferres, conducida por Ignacio Echevarría en El País, el propio Zúñiga evocaba el episodio, admitiendo la represión sistemática de la dictadura, con fusilamientos a diario. “A su paso por los pueblos preguntaban si quedaba algún rojo y fusilaban a cualquiera por nada, acaso porque en su día leía El Imparcial, que era un periódico de izquierdas”. No queda ahí la cosa en la novela: “Las aguas, poderoso enemigo, la rodean y arrojan contra ella su peso y su violencia incansable; sin parar, golpean con fuerza una cosa tan insignificante, pero ésta crece lentamente, triunfa de aquella ciega furia y noche y día levanta sus ramas las extiende y ni abandona una lucha en la que vencerá (…) era un presagio hallar el coral: significaba que todo lo secreto, lo ignorado, vendrá a la superficie, cuanto parecía oscuro e incomprensible quedará entendido y será lo nuevo, la fuerza del futuro”. Israel Prados comenta “el simbolismo político del coral, representado por el color rojo de la resistencia antifranquista, que crece lentamente –el coral se levanta sobre sus propios cadáveres-, y el del mar que lo azota, azul como el color emblemático del régimen de Franco. Los personajes se llaman Paracata, Ictio, Zimós, Asbestes, Tussos. La confusión fue tal que la editorial presentó la novela, su única novela pura, como un libro de cuentos.
-No ha vuelto a usar recursos tan ajenos a la claridad. ¿Cabe suponer que considera esta técnica exclusiva para circunstancias excepcionalmente adversas?
-Bajo la construcción idealizada del mundo clásico griego pretendí reflejar la situación política de la España de los cuarenta. Sin duda, influyó la vigilancia de la censura de libros, pero también estuvieron presentes en la creación de esta novela los reducidos límites estéticos del neorrealismo que, en aquella época, imperaban en la literatura comprometida.
-¿Hoy tendría sentido escribir así o sería mero esteticismo? La pirueta estilística al margen del contexto, ¿tiene valor?, quiero decir: una crítica tan enmascarada corre el riesgo de pasar inadvertida.
-Crear un clima fantástico, buscar alegorías, permite una mayor libertad a la hora de describir personajes significativos y creo que también puede proporcionar al lector un horizonte más amplio de lectura.
Según Gautier, “los rusos tienen la pasión de los gitanos”. Zúñiga, como buen ruso, dedica a las gitanas un capítulo de Brillan monedas oxidadas y las mienta en otro. También salen en Misterios de las noches y los días y, por descontado, en sus memorias sobre escritores rusos, recientemente reunidos bajo el sugerente título Desde los bosques nevados. Las dedicó un estudio completo –el número seis- en El anillo de Pushkin a través de las de Turguénev, Pushkin, Gorki, Tolstói y Andréyev. Y en el capítulo quinto de Las inciertas pasiones de Iván Turguénev, refiere que el padre de la amada del protagonista, Paulina Viardot, también era gitano.
-¿De dónde procede esa fascinación?
-Siempre me ha seducido el mundo de los zíngaros de la Europa oriental, que representan para mí unas figuras de libertad. Esta etnia milenaria puede apasionar por su folklore, sus cualidades musicales y su idioma. A ellos me refiero cuando hablo de gitanos en mis relatos, no a los gitanos españoles, que tienen costumbres muy diferentes.
La correspondencia entre costumbres, historia, gentes, paisajes y arte que Juan Eduardo Zúñiga halla en la cultura rusa la aplica meticulosamente en sus argumentos con herramientas propias. Del mismo modo que Petersburgo “aparece como una fantasía inquietante” en los poemas y relatos de Batiushkov, Viázemski, Yákov Polonski, Sumarókov, Saltikov-Shchedrín, Dostoyeski –todos ellos estudiados por el español-, Madrid, en sus libros, se vuelve parecidamente imprevisible, “hambrienta, sucia y fantasmal”. Capital de la gloria es un volumen paradigmático a este respecto. La portada está ocupada sin gratuidad por una imagen de Robert Capa. Lo mismo que el fotógrafo decía que si una instantánea no es buena se debe a que no se ha estado lo suficientemente cerca de la escena, Zúñiga se arrima a los acontecimientos para lograr la descripción más ajustada. Capital de la gloria está tan llena de cascotes y ladrillos desprendidos de las fachadas que leerla se convierte en un paseo incómodo a lo largo del que constantemente hay que mirar al suelo para no tropezar. Al igual que el escritor se fija en las estatuas de Pedro el Grande, sus lectores hacemos lo propio en el puente de los Franceses. Si la construcción de Petersburgo “exigió víctimas y miles de campesinos”, la destrucción de Madrid vio “cadáveres extendidos en las aceras”. Si Odóyevski, en uno de sus cuentos, sueña que la ciudad va a ser destruida -parecidos sentimientos, en forma de deseo, manifiestaron Lérmontov, Pechorin, Dmítriev, Gógol, Nekrásov, Raskólnikov-, en Madrid, las casas ardían y se derrumbaban efectivamente “en una oleada de vigas de madera, cascotes y tejas”.
Si por las novelas de Fedin, de Kaverin, de Lvreniov, de Katáyev, de Ogniov se recorren las calles, los barrios, de Moscú, en Madrid paseamos por la Casa de Campo, por Santa Ana, por Vistillas, por Argüelles, por Cuatro Vientos, por el Prado, por la calle de Moratín, por la de Alarcón, por la avenida Reina Victoria. Igual que la madre de Kropotkin “copiaba en secreto poemas de poetas contrarios al zarismo (…) que proclamaban la libertad”, los personajes de Zúñiga soportan miedo sabiéndose perseguidos y oprimidos. La misma Rosa de Madrid adquiere rasgos evidentes de mujer rusa, “emblema primordial” en los libros de Gorki, Tolstói, Goncharov y Turguénev, unas veces impenetrable y a menudo defraudada. Igual que Chéjov trasladó a sus cuentos la frustración que producen el deseo insatisfecho y los sueños imposibles, Zúñiga trasluce la frustración padecida por seres que han renunciado a ser felices, “sometidos al destino doloroso de los vencidos”. Y si Chéjov incluyó en su teatro “la latente o manifiesta solicitud de amor como si ésta fuera suprema razón de felicidad”, en Brillan monedas oxidadas tenemos una equivalencia fiel: el cuento ‘Lejano amor soñado’ habla exactamente de la poesía y del amor como únicos instrumentos de tal felicidad.
-Usted ve “ocupados de memoria” los libros rusos. ¿Qué porcentaje de su biblioteca está destinado a ellos? ¿De qué obra tiene más ediciones y traducciones?
-Nunca he contado los libros que hay en mi biblioteca, varios miles, con predominio de la literatura pero también ensayo, arte e historia. Muchos son de literatura española y no sólo de contemporáneos. En proporción, los autores rusos ocupan varios estantes. Tengo ediciones originales así como traducciones a otros idiomas, no sólo al castellano. Conservo con especial afecto las que hizo Cansinos Assens. Pero del libro que tengo más ediciones y traducciones es de La Divina Comedia, obra tan sugerente e inabarcable.
-Dice en el primer capítulo de Las inciertas pasiones de Iván Turguénev que este autor ha sido, “junto a Tolstói y Dostoyevski, el mejor acogido en Occidente por la calidad literaria de su obra” y cita el interés concreto que suscita en Inglaterra, Alemania y Francia. Sin embargo, no parece que en España haya despertado tanto, o, al menos, su nombre se cae de las citas habituales. ¿A qué se debe?
-Iván Turguénev demuestra ser un autor clásico. Continuamente se hacen nuevas ediciones en castellano de sus novelas y relatos y han mejorado mucho las traducciones, y en varios catálogos importantes se encuentran ahora obras suyas. Incluso se ha adaptado al teatro, como la reciente versión en catalán de su obra Un mes en el campo, representada en el Teatro Nacional de Cataluña.
-Al igual que Chéjov, usted retrata el desengaño que producen las ilusiones fracasadas. ¿Es posible la felicidad y, al mismo tiempo, ser consciente de la frustración que depara el hecho de vivir?
-Chéjov describe magistralmente las frustraciones que ocasiona la vida en una sociedad estancada que no parece tener futuro. La felicidad es un sentimiento muy subjetivo y que tiende, aun en momentos de gran fracaso vital, a transformarse en esperanza.
“Su carrera literaria se ha construido contra sí misma”, llegó a juzgar Rafael Conte. “A base de discreción, estudio, detenimiento y dentro de una austeridad que la ha teñido de clandestinidad”. Imposible conocer si el fracaso de su primera obra, Inútiles totales, a la larga le ha beneficiado, permitiéndole no precipitar su escritura a los cánones del mercado. “Su obra –dice Gustavo Martín Garzo-, breve e intensa, es comparable a la de todos los grandes moralistas en el sentido que Camus da a esta palabra: los que tienen la pasión del corazón humano”. Y así, auscultando los afectos, se pasó el siglo veinte, oculto, dedicado a la lectura y a la tarea de escribir. No ha trascendido mucho más de sus ocupaciones. “Mi niñez fue tristísima, prefiero olvidarla”. La biografía de Juan Eduardo Zúñiga está llena de olvidos voluntarios y huecos cavados cuidadosamente. A las empresas señaladas podemos añadir la traducción: en mitad de una España empobrecida, inculta y escasa de recursos, se puso a la faena lunática de estudiar árabe, inglés, francés y ruso. Ni siquiera hoy, segunda década del veintiuno, hemos conseguido hablar y escribir correctamente un segundo idioma, cómo consiguió avanzar en tales aprendizajes forma parte del misterio que atañe a su figura, extensible hasta la misma fecha de nacimiento: hay quien le pone ochenta años y quien le aproxima al siglo, un arco ciertamente abierto y enigmático.
Durante ese siglo veinte vivido y escrito, cuando salía de casa a quemar el ocio, lo hacía sin la menor candidez. Arturo del Hoyo contó de Zúñiga en mil novecientos noventa: “Te invitaba a dar paseos, a primera vista inocentes, hasta que te encontrabas ante las ignoradas tumbas de los brigadistas en el cementerio del pueblo de Fuencarral, o ante los severos, aunque arrogantes, epitafios del cementerio civil. O bajo los todavía trágicos muñones de la Casa de Campo”. Una manera de homenajear, de ilustrar sin abierta intención, de preservar la memoria en consonancia con su manera de entender la literatura, siempre cargada de responsabilidad.
- “En el poema ‘La desconocida’ una mujer entra en el café donde Blok refugia su soledad”. Los cafés –Lisboa, Pelayo-, ¿eran, además de refugio, sitio para burlar las limitaciones oficiales y la prohibición establecida respecto del propio derecho de reunirse?
-Las tertulias en el Café de Lisboa y en el Pelayo reunían contertulios muy distintos y además tenían lugar en épocas diferentes. Las discusiones sobre literatura, sobre el realismo o las técnicas narrativas del nouveau roman no impedían, por supuesto, debates apasionados sobre política.
-Usted ha reconocido públicamente que no encuentra mucha diferencia entre la imaginación y la vida real debido a que la fantasía también se nutre de los datos que llamamos comprobados. Y, por descontado, alude a la importancia de la memoria. ¿Puede la memoria estar hecha, también, de ficción?
-La fantasía siempre hunde sus raíces en la realidad y la imaginación configura el desarrollo del relato. La memoria no es únicamente el recuerdo del pasado, es la experiencia revivida, es el motor de toda literatura.
-En la escasa atención que recibió durante más de la mitad de su carrera, ¿qué responsabilidad tiene el género que practicó –cuento-, al que no se ha prestado análisis y adecuada lectura hasta hace bien poco?
-La novela ha sido la reina de la literatura en España y, sí, hasta hace pocos años el cuento era una literatura marginal. A pesar de la existencia de excelentes escritores de relatos no han gozado éstos, como género, de la consideración que han tenido en el ámbito anglosajón. Sin duda, ello ha contribuido a un menor conocimiento de mi obra.
-Informa Fernando Valls en el número 89-90 de Turia de que, durante la década del cincuenta, usted incluyó numerosos cuentos en Ínsula, Índice de Artes y Letras, Acento y Triunfo, “la mayoría de ellos nunca publicados en libro”. Imagino que lo mismo ha pasado con otros trabajos. ¿Qué sucede en el salto entre lo escrito y lo publicado en libro? ¿Qué le empuja o retrae a la hora de lanzar algo definitivamente a la luz?
-Escribo mucho, pero mi método de trabajo es lento, en el sentido de que escribo y corrijo, y corrijo bastante, hasta que doy por válido un texto. Mis relatos no son autónomos, están siempre unidos por una línea interna que puede ser invisible pero está presente. De hecho, algunos críticos han considerado que Flores de plomo, por ejemplo, es una novela.
-¿Y cuánto deja normalmente dormir un texto? ¿Reescribe? ¿Qué volumen de inéditos tiene?
-Algunos textos pueden dormir eternamente en las carpetas. Tengo un buen número de inéditos, pero en su mayoría son demasiado autobiográficos y, de momento, no veo su publicación.
15 de noviembre de 2016
Lo más llamativo de la poesía de Ángeles Mora es la delicadeza con que opera. Y opera en fibras sensibles con escalpelos de orquídea… Como si los pétalos tuvieran filo, y, antes de sajar, nos anestesiaran a fuerza de perfume. Así: mata dulcemente. Ya lo dice la canción con que titula un poema; mata sonriente, como la vida la mata a ella cada día.
Este es el tono general: el de un poema tímido como “un ramo de flores que se esconde en la espalda”, pero….vitalmente letal. Como la sustancia misma que atraviesa el libro y anuncia, inminente, con toda la calma del mundo, que este ramo, esta vida, sin prisa y sin pausa, se están marchitando ante nuestros ojos.
Sin embargo, ese alambre del tiempo que va de comienzo a fin del libro, permite momentos estelares de funambulismo feliz.
Instantes de gloria… con el sol rayando y nosotros al borde del abismo, detenidos en un momento de vibrante eternidad, “con el cuerpo que logra no pesar / como no pesa la alegría”. Para llegar ahí, página 47, antes hizo falta presentar al personaje y darle un marco.
Un personaje desdoblado entre una que la habita, la diurna, que entra y sale del rol previsto por la sociedad para la mujer, y ella, la de la vigilia de los ojos cerrados, que a su vez habita su mente, su pensamiento, sus sueños.
Quiero recordar aquí, en apoyo de la intuición que Ángeles pone en boca del sujeto lírico, la conclusión del gran neurólogo Rafael Llinás, que tras muchos experimentos de laboratorio descubre lo que la poeta sabe por experiencia propia. Juzga Llinás “que cuando estamos despiertos y conscientes, en realidad estamos soñando…. y esos sueños están siendo dominados por los sentidos, que a su vez están gobernados por el mundo exterior. Mientras que cuando dormimos, están gobernados por la memoria. Así, los sueños son la conciencia en sí misma. Mientras que la realidad está permeada por lo que llega de fuera”.
De hecho, Ángeles utiliza como epígrafe para el primer apartado titulado: “Quién anda aquí”, una cita de la poeta Adrienne Rich, que resume ese ver en sueños, dormida, que los poetas buscamos atrapar en la escritura: “Y quiero mostrarle un poema, que es el poema de mi vida. Pero dudo, y me despierto”. Así, unos versos de este libro dicen: “se apaga el día mientras llega / la noche lenta / de la que no quiero salir”. Y por la mañana, le gustaría hacer durar esa noche, por temor “a que llegue el día y sus mandatos”.
Esos mandatos que están muy claros, pues “los hombres no barrían la casa / mi hermano estaba poco en la cocina / yo hacía la mayonesa o limpiaba el polvo para ayudar: de día”. Y aunque las noches son suyas, de esa doble jornada sale la otra que la habita: diurna, cotidiana, tributante –que diría Pessoa- ; esa que padece la soledad del ama de casa: con su elocuencia rota. La nocturna, en cambio, no está sola, pues: “el pensamiento no deja de latir, da golpes, bulle”.
Ya en el segundo apartado titulado “Emboscadas” surgen las trampas y tentaciones del entorno, y la querella con la otra que la habita, la diurna: “Siempre estás a disgusto con ella / con la que adentro llevas”, en su faceta “de chica sentimental de clase media”.
Pero una composición pone las cartas sobre la mesa, y resume las conclusiones de otro sabio, Levi Straus y sus leyes de parentesco, cuando afirmó “que las sociedades están estructuradas alrededor del intercambio de mujeres entre hombres”. Breve pero eficaz, “Dinero de bolsillo”, está contado desde el punto de vista de esa mercancía humana que es la mujer dentro de este sistema. Lo transcribo: “Se aconseja no cotizar en bolsa. / Una mujer no aprende / el ínfimo valor de su moneda / hasta que no circula / en el devaluado / mercado de las letras / de cambio”.
Tras describir a esas “estrellas frías o mujeres clásicas llenas de orgullo y prejuicio”, el personaje se abre en busca de otros marcos posibles, una vez que ha abandonado el estrecho molde que le estaba destinado. Aunque no hace falta irse muy lejos, pues como sabían los surrealistas: hay otros mundos pero están en este. Depende de cómo se habite. Así, es posible que la inspiración y la palabra cuajen donde menos se lo piensa. “No-lugares, o lugares de nada” donde se está, por ejemplo, mientras se lavan los platos. Lugares semejantes, se nos ocurre, al de Spinoza mientras pulía sus lentes. Lugares sin prestigio, donde la corriente mental sigue discurriendo -armando su discurso- sin parar, porque “escribir es un vicio que nunca se detiene”…
El tercer apartado: “Palabras nuestras”, dedicado al nombrar amoroso, al compartir, homenajea esas precisas invocaciones “con esa música secreta / que esconden / los nombres del mañana”. Porque el amor, dicho a través de ellas, es motor de búsqueda y esperanza.
El cuarto apartado: “Los instantes del tiempo”, esta dedicado a esa labor de Cronos que barre, incesante, y sedimenta y abona el presente, con aquello mismo que derriba.
Por último, el quinto apartado: “El cuarto de afuera”, evoca potentes escenarios de una infancia de posguerra, donde el buril de pétalos de orquídea trabaja sobre un párpado insomne. Poemas en los que con tomas precisas sugiere el entorno completo de una época dolorosa.
Ficciones para una autobiografía es un libro donde la voz de Ángeles Mora alcanza la difícil sencillez, y roza como con una gasa las heridas, que nos devuelve perfumadas. Porque… qué duro es sufrir, pero qué dulce haber sufrido, y sin embargo, no hay nostalgia, sino presente puro. Un libro vivo y delicado, fuerte y flexible como una vara de bambú.
Ángeles Mora, Ficciones para una autobiografía, Madrid, Bartleby Editores, 2015.
14 de noviembre de 2016
Lo ha visto todo y lo ha fotografiado todo. Y lo ha narrado todo. O casi todo, porque tiene ganas de continuar. En Chile, en Guatemala, en Argentina, en Perú, en Camboya, en Irak, en Israel, en Sarajevo, en El Salvador, que es donde comenzó a saber lo que es una guerra y a donde ha vuelto a narrar sus secuelas hasta en siete ocasiones… También en España, por qué no subrayarlo, que a veces somos incapaces de ver las realidades más próximas, aunque nos estén estallando en la cara. Podría haberse colocado del lado de los grandes, pero prefirió dar voz a las víctimas. Siempre tuvo claro que quería ser periodista –“Si me preguntan hace treinta años, habría dicho que el periodismo servía para salvar el mundo. A día de hoy, me sirve para salvaguardar mi propia conciencia”, afirma–. Ha pisado con su trabajo las Naciones Unidas, y recibido premios como el Nacional de Fotografía (2009), el Ortega y Gasset de Periodismo en su categoría gráfica (2008) o el Rey de España (2009) por la serie “Vidas minadas” (en la que lleva más de diez años trabajando y para la que renunció a los derechos de autor). Hijo adoptivo de la ciudad de Zaragoza, Enviado Especial de la UNESCO por la Paz, autor de publicaciones como “El cerco de Sarajevo” (1994), “Niños de la guerra” (2000), “Los ojos de la guerra” (2001, junto a Manu Leguineche, otro grande del reporterismo de raza en español), y los volúmenes que ha dado de sí el mencionado proyecto desarrollado junto a las víctimas de las minas antipersona. Responsable de un incontable número de crónicas -desde la imagen, la voz y la palabra escrita- para prensa, radio y televisión… Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959), de algún modo se sigue considerando un principiante. Y eso es posible porque sigue enfrentándose a su profesión con la ilusión del primer día (“Soy periodista de vocación y quiero morir como periodista”, explica tajante), que en su caso significa dignificar al excluido, al que sufre, al que peor sale parado del horror de la guerra. Hay una cuestión que siempre le ha acompañado y es su interés por los desaparecidos, que ahora ha fructificado en un magno proyecto editorial y expositivo (comisariado por Sandra Balsells, y en el que ha colaborado una vez más con el artista Ricardo Calero y el fotógrafo Juan Manuel Castro Prieto), que se ha podido contemplar a comienzos de este año y simultáneamente en El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, el MUSAC de León y La Casa Encendida de Madrid. Nos encontramos con él en este último espacio para recorrer su trayectoria vital y profesional en sentido inverso. Estos son sus titulares, plagados de referencias a personas anónimas, que aún le acompañan, que han ayudado a elevar una de las carreras periodísticas más personales en España.
- “Desaparecidos” es la última parada en el camino hasta la fecha y su proyecto expositivo más ambicioso: tres espacios expositivos (Madrid, León y Barcelona), doble catálogo, dos audiovisuales, mesas redondas… ¿Qué es lo que se proponía con él?
- Aunque sea el último de mis proyectos, tiene mucho que ver con el inicio de mi carrera profesional. Fue ya mientras era estudiante de periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona cuando empecé a tratar el tema de los desaparecidos. En unos talleres que he celebrado recientemente enseñé uno de los primeros artículos que publiqué al respecto, y estamos hablando del año 1983. Posteriormente comencé a viajar por América Latina, fundamentalmente a Guatemala, a El Salvador y a Chile, donde en 1986 publiqué, semanas después del atentado contra Pinochet, uno de mis primeros reportajes sobre sus desaparecidos. Ya entonces tuve conciencia de lo que significaba ser un desaparecido forzoso, un tema importante que no se había tratado hasta ese momento con el rigor necesario. Cuando se hablaba de cualquier posguerra, era una cuestión que aparecía solapada, muy desfigurada. Si se trataba de una dictadura militar, ni se podía mencionar la cuestión y, en ámbitos con gobiernos democráticos, ni los que estaban en el poder, ni los que los sustituían parecían interesados. Durante toda la década de los ochenta y la de los noventa hice muchos reportajes de este signo para diarios y dominicales. Y ya a partir de 1998, justo después de presentar “Vidas minadas”, me di cuenta de que ya tenía la suficiente experiencia como para plantearme un proyecto sobre los desaparecidos con un cierto peso. Las fotografías más antiguas de estas exposiciones son de ese mismo año. Yo creo que la desaparición forzosa es mucho peor que la muerte. Por otro lado, es una temática que ha atravesado toda mi trayectoria profesional.
- Tanto el CCCB como la Casa Encendida son dos ámbitos más proclives a la entrada del fotoperiodismo. No así el MUSAC. ¿Cómo se les ocurrió llamar a las puertas de estos tres espacios?
- Pues, curiosamente, la iniciativa del proyecto parte del MUSAC, porque hay responsables museísticos que son valientes. Fue su primer director, Rafael Doctor, en 2005, un mes después de que inaugurase el centro, el que me llamó y me ofreció su espacio para exponer este proyecto del que yo ya le había hablado mientras él estuvo trabajando en Madrid en La Casa de América y donde a mí ya me había propuesto hacer un trabajo que yo por entonces no terminé de ver claro. Cuando me invitó a entrar en León, yo me quedé muy sorprendido, pues siempre he dejado claro que soy un fotoperiodista. La tendencia de los directores de museo es a tratarnos como si fuéramos la última escoria de la fotografía, como si fuéramos su pariente pobre. Y luego, curiosamente, nuestras exposiciones las visitan muchas más personas, producen mucho más impacto, son muy bien valoradas… Por eso creo que Doctor fue muy valiente al ofrecerle a un fotoperiodista como yo un espacio como el MUSAC para exponer su trabajo. Y fue él el que convenció a José Guirao para llegar a La Casa Encendida, y el que, en charlas con él y con Agustín Pérez Rubio, el actual director del MUSAC, propuso buscar una tercera sede. ¡Yo no sabía si iba a estar a la altura de las circunstancias! Me propusieron el CCCB, que era un sitio que ya conocía bien porque había expuesto allí. Y esa es la singularidad del proyecto, que tiene tres espacios y contenidos distintos.
- ¿Y por qué era mejor exponer simultáneamente en tres sedes en lugar de hacer una gran exposición itinerante?
- Exposiciones más grandes de las que puedan realizarse en el MUSAC o en el CCCB, es difícil planificarlas. El Ministerio de Cultura se plantea ahora hacerme una antológica, resultado del Premio Nacional de Fotografía que me otorgaron recientemente, y eso será una gran exposición. Pero los tres espacios de “Desaparecidos” funcionan muy bien entre sí. No comparten ninguna fotografía, aunque sí la misma división por apartados. Y creo en el impacto que provoca lo de las sedes compartidas. De hecho, se está pensando en una itinerancia para la muestra. Estamos en un momento crítico económicamente hablando, pero hay mucha gente interesada en el fotoperiodismo y en estas temáticas que abordo, mucha gente, créeme; y el asunto del dinero está salvaguardado porque las muestras están ya producidas. Y me gustaría que con este proyecto ocurriera como con “Vidas minadas”, que en estos días ha vuelto a inaugurar una nueva entrega en Honduras. Yo quiero que las exposiciones se puedan ver. Porque aunque la gente del mundo del arte se crea que los ciudadanos se mueven de un lado para otro, de una ciudad a otra para visitar sus maravillosos museos, eso es totalmente falso. Y la gente de Barcelona no va a Madrid a ver una exposición o viceversa. Van como mucho a ver un partido contra el Madrid o el Barcelona. Se hacen pocas coproducciones de este calado en España. Y en época de crisis, de lo que se trata es de darle al coco. Prima más lo de tirarse el pisto y decir que fuiste el primero que te trajiste a no sé quién desde el extranjero.
- Las muestras incluyen, a modo de epílogo, un apartado especial dedicado a España. A veces lo más cercano es de lo que más nos cuesta percatarnos…
- Yo he empezado a trabajar con España muy tarde, desde 2008, pero sí movido un poco por la indignación por la situación que vivimos aquí. Tras 35 años de democracia, los políticos de este país han sido incapaces de desarrollar un proyecto en profundidad sobre la búsqueda de los desaparecidos de la guerra civil española y la posguerra. Yo siento vergüenza por nuestra clase política. Son todos unos cobardes, independientemente de su ideología. Analizando la realidad nacional en frío, me di cuenta de que aquí había cosas mucho peores que en Guatemala, en Colombia o en Bosnia, países se supone que del Tercer Mundo. En “Desaparecidos”, este asunto se contempla como un epílogo, pero ya estoy empezando a trabajar en un proyecto que se llamará “Desaparecidos en España”. Espero que dentro de cinco o seis años se pueda presentar. Me siento obligado a hacerlo por ser un tema absolutamente olvidado. La democracia barrió con todo este dolor. Los familiares siempre te dicen que hubieran preferido encontrar el cuerpo de su familiar, incluso destrozado o irreconocible, antes que vivir el drama de años de silencio y búsqueda.
- Uno de los talleres de “Desaparecidos” se ocupó de cómo el espacio de los medios de comunicación es cada vez más limitado para este tipo de contenidos, lo que obliga a buscar otros soportes. Deberíamos explicar ambas afirmaciones.
- Los grandes medios se han olvidado de estas cuestiones porque hace mucho tiempo que dejaron de ser los vigilantes del poder para convertirse en sus amigos. Han dejado de creer en los principios básicos del periodismo, y muchos de sus responsables no tienen agallas para enfrentarse al estamento económico y al poder político, y están allí para aceptar cualquier prebenda que se les presente sin girar la cara. Sólo eso explica que muchos temas ya no estén en la agenda de los grandes medios. Se dice que es la audiencia la que no está interesada. Eso es absolutamente falso. Los temas sociales siempre han sido demandados por el gran público. Pero tienen que estar bien hechos y bien analizados. Por otro lado, los medios tienen vetados determinados espacios a determinados temas. Por ejemplo, los dominicales a penas dedican espacio a este tipo de asuntos porque las marcas de publicidad que en ellos se anuncian imponen una serie de normas de estilo. Y nadie va a decir que esto no es verdad. No les interesa aparecer al lado de historias duras, de historias sobre el dolor, sobre gente desaparecida, sobre mujeres violadas… Y cuando se incluyen, se hace de una forma muy vaga y difusa. Se buscan formas estéticas de representar la violencia o el dolor y muy pocas veces van al grano. Una de las cosas increíbles que me han pasado a mí fue a raíz de la prepublicación en el magazine de La Vanguardia del contenido de estas exposiciones, un reportaje de portada y con doce páginas interiores. La gente me felicitó por romper la tónica de los dominicales que ya no se hacen eco de temas como éste y que cuando lo han hecho han sido valorados y han gustado, a pesar de ser temas duros. Hay una contradicción entre lo que quieren los directores de los medios y lo que quieren sus lectores.
- ¿Pero los nuevos soportes son la solución?
- Te voy a ser sincero: yo cada vez que presento una exposición, intento por todos los medios que tenga repercusión en la prensa escrita, la televisiva y la radiofónica. Esta muestra ha sido muy visitada, quizás por 20.000 personas durante el primer mes desde que abrió sus puertas. Sin embargo, un dominical alcanza a dos millones de personas. Tienes que hacer el esfuerzo de venir a ver una exposición. En Barcelona incluso hay que pagar por hacerlo. Eso no significa que todo el mundo que ve el dominical lo entiende, lo lee o le interesa, pero hay una especie de cercanía. Yo soy periodista y creo que las historias deben aparecer reflejadas en la prensa. Eso sí, yo exijo un respeto sobre mi trabajo a aquellos medios con los que publico. “Desaparecidos” ha tenido eco en muchas redes de Internet. Eso es importante. Pero Internet ha creado una idea equivocada y es la de que todo es gratuito. Y por ese camino no vamos a ninguna parte. Este es un trabajo de trece años. No todos los medios pueden pagarlo, pero sí deben pagar por el reportaje publicado. Hay que buscar un equilibrio que, hoy por hoy, no existe en la Red, pues pone en entredicho la posibilidad de trabajar para mucha gente. Todo corre más rápido en la web, pero es más complicado recuperar el feedback. Que te paguen es lo que te permite seguir trabajando.
- Usted lo ha dicho: es periodista. Sin embargo, quizás se le conozca menos por sus reportajes y sus crónicas y más por su labor como fotorreportero.
- Es relativo eso de que soy menos conocido como periodista de prensa escrita y radiofónica. Se debe a la tendencia de los medios de Madrid y Barcelona, sobre todo de los primeros, a creerse que solo existen ellos. Eso es falso de solemnidad. De hecho, la mejor prensa que hay en España es la regional. De lejos. Yo siempre he trabajado para diarios regionales. El verano pasado me llamaron para dar una clase magistral en los cursos de verano en Santander, algo a lo que invitan a gente del rango de Vargas Llosa y muchos otros por encima de mí. Me preguntaron que qué cargo me ponían, y yo les dije que periodista del Heraldo de Aragón. “¿Heraldo de Aragón?”, me respondieron. “Sí. ¿Cuál es el problema?”, les contesté. Es la cabecera con la que trabajo desde marzo de 1987. Allí jamás me han tocado ni una sola línea, algo seguro imposible en los grandes diarios de Madrid. Eso significa que no soy conocido como periodista para el que no ha querido conocerme. He trabajado para La Vanguardia, para El País, que ha tenido que publicar crónicas mías con el copyright de El Heraldo de Aragón, lo que no deja de tener su gracia… Estudié en la universidad cinco años de periodismo y jamás hice un curso de fotografía. Y me gustaría hacer algún día algún curso en profundidad sobre periodismo literario. Y he trabajado en radio para la SER y para otros medios. Lo que es raro es que un freelance como yo pueda desplegarse en variedades de periodismo tan diversas. Es algo posible. El problema es que tienes que trabajar tres veces más.
Le habrán preguntado mil veces por qué eligió esta profesión que compartimos, pero casi me interesa más saber cómo se decantó por el reporterismo de guerra…
Yo soy periodista, de vocación y de oficio. Empecé a trabajar desde muy joven. Y mi sueño desde siempre fue el de viajar. De niño me encantaba memorizar las capitales del mundo; me las sabía todas, y por eso mi idea era recorrerlas. Creía que los periodistas conocían mundo porque viajaban mucho. Luego te das cuenta que de lo que viajan es de aeropuerto en aeropuerto, que es lo único que conocen, y de hotel de cinco estrellas en hotel de cinco estrellas. Hay que tratar bien a sus señorías para que no se hernien. Yo era el único de mis compañeros de instituto en los años setenta que iba a clase con un periódico. Es verdad que era un diario deportivo, entono el mea culpa. Pero tenía muy claro a lo que me quería dedicar y en lo que me quería especializar. Es como lo del tema de los desparecidos. Era algo que ha estado siempre en mi cabeza. Lo que necesitaba era que llegara el momento de poder desarrollarlo. Porque ese es el gran problema de esta profesión: que es un oficio con muchos, muchos obstáculos. Para esto es importante tener paciencia, creer en lo que haces, saber que va a ser para siempre, que no hay vuelta atrás y que se es periodista las 24 horas del día.
Rechaza la etiqueta de “periodismo comprometido”. ¿Eso es porque todo periodismo debería serlo?
Es una etiqueta que me molesta mucho. Yo soy un periodista. Punto. El periodismo es compromiso. Por eso me enciende cuando compañeros prostituyen y pisotean los principios básicos del periodismo. Porque me acuerdo de mis otros compañeros muertos por hacer aquello en lo que creyeron. El periodismo es algo tan necesario para la sociedad como la sanidad y la educación. Una sociedad sin buen periodismo está absolutamente mermada y es muy fácilmente manipulable.
Es muy crítico con los grandes medios. ¿Cómo se relaciona con los que trabaja?
Es básico el respeto. Y no a mí, como persona, que se da por descontado, sino a los protagonistas de mis historias. Por esta cuestión yo he dejado de colaborar con medios muy conocidos. Mis protagonistas son las grandes víctimas de los conflictos armados, los grandes olvidados y la única verdad incuestionable de una guerra. El día en el que alguno de los medios con los que trabajo cambien de dirección, u ocurra algo que me molesta, buscaré otros lugares sin problemas. Y no se trata de crearse un top de medios. El fin no es trabajar para el más grande. Yo me siento orgulloso de colaborar con la prensa regional. Me ha dado muchas ventajas, y viceversa, porque yo soy muy generoso con la gente que me respeta.
Ha dicho que nunca hizo un curso de fotografía, pero jugaba con ventaja, y es que aprendió junto a los más grandes del oficio.
Tuve la suerte de encontrarme en el camino con los mejores fotógrafos del mundo, que, y aunque parezca contradictorio, suelen ser los más humildes. Hay una tendencia en el mundo del periodismo y la fotografía, y es que, cuando te vas haciendo mayor y vas teniendo poder, te conviertes en un egoísta y un prepotente. Esos “profesionales” son los menos interesantes, los más mediocres. El problema es que hay demasiados mediocres en puestos de responsabilidad y en todos los ámbitos. Pero es que para controlar un poder son necesarias personas que no sean contestatarias. Yo aprendí mucho dejando de hacer mi trabajo y viendo como trabajaban estos grandes fotógrafos. Les pedía consejo, y a veces sus respuestas eran durísimas. Pero eso me sirvió para ser muy autocrítico conmigo. Esa, sin contemplaciones, es la base del periodismo. Sobre todo cuando empieza a llegar la cosecha de premios, que a la gente joven le hace polvo y a la mayor les vuelve hipócritas. Como dice un amigo mío, cuando estés subiendo las escaleras, saluda a los que están bajando porque quizás algún día te los encuentres en el camino de vuelta. He tenido la suerte de encontrarme sobre el terreno con gente con muy buena onda.
Afirma que la primera víctima de una guerra es la verdad. Y sus depositarias suelen ser las víctimas…
Eso lo dijo un senador norteamericano en los años veinte. ¡Ni siquiera lo dijo un periodista! ¡Tuvo que ser un político el que expresara una verdad como un templo!
Cuando uno estudia la carrera de periodismo le repiten una otra vez que debe ser objetivo. Con materiales tan sensibles como estos, eso es complicado.
Pero, vamos a ver, ¿cómo se le puede pedir ser objetivo a una persona que ocupa la mayor parte de las veces el último puesto del escalafón, cuando el medio para el que trabaja no lo es? Los medios se pasan por el arco la objetividad todos los días; no tienen valentía ni agallas para enfrentarse a los poderes fácticos. ¡La objetividad es un absurdo en el mundo del periodismo! Es una palabra que habría que desterrar de los planes de estudio. Lo que hay que ser es riguroso. Siempre. Siempre. En esto, como en todo, como te pillen una vez, la cagaste para toda la vida. Y ya puedes luego hacer cien buenas acciones. Ni subirás, ni bajarás escalones. Te quedarás ahí. Si no tienes seguridad en la noticia que vas a dar, no la des. Es un consejo que doy a los nuevos periodistas, pero también a muchos expertos.
Es cierto que no tenemos una clase política como para estar orgullosos de ella. Pero la sociedad civil tampoco hace nada por desperezarse. ¿Qué está fallando?
El nivel político en España está por los suelos. Y no es que lo diga yo. Solo hay que ver las respuestas a las encuestas cuando se le pregunta a la gente que valore a sus políticos. ¡No aprueba ni el que está a punto de ganar unas elecciones por mayoría absoluta! Y hay otro problema grave y es que, como decía antes, los medios de comunicación han dejado de hacer su trabajo. No crean opinión y van a trancas y barrancas de los temas. En todos los medios hay tres o cuatro periodistas de referencia que escriben al dictado. El otro día le leía a uno de ellos que España iba a dejar de vender armas a Libia. La pregunta que había que hacerse era: “¡Ah! ¿Pero es que le vendíamos armas a Libia?”. ¡Si no se puede! ¡Si la ley internacional lo impide! ¿Por qué ese mismo periodista no contó un año antes que vendíamos armas a Libia? Todo eso confunde a la opinión púbica. Los medios se dedican a hacer entrevistas pactadas. ¡Hay personajes a los que no se le debería dejar vivo periodísticamente hablando cuando se enfrentan a una rueda de prensa! ¿Cómo es posible que a los protagonistas ya no se les pregunte por los temas de agenda, los de obligación? Ahora te piden el cuestionario para ver si van a tu tele o a tu radio, ¡o no te dejan hacer preguntas en las ruedas de prensa! Eso es la antítesis del periodismo. Finalmente, lo que está claro es que la gente solo se mueve por cosas que le tocan de lleno. La mayor parte de los conflictos armados, el sufrimiento humano, están muy alejados de nuestras vidas. Lo que nos preocupa del Magreb es si nos van a dejar sin petróleo. A nadie le interesa por qué occidente ha estado vendiendo armas y haciendo negocio con todos estos cafres y dictadores. Nadie entra al debate. Señores, ¡en 2007, Gadafi estuvo en Sevilla y todo el mundo fue allí a bajarse los pantalones! Desde 2004, el gobierno del “no a la guerra” ha cuadruplicado la venta de armas al extranjero. Se ha pasado de 450 millones a 1.800 millones de inversión. Y para saber eso no hay más que meterse en Google y poner “venta armas España”. ¡Si encima son cifras oficiales! Luego las universidades están en paro mental. No hay debate. La prensa, bajo mínimos. La situación es muy complicada como para ver una salida.
Hablando así, ¿No se ha visto tentado por la política, la verdadera política?
No. A mí lo único que me interesa es el periodismo. Y así será hasta que me muera. Mi sueño es morir ejerciendo esta profesión. Para que yo hiciera política habría que cambiar la estructura de los partidos. Habría que cambiar a los responsables de esos partidos. Y habría que transformar las perspectivas para que la gente se viera interesada por la política. Los propios políticos se han cargado la política. Han defraudado tanto que la gente cree que política es sinónimo de corrupción y mentira.
Usted lleva más de 25 años viviendo la guerra de cerca. ¿Ha cambiado en algo la manera de hacerla?
Ha cambiado más la manera de narrarla. En la guerra se sigue matando igual que siempre. Ahora hay más armas, pero las víctimas siguen siendo las mismas, los combatientes no saben por qué combaten, las personas no saben por qué mueren, las mujeres no saben por qué son violadas y los niños no saben por qué tienen un fusil en las manos. Nadie te responde con argumentos a estas cosas. Lo que sí ha cambiado es la manera de transmitir la guerra, porque las nuevas tecnologías permiten que todo corra mucho más deprisa. La pregunta clave es si esto es mejor o peor. Los listos de turno te dirán que mejor. Yo, que soy bastante más escéptico, creo que las nuevas tecnologías han beneficiado mucho, pues no es lo mismo tener que vagar dos horas por una ciudad, como me ha pasado a mí en Sarajevo para mandar una crónica, que hacerlo desde la habitación de un hotel. Juro que prefiero lo segundo. Antes había que jugarse la vida y gestionar durante horas ese teléfono al que había que llegar al final del día. Muchos compañeros están muertos o fueron heridos por eso mismo. Pero la facilidad de ahora lleva a que no se le dé importancia a lo que se hace. Antes había que revelar los rollos. Llevarte contigo esos paquetes de fotos. Y sabías que el número de disparos era limitado. Hoy tiran y tiran y tiran. Y el resultado es muy reiterativo. Todo el mundo está obsesionado con ser el primero, y como decía García Márquez, el bueno no es el que primero escribe algo, sino el que mejor lo elabora. Y los periodistas se han convertido en protagonistas. Los que ahora están cubriendo cuestiones como Egipto y Libia son muy jóvenes, fácilmente manipulables; las coberturas han caído de calidad, y en televisión las han convertido en puro espectáculo. Todo esto va en contra del periodismo en el que yo creo.
Tal vez podemos decir que todas las guerras son iguales, pero no que todas las víctimas son iguales.
Como ocurre en todas las guerras, hay víctimas de primera, de segunda y de tercera categoría. Y las historias de unos se transmiten y las de los otros no. Y guerras mediáticas con víctimas mediáticas pasan a convertirse en olvidadas en cuanto dejan de interesar. Lo de Irak no es nuevo. Tiene 30 años, como sus víctimas. El otro día me preguntaban: “¿Qué es peor, que te desaparezca un hijo o cinco?”. Pues depende de si esa madre tiene diez o un hijo. Pero tampoco se puede hacer categorías con el dolor. Cada persona que muere, que es herida, que no alcanza un objetivo, se convierte en una historia inconclusa.
¿No está demasiado idealizada la figura del reportero de guerra?
A mí me pone frenético el hecho de que se identifique a los periodistas como tal. Yo soy una persona normal y corriente, y si me ves por la calle, no sabrías a qué me dedico. Hago un trabajo de lo más sencillo. Y cuando me dicen que es peligroso trabajar en una zona de conflicto siempre les digo que es mucho más peligroso trabajar en la sección de local de un periódico. Si yo titulo “Gadafi es un criminal”, eso no lo toca nadie. Pero intenta titular donde quieras que el corrupto es un banquero o di que habría que investigar la política de contratación de esta u otra empresa. A ver quién se atreve. Los periodistas de ese tipo de secciones están condenados a ser golpeados, a ser censurados y a perder su trabajo. Por trabajar en local o en economía, no en internacional. Hay que colocar a cada uno en su sitio y devaluar esa especie de actitud de que la especialización en conflictos armados es mejor o peor que otras especialidades. Yo he visto en zonas de conflicto periodistas muy buenos y periodistas muy malos, como en economía o deportes. Profesionales que no se dejan envenenar y otros que escriben al dictado.
Pero el desgaste debe ser distinto. ¿Cómo se sabe cuándo se debe parar?
Un vicio de los periodistas en general es hablar más de uno mismo que de lo que ocurre. Y debemos ser conscientes de que cuando te especializas en algo lo haces con todas las consecuencias. En ello habrá momentos muy positivos y momentos muy amargos; momentos de gran impacto emocional, en los que verás morir gente, a un amigo, o porque haces un muy buen trabajo. Sin embargo, no entiendo que no se llegue a sentir el impacto del dolor de las víctimas. Si no es así, jamás podrás transmitir con decencia. Por muchas fotos que hagas y muchos textos magníficos que escribas y muchos premios que te den. Y una profesión como ésta es un camino sin retorno. Si sales será para sentirte mal, pensar que eres un incomprendido, que nadie te entiende…
“Vidas minadas” es, lamentablemente, un proyecto inacabado. No sé si es el que mejor lo define. Siempre ha dicho que tiene un hijo natural y cuatro más…
Eso lo dije cuando me dieron un premio pero era para establecer un símil con una realidad. Había que hablar poco, y dije cosas muy potentes y a través de imágenes que la gente podía entender. En ese momento se cumplía el cuarenta aniversario de la muerte de Luther King, que también tenía cuatro hijos, y eché mano de algunas de sus frases. Él tenía cuatro hijos y yo puedo considerar como tales a los protagonistas de “Vidas minadas”. Porque aunque me pase años sin verlos, yo sé que me van a recibir con el mismo calor cuando llegue mañana, y cuando pasen cosas importantes en sus vidas, me van a llamar después de a sus familiares. Es importante relacionarse con la gente con la que trabajas. Todo el mundo tiene derecho a labrarse una identidad. Decía Kapuscinski que el que no está dispuesto a conocer la historia de otra persona sobre el terreno no tiene mucho derecho a explicarla. “Vidas minadas” era una contestación a todo esto. Un proyecto en el que intentaba contar las cosas de otra manera, como decía John Berger, porque hay que saber vincularse a las historias, llenarse de barro, dejarse golpear por el dolor. Únicamente así sabrás transmitir no sólo con decencia, sino también con cierta singularidad. Ese proyecto me ha dado muchos dolores de cabeza, pero también muchas satisfacciones. Es parte de mi esencia. Y creo humildemente que ese trabajo nos ha enseñado a entender de otra forma el dolor ajeno.
Cita a Kapuscinski. ¿Es un autor de cabecera?
Yo lo conocí personalmente. En el último año ha habido mucha polémica con su manera de trabajar, su biografía, que yo la he leído de punta a punta. Me ha dejado un mal sabor de boca el sensacionalismo que se ha hecho con algunas partes. El libro no defenestra tanto a Kapuscinski como se ha dicho, pero sí que lo deja en una situación complicada. Él sigue siendo una persona que ha escrito grandes páginas del periodismo, que ha hecho grandes reflexiones, y esto es como cuando lees a Céline. Sería un fascista, un gran hijo de puta por su manera de pensar, pero escribió libros maravillosos. Yo siento cierta amargura por haberme enterado de cosas de Kapuscinski que no me gusta que hayan pasado. Pero eso no quita para que considere que ha sido una de las personas que más ha pensado sobre esta realidad nuestra. Él ha acercado las grandes cuestiones de nuestro tiempo al ciudadano medio. Y lo hizo con elegancia, paciencia y dedicación.
“Cuando tenga 64 años podré decir Yo he sido corresponsal de guerra”. ¿Cómo le definimos hasta entonces?
Cada vez me topo con más gente que se autodenomina “reportero de guerra”. Pero el hecho de irte un día a cubrir un conflicto, ver a unos soldaditos heridos y escuchar un boom de lejos, no te transforma en un reportero de guerra. Sin embargo, hay gente a la que le sucede esto. Yo que he estado en muchas guerras, que sería de los pocos en los que no rechinarían estas palabras, prefiero declinar la invitación para que la gente reflexione sobre lo que significa este oficio de verdad. Porque este es un oficio para toda la vida. Y mientras no te tires 40 años haciendo un trabajo no te especializas en él. Además, como ahora nos vamos a jubilar a los 67, todavía tendré que esperar más años para poder decirlo.
Apuntaba antes que se pueden hacer mil cosas en la vida, todas buenas, pero que como hayamos hecho una mala, o regular, ésa será nuestra penitencia. Usted siempre será el que sacó los colores a más de uno con su discurso al recibir el Premio Ortega y Gasset…
Cualquier persona que me conozca desde hace décadas sabrá que yo, siempre que me han dado un premio, he hablado alto y claro. El primero me llegó en 1994. Era el de la Asociación de la Prensa de Aragón, y también saltaron chispas. Solo hay que leer el prólogo de mi libro sobre Sarajevo. O el de “Vidas minadas”… No estoy cambiando de discurso. Siempre me he sentido obligado a hablar en nombre de los que no pueden. Cuando me invitan a dar charlas siempre procuro llevarme a alguno de los chicos, que sean ellos los protagonistas. Yo sólo soy un intermediario. Lo que ocurre con el Ortega y Gasset es que tiene más impacto mediático por venir de quien viene. Pero yo siempre he hablado igual. Se trata de adecuarte al espacio que tengas. Ese día me pasé porque tenía un minuto, que en realidad era para agradecer el premio, y empleé cuatro. Y yo considero que mi discurso no fue el más fuerte de los que se leyeron en esa ocasión, ni mucho menos.
¿Enseña algo la guerra?
La guerra nos enseña a que el hombre no puede vivir sin ella. Vivimos sometidos a ella desde tiempos inmemoriales. No se conoce periodos de la Historia en los que hayamos renunciado a ella. Y los europeos hemos sido maestros dando lecciones de brutalidad. Somos los grandes inventores de los mayores dramas de la humanidad. Lo único que le sale bien al hombre es matar. Al hombre le gusta matar. Y al que lo niegue es que no tiene ni idea de lo que pasa en una guerra. Porque uno no mata aquí. Mata rodeado de otro tipo de circunstancias y condiciones. Y lo hace cuando todo se desmorona, cuando se tiene que defender, cuando te manipulan. Pero en la guerra también hay gente que muere por no matar, y eso es lo único que nos salva. Gente desconocida y sin nombre, pero valiente y con honor. Gente a la que nunca se le da premios. Es más cobarde matar. No hacerlo es ser muy heroico. Hay que acabar con ese desequilibrio. Y luego la guerra es un gran negocio, y como es un gran negocio, difícilmente desaparecerá.
Tengo que preguntarle por los seminarios de fotografía de Albarracín, que dirige y que ya tienen más de una década de existencia.
Es sorprendente que un lugar tan alejado del mundanal ruido de Madrid y de Barcelona pueda tener tanto atractivo para la gente. Allí se empezó de cero, de una fundación, la Santa María de Albarracín, cuyo comportamiento es incontestable desde mi punto de vista. Admiro su ética, la de una institución que es capaz de contar con toda una serie de personas para conseguir que ese lugar no se deteriore, ni se destruya; que ha luchado para que las restauraciones sean lo más cercanas a ese maravilloso entorno; que nadie se aprovechara de esa actividad; y que los resultados fueran de acceso público y no cayeran en manos privadas. Ellos han sido capaces de montar seminarios tan importantes de todo tipo relacionados con la cultura y el arte. El nuestro atrae a tanta gente en buena parte debido a esto: 300 alumnos el año pasado matriculados, 150 fuera… Ahora tenemos hasta cuatro salas para las charlas y empezamos con una. Tenemos que usar un circuito interno de cámaras para que lleguen a todo el mundo. Son conocidos, y la gente está encantada cuando les llamo para participar en ellos. Las instalaciones son magníficas, como la actitud de la fundación… Es un lugar interesante al que viene mucha gente con ganas de aprender fotografía.
¿Y ahora qué?
Tengo trabajo para unos cuantos años. Voy a seguir el tema de los desaparecidos en España. Estoy ocupado también con un proyecto sobre Afganistán, que aún está en pañales, pero que quiero que vea la luz en 2013 o 2014, cuando los occidentales se hayan marchado del país habiéndolo dejado hecho una mierda, poder presentar el resultado de su fracaso. Sigo con “Vidas minadas”. Me gustaría presentar en 2022 sus 25 años. Y seguir haciendo periodismo de actualidad, que me interesa mucho.
4 de noviembre de 2016
CLARA USÓN PRESENTÓ LA REVISTA EN HUESCA EL 22 DE NOVIEMBRE
La revista TURIA fue presentada por la escritora Clara Usón en la Diputación de Huesca el martes 22 de noviembre a las 20 horas, publica un espectacular monográfico en homenaje a Ramón Acín. Con motivo de cumplirse este año el 80 aniversario de su muerte, y desde la convicción de que sin memoria no hay cultura posible, TURIA ha creído necesario realizar una amplia labor de análisis y divulgación de la obra de un personaje único e irrepetible.
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