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14 de marzo de 2014

Los hitos más importantes en la vida de Nelly Sachs son su nacimiento en Berlín el 10 de diciembre de 1891 en el seno de una familia judía, un experiencia amorosa entre 1908 y 1910 que influirá poderosamente en su obra, la ayuda de Selma Lagerlöf que le permite escapar a la persecución nazi en 1939, el exilio sueco que permite la creación de lo mejor de su obra, comienzo de la correspondencia y amistad con Paul Celan en 1957, el reconocimiento constante de la misma desde 1958 por importantes premios suecos y alemanes y la admisión en diversas Academias, la recepción del Premio de la Paz en Frankfurt en octubre de 1965 y la del Premio Nobel el 10 de diciembre en 1966. Murió el 12 de Mayo de 1970.

La poesía completa de Nelly Sachs, que se publicará en mi traducción en la editorial Trotta, es una obra muy compleja, no sólo por su tema, sino por su resolución. Se trata del tema del holocausto, el exterminio de los judíos europeos por parte del régimen alemán nazi. Sobre este tema ya se conoce la frase del filósofo Theodor Adorno que escribir poesía después de Auschwitz es algo bárbaro. Precisamente han sido dos poetas judíos, Paul Celan y Nelly Sachs, amigos en la segunda mitad de su vida, los que han dado respuesta con sus obras a la afirmación del filósofo. Y la respuesta no ha podido ser más grandiosa desde el punto de vista estético y moral.

En el caso de Nelly Sachs, 1891-1970, esa respuesta surge de la propia experiencia de huida obligada de los nazis, que le lleva al exilio en Suecia para el resto de su vida, así como de la memoria de la historia de exilio y retorno del pueblo de Israel, de la superación de la catástrofe, de la metamorfosis de la destrucción. El título general de su obra es literalmente: “Viaje adonde el polvo no existe”, que yo he traducido por “Viaje a la transparencia”. La búsqueda de esa transparencia, de esa resurrección, de ese nuevo estado tras el que la crisálida del dolor logra una nueva vida, cuyo orden entre las estrellas del creador nadie sabe, es una búsqueda por amor, una búsqueda de amor. Y ese amor que emana constante de cada verso de su poesía lo expresa Nelly Sachs como San Juan de la Cruz por los caminos que no se conocen. Nuevas combinaciones de todos los elementos de la expresión sentimental humana se unen a los más inesperados elementos cósmicos, a los más sensibles de la naturaleza, con los más significativos de la historia del pueblo judío, en una sorprendente taracea de palabras que nunca habíamos oído así, en esas relaciones, mostrando que es el viaje del poema, la búsqueda de la nueva expresión,  lo que lleva a la transparencia, su  expresividad es la crisálida del polvo para la nueva existencia. Esa nueva expresión necesita del constante recuerdo de todas las existencias anteriores, de sus debilidades, de sus limitaciones, de su pasión y su dolor y de sus olvidos; es la memoria en la nueva expresión lo que abre no sólo el ensueño de la nueva existencia, sino la conciencia del sentido de las otras y sus amarguras como viaje a la transparencia, es decir a la trascendencia incógnita y sin embargo evidente de nuestra polvorienta significación. El poema que inicia esta pequeña antología de su obra lo resume muy bien 

 

QUIÉN SABE, donde están las estrellas                                                            

en el orden de gloria del creador

y donde comienza la paz

y si en la tragedia de la tierra

la agalla del pez arrancada con sangre

está determinada

para completar la constelación

Martirio con su rojo rubí,

a escribir la primera letra

del lenguaje sin palabras –

 

Sin duda posee amor la mirada

que a través de los huesos va como un rayo

y acompaña a los muertos

más allá del aliento –

 

pero dónde los rescatados

deponen su riqueza

es desconocido.

 

Las frambuesas se delatan en el más negro de los bosques

por su olor,

pero el peso del alma dejado por los muertos

no se delata a ninguna busca –

 

y puede sin embargo temblar

alado entre hormigón y átomos

 

o siempre allí,

donde un lugar para latidos

había sido olvidado.

 

QUÉ BUSCAS huérfano

sintiendo aún en la tierra

la era glacial de tus muertos –

las azules lunas

aclaran ya la noche extrajera.

 

Más rápida que el viento

mezcla  la muerte las cartas negras

tal vez un arco iris

desprendido de las escamas del pez

cerró ahora los ojos de tu padre,

sal marina y lágrimas

en la venda de muertos transitoriedad.

 

¿Tal vez

el beso omitido de la madre

descansa en el bramido de polvo

de la garganta del lobo?

 

El verdugo

en las tinieblas cargadas de culpa

ha escondido su dedo profundamente

en el pelo del recién nacido

que ya hace brotar años luz

en cielos no soñados.

 

De la tierra la lengua de ruiseñor

canta

en tus manos – huérfano –

que buscan

en el adiós que se volvió negro

de la arena

 

lo amado buscan

 

que hace  tiempo

desapareció

de dientes de estrellas

aserrados cortantes –

 

TIERRA, VIEJO PLANETA, tú mamas de mi pie

que quiere volar,

oh rey Lear con la soledad en los brazos.

 

Hacia dentro lloras tú con ojos de mar

los escombros del sufrimiento

en el mundo del alma.

 

En tus rizos de plata millones de años

la corona de humo de la tierra, delirio estrellado

en el olor del incendio.

Y tus niños,

 

que ya arrojan tus sombras de muerte,

pues tu  giras y giras

sobre tu lugar de estrellas,

mendigo de la vía láctea

con el viento como perro de ciego.

 

UNA RÁFAGA DE VIENTO

con los alientos de los muertos.

El pescador de caña saca el pez de plata

a través de la sociedad verdadera de los ángeles.

 

Oración de las agallas sangrientas.

 

Pero en el oficio divino

duermen las mujeres ancianas

a pesar del perfume de lavanda

y de las letras que salen ardiendo

y les consumen los ojos.

 

EN LA LEJANÍA AZUL,

donde camina el rojo manzanal

con pies de raíces que suben al cielo,

se destila el anhelo

para todos los que viven en el valle.

 

El sol que yace al borde del camino

con varitas mágicas,

ofrece parada a los viajeros.

 

Los que se detienen

en la pesadilla de cristal,

mientras el grillo araña finamente

lo invisible

 

y la piedra bailando

cambia su polvo en música.

 

Y NOSOTROS, que pasamos

por todas las hojas de la rosa de los vientos

una grave herencia hacia las lejanías.

 

Yo aquí,

donde la tierra ya se vuelve sin rostro,

el polo,

de la muerte blanca succión de abeja

en el silencio blancas hojas hace caer,

 

el alce,

asomándose a través de cortinas azules,

pálido huevo de sol empollado

lleva entre sus paletas –

 

aquí, donde el tiempo de mar

se disfraza con máscaras de hielo

bajo la llaga helada

de la última de la estrella

 

aquí en este lugar

depuse yo los corales,

los sangrantes,

de tu mensaje.

¿SON TUMBAS respiros para el anhelo?

¿Suave columpiar en los aros de estrellas?

Agonía en la sombra de la noche,

antes que toquen las trompetas

a la ascensión de todos,

a la vida los podridos granos de semilla?

 

Suave, suave,

mientras los gusanos

devoran los astros de los globos oculares.

 

TRANSMORIR como el pájaro el aire

hasta en el alma del bosque

que se estrecha en la violeta,

hasta en la agalla sangrienta del pez

música de pena y fin del mar –

 

Hasta en el volverse tierra

detrás de la mueca de delirio

donde la fuente con la salida subterránea

tal vez corrió detrás del lecho de dolor

de las lágrimas.

 

EN EL CREPÚSCULO MATUTINO,

cuando la moneda de la noche acuñada de sueño

se voltea

y costillas, piel, ojos

son llevados a su nacimiento –

 

el gallo con la cresta blanca canta,

llega el terrible momento

de la pobreza sin Dios,

se alcanza una encrucijada  –

 

Delirio se llama el tambor del rey –

Sangre sosegada corre –

 

¡NO SÓLO PAÍS es Israel!

De la sed en el anhelo,

de la raíz de medianoche calentada al rojo

a través de las puertas del cereal del campo

hasta los espíritu-azules bebedores de aliento

detrás de la gracia de azucarado brazal* de ciego.

Alas de la profecía

en el hombro de arena del desierto.

Tus pulsos cabalgando en la tormenta nocturna,

los pies de bronce

de tu montaña que resopla eternidad

galopando

hasta en la espuma blanca como leche

de las oraciones de los niños.

 

Los circulares meridianos de tus huellas

en la sal del pecado,

tus verdes raíces de bendición adormecidas

en el martirizado cielo del desierto,

la abierta herida de Dios

en el plumaje del aire –

 

¡TARDÍO PRIMOGÉNITO!

Con la pala llegado al hogar

a lo no excavado,

no carpinteado,

sólo en la línea,

que corre de nuevo

a través de la sinagoga del anhelo

de muerte a nacimiento.

 

Tu arena de nuevo,

máscara de oro de tu desierto,

ante un cielo combado hacia abajo

por las luchas de los ángeles,

ante los frutos ardientes

de tu noche que habla a Dios.

 

Tardío primogénito,

rosa de sal,

con el sueño de los nacimientos

como un oscuro pámpano

colgando de tu sien...

 

TODAVÍA MEDIANOCHE en esta estrella

y los ejércitos del sueño.

Sólo algunos de los grandes desesperados

han amado tanto

que saltó el granito de la noche

ante la cornamenta que corta en blanco de su rayo.

 

Así Elías; como un bosque con raíces arrancadas

se levantó bajo el enebro,

pulió, sangría de un pueblo,

sangrientas piezas de anhelo detrás,

siempre pegado a su gravedad el dedo de ángel

como un rayo de luna que sorbe cansancio,

abismos llevando hacia casa –

 

¡Y Cristo! En la cruz del fervor

sólo inclinada cabeza –

colgando la mandíbula,

con la roca:

Basta.

 

AQUÍ OS HAGO PRISIONERAS

palabras

como vosotras deletreándome hasta la sangre

me hacéis prisionera

vosotras sois los latidos de mi corazón

contáis mi tiempo

ese vacío designado con un nombre

 

Déjame ver al pájaro

que canta

si no creo que el amor iguala a la muerte –

 

DELANTE DE MI VENTANA

el pájaro que chirría

ante la ventana  seca

el pájaro que chirría

Tú lo ves

lo oyes

pero distinto

yo lo veo

lo oigo

pero distinto

 

en el mismo sistema solar

pero distinto

 

EL PANTANO DE LA ENFERMEDAD

tira hacia abajo

Fuegos fatuos dicen no al día

La noche bosteza de misericordia

Morir juega bien ramificado –

 

Cada rincón con el mal caduco recibe

con brazos oscuros

Negro es el color preferido del suplicante:

Ven y regálame sueños –

Escrito en Lecturas Turia por José Luis Reina Palazón

13 de marzo de 2014

En un angustioso relato llamado “La construcción”, Franz Kafka nos narra la historia de un innominado animal —¿un topo?, ¿un ser humano?—, obsesionado por construir bajo tierra una guarida inexpugnable frente al mundo exterior. Lo trágico del asunto reside en que cuanto más segura se siente esta criatura en su confortable madriguera, más se cierra toda posibilidad de salida. ¿No es esta una buena metáfora del espacio político de Occidente y de sus gobernantes, obsesionados por seguir construyendo “casas” (patrias o Estados–nación) que la historia ha convertido en trampas mortales? Al final, cuando se trata de la seguridad, el interior de la madriguera no es mucho mejor que el exterior, y no se puede trazar una línea clara separándolos por mucho que se intente.

No es ninguna casualidad que esta sugerente metáfora kafkiana aparezca comentada  en Europa, una aventura inacabada, obra que originalmente vio la luz en el año 2004 y que es, hasta el momento, una de las últimas obras —junto con Ética posmoderna (Siglo XXI)— de Zygmunt Bauman traducidas al castellano. Un ensayo, cuando menos, oportuno, aunque a decir verdad también sirva al sociólogo polaco para reformular o ampliar algunas de sus viejas tesis acerca de “la modernidad líquida”, el uso político del miedo (“El miedo se ha convertido en el perpetuum mobile del mercado de consumo y, por tanto, de la economía mundial”), la hospitalidad o los contraproducentes peligros de la obsesión por la minimización de riesgos. Una idea esta última que se repite insistentemente en casi todos los libros de Bauman. Y un proceso que Europa ha llevado hasta sus últimas al abrigo del proceso de modernización y en detrimento de su propia herencia cultural de cuño ilustrado. De ahí la recurrente contraposición entre las visiones contrapuestas de Hobbes y Kant (eso sí, muy pasado por la “turmix” habermasiana) que atraviesa la obra. El desafío de Europa hoy, escribe Bauman, pasa por cambiar ese mundo cerrado hobbesiano en el que “el hombre es un lobo para el hombre” en otro inspirado en Kant en el que la Humanidad pueda asociarse pacíficamente a través de asociaciones más justas.

Evidentemente, a la hora de hacer política Bauman es decididamente más partidario del modelo europeo kantiano de la paz perpetua que del hobbesianismo norteamericano. Como buen jardinero, para él el mundo no es una jungla donde reina la violencia y se necesita urgentemente introducir orden, sino una especie de invernadero universal donde la política constituye el arte de crear un clima común en la medida de lo posible. El pacifismo teórico de Bauman rechaza, pues, de plano todas esas posiciones que, como las de Robert Kagan, defensor del unilateralismo realista estadounidense, consideran que el viejo continente sigue soñando en un paraíso poshistórico idílico de paz y relativa prosperidad. Una argumentación que defiende la necesidad de ejercer el poder en un mundo anárquico en guerra en donde las leyes y normas internacionales no son fiables y la seguridad, defensa y promoción del orden liberal todavía dependen de la posesión y el uso de la fuerza militar. Frente a esto, replica Bauman, los beneficios que obtendrán los jugadores de ese combate continuo serán endémicamente inseguros, “sin apuntar en la suma el precio que en vidas humanas que se está pagando en nombre de su defensa”.

 Al hilo de esta preocupación por la extensión de la lógica del estado de excepción como panacea de la seguridad, tampoco es raro que Bauman, avanzado el libro, deje progresivamente en un segundo plano el problema concreto del futuro ideológico de la construcción europea para reflexionar sobre algo que sin duda le preocupa mucho más: la paulatina pero al parecer irrefrenable erosión del Estado del bienestar en el mundo de la globalización. Dadas estas premisas, siguiendo su análisis, en nuestras sociedades el lenguaje del derecho pasa a ser relegado a un segundo plano en beneficio de la paranoia de la seguridad. Por ello puede comprenderse la preocupación de un “judío errante” como él respecto a la actual crisis de valores de la actual construcción europea. Como se afirma en Europa, una aventura inacabada, la locomotora europea no puede impulsarse meramente por políticas económicas o burocráticas forjadas desde el valor absoluto de la seguridad y el miedo, sino por una estrategia cultural de grandes miras siempre consciente de sus raíces, de su rica herencia y de sus expectativas universalistas y mediadoras. Bajo este prisma puede afirmarse que Europa ejemplifica el dinamismo movilizador de la nueva sociedad “líquida”: durante dos mil años no ha dejado de progresar, de realizar su autocrítica, transcendiéndose por medio de la exploración y la experimentación.

Bauman coincide aquí con otros diagnósticos recientes, como el de Peter Sloterdijk en Si Europa despierta, en interesarse más en comprender la idea europea como un laboratorio experimental de diversidad, transferencias y traducción que como una identidad fija. En lugar de reconstruir sus raíces perdidas en el tiempo, ambos se preguntan por los criterios utópicos que han movido a Europa a actuar como unidad en la historia. Y si algo ha definido al espíritu europeo, según Bauman, ha sido su inveterada creencia en formas políticas alternativas a la autoafirmación de la supervivencia nacionalista, al miedo o al estado de excepción. En los momentos de mayor desconcierto Europa no ha dudado nunca en reflexionar sobre su identidad. Todavía Husserl, como funcionario de la Humanidad, apelaba a la idea de Europa como cabeza rectora y a la reconstrucción de un proyecto universal de racionalidad. Hoy para Bauman la irrefrenable emergencia del multiculturalismo, la paulatina erosión interna de los valores fundamentales europeos y la preponderancia militar y cultural de Estados Unidos obligan al viejo continente a realizar un inédito inmisericorde ajuste de cuentas con su pasado. Una difícil encrucijada en la que el futuro sólo puede atisbarse a través de una revisión sosegada de sus pilares ideológicos.

Aunque el diagnóstico de Bauman deja entrever un cierto optimismo por el futuro, también señala que, lamentablemente, en el paso de la modernidad a la posmodernidad, Europa ha cedido con gusto su papel de protagonista en el guión universal y, en esa medida, perdido su vieja misión de universalidad cayendo en la abulia o, casi peor, en una complaciente autoculpabilización masoquista. Si en algo se ha especializado Europa a lo largo de su historia ha sido en ofrecer soluciones globales para los problemas sociales locales. Tampoco hay que olvidar que los intentos de definir Europa, de convertirla en problema, surgen en el momento en el que este sistema de Estados se observa a sí mismo no ya como un marco cerrado geográfico, sino como una unidad móvil de traducción de la diversidad. “Fue en Europa, donde los seres humanos se distanciaron por primera vez de su propio modo de ser-en-el-mundo y por tanto lograron autonomía de su propia forma de humanidad”. Europa, como se dice también en otro momento del ensayo, inventó las naciones; ahora es el momento de inventar la Humanidad. Una aspiración, podrá convenirse, muy alejada del escenario actual, donde, desgraciadamente, por decirlo en palabras del propio Bauman, “la lógica del atrincheramiento local” prima sobre toda “lógica de la responsabilidad-aspiración global”.

 

Bauman, Zygmunt, Europa, una aventura inacabada, traducción de Luis Álvarez-Mayo, Madrid, Losada, 2006.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Germán Cano

En el año 2006 José Luis Giménez-Frontín (Barcelona, 1943-2008) publica tres poemarios: Réquiem de las esferas (Ferrol: Sociedad de Cultura Valle-Inclán, col. Esquío), Tres elegías (Varese: La Torre degli Arabeschi) y la antología La ruta de Occitania. Poesía reunida (1972-2006) (Montblanc: Igitur). Con este último había cerrado un ciclo. El segundo ciclo de su dedicación a la composición poética, iniciado en 1993 con Que no muera ese instante (Barcelona: Lumen), continuó en 1999 con El ensayo del organista (Barcelona: Lumen) y dio en 2003 Zona Cero (Vic: Emboscall).

El primer ciclo se había clausurado con la primera antología, en 1989: Astrolabio (Antología 1972-1988) (Pamplona: Pamiela), con poemas de La sagrada familia y otros poemas (Barcelona: Lumen, 1972), Amor omnia y otros poemas (Barcelona: Linosa, 1976),  Las voces de Laye (Madrid: Hiperión, 1980) y El largo adiós (Barcelona: Taifa, 1985).

Grosso modo, en la primera fase (1972-1985) el 'yo' se afirma, y en la segunda etapa (1993-2006) el 'yo' desaparece para que el poema quede ahí, cantando solo, como una música, con cierta tendencia a una desintegración en la literatura misma.

Sobre su obra poética se han escrito sobre todo reseñas, con una percepción profunda y certera, en algunas de ellas, de la estética propuesta por el poeta. Los estudios más completos se hallan precisamente en los prólogos de las antologías (1989 y 2006), firmados ambos por Pilar Gómez Bedate. Asimismo, cabe destacar las aportaciones de José Luis García Martín[1], Santiago Martínez[2], Enrique Villagrasa[3] y, sobre todo, las de Juan Antonio Masoliver Ródenas[4] y Enrique Molina Campos[5].

La orientación de su quehacer poético en los últimos años se encaminaba hacia el género elegíaco. En 2009 y 2010 aparecen sendas antologías con enfoques y matices peculiares.

 

Los días que hemos visto

Cuidada edición la que desde la Fundación Jorge Guillén de Valladolid sale el 21 de diciembre de 2009, conmemorando el primer aniversario del fallecimiento del poeta.

Con prólogo de José Corredor˗Matheos, un escrito preliminar de Victoria Cirlot («Este libro») y una tercera pieza firmada por JLG-F, recuperada de la edición del Allegretto Malinconico de Varese -«La edad de la elegía (a modo de mínima poética)»-, se presenta esta introducción al cuerpo de poemas.

Después, tres secciones; a saber: «I. Primeras elegías» (consta de ocho poemas); «II. Segundas elegías» (doce poemas bajo el genérico «Elegías para Alberto Caeiro») y «III. Réquiem de las esferas» (veintisiete poemas, la edición completa de lo publicado en la colección Esquío).

De «Primeras elegías», ninguna pertenece a antes de 1993, fecha en que aparece Que no muera ese instante. Así, de este libro se seleccionan: «No le retuvo más. (En la muerte de Bohumil Hrabal)», «La frente anchísima del que está y ya no está» y «La nave de los muertos». De El ensayo del organista se extraen: «En el desierto claman», «Oculta y a la vista como una fiel amiga te esperaba» y «Jehudá Haleví da la bienvenida a César Vallejo». Por último, de Zona cero: «Más allá del temido portón de los Urales» y el antonomástico «Zona cero».

En esta selección la voz tiende al verso que dialoga con los muertos, cuando su propuesta ya avanza hacia esa desaparición del ‘yo’ en el poema, hacia una victoria de la vida sobre la muerte misma.

En «Segundas elegías» se reúnen las publicadas en 2006 por Blasco Muñoz cuando eran inéditas («Loa y ensoñación en Sicilia para Javier Lentini», «El león, Peter Russell, ha muerto en su cama» y «En la muerte prematura de O»), aunque en el mismo año la primera apareciera también en Poesía reunida.

A este cuerpo se le suman nueve textos inéditos: «Elegía para Alberto Caeiro»,  «Elegía de las casualidades», «Elegía de Sir John, el motero», «Elegía con mariposas negras y niño bien», «En el huerto de los olivos», «La alegría, las princesas, las diosas», «El enemigo», «Una vida de héroe» y «Señas de identidad».

Corredor˗Matheos destaca un cambio de actitud en la poesía de JLG-F a partir de Réquiem de las esferas, libro en que pretende manifestar «una visión científica del mundo [...] próximo a ciertos presocráticos».

 Victoria Cirlot enfoca la dinámica de la lectura partiendo del poema «En el desierto claman», del que escribe: «En este poema, que entronca con la mística del desierto, se abre la vía de salida al llanto y al lamento.»

En cuanto a los inéditos, «Elegía para Alberto Caeiro» presenta un bucolismo muy a conciencia, un canto en tiradas de heptasílabos libres separadas formalmente por líneas punteadas. El punto de vista desde donde canta la voz poética dota al texto de una vivacidad algo caleidoscópica: el dios, el poeta, el pastor, el perro. Una geórgica en miniatura con guiños a la soledad gongorina en algún momento: «Con no visible fuerza». Por momentos el apóstrofe evocando al Caeiro pessoano ofrece un pretexto a la interrogación retórica: «¿Sólo somos el sueño/ de los dioses soñados?», donde se halla la verdadera esencia del mensaje del poeta.

Y siempre, ya sin renuncia posible, el instante, el único tiempo viable, el de la salvación, donde confluyen los pretéritos, así como los futuros recordados. Y al final, la forma definitiva, la pugna entre la palabra y el silencio, porque, he ahí la paradoja de El Poema, sólo con la palabra se puede dar noticia del silencio: «El poema no explica. / Cabalgando por voces, / fijará la belleza / del momento inasible».

En «Elegía de las casualidades», el vocativo vuelve a ser ese antagonista necesario que Giménez-Frontín encontró como recurso retórico y emocional en esta última parte de su producción. Sin descartar la posibilidad de que en ciertos momentos se oculte alguien con nombre y apellidos tras el casi ya genérico Sir John, habida cuenta de su frecuente uso como recurso, nos atreveríamos a apuntar la posibilidad de un desdoblamiento, de una segunda persona retórica, como si el propio poeta fuese el interlocutor de sí mismo.

«Elegía de Sir John, el motero» nos transporta a un viaje realmente en moto por el norte de África. Las referencias a los evangelistas, al profeta Elías, al Lázaro resucitado o a la Magdalena con plomo en las arterias, se cruzan entre reflexiones sobre el propio género elegíaco: «Dicen: nadie escribe elegías. / No es tiempo de elegías, / ¿quién las escucha ya?»

Así, siguiendo la pauta métrica acostumbrada (heptasílabos, alejandrinos en menor medida y algún endecasílabo), la elegía cabalga hacia el tiempo que ha de llegar buscando reencontrarse con un origen atávico.

Con la métrica de costumbre y alguna asonancia gemela en algún momento y sin que sirva de pauta, con título algo naíf presenta «Elegía con mariposas negras y niño bien» en el que da noticia de una escena de su infancia de confort, la educación católica y su inseparable conciencia del pecado, cierta descripción de la hipocresía y la no conciencia del tiempo fugitivo. Cuando el niño despierta al mundo concluye el poema no sin un oscuro final:

 

Sin pasión y sin odio,

cuando le llegue el día,

en su remedo de salón materno

bondadosa, cortés, inútilmente,

con voz algo adamada,

habrá de preguntarles qué desean

a los heraldos negros

que vienen y que van y que tendrán sus ojos

en la ruina del rencor final.

 

Podría decirse, así lo afirma Corredor˗Matheos en el prólogo, que «En el huerto de los olivos» fue el último poema que Giménez-Frontín escribió, en agosto de 2008. El poema es una despedida en toda regla. Los signos del evangelio adquieren fuerza de nuevo en este texto. Lejos del dramatismo, su apuesta final es la siguiente: más allá del instante, se halla el poema. Más allá del tiempo, la literatura sola.

«La alegría, las princesas, las diosas» es un texto alegórico. Tras la descripción de cada una de las tres hijas (dos gemelas y una menor, adoptada, asiática, «que comparten su vida con nosotros») en un ambiente familiar, habla de «mi compañera» como componente tradicional de esa familia entre la parábola y la alegoría: «No tengo yo respuesta, pero las sé / gloriosas, presidiendo / el altar más hermoso del instante».

«El enemigo», «Una vida de héroe» y «Señas de identidad» cierran el cuerpo de elegías inéditas. Son poemas breves: 14, 15 y 8 versos, respectivamente. Los tres textos, tratados en conjunto, muestran una escasamente diáfana despedida: la vuelta al útero cero, al origen que ya no ha de progresar jamás en «El enemigo», la deliberación mantenida sobre el vacío y la nada con respecto al tan traído y llevado ego a lo largo de toda su carrera en «Una vida de héroe», y una resolución repulsiva hacia el vacío, insistencia última, en «Señas de identidad»: la vida tiende a la armonía, aunque el frío del vacío puede llegar a congelar todas sus virtudes.

Se aprecia en «El enemigo» el verso «Sin saberlo fui sabio», que nos lleva a la correspondencia con el poema «V» de «II. Atreverse a saber» del libro Réquiem de las esferas: «Sabía sin saberlo, la mirada» en una voluntad de tejer a conciencia, a base de paradojas, lo inefable, remedando la técnica del místico.

La tercera y última parte de este libro es la reproducción exacta de Réquiem de las esferas. No encontramos una razón poderosa para que aquí figure, salvo que tenga que ver con algún criterio editorial que se nos escapa. Con respecto a la edición de Esquío, observamos unas mínimas variaciones: una sangría y un lema tipográficamente descolocado. Sin embargo, se conserva en ambas el erróneo «estruendoso silencioso que nada percibía». 

 

Atreverse a saber

 

Fruto del empeño de los editores Jesús Aguado y José Ángel Cilleruelo es esta antología que sale desde Málaga con patrocinio de la Diputación en 2010, con el número 113 de la colección Puerta del Mar.

Un subtítulo la distingue como «Antología poética y homenaje a José Luis Giménez-Frontín». Tras una «Nota de los editores», se inicia el libro con «I Homenaje poético» (se incluyen veinte poemas, de otros tantos poetas, escritos in memoriam). «II Crítica y memoria» cuenta con veintidós escritos de otros tantos amigos que hablan de la persona y de la obra del poeta, a modo de semblanza en ocasiones, a modo de colaboración filológica que consigue aumentar el corpus crítico en torno a la poesía que escribiera Giménez-Frontín.

 «III Antología poética de José Luis Giménez-Frontín» aporta cuarenta y un poemas. Concluye este apartado la sección segunda, íntegra, de Réquiem de las esferas, «Atreverse a saber», compuesta por nueve poemas. Se trata, como es evidente, de la sección que da título a la antología. Por último, «IV Vida de un poeta» incluye una biografía y una bibliografía.

Posiblemente la parte más suculenta que merezca ser comentada en un estudio de estas características sea la segunda y, quizás a vista de pájaro la tercera, por tener presente qué selección llevaron a cabo los editores.

Entre el homenaje y la aportación crítica realmente certera en casi todas las ocasiones, se da noticia de la semblanza del poeta y de sus virtudes humanas.

  De Manuel Mantero se aporta el texto «José Luis Giménez-Frontín, poeta de la doble verdad», que había servido para la presentación de La ruta de Occitania, el 24 de mayo de 2006 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Mantero afirma que JLG-F «gusta de esconderse de lo demasiado explícito». Es poeta de «la inseguridad, la duda y la ambivalencia». El universo temático de Giménez-Frontín queda definido con precisión: «el tiempo, la materia, el misterio, el amor, la ciudad, la poesía».

Importante sobre muchos otros aspectos es el tema de la insatisfacción social, la del «sediento de igualdad y justicia». En el código moral del poeta este asunto reside como un magma incorrupto que elevará el canto en muchas ocasiones perfilando los contenidos.

Por último, el tema casi obligado de todo poeta que en algún momento se ha visto tentado a tratar: la Poesía misma. Así, como ya se ha dicho más arriba: la vida propia del poema, la armonía que, a base de contrarios como un trovador, define como «carne del verbo».

Corredor˗Matheos aporta el escrito «José Luis Giménez-Frontín, el poeta y amigo». El motor de buena parte de su obra queda definido así:

 

“El hombre no abandona –es decir, no pierde- su rebeldía, su sentido de la justicia y su inquietud, pero se va sosegando –es decir, aceptando lo que considera que ha de aceptar-, pero ni renuncia ni frena las reacciones ante tal o cual hecho que le indigna”.

 

 Montserrat Conill, en un texto sin título fechado en enero de 2010, manifiesta que «templaba su notable independencia de criterio guiándose siempre por la sensibilidad y la tolerancia de un humanismo profundo y radical».

Joaquín Marco lo define como «hombre de proyectos y eficaces gestiones». Destaca su tesón y paciencia y como poeta que es, Marco comprende el enfoque psicológico e intelectual que condujo al poeta:

 

José Luis se valoró a sí mismo como poeta. La poesía, por gratuita, no deja de ser una enfermedad incurable y él la cultivó no sólo en sus versos. Los poetas son seres extraños que intentan convertir la poesía en vida y la vida en poesía.

 

Ana María Moix, amistad desde la adolescencia, comenta que tras la publicación de sus memorias, Los años contados, «había puesto en orden, por un lado, su vida espiritual, por otra (sic), su andadura biográfica». Habla del vuelo «quasi místico» y lo califica de «asceta castellano», de «griego antiguo, mediterráneo».

El recientemente desaparecido Horacio Vázquez-Rial titula su intervención «JLGF: Poeta, amigo, hombre cortés». Habla de su cortesía y afirma que «tenía una elegancia británica que yo creo anterior a su estancia en Inglaterra: un don natural».

Nora Catelli habla en «La figura de José Luis Giménez-Frontín» de las diferentes figuras que fue el autor: «la del filólogo, la del crítico y ensayista, la del novelista, la del poeta, la del memorialista y diarista, la del observador atento de las tensiones comunitarias, la del mediador cultural».

Francesc de Carreras se remonta en «Tiempos de facultad, tiempos de juventud» al primer contacto de Giménez-Frontín con «la estupidez generalizada de esta elite social», refiriéndose a «los jóvenes pijos, hijos de gente bien de Barcelona».

Rodolfo Häsler redacta un entrañable «Recuerdo con José Luis en Madrid». Destaca la visita de Giménez-Frontín a su casa en otoño de 1985. Durante los tres días que estuvo refirió anécdotas de su reciente viaje a México, un viaje que sería de importancia capital en la gestación de su novela Señorear la tierra, de 1991. Concluye así el escrito: «fue uno de los más grandes valedores que ha tenido la poesía, tanto en castellano como en catalán, en Barcelona».

Albert Tugues en «La segunda mirada» habla de la fundación de Hora de poesía. «Palabras para un hombre digno de memoria» es el artículo de Mario Lucarda, que se inicia con un epitafio y acierta al resaltar uno de los versos que más fuerza va a tener en el arraigo ético del poeta: «Quien ignora su historia está condenado a repetirla».

Con título kerouakiano presenta su aportación Lluïsa Julià: «José Luis Giménez-Frontín, en el camino». Destaca esa forma inglesa de tratar la cultura que le permitió una rigurosidad de análisis. Y José Joaquín Beeme, el microeditor que desde Varese dio la botella que contiene las Tres elegías, certeramente afirma que Giménez-Frontín «se ha transustanciado, definitivamente, en poema».

Valentí Gómez i Oliver entiende a Giménez-Frontín como un maestro de la sinécdoque aplicada en su libro de memorias. Por último, destacaremos el artículo de Fernando Valls «Las vidas de Giménez-Frontín», donde nos emplaza a apreciar su paciencia y generosidad, al escuchar a los demás o al reírse «de algunas pequeñas vanidades de la vida literaria y del fanatismo y la intolerancia de tantos políticos catalanistas, asunto que lo sublevaba especialmente».

Para concluir, daremos cuenta de la estructura de los 41 poemas seleccionados en la parte «III Antología poética de José Luis Giménez-Frontín». El cuerpo es, cómo no, representativo y podría decirse que se trata de una buena selección aunque hayan quedado fuera algunos de los emblemáticos. El criterio de los editores clarifica o justifica. Es importante la perspectiva que enfoca hacia «ese sin-tiempo del que nacen y al que van los poemas, el amor o la misma existencia [...] aquello que se sustenta en el vacío, es la orfandad esencial de lo que es [...] en esa nada repleta de posibilidades de la que surge todo», según reza la «Nota de los editores».

Así, tendremos dos poemas pertenecientes a La sagrada familia y otros poemas, tres a Amor omnia y otros poemas, cinco a Las voces de Laye, siete a El largo adiós, siete a Que no muera ese instante, nueve a El ensayo del organista, siete a Zona Cero y el compendio antonomástico «Atreverse a saber» de Réquiem de las esferas.   

En definitiva, diremos que esta antología da un completo informe sobre su semblanza y su poesía. Si añadimos las elegías de Los días que hemos visto, obtendremos un completo Frontín, con las últimas meditaciones materiales y espirituales al respecto del género de la sensata desolación, la última de sus preocupaciones.



[1]              José Luis García Martín. «Imposible respuesta». ABCD Cultural, (9 de septiembre de 2006), 20.

[2]    Santiago Martínez. «Con los pies en la tierra». La Vanguardia, Suplemento Culturas, (18 de febrero de 2004), 14 y «Con la palabra justa». La Vanguardia, Suplemento Culturas, (13 de septiembre de 2006), 15.

[3]    Enrique Villagrasa, «La identidad del poeta: J.L. Giménez-Frontín». Hora de poesía, núm. 69-70, (mayo˗agosto de 1990), 174˗176 y «La ruta de Occitania». Cuadernos del Matemático, núm. 41-42, (febrero de 2009), 203.

[4]    Juan Antonio Masoliver Ródenas. «La mirada y su enigma». Insula, núm. 569, (diciembre de 2006), 22˗23 y «La armonía y el caos». La Vanguardia, Suplemento Culturas (23 de junio de 2010), 9.

[5]    Enrique Molina Campos. «El instante de José Luis Giménez-Frontín». Ínsula, núm. 569, (mayo de 1994), 25-28.

Escrito en Sólo Digital Turia por Juan Carlos Elijas

11 de marzo de 2014

En eras primitivas,

cuando el verbo aguardaba sumergido,

los peces respiraban a través de una vesícula

que era a la vez timón, brújula y bronquio,

fuente del equilibrio natatorio

y del aire disperso por el agua.

Hoy perviven, mermadas en las profundidades,

unas pocas especies que la emplean.

 

En nosotros también resiste un testimonio:

¿quién no ha sentido, en sueños, que volaba

como si diera brazas en el mar?

Al dormir, respiramos con el órgano

extraño que los peces han perdido,

el mismo que alza a flote las imágenes

y el ritmo del pulmón decide el vuelo

-su altura, su sentido, sus virajes-

y sudamos en busca de un líquido remoto

y levamos el cuerpo como quien muta en pájaro.

 

Mientras esto suceda, mientras haya

sueños y voluntad de reflotarlos,

memoria y reflexiones abisales,

fusiones de elementos y de ciclos,

vivirá la poesía. En el futuro

volar será nadar con más conciencia.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Andrés Neuman

Recientemente asistí al encuentro de un reconocido novelista con sus lectores en el que el autor confesaba su convicción de que las personas que disfrutan con la lectura también lo hacen escribiendo, independientemente de que lleguen a publicar o no sus creaciones. Me esforcé en rebatir tal hipótesis, desde mi punto de vista infundada, pero al llegar a casa me estaba esperando una confirmación más de sus argumentos: Me siento olivo (antología poética y tres cuentos) recopila buena parte de le la obra de un lector insaciable, enamorado de las letras. José Ángel Rubio Abella, dada su personalidad afable y sencilla, no me perdonaría que lo calificase de erudito, pero ese y no otro es el adjetivo que debe acompañarle después de cuarenta años entregado con pasión y convicción a la enseñanza de la lingüística y de la historia de la literatura.

Para aquellos que conocemos a José Ángel Rubio, la sorpresa de esta antología poética no cuenta con la condición de inesperada. Sabíamos ya de su condición de fabulador, de su visión poética de lo cotidiano y nadie se extrañaría al encontrar en los cajones de su escritorio, entre sus apuntes de trabajo, o incluso en los post-it pegados en la puerta de la nevera, unos versos sueltos, bocetos de relatos, o frases ingeniosas. Eran pistas que nos hacían sospechar la existencia de recóndito un tesoro que, al fin, gracias al empeño de sus familiares y amigos, ha sido desenterrado.

Me siento olivo recoge poemas escritos entre los años 70 y la última década del pasado siglo  y, en consecuencia, se trata de un volumen diverso tanto en el contenido como en la forma. En sus páginas se alternan los versos más íntimos, con la mirada poética a escenarios comunes y situaciones banales, consiguiendo despertar en ambos casos la previsible empatía del lector, dada la vocación personalista de una poesía dispuesta a conjugar la trascendencia con la admiración por aspectos triviales de la vida.

El conocimiento del oficio provee al autor de numerosas herramientas que emplea con habilidad en cada una de sus composiciones, reclamando el poder evocador de las palabras para devolvernos sentimientos olvidados o apaciguados (“Sé de un rincón, ladrillo y parque,/ donde los besos y la enredadera/ soñaron nuestro tiempo”), o jugando a combinarlas, como se mezclan los colores en la paleta del pintor, en una búsqueda de musicalidad para divertimento del oído (“En las manos rotas,/ en las rotas manos,/ rosas rojas, gotas,/musicales notas,/ gotas rojas rosas”). El instrumento versátil, con el que clama a la montaña, describe al hombre, acaricia al hijo, interroga a Dios o despide y añora a un viejo Dyane desvencijado, cuenta también con su propia rima en el poema titulado “Palabra”: “Este alimento y esta audacia/evita el marchitarse/ y humedece la memoria/para darle una semilla./ Una secreta alquimia/ construye mil sabores/ para olvidar la tierra…

Dentro de este mosaico poético el espíritu creativo de José Ángel Rubio no quiere sustraerse a la búsqueda de nuevas formas de expresión y podemos encontrar propuestas vanguardistas en el goteo cadencioso de las palabras en el poema  titulado “Lluvia”, o en sus sentencias breves y contundentes (“Has de dejarme marcado para que todos sepan que soy tuyo”), como un anticipo del Movimiento “Acción Poética” que en forma de graffiti dota de vida a las indolentes tapias de las urbes.

El contenido plural de esta obra justifica su título que, además de un homenaje del autor a su Bajo Aragón natal, es una metáfora de su personalidad artística que comparte con el olivo la robustez y la textura heterogénea del tronco, las profusas ramificaciones de la copa y el sustancioso jugo de sus frutos.

Pero probablemente sea en los tres cuentos breves que completan la obra donde vamos a reconocer con más facilidad al autor. La ternura con que habla de la soledad en “Doña Julia se ha puesto azul”, su minuciosidad descriptiva, interrumpida por pequeñas pinceladas que sugieren todo lo que el texto obvia intencionadamente, son una muestra del narrador inteligente que cuenta con la complicidad del lector. En “Los garbanzos”, un desdramatizado recuerdo infantil, se filtra el humor honesto, alejado de la hiriente socarronería, siempre presente como condimento indispensable de su amena conversación. Esta visión jocosa de la vida también se pone de manifiesto en “En un tren birmano”, que parte de una deliciosa anécdota para hacernos sonreír con  la perplejidad del turista ante las exóticas costumbres y creencias que encuentra en su camino.

Este relato, que cierra el volumen, bien pudiera ser el inicio de una próxima obra en la que José Ángel Rubio, viajero infatigable, comparta con los lectores algunas de sus vivencias como perspicaz observador de la diversidad humana, desde sus pequeñas miserias a las más sublimes ambiciones, al igual que hace de un modo personal e íntimo en “Me siento olivo”.

ELIFIO FELIZ DE VARGAS

José Ángel Rubio Abella, Me siento Olivo. Zaragoza, 2013

Escrito en La Torre de Babel Turia por Elifio Feliz de Vargas

Artículos 1136 a 1140 de 1353 en total

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