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Configurar sentido descendente

10 de octubre de 2022

Quizás la historia de la filosofía, como cualquier historia, deba reescribirse continuamente. Cada momento contempla el pasado desde su propio punto de vista. Y mirar hoy la historia de la filosofía desde una óptica diferente constituye una experiencia única, una aventura sugestiva que nadie ha vivido antes. Exige leer un texto envejecido por los años que esconde un mensaje oculto que debemos descifrar. Y eso pretende hacer aquí nuestro compañero de viaje, cuando conversa con los sabios de antaño y con los lectores de hogaño, un encaje de bolillos que quiere ser fiel a la imagen de siempre, pero reeditándola con las investigaciones recientes para así obtener una imagen nueva que refleje el estado de la cuestión.

Juan Padilla es un profesor de la UDIMA que ha escrito libros sobre Henri Bergson y sobre la escuela de Madrid. Su tesis doctoral, dirigida por Heliodoro Carpintero, versó sobre Antonio Rodríguez Huéscar. Ha trabajado en la edición de las obras completas de Ortega por la Fundación José Ortega y Gasset e investiga hoy sobre temas de muy distinta índole. Es un filósofo por vocación que vive en la filosofía, para quien toda la historia del pensamiento occidental interpela al hombre de hoy, que, por más que lo intente, no puede permanecer de espaldas al desafío máximo de la condición humana y a las preguntas que se hace cuando se enfrenta al sentido y al sinsentido de todo, abrumado por el vértigo del abismo.

Este grueso volumen de setecientas páginas es algo más que un libro de texto. Además de exponer en pocas palabras las ideas de cada escuela y de cada filósofo, con objetividad, con rigor y con las explicaciones necesarias para entenderlas, aporta algunas claves que van descubriendo el sentido general de los cambios de rumbo que se suceden en el tiempo, como el tránsito de la Grecia clásica a la época helenística, el encuentro (o desencuentro) del cristianismo naciente con la Antigüedad pagana, el Renacimiento y la reforma protestante o el surgimiento de la modernidad y de la posmodernidad. Pero no se contenta con ello, sino que además fotografía el contexto en el que las ideas nacen, viven y mueren. Quizás se deba a la influencia de Ortega esta sensación que transmite al lector de que la filosofía vive en la historia, de que tiene que hacerse a sí misma, concebir proyectos en cuya ejecución se topa con facilidades y dificultades. Y todo ello se puede explicar y entender haciendo uso de la razón.

Consciente de que su discurso tiene un argumento, no puede evitar poner un cierto orden en lo que en sí mismo es caos. Y esta dación de forma en una materia informe supone un disimulado acto de creación personal (patente desde las primeras líneas para el lector avisado) que excita la curiosidad. Todo un magma de ideas ajenas que el autor ha repensado en la soledad sonora de su más íntimo ser y que en cierto modo hace suyas.

Aunque es imposible ser especialista en todo, para que este acto de atrevimiento sea fructífero debe abarcar la filosofía (occidental) en su conjunto, porque cualquier idea es antecedente o consecuente de otra. Y el crítico, que no cree en el progreso del pensamiento, debe exponerla teniendo en cuenta lo que hubo antes y lo que vendrá después. Advertir de la relación de cada uno de los elementos del sistema con todos los demás es lo que dota de fuerza y vigor a un relato como este.

El título anuncia ya una toma de postura. Sustituir la denominación tradicional de filosofía por pensamiento supone ensanchar el campo de estudio con incursiones en la ciencia y en la religión para acercarse a lo que Arthur Lovejoy llamó historia de las ideas. Y aludir a las desventuras de la razón implica ser consciente de la relación de amor/odio que, a pesar de los pesares, liga a ésta con la filosofía. Corta sin contemplaciones el autor cualquier cordón umbilical que lleve a confundir la filosofía con la religión. Si aquella es por su propia naturaleza racional, esta “se apoya siempre en algún modo en una vivencia, en una teofanía, en una fe, en una revelación trascendentes que el hombre recibe de la divinidad pero no descubre por sus propios medios” (p. 15). Pero esta declaración de principio no podrá impedir que el irracionalismo se entrometa en la ansiada racionalidad filosófica, unas veces desde ciertas  religiones, otras desde la mística y en el pasado inmediato desde la propia filosofía.

Muchas maneras de pensar deambulan por las páginas del libro: las religiones mistéricas, los sofistas, las escuelas socráticas, los gnósticos, apologistas y Padres de la Iglesia, los escolásticos, los humanistas, los ilustrados, los positivistas y neopositivistas. Dentro de este enjambre abigarrado del pensamiento occidental no se le escapa al autor que hubo quienes cultivaron formas de ser y de vivir al margen de la racionalidad dominante, tachadas casi siempre por los depositarios de la ortodoxia y de la ortopraxis, pese a lo cual una y otra vez renacen de sus cenizas componiendo una corriente subterránea y variopinta de ideas que se resiste a morir y a la que la historia reservará el lugar que le corresponde. Místicos de la primera Edad Media, como el pseudo Dionisio o Máximo el Confesor, y del siglo XIV como el maestro Eckhart y sus seguidores, filósofos perseguidos, como Amaury de Bène o Siger de Brabante, hacen acto de presencia por derecho propio.

Escrito por un español, este libro presta atención a una filosofía española despreciada y silenciada por los nacionales, profesores e investigadores que dirigen su mirada hacia las grandes figuras, de antes y de ahora, nimbadas por la fama y encumbradas por la tradición. Sin embargo, Isidoro de Sevilla llena en Europa todo el siglo VII, Domingo Gundisalvo, Juan Hispano y la escuela de traductores de Toledo propician la recepción en la Universidad de París de la sabiduría antigua en el siglo XIII, los filósofos de al-Ándalus, musulmanes y judíos, Ibn Hazm de Córdoba, Ibn Gabirol, Ibn Arabi de Murcia y otros muchos rayan a la máxima altura en su tiempo y en toda la posteridad. Y, sobre todo, Averroes y Maimónides fuerzan el salto a una nueva escolástica de raíz aristotélica sobre la que se edificarán la ciencia y la filosofía modernas. En este sentido, merecen un lugar destacado en el Olimpo los filósofos del siglo XX Unamuno, Ortega y la escuela de Madrid.

Si los manuales al uso son oscuros y pesados, esta historia es nítida, cristalina, porque lo explica todo, y además lo hace con un estilo literario de gran belleza. Escribir, aunque sea de filosofía, es escribir bien, escribir como se habla, para que el lector goce cada momento del placer del texto. Aunque al filósofo le va la vida en ello, filosofar también es gozar, y el autor lo sabe bien.

El libro es atractivo tanto para el neófito como para el iniciado. Al primero sirve para hacerse una idea muy completa de cuáles son las líneas maestras del pensamiento occidental, que verá explicadas con claridad y al mismo tiempo con todo el rigor, huyendo de las deformaciones divulgativas al uso. Quien conozca la filosofía de Platón o Schopenhauer también disfrutará leyendo entre líneas y descubriendo sutilezas, nuevas interpretaciones, datos históricos relevantes e incluso filósofos hasta ahora poco conocidos.

Juan Padilla es orteguiano, quizás el último filósofo de la escuela de Madrid, que además se siente orgulloso de serlo. Y, con ello, da vida a una filosofía de otra época, que marcó a fuego durante mucho tiempo la historia intelectual de España, y no sólo de ella. Desde el momento presente, fiel a sí mismo y a su punto de vista, reactualiza una manera de hacer filosofía y de entender la tradición que abre nuevas vías para la comprensión de los problemas eternos.

El libro no llega hasta el día de hoy, porque el autor alberga el convencimiento de que sólo se puede hacer historia del pasado y, por tanto,  serán otros quienes en el futuro cuenten lo que está sucediendo ahora. A pesar de todo, despierta la curiosidad del lector, que quiere saber dónde y cómo termina el relato, después de un siglo XX caótico e ininteligible. Pues bien, sin querer desvelar el desenlace, entre las últimas corrientes de pensamiento y de la ciencia inserta el autor un capítulo dedicado a  la ciencia de las religiones y la teología, en el que trata del surgimiento de la nueva fenomenología de la religión y de la crisis del modernismo dentro de la teología católica.

Mezcla de tradición y originalidad, esta historia, filosófica o crítica, de la filosofía occidental, será una fuente de estudio e investigación a la que habrá que volver una y otra vez para contrastar con el autor los descubrimientos, nuevas ideas, hipótesis y corazonadas que vayan apareciendo a lo largo del camino, porque la filosofía no se puede separar de su historia.

 

Juan Padilla, Aventuras y desventuras de la razón. Historia del pensamiento occidental, Centro de Estudios Financieros, Madrid, 2021.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Florentino Alaez Serrano

Una de las antologías más famosas del XX en castellano fue la que compiló José María Castellet en 1970. Nueve poetas agrupados en la “coqueluche”, los más jóvenes, con querencia a la cultura pop y contracultura (Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero) y los «senior», feligreses de la cultura clásica: Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión y José María Álvarez.

Licenciado de Filosofía y Letras, desde que publicase su primer poemario (Cuadernos de arte y pensamiento, 1959), José María Álvarez (Cartagena, 1942) ha ido tejiendo una colosal obra, a lo largo de treinta años, que ha reunido bajo el epígrafe Museo de cera, con diferentes ediciones y sus pertinentes ampliaciones. Poeta épico, los suyos son versos que cantan a los clásicos, haciéndolos cuaderno de bitácora en un mundo en decadencia. Un deseo tumultuoso, con voluptuosidades obscenamente hermosas, un apurar la vida en sus vertientes más hedonistas, una constante reivindicación de la memoria y de la cultura pueblan sus poemas, traducido a numerosos idiomas.

Traductor de Cavafis, Stevenson, Jack London, Shakespeare, Hölderling o Maikovski, entre otros, su novela La esclava instruida obtuvo el Premio Sonrisa Vertical (1992). Ha conocido (e intimado) con alguno de los autores imprescindibles del XX, como Cioran, Borges, Onetti, Octavio Paz o Raymond Aron. Viajero inmarcesible, siente debilidad por Venezia o Istambul—como gusta escribir—, París o Cartagena.

 

- Recuerdo una de mis primeras entrevistas, con Buero Vallejo, que me confesó que estaba un tanto harto de que, cincuenta años después, se le siguiera conociendo y preguntando por Historia de una escalera, como si no hubiera escrito nada más en su vida. A usted, que le pregunten por los Novísimos, ¿le irita, le hastía, le enorgullece?

- A mí me da lo mismo. Agradezco haber sido incluido en ese libro, porque
—sin duda— nos sirvió para ocupar un espacio que nos hizo más conocidos. Lo importante, culturalmente, es ver hoy qué queda y a dónde ha llegado cada uno de los antologados.

 

“El ser humano se ha vuelto más domesticado”

- Pienso en textos de Miller, de Lawrence, de Witkopp (acaso la última escritora libertina), Sade o Apollinaire. Me llevan, de otro modo, a su espléndida novela La esclava instruida, y no estoy segura de que, de nuevas, alguien publicase un texto así. ¿Nos hemos vuelto más pacatos?

- Más pacatos, no… Más domesticados —y espero no incluirme en esa masa—, sí. Es inconcebible cómo gran parte de la sociedad ha aceptado esta especie de lobotomía sexual que arrasa lo que verdaderamente somos, lo que es el ser humano. Pero, bueno, no es sino uno más, aunque puede que esencial, de los crímenes incesantes de la intelligentsia y los gobiernos, como toda esa patraña de la ideología de género, la falsificación de la Historia, la destrucción de la Memoria. En fin… el basurero en que han convertido el vivir.

 

“El deseo ha hecho posible una vida digna”

“Como la hiedra a una pared vieja / el deseo se agarra a mi alma”. ¿Qué papel ha de desempeñar el deseo en nuestras vidas?

- La ha hecho posible, quiero decir, como vida digna.

- Me resulta curioso que titulase su obra completa Museo de cera, porque sus poemas están vivos, apasionados, vehementes, lo contrario a que quietud mórbida que convoca un Museo de cera…

- En realidad, fue el título que nació al mismo tiempo que el primer poema de ese libro, allá por el verano de 1960, en París. Y puede que sea lo que, en realidad, es Museo de cera: un museo. Y «de cera» porque es en lo que estamos convirtiéndonos. Se ve que fue una premonición.

 

“No creo que pueda haber ética sin adoración de la belleza”

- Leyéndole, da la impresión de que antepone la belleza, la estética, a la ética…

- Todo es lo mismo. Yo no creo que pueda haber ética sin adoración de la belleza, sin lo más alto que podamos conseguir estéticamente, sin el constante decantar la cultura.

 

- Como tantos otros intelectuales, usted orbitó en el Partido Comunista. ¿La cuestión es estar siempre frente al poder? ¿De qué modo ha de comprometerse políticamente un poeta —si es que ha de hacerlo—?

- En los viejos años 60 —y he escrito mucho sobre esto— y en España, el Partido Comunista era la única oposición al régimen. Y, además, éramos muy ignorantes, muy fácilmente manipulables. En Francia sucedía lo mismo, y en casi todas las naciones… menos las que estaban sufriendo el horror, horror que se nos ocultaba. Pero, de todas formas, mi labor como «compañero de viaje» fue muy corto y lleno de dudas; desde los setenta, lo que he ido siendo, e in crescendo, es un anticomunista feroz. He contado sobre todo esto en mis libros La insoportable levedad de la libertad, Los decorados del olvido y Manifiesto de Villa Gracia.

 

- “Oh, ebria la Fortuna”, canta uno de sus versos. ¿Se puede vivir sin dioses? ¿A qué precio?

- Creo que no. De todas formas, de lo que se trata es de formas de adoración, y yo, lo que siento más cercano a mí en esa literatura fantástica, son aquellas del antiguo mundo griego. Desde luego, lo que no se puede es vivir sin adoración de la trascendencia.

 

“No concibo la vida sin épica”

- “Oigo los hierros de la Ilíada…” ¿Puede ser épica una vida vivida en el siglo XXI?

- Yo no entiendo, no concibo la vida sin la épica. No hace mucho, precisamente, hablé sobre lo bien que le vendría a casi toda la actual poesía, no sólo española, un «paso» por Kipling, por ejemplo. Y claro está que por Homero, Virgilio… o Shakespeare…

 

- ¿En qué se resume “el botín del mundo”?

- En la libertad y en la desaparición de los necios.

 

- Cortázar, Borges, Vargas Llosa, Aleixandre… de todos los personajes que ha conocido, ¿cuál le ha causado una impresión más honda?

- Oh… muchos. Borges, Espríu, Raymond Aron, Ferruzzi, Giarcarlo Ivancic, Onetti, García Márquez, Jean-François Revel… no sé, son tantos… Y no sólo que haya conocido personalmente, sino los leídos, los contemplados, los escuchados. ¿Qué sería yo sin Shakespeare, sin Tácito, sin Velázquez o Rembrandt, sin Mozart, sin Bach, sin Gibbon, sin Stevenson, sin Lampedusa, sin Hölderlin, sin Baudelaire, sin Manrique, sin Flaubert, sin Stendhal, sin Tocqueville, sin Hayek y von Mises, o sin Popper, sin Kavafis, sin Nabokov, sin Alfonso Reyes, sin Quevedo…? Yo qué sé; la lista sería infinita.

 

“Las masas no tienen nada que ver con la cultura”

- Si “los animales buscan el oro”, usted parece buscar, verso tras verso, el esplendor vital en la dialéctica cultura clásica/cultura de masas…

- Las masas no tienen nada que ver con la cultura. Yo busco… y acaso ni busco, sino que, como decía Picasso, “encuentro”.

 

- “¿Sabes lo que me preocupa, lo que / a veces me inquieta? /                                     Imaginar que no hay salida / en tu descenso a los Infiernos, / hilo que te asegure regresar”. ¿Conviene atravesar el infierno? ¿Qué disposición de ánimo ha de tenerse para salir de él?

- El infierno lo atravesamos con excesiva frecuencia. Y, sin duda, es fundamental ese hilo de Ariadna que nos permite volver. Y ese hilo es precisamente lo que ahora se pretende, y acaso se consiga, destruir: lo que somos de verdad, nuestra memoria.

 

- ¿Cómo saber que lo vivido ha merecido la alegría de recordarlo?

- Si lo ha guardado la memoria es porque se lo merece.

 

- Homero, Aquiles, Plutarco, Virgilio, Teseo, Ulises, Patroclo… de todos los personajes clásico que habitan su poesía, ¿por cuál siente debilidad? ¿Por qué no Eneas?  O Alejandro Magno. ¿Cómo saber qué o quién merece ser pálpito de un poema?

- Está en la emoción que su recuerdo nos regala. Pero pocas veces —o ninguna— existe sin pasar antes por un espacio que sólo al Arte pertenece.

 

- ¿Qué se hace cuando uno “tiene la Luna en la palma de la mano”?

- Asombrarse.

 

“Creer en el mas allá es un acto de fe que mis dioses no me han concedido”

- ¿Mantiene la certeza de que “no hay nada / más allá de la tierra que piso”?

- Bueno… Yo soy agnóstico. Toda otra conjetura, afirmación o negación, creo que precisa de un acto de fe que mis dioses no me han concedido.

 

- Vive entre París y Cartagena, y es un hombre que ama viajar. ¿De qué modo condicionan y transforman los lugares a uno?

- Cada día amo menos viajar. Viajo, pero lo detesto. La calidad de los medios, la cantidad de gente que nadie sabe por qué están ahí… la calidad de todo, las ciudades que están haciéndose insoportables por el tráfico. Y, sobre todo, cómo van perdiéndose tantas librerías, haciéndose desagradable la visita a museos, etc. Donde más vivo es en París y en Villa Gracia, con escapadas a Venecia o a Budapest, porque otras ciudades, digamos «de mi vida», como Alejandría o Istanbul, o San Petersburgo, o New York, cada vez tienen más inconvenientes, limitaciones para el gozo, normativas irracionales.

 

“Los únicos héroes son los que luchan contra toda ideología miserable?

¿Quién fue, a su juicio, el último héroe del que tengamos constancia?

Ni idea. En este momento, los únicos que me parecen héroes son los que luchan contra toda ideología miserable (género, multiculturalismo, pensamiento «correcto», ecologismo delirante, falsificación de la Historia, abolición de la Memoria, etc., etc., etc.)

Escrito en Sólo Digital Turia por Esther Peñas

30 de septiembre de 2022

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pienso en las ciudades

abandonadas por las guerras.

En las calles donde se construyeron

hospitales de campaña,

en los refugios improvisados,

en las bombas que caen sobre los edificios,

en las paredes desmenuzadas

y el rastro de polvo blanco cubriendo el desamparo

de todos esos rostros que jamás imaginaron

una guerra

dibujando un nuevo mapa de ruinas y dolor

sobre sus callejuelas.

 

Pienso en las calles vivas,

con su gentío y su alboroto locuaz

de tiendas y mercados,

de juegos y algarabía musical,

de presente lleno de sueños cotidianos,

con sus celebraciones familiares,

sus enamoramientos y sus risas.

 

Eran como nosotros

ciudadanos de un lugar

que no se imaginó

convertido en escombros por culpa de los hombres.

 

No nos imaginamos las bombas sobre nuestras casas,

nadie nos prepara para contemplar

el infierno de los que se odian

desde nuestros balcones y ventanas.

 

Eran como nosotros

ciudadanos ingenuos que pensaban

en las guerras como un murmullo lejano

de los noticieros tristes.

Escrito en Lecturas Turia por Ana Merino

30 de septiembre de 2022

Martín Lasalt (Montevideo, 1977) es uno de los narradores con mayor proyección de su generación, habiendo recibido ya varias distinciones nacionales relevantes. Es autor de las novelas La entrada al Paraíso (2015), Pichis (2016), La subversión de la lluvia (2017) y el volumen de cuentos Un odio cansado (2019). Ha colaborado en volúmenes colectivos y antologías como 8cho & 8cho (2014), 13 que cuentan (2016), 25/40 Narradores de la Banda Oriental (2018), Las historias que Fressia no contó (2018). En 2020 fue premiado con una beca a la creación artística del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay para trabajar en su próxima novela, de la que esperamos poder dar pronta noticia.

Después de que en 2019 sus obras cruzaran el Río de la Plata y el Atlántico por primera vez, para editarse en Argentina y en Francia, este 2022 arriba a tierras valencianas de la mano de la editorial ‘Tiempo de papel ediciones’ con la que fuera su segunda novela Pichis. Lasalt narra sus historias desde un prosa que llega al lector ágil y liviana, se acerca a las sensaciones del momento para revelarlas, se detiene en los pensamientos, en las ideas y hasta en las grietas de la lógica y lo cabal, en las que sus personajes hacen incursiones de apnea, abriendo el pecho al reto del abismo. Los protagonistas de sus novelas —y esta no es una excepción— son vidas alejadas del canon moderno del éxito, son corrientes de voluntad a la sombra de un destino que no entrega el deseado amparo. Y, es que, si entendemos por certidumbre lo que prevemos puede pasar y por milagro aquello que no cabía plantearse como el “resultado lógico de los acontecimientos”, Pichis nos presenta los milagrosos episodios de dos parias (dos pichis, que es una forma despectiva de designar a las personas sin hogar en esas tierras rioplatenses) en su diáspora por una miseria asumida y —por ello y en algunos momentos— invisible a sus propios ojos.

El Cholo y la Chola deambulan por la gran ciudad hurgando en los desechos cotidianos, en la irrealidad, en la esencia de nuestra sociedad como antítesis reveladora de nuestra naturaleza, al tiempo que su distopía milagrosa (por incierta y por su velado homenaje al realismo mágico) también se mezcla con el realismo más descarnado. Estos vagabundos no esperan a Godot, de hecho no esperan sino encontrar algo (cualquier cosa) que les alivie del peso del instante, satisfaciendo el hambre de todo, la ignorancia de todo, la carencia oceánica en la que naufragan y para la que no hay más sol que el calor indulgente de su autocompasión y —a veces— de la complicidad con ese otro pichi con el que se comparte la suerte nefanda.

Montevideo es el personaje silente, se muestra como un Gobi en el que no se ha de hallar provisión alguna, ni refugio, ni salida triunfal. Pero en el infierno también hay belleza, hay amor, hay una luna rebosante de magia. Lasalt tampoco priva a sus desdichados pichis del placer de sentir esa grandeza de nuestra condición humana que se nos revela con el breve fulgor de alguna dicha que, aunque sea pasajera, nos colma de agrado como, sin duda, lo hace esta obra sorprendente e ingeniosa con la que podemos acercarnos a las letras uruguayas y que obtuvo una mención especial del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay en el año 2018.

 

Martín Lasalt, Pichis, Tiempo de papel, 2022.

Escrito en Sólo Digital Turia por Ricardo Díez

26 de septiembre de 2022

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tú esperas sentada en un banco

junto al semáforo.

Él se acercar al lugar.

Camina desde el otro lado

de la gran avenida.

Reconoces su forma de caminar

desde bastante lejos.

Aunque lejos, te ve y te saluda.

El semáforo se ha convertido

en un punto de encuentro

y en un punto de partida también.

La vida es frágil,

como un vaso siempre dispuesto

para brindar o derramarse.

Mirar se ha convertido

en un ritual impuesto

entre cosas y espacios sin resolver

de mimos y automóviles.

Todos los viernes, a las cinco y media.

Treinta segundos para cruzar,

esta mirada no es suficiente.

Escrito en Sólo Digital Turia por Francisco Gálvez

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