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Creo recordar que, no hace mucho tiempo todavía, mi admirado Túa Blesa, desaparecido en combate de la crítica literaria, se preguntaba desde El Cultural del periódico El Mundo, por qué David Pujante (1953) no escribía más. Esta Poesía reunida bajo el sugerente título de Guía de perplejos, demuestra nuestro error de percepción, pues lo pensábamos todos. El cartagenero tiene una larga trayectoria como poeta a la que, seguramente, sus estudios y tareas como catedrático de Teoría de la Literatura han restado protagonismo, pero no poca obra. En efecto, las casi 400 páginas de la cuidada edición que Alfonso Martín Jiménez nos acerca desde la editorial de la Universidad de Valladolid, demuestran lo contrario. David Pujante tiene una extensa trayectoria, hasta ahora muy dispersa, y es un poeta con presencia real en nuestras letras. De hecho, ha estado a punto de ganar el Premio Nacional de Literatura y el Loewe, si mis informantes contrastados no me engañan, y no lo parece.  

Volver sobre su escritura es recordar la reciente historia de la poesía española. La propia vida (1986) era un libro de buen hacer culturalista donde se aprende mucho y se encuentran poemas importantes que, en su tiempo no publicó, pero debió hacerlo, caso del lúcido “Las musas inesperadas” con su inteligente reflexión al hilo de la vida y el arte. Quizá en alguna presentación próxima justifique ese y otros olvidos, y podamos grabarle y dejar testimonio de sus ideas al respecto. En cualquier caso, el vitalismo reflexivo y cultivado de sus mejores poemas, frente a la mera erudición de otros compañeros de viaje, no va quedando lejos, por esa carga pensativa que late bajo ellos. A mí, sinceramente, me sigue gustando mucho más Con el cuerpo del deseo (1990) porque habla y piensa el amor y el deseo, por su claridad y coherencia, por ser verosímil, transitado, con sus claroscuros, ascensiones y caídas, pero sobre todo por los estupendos como “Cuando estamos muy juntos, abrazados” o “Hubiera deseado dormir sobre tu pecho” y próximos. Lo vivido y lo vívido, lo anhelado y padecido, transmiten esa fortaleza y herida, pulsión y oficio, sin impostura. Y eso se nota, frente a los poetas profesores que acompañan sus clases con los versos y no los ponen en paridad, por lo menos (Luis Cernuda fue profesor y los antepuso, pero eso ya es pedir mucho). También encontrará el lector muy atractivo La isla (2002), donde acerca la modernidad desde un tal profesor Fadigati que ha caído “en la trampa de la vida”, y su reflexión sobre ella a partir de nombres y costumbres que hicieron historia, y donde la poesía salva o consuela. Animales despiertos (2013) iniciaba el camino de la “poesía de la edad”, es decir, reflexiva, pero no solo, pues el vitalismo de Pujante no cedía, pero se sosegaba y abría el camino hacia otro libro importante, El sueño de una sombra (2013), pienso en ese marco reflexivo abierto por “La poesía de a diario” y donde explica el sugerente título de esta poesía reunida. No es otro que dar cuenta de la existencia desde la poesía “Hacemos la poesía de a diario/-la de carne o de letra, ¡qué más da! - /para dejar constancia/de todas las perplejidades vivas, /del viaje que nunca soñamos iniciar, y aquí tenemos”. Un libro estupendo acompañado de sus consiguientes inéditos o poemas no incorporados, pero escritos en esa época. Debemos felicitarnos de este reencuentro y homenaje con que la Universidad de Valladolid cuida a sus artistas en tiempo de burócratas universitarios y movidos por créditos. Gracias a eso tengo otro libro para poner en las estanterías bajas de mi casa, al alcance de mi mano. 

             

David Pujante, Guía de perplejos (Poesía reunida, 1978-2023), Valladolid, Universidad de Valladolid, 2025.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

24 de septiembre de 2025

El colectivo Wu Ming se crea en el año 2000 aglutinando a una serie de escritores italianos cercanos al situacionismo y que desde su propuesta literaria, cercana a lo que ellos denominan corpus o “nebulosa” ofrecen una muestra de la nueva época italiana que alcanza al resto de Europa. En España, editadas por Anagrama, ha aparecido El ejército de los Sonámbulos, Proletkult y este Ovni 78 traducido por Juan Manuel Salmerón Arjona. Se trata de un libro mayúsculo, una narrativa abrumadora y cercana, que no extraña ni un ápice la coherencia en la voz tras pasar por el filtro de lo múltiple. Acostumbrados en nuestro país a novelas localizadas en los años de la Transición, encontrar una historia que transcurre en Italia, cronológicamente en paralelo, resulta una oferta nutricia y apetitosa. 

Ovni 78 es un libro que se expande en distintas direcciones para ofrecer una perspectiva absoluta de un tiempo, una época, que nos resulta familiar a la vez que distante: la política; Italia, un país que vivió su propia guerra civil en los últimos años de la II Guerra Mundial, con el enfrentamiento entre los fieles a Mussolini, fascistas de camisa parda, frente a los partisanos que se unen a la causa aliada, sangre italiana, sangre de paisanos en el Mediterráneo, llegando hasta los años setenta con una conflictividad que no cesa. 

Leer la aparentemente liviana obra de Giovanni Guareschi, con su Don Camilo, donde dos antiguos compañeros de armas, el cura, Don Camilo, afín a la Democracia Cristiana y Peppone, el alcalde, comunista, miembro de uno de los partidos comunistas más poderosos de la Europa occidental. Esa alianza compleja, aparentemente contra natura, es el detonante de los acontecimientos sobre los que avanza Ovni 78: los días, las semanas, entre el secuestro y el asesinato de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas, uno de los grupúsculos de izquierda terrorista que incendiaba cualquier intento de convivencia (en esos mismos años sanguinarias bandas como la Fracción del Ejército Rojo o Baader-Meinhof, en Alemania, controlada a través del tóxico terrorismo de Estado y ETA, en España, que alimentaba la serpiente de los años de plomo) durante esa década y la siguiente. Italia, en este libro, resiste la consideración de Estado fallido utilizando la música progresiva, Franco Battiato y su Era del jabalí blanco (L'era del cinghiale bianco), sintetizadores y sonidos espaciales que servían de banda sonora a las noticias de avistamientos de los OVNIs (objetos volantes no identificados) en los cielos italianos. Una república social y artificial, con San Marino, la gran Roma, entre lo latino y lo católico, Vaticano y la Camorra en el sur, la pobreza de Nápoles y Caserta, la insularidad compleja de Sicilia y Cerdeña, la industria del norte (que cristalizará años más tarde en la fundación de esperpentos como el partido Forza Italia). 

Quizá la ausencia de centralismo o la multiplicidad de centros, sin bicefalia, permita entender que Italia, siempre al borde del abismo, ingobernable, sobreviva como uno de los grandes países del mundo. El libro pivota entre personajes vitalmente entrecruzados, poliédricos, plenamente integrados en la forma de hacer literatura del colectivo. Hay momentos para la Italia de Eugenio Siragusa y Peter Kolosimo, con escritores que se convierten en superventas utilizando la pseudoarqueología o criptoarqueología, complementándose perfectamente con una protagonista que se introduce en la red de devotos de los extraterrestres y los avistamientos. En sus estructuras, con programas en radios locales y revistas artesanales, existe una similitud con el fenómeno fan, más propio de la canción melódica que del estudio científico. La intuición y la fe por un lado y, por otro el método científico, así de simple y así de complicado. Jugando con conceptos, casi son dimensiones paralelas. 

Pero también está la llegada de la heroína, lacra que, con su continuación mortal en el SIDA, asolará a la juventud europea, que llega tarde al verano del amor y la rebeldía (elijan 1967 o 1968) y recibe la onda expansiva, la resaca más bien, del punk inglés de 1977. Al sur, al Mediterráneo, todo parece llegar más tarde y adulterado. Personajes que han recorrido el mundo buscando un lugar donde quedarse, colonias de nueva era que mezclan cristianismo de base con el peligroso tono de las sectas. Padres viendo como una generación se pierde, entre el cielo de noche y las estrellas, los callejones de las grandes urbes, violencia… y fútbol, también fútbol. La victoria de la Juventus en la liga italiana se superpone, entre abril y mayo, con el descubrimiento del cadáver de Moro. Paolo Rossi, las apuestas, sus goles en el Mundial del 82, la alegría de Sandro Pertini en la final del Bernabéu. Pertini, elegido Presidente de la República Italiana días después del asesinato, siendo Giulio Andreotti, el sucesor de Aldo Moro, primer ministro. 1978, el año de los tres papas: Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II. 

El terror, la violencia, la investigación, el fascismo, los hombrecitos verdes, la música cósmica, el festival de San Remo, Saronni contra Moser. En mitad de todo eso, una sociedad al borde del colapso, pero que vive, busca, escucha la radio, ve en la televisión a Adriano Celentano y Raffaella Carrá (ejemplo del “Compromiso histórico”, el final del sueño), mira al cielo, comenta las “Líneas de Nazca”… Hablamos de alta narrativa, de una novela poderosa, con personajes perfilados, pero que se sacrifican para que la historia, con sus distintos procesos laberínticos, se imponga. Es, en realidad, la misma sociedad italiana la que es la protagonista, que fundamenta los hechos. Ovni 78 es una novela negra ambientada en un periodo concreto de la historia italiana, pero sería reduccionista quedarse solo con eso. Va mucho más allá. Es una estampa compleja, que retrata a la perfección Italia, pero que, en esa misma intención absoluta, sirve como ejemplo para entender otras sociedades occidentales, con todas sus ramificaciones, ahondando en el ayer, para entender el hoy y poder elucubrar sobre el mañana.

 

Wu Ming, Ovni 78, traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona, Barcelona, Anagrama, 2025.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

18 de septiembre de 2025












Las soledades de las fronteras. Las soledades

verdaderas. La soledad profunda de la poesía

que sus raíces toca. La soledad fiera

y la soledad brisa como caricia

y en los poemas sentirla

y acercarse a ella, en

los poemas tocar

su raíz, su

agua negra

bajo ella.

La soledad de la poesía, que la poesía

toca y en la que se hunde: la soledad

a la que llega y en la que ahonda,

y la misma soledad, la soledad

que la poesía también necesita

y de la que nace. Rosa

de la soledad, poesía, líbranos

de lo que nos puedas librar, ayúdanos

a soportar las heridas del vivir, y en poemas

ir diciéndolas y olvidarlas al decir, en el decir,

déjanos en ti ser así, soledad, en la poesía

que haces nacer déjanos ser y danos algo de paz.


Y la soledad irremediable. La soledad

ya sin posible amparo. También

el poema para ella. El poema

inerme, indefenso. El poema

en su última inocencia, para

esa soledad irremediable

el poema así ya para siempre.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Santiago Montobbio

18 de septiembre de 2025

Compensatoria, el último poemario de Fernando Pérez Fernández, (aparecido en la heroica Ediciones Liliputienses) es uno de esos libros raros: afilado sin arrogancia, lírico sin sentimentalismo, crítico sin despecho. Tierno. Lúcido. 

La palabra que lo titula, tomada de la verborrea educativa, ya da una clave: compensar. No corregir, no salvar, no sustituir. Solo ofrecer, en equilibrio inestable, una pequeña réplica al daño. Una reparación mínima. La justicia poética como gesto precario. Todo el libro orbita en torno a ese intento. 

Desde su poema inicial —que hace la función de prólogo y declaración de intenciones— Compensatoria se presenta como el diario íntimo y colectivo de un tiempo de desgaste: el de la enseñanza pública, el de los cuerpos jóvenes que no saben todavía qué les está ocurriendo, el de los adultos que tampoco lo saben, pero deben fingir que sí. “Las faltas”, dice el poema, “son lo primero que tienen que aprender”, y ese aprendizaje de la carencia se convierte en una suerte de pedagogía involuntaria del dolor: “yo quise vivir y no lo hice”. 

En “Nostalgia de provincias”, la primera de las tres secciones del libro, Pérez Fernández dibuja con precisión de miniaturista la vida en los bordes: de la geografía, del deseo, del lenguaje. Son poemas que capturan instantes con mirada sociológica, pero también con una ternura levemente impura. Un sábado cualquiera —ese “sábado de mayo” que da inicio al bloque— es visto como un territorio incierto donde “por algún costado, sobrevenga lo agradable: / un reencuentro breve, una prenda hermosa descubierta”. La belleza aquí no es trascendente. Es contingente, doméstica, ligera. Como en “Eso sigue ahí”, donde un paseo por la playa es el detonante de una epifanía de la suciedad humana y del inútil intento por compensarla, porque ante la lluvia de “varios cuajarones de una especie de emplasto, / tal vez pis y arena, cocacolas y colillas” no queda otra que seguir caminado. Pero ese intento quizás sirva por lo menos para salvar nuestra dignidad. La dimensión social se deja oír también con dureza en poemas como “Memoria histórica”, donde el pasado se infiltra en el presente con su carga de vergüenza heredada (“La hilazón de España no les daba / para taponar los agujeros / de los fusilados.”) o en “El poeta paga sus facturas”, donde la poesía se topa con la burocracia (“Tras quitar impuestos más o menos queda igual. / Le parece bien que así suceda, / mientras que se acuerde de pagar en su momento.”). Es en esta sección donde la pandemia, lejos de ser un motivo retórico, aparece como una experiencia concreta, vivida desde lo doméstico: “Subo a la azotea con la silla / de playa desplegable, / y en la otra mano un té bamboleante / que se me derrama”. Lo que sorprende no es solo la capacidad de observación, sino la forma en que cada poema consigue filtrar emoción, política, memoria y sentido del humor en un contundente equilibrio. 

La segunda parte, “Choz”, se aparta bruscamente de ese realismo poético para zambullirse en una suerte de barroquismo mutante. Aquí el lenguaje se rompe, se desborda, se contamina. Es una escritura más fragmentaria, que recuerda por momentos a Vallejo, por otros a Chus Pato o incluso a Cecilia Pavón en su fase más psicotrópica, y también, claro, a Término medio, la obra anterior del autor. La poesía se vuelve una forma de balbuceo lúcido, donde el mundo se nombra sin categorías claras. El poema que da título a la sección funciona como un catálogo de percepciones mínimas: “el poema hermoso de quien odias / (…) / un gato que brinca tras las tejas / (…) / una forma nueva de fracaso”. El efecto es acumulativo y casi musical: una enumeración de detalles que, sin buscar sentido, lo generan. Aquí, las referencias a la infancia, al cuerpo, a lo animal, se mezclan con una sátira sutil del lenguaje técnico y administrativo: “¿Tienes una garza dorada de morfina, / una abeja-zorro?”. En este bloque, la forma importa tanto como el contenido. La sintaxis se descompone, las imágenes se solapan, y lo que queda es una poética del exceso en miniatura. Un juego serio. Un balbuceo lleno de inteligencia.

El cierre, “Pruebas de acceso”, es un poema largo que devuelve al lector al espacio escolar, pero ya no como contexto, sino como campo de batalla simbólico. Se trata de una crónica en tres tiempos de un examen colectivo. Lo que podría haber sido un simple ejercicio de observación se convierte en un análisis sutilísimo de los mecanismos de nominación, de ansiedad, de despersonalización. La primera parte del poema observa a los adolescentes con una ternura contenida (“un broche del pelo que se esconde / como escolopendra entre rastrojos”, “No utilices tippex. Ni bolígrafo. / Deja en blanco todo y pon las manos / encima”.). La segunda vira hacia el adulto que los observa, atrapado en su propia melancolía institucional: “Un plafón opaco, / creo que son luces de emergencia / solo que apagadas, / como un envase sin fruta”. Y en la tercera, más teórica y feroz, se lanza una crítica devastadora al acto de nombrar: “poner un nombre (…) es como el alien ese que se agarra / dando un saltito a tu cara / y mientras te preña por la tráquea te permite respirar”. Es aquí donde el lenguaje poético alcanza su mayor intensidad conceptual. Nombrar, enseñar, examinar: todo es una forma de violencia simbólica suavizada por rutinas. La escuela se convierte en emblema de una sociedad que ha confundido evaluación con conocimiento, y seguimiento con cuidado.

Compensatoria no es un libro complaciente. Pero tampoco es nihilista. Lo que propone es una mirada ética sobre la fragilidad: una forma de estar en el mundo sin anestesia, sin dogmas, sin consuelos falsos. El yo poético no es un héroe. Es un testigo. Un testigo implicado, cansado, que todavía encuentra belleza en los restos: “míranos un rato, luego / márchate”. Y eso, quizás, es lo más valioso. Que alguien se haya quedado lo suficiente como para mirar con atención. Como para escribir este libro.


Fernando Pérez Fernández, Compensatoria, Cáceres, Ediciones Liliputienses, 2025.

 

 

 

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Dionisio López

11 de septiembre de 2025

Voy a alcanzar contigo la línea del horizonte”, así arranca la antología de poemas y canciones de amor de Gabriel Sopeña, que Ignacio Escuín ha reunido en Bala Perdida bajo el nombre de Dame una noche. En este compendio lírico se reúne toda una vida de creación que abarca desde sus versos de los primeros ochenta, hasta los escritos anteayer. Pero ¿a qué amante omnipresente se dirige Sopeña en su verso de apertura? ¿Tal vez a Erató, musa de la lírica amorosa, a Euterpe -a la que, en efecto, dedica un poema- o a Calíope, musa de la poesía e inventora del canto? Tal vez, apele al corazón del lector, pues ante él extiende el propio canto. 

El libro se abre con las notas del autor, del editor y una breve poética, que dan paso a esa “despensita de afanes” que guarda el poemario propiamente dicho.  En su visión de la poesía, Sopeña destaca “el valor social de la palabra”, su carácter como “forma superior de conocimiento” y su privilegio de ser creadora de símbolos.  Así, el poeta es un ser dotado de una fina percepción y un deseo consciente de perfeccionarla mediante “persistencia, disciplina, rigor, severa y concienzuda militancia. Pasión y Reflexión, Acopio y Comunión”. Sopeña no concibe “la poesía sin discurso, sin un trabajo infatigable de elaboración de las vivencias, sin un paisaje íntimo […], sin una voz propia”, donde “la poesía exhibe necesariamente hondura estética y emocional”.

Versos como “Ardo / y mi humo es una ofrenda / que vuela en esta canción”, “nos amamos dentro de la vieja herida” o “toda mi sed es una fuente en tu voz”, nos ubican ante una escritura romántica, casi becqueriana, que -en otros versos- evoca a la canción pirata de Espronceda y que, por su clara apelación a los sentidos, evocan versos de amor como los de Rubén Darío, e incluso me instó a buscar “Un relámpago a penas” de Blas de Otero. En sus canciones hay un surco lírico y, consecuentemente, en el verso encontramos una voz enraizada en el canto, en el ritmo y en la rima -a veces oculta en el interior de la estrofa-, donde tañe el martinete de la repetición para crear una base sobre la que el sentimiento y el sentido alzan su armonía coral. Sopeña se apoya en la iconografía, en el territorio común que comparte con el lector, en ese mundo de referencias culturales que usa como arquetipos con los que aligerar el discurso y que permiten cantar directamente las emociones, generando una escala temporal en el poema donde “el pasado es el deseo puesto en fuga” y “el futuro está en tu boca”. 

Al amor se canta en estas páginas, al éxtasis, pero también al desamor, al dolor de la pérdida. Algunos poemas elevan su herida a la luz de un sol cálido y candoroso, otros pasan página en el verso cruel confesando que la pasión cayó desarbolada bajo el vendaval del desencuentro. Aunque, las más de las veces, la nave lírica ancla su proa plácidamente en la playa de otra piel, de otro sentir embravecido, o queda a la espera de su llegada con la nueva marea, sabedor de que su “único destino / es pulir un corazón / como una piedra con pálpito”.

“Es de noche y soy de barro”, el poeta es siempre un ser al desabrigo, en el camino, alguien que implora “dame un fuego”, “dame un ansia”, “dame una noche”. Pero la intemperie también enseña a contar historias, a seducir con el brillo de las ascuas nocturnas, a afinar la mirada que integra el tránsito propio con el paisaje e impele a confesarnos que “estoy vencido: / mi poesía es severa / y mi lengua es arquitecta / de mil aullidos de lobo”. 

 

Dame una noche. Gabriel Sopeña Genzor, Madrid, Bala perdida, 2025.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Ricardo Díez Pellejero

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