Natalia García Freire nació en 1991 en Ecuador. Después de dos novelas como Trajiste contigo el viento (2022) y Nuestra piel muerta (2019), se acerca al relato corto con una intensidad ambiental que pivota entre lo mágico y lo hermético, ajena a giros y trucos efectistas, con este La máquina de hacer pájaros, editado en 2024 por la editorial Páginas de Espuma, que la incluye en su nutritivo catálogo de narradoras hispanoamericanas.
El título del libro remite a la segunda banda del músico argentino Charly García, un proyecto de rock progresivo que se desarrolló durante la Dictadura y que llegó a publicar dos discos: La Máquina de Hacer Pájaros (1976) y Películas (1977) y fue el interludio para García entre su primer grupo, Sui Generis (uno de sus versos aparece como cita inicial en el libro) y el gran éxito que supuso Serú Girán.
El libro comienza con ‘Las lumbres’, donde un remedo de la autora, con el simbólico nombre de ‘Escritora’ avanza en el recuerdo de una selva tropical y anciana. Un entorno a punto de ser invadido por personajes ajenos: mineros y militares, desde la capital. Avatares que simbolizan la lucha de la escritora por frenar la devastación, el dolor interno de la tierra a través de la comunión con sus ancestros. Una mitología de verdín y selva que se pudre que, por cierto, podemos encontrar en alguno de los libros de la colección de Páginas de Espuma, como el de Nuria Labari o Liliana Colanzi. Las carpas que flotan, muertas, en el río, la pavita de la muerte como elemento de paganismo que acompaña a la novia, al niño, hasta el pasado primero y el otro lado después, camiones, soldado e ingenieros hambrientos que arrasan con todo a su paso, como una plaga bíblica en un mundo que ya no reza: “¿Rezar? Como si dios fuera a acordarse de nosotros”. Con una cinta de David Foster Wallace se abre ‘Hasta que desearas dejar tu corazón sin sangre’, donde la autora descubre que es más sencillo amar a un hombre muerto que a un vivo. La crisis matrimonial es el detonante de un descenso a lo más profundo de la psicodelia social: una curandera, amigas y terapeutas, la Ruthie, la Renata… se mezclan los cigarrillos y la transpiración, la mujer salvaje, Xuxa, Lacan y la Manicura, Lacan y el tinte para el pelo. El único amor posible es el del hombre desconocido, el hombre fantasma. Altares, éxtasis, obsesiones. ‘Formas de reparar lo que no está roto’ mezcla la locura y el amor, Romina, con su olor a pabellón y diazepam, la muerte, el aire y treinta y cuatro años, catorce encerrada. Las películas, Mulder y Scully, el CSI, la televisión es tan real como un corazón arrancado, que acaba pareciendo una semilla, un hueso de zapatito. ¿Locura o pasión? Esos finales herméticos son pura literatura, nada de efectismo barato. Avanzamos hacia ‘Yo amo a Paquita Gallegos’, con una mujer, una mujer sola, Bobby Brown, ¿qué es el uno? El uno es uno y es gato. Como una telenovela, la vida avanza lenta y siempre parece que llegará una sorpresa que lo cambiará todo, la desaparición del individuo, Mostachón y Débora Dalila. Una habitación. Cualquier cosa es mejor que no sentirse sola. Todos amamos la cumbia, todos amamos a Gilda, leo ‘Tecnocumbia para el fin del mundo’, uno de los relatos más impresionantes del libro y del año. Seducido y abrumado, mi padre era sed y polvo, mi padre era tan padre como cansancio, nos llamaba cerdos, solo estaba por el dinero. Estamos aislados, ellos, sus hermanos y ella, madre y hermana. Porque la madre está atrapada en una desidia tóxica. Pienso una y otra vez en el teatro de Fernando Arrabal y en el Samuel Beckett, personajes esquemáticos, sin nombre, que te agarran el alma por el cuello. Una mujer, Bum Bum, su marido-hermano desaparece. La cárcel. Las mujeres, las dos libres, la madre encerrada. Lo único que quiero es volver a bailar: “Yo sabía que, cada uno de ellos, había nacido con la muerte en la boca”. Hijos-hermanos que vuelven con el dolor, la madre, la musa, la mujer, allí arriba solo hay cumbia y estrellas. Juntas buscan la huida diminuta, lésbica e incestuosa, la vida como un gran poema cósmico de sudor y supervivencia. ‘Amor mío, corazón de otro’ El miedo a salir de casa, en ese apocalipsis formal sobre el que se construye el libro, los tres monstruos del folklore tropical postmoderno: ropavejero, Julita y el Chupacabras. Un tucán, un pájaro más, un ave especial. Las canciones de Luz Casa. Madre e hija. Hija de hambre y soledad, madre de aguardiente y pastillas. Piernas, las furias con sus hilos, arrancando las costras de la jovencita. Un sueño, un amor, la pelea por el corazón del tucán, que es la proyección de todo lo prohibido, desde el dulce incesto hasta la insultante zoofilia. Una finura de realismo mágico y metáfora hermética. Una zozobra emocional barniza cada uno de los cuentos, como ‘La máscara del oso’, que suena a delirio y a cuento, a padre que involuciona de adulto hasta bebé, que pasa de aguantar el trago y dejarse el acné como premio, hasta un niño cruel que mata renacuajos. Todos vemos las mismas películas, unas veces con pasión, otras con miedo: ‘Alien’ o ‘Los langoniers’. La madre-esposa, la esposa-madre, en ese remedio de convulsa sexualidad, lo protege, deja que tome de su pecho como antes dejaba que le devorara el sexo. Pero es un pibe horrible, que las deja sin plata. Llora y llora, con una máscara de oso, las tres hijas, como en un cuento infantil, terminan por enterrarlo en el bosque. Impactado, avanzo por el libro como quien lo hace por una selva, cubierto de broza y pánico. Porque llego a ‘Cabeza quemada’, el más intenso de los relatos, de Gucci falsos, de tía joven, perdida, de Año nuevo y año fina. Las niñas de 1999 querían ser como la Spears o como Selena, pero la medianoche les trajo el mal alcohol y una mañana de moho, pis y heces que se extenderá durante meses. Encerrados, abuelo que muere, como en uno de esos apocalipsis donde se tiene que criar la vida como si fueran plantas, la vida en el planeta en una permutación incestuosa que hace infame a la Biblia. Un ciclo, unas corrientes eléctricas, la alucinante prosa Natalia García Freire acaba estremeciendo al lector, salpicado de Walter Delgado y Billy Gato. Y si fuera no hubiera acabado el mundo, y si todo el dolor fuera para nada, panzonas de niños desconocidos, la feminidad que traerá el hombre nuevo. El mundo todavía existe, pero ustedes no. Sangre, hombres que abusan, el niño que nace, la madre que no desea saber si el bebé está vivo o si está muerto. La muerte es un final que se repite hasta que, al final, sean una con los astros. Ese es el hombre nuevo, el que ya no es ni hombre ni nuevo. Maravilla ‘La balada del vaquero espacial’, con su juego de religiosidad azteca, un abuelo sin nombre, unos mineros que cierran el círculo con el primer relato, la metamorfosis en Alien, en Michoacán, mezclando la cultura pop (la que veía el padre-niño, el niño-padre de ‘Máscara de oro’) y toda la mitología anterior a los españoles, llena de plumas, de plumas de armadillo y avestruz, que pone huevos y picotea, y sigue fumando, el abuelo, alien con sangre de ácido, la última mutación con la cita de la Nostromo: ‘En el espacio nadie puede oír tus gritos’. Enciendo un Philip Morris y me acerco al final con ‘La persona que te enamoraste’. Expulso el humo, vuelvo al cuerpo roto de un avestruz, el torso feo de Silvia Plath, y en 'Cómo desaparecer completamente' el doctor Rex me enseña, enseña a la protagonista, a desaparecer completamente (‘Desaparezca aquí’ como una frase de Brett Easton Ellis). “Usted está muerta”, le dice el doctor. Palabra de ley. ¿Por qué ahora? Qué maleducada la muerte, mamá, he muerto, siento por no haber avisado. Leeré a Anne Sexton, le pediré a la ciencia que me permita unos años más, al doctor y sus alumnos, al menos, opositar a una plaza fija en el teatro definitivo de Fernando Arrabal. Los estudiantes dicen adiós, les pido un beso, un marido, una hija, un cigarrillo. Cuentos de simbolismo tropical, extenuantes, plenos de sexo silencioso, de camas con sábanas sudorosas, de mujeres que ocultan el aliento del hombre con aguardiente. Hipercandombe y frutillas.
Natalia García Freire, La máquina de hacer pájaros, Madrid, Páginas de Espuma, 2024.