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Ansón y la menos conocida Transición española

9 de mayo de 2024 15:16:24 CEST

El narrador, ensayista y poeta, Antonio Ansón (Villanueva del Huerva,1960) reedita la novela “Llamando a las puertas del cielo” en la colección Letra última que dirige la profesora de la Universidad de Zaragoza María Ángeles Naval en la Institución Fernando el Católico de la Diputación de Zaragoza. La primera edición fue en Artemisa Ediciones (La Laguna, Tenerife) en 2007 y en 2008 recibió el Premio Cálamo Extraordinario. Esta nueva edición de la novela cuenta con un excelente estudio y materiales complementarios pedagógicos de la novelista y catedrática de Literatura Española Ana Rodríguez Fischer. ¡Ahí es nada! esta novela es la narración de los años finales de la Transición española y la llegada de la democracia, desde la óptica de los pueblos de Aragón, de todos y de ninguno: todos se parecen. 

Una de las cosas que más me sorprende de esta novela es que apuesta por una eternidad negra, apuesta por la nada: por esa negritud infinita. Y en esa soledad uno recuerda historias, anécdotas, vicisitudes, pues en “este cielo de los muertos no se ve nada porque reina la negrura absoluta” (p. 129). Así pues tenemos una novela que sorprende desde la primera línea hasta la última. Nos podemos hacer una idea del más allá y tenemos a Ambrosio el Renacido que habla con los muertos y ve lo que sucede allende y aquende. Un personaje entrañable a quien hablar con los muertos le hace mucha gracia. 

Además, esta novela, por más veces que la releo, me llama poderosamente la atención el que el narrador sea una persona muerta y siempre me lleva a recordar la forma de contar de aquel célebre personaje legendario, el mago Merlín, de origen demoníaco que conocía, o al menos era capaz de adivinar el pasado y el futuro. En este caso el narrador testimonial muerto ha sido compañero de todos, jóvenes y viejos, y hasta amigo de algunos de ellos: los muertos le cuentan y él cuenta: el bueno de Andrés que se fue virgen. 

La novela está ambienta en un pueblo llamado Valcorza y ya se sabe y es de todos conocido y repito que todos los pueblos más o menos se parecen: uno es como el otro y el otro como el uno. La narración no podía tener otro inicio más firme, contundente, sereno y sugerente: “En el cementerio de Valcorza nos han ido enterrando a todos. Uno tras otro. Uno tras otro”. Ley de vida es el morir, aunque no siempre ahogados, claro. Hasta de un tiro de escopeta de caza o atropellado por tu propio tractor. 

Esta es una novela que consta de 41 capítulos, en unas 150 páginas en esta reedición, más 50 de estudio, un par de bibliografía y una veintena de material complementario pedagógico, por las 200 páginas de la primera edición, con los mismos capítulos, claro. Y es esa ocultación de la identidad del narrador lo que para mí es el principal motivo de la obra: puede ser el doble del autor, como Valcorza de Villanueva, tal vez… Lo que también me recuerda al “convidado de piedra”, aunque salvando las distancias, claro. 

También pienso que es todo y nada de esto pues “Llamando a las puertas del cielo” es una isla libre que se yergue a los cielos, que ha resistido el paso del tiempo, 17 años ya, contra la corriente más que a favor, y que a quienes se adentran en ella todavía se les ofrece un pasado reciente pasmoso, algo lejano ya es cierto, pero seguimos igual, que abre los ojos, a las persona lectoras, a todas esas posibilidades éticas y estéticas narrativo poéticas que purgan por salir del plano del momento aquel. 

Creo que es una novela tan plástica que bien se parece a un conjunto exquisitamente hilvanado de imágenes, estampas literarias, para un corto o para toda una película en blanco y negro. Es, no me cabe ninguna duda, todo un maravilloso guión de cine. Además, no me equivoco si aseguro que esta novela, “Llamando a las puertas del cielo”, que nunca traspaso, que tiene título de bolero o de canción norteamericana country o rock, aunque a mi me recuerda aquella canción “Hotel California” y también a Horacio, por aquello de que por mucho que salgas de tu casa nunca sales de ti mismo. Creo que es una obra plural que se alimenta de todo el bagaje lector del autor, hombre de basta cultura: que parece que lo ha leído todo y lo ha visto todo desde esos montes que sube y baja a menudo. Ansón es un amante impenitente de la fotografía y de la escalada. 

La novela, según se nos dice, es un relato sobre la Transición española, una sociedad rural que llama a las puertas de Europa, tratando de sobrevivir a su historia y a sí misma, una metáfora sobre la aldea que llevamos dentro, porque Valcorza podría ser cualquier lugar de España, y ninguno. Creo que, además el narrador, Andresito como su padre, llamado Andrés el Zanguango, quiere dejar testimonio de ese cantar y contar, de ese ser palabra en el tiempo: el autor es un poeta que, también hay que leer y tener en cuenta, busca captar y capturar la belleza fugaz del instante, de ese instante que narra, de ese temblor de la hoja de papel cuando escribes en ella con la pluma, y del brillo de las miradas de los vecinos: “El vano de las ventanas también manchaba con matices de amarillo cadmio la superficie lisa del mediodía vencido” (p. 75). 

La historia se centra en los años 70 del pasado siglo. Y está escrita, por un humanista diríase, de forma sencilla, humilde, maravillosa, de corte popular que engancha. Y no sé si sigue mucho las corrientes literarias de ayer ni de hoy, ese realismo que no termina de ser, donde Antonio Ansón da muestras de que domina con maestría el arte de contar como nadie. Humor irónico a raudales, aragonesismos. Un recorrido o una travesía de lo real a lo casi mágico, con milagro incluido a Miguel Zalaya, de ahí que se le apodase Tres Patas, con ese su estilo vigoroso, firme y poético. Si leemos entrelíneas y pensamos un poco es alta teología lo que se debate en esta novela. 

Una obra emocionante y conmovedora, enraizada en lo más popular, en lo más nuestro, para describir la cotidiana realidad de ese mundo violento, asesinato incluido, y lírico a la vez. Nuestro mundo de labradores que tan bien conocemos, somos de pueblo, al igual que el éxodo de los pueblos a las ciudades, esa diáspora está descrita con exquisita sobriedad, sin molestar, ni a los muertos ni a los vivos. Antonio Ansón trasciende la realidad, esta historia real de su Valcorza y el mío. El de todos. Me gusta este clásico innovador en su forma de contar la sorprendente descripción del paisaje y su paisanaje: cura, de Trento o vaticanista; y alcalde, del régimen y democráticos; maestro, filósofo kantiano trasmutado en socrático “hippy”; barbero, pastor, zoofilia, sida, prostitutas, amores y desamores, pantano, laguna, molino, río Altán, corruptos, drogadictos. O sea, todo un cuadro, de enormes dimensiones, cabe decir. Incluido el cansino fútbol y el Barcelona, que también este año ha perdido la Liga. 

Creo que Antonio Ansón es todo un novelista intenso donde plasma y se preocupa por igual de las pasiones y trabajos de los protagonistas como de la técnica narrativa de la novela, que va y viene. Vemos el argumento a través de sus personajes, del narrador muerto: a veces se invierte o confunde el orden temporal y asistimos primero a una escena y luego a otra anterior que la explica o la caricaturiza, cual Merlín. El estilo, sin ninguna duda, es apasionado y minucioso. Se fija en los pequeños detalles que hacen grande la obra. Tal vez y solo tal vez, a Valcorza, tu pueblo y el mío, persona lectora, le falta una bruja o curandera, que en muchos pueblos la había, por aquellos años. 

Pero para mejor decir y concluir esta reseña, citaremos a Rodríguez Fischer, que ella sí que sabe: un estudio prólogo de más que justa y necesaria lectura: “’Llamando a las puertas del cielo’ es una novela tan variada y rica en su composición y en los aspectos formales que articulan el relato, como en los personajes y las historias que protagonizan, cuyo conjunto da cuenta de un proceso histórico, político, social y económico que cubre medio siglo de la vida de España, también en el plano cotidiano e intrahistórico”. ¡Amén!.- 

Antonio Ansón, “Llamando a las puertas del cielo”, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2023.

Escrito en Sólo Digital Turia por Enrique Villagrasa

Media vida en 500 aforismos

9 de mayo de 2024 14:59:29 CEST







Aunque no vayas a ninguna parte,

no te quedes en el camino.

J. Bergamín, El cohete y la estrella

 

 

 

 

 

 

 

 

A un libro de aforismos, debería bastarle con un único aforismo como introducción. En el supuesto de que un libro de aforismos necesitase una introducción, y de que supiésemos a ciencia cierta lo que es y lo que no es un aforismo. Porque un aforismo, como tantas cosas en esta vida que todo el mundo cree saber lo qué son, casi nunca es lo que parece, y ese aforismo único, propio o ajeno, siempre preferiblemente ajeno, y a ser posible apócrifo, que legitimara el dudoso e improbable género, la particular e inconfundible escritura aforística, ese aforismo no existe ni ha existido nunca. Y sin embargo, abundan los aforismos sobre aforismos, los aforismos afónicos, los aforismos despeinados, los aforismos afrancesados, los aforismos aforísticos, los aforismos infiltrados, los aforismos de la cabeza parlante, los aforismos impertinentes… pero ese aforismo deslumbrante, ese aforismo de aforismos que zigzaguea como el rayo, que brilla como el relámpago y retumba como el trueno, ese aforismo que trastorna la razón y obnubila el pensamiento, ese aforismo no existe, nunca ha existido. Es un mito, una leyenda. Créanme, he buscado por todos los rincones de mi biblioteca y no existe. Quizá, no crean que cosa tan obvia se me escapa, no exista en mi biblioteca – mi biblioteca es muy limitada, como mis lecturas y mi memoria, y como tantas otras cosas que no vienen al caso – pero podría existir en la suya. Estas cosas pasan. Si así fuera, si ese aforismo único existiera, no tienen más que copiarlo al principio de este original libro de Ignacio Docavo, a modo de exergo, esa cita que solemos poner al principio para parecer más cultos o, mejor aún, escribir una reseña y publicarla, poniendo en evidencia al autor de este pedante texto. Es lo que yo haría. En realidad, yo haría las dos cosas si pudiera.

Ignacio Docavo, poeta, aforista, y profesor de matemáticas, además de algunas colaboraciones esporádicas en revistas y el guión de una obra de teatro infantil La tigresa Violeta, es autor del poemario Ladrón de horizontes (UPV, 2005) y de un libro inédito, de próxima publicación en La Coz, El malestar. En ejemplares Docavo ha reunido 500 aforismos, 500 frases, que abarcan todo el espectro de su existencia cotidiana, es decir de su vida de profesor y poeta, que profesa palabras y evoca recuerdos en un mundo indiferente, y, como quien no quiere la cosa, que es como hacemos casi todo lo que vale la pena en esta vida, en la que tan pocas cosas valen la pena, ha dejado escrita media vida. Media vida no es la mitad de una vida. Ni siquiera para un profesor de matemáticas como él, habituado sin duda a las divisiones inexactas. Porque no es lo mismo la vida a una edad que a otra. Siempre habrá más vida en una de las mitades, y no necesariamente en la misma mitad. La vida casi siempre empieza demasiado tarde, y acaba demasiado pronto. A veces incluso acaba sin haber llegado a empezar. Estas cosas pasan, repito. Y siempre la dejamos, o nos deja ella a nosotros, a medias. Media vida en 500 aforismos, que él prefiere llamar sencillamente frases y acaba llamando ejemplares, con minúscula,  frases ejemplares al mismo tiempo que ejemplos de frases. Frases espontáneas las que parecen haber sido más pensadas, frases que cuestionan el orden del discurso, frases poco ejemplares que subvierten el sentido común y la lógica de los enunciados. Frases que son caprichos, que son lances, que son dardos y estocadas, que son ecuaciones y flechas, que son coces y son chascos, frases de un aforista solitario, pecios de un involuntario naufragio, 500 aforismos de un poeta que escribe en prosa, pero piensa en poesía.

Mientras lees no existes.

Escribo a Docavo:

Hay algo en tu libro que se me escapa. Llevo dándole vueltas todo el día porque sé lo que es, pero no consigo expresarlo. Probaré durmiendo, a veces da resultado. Cierro el ordenador. Me voy a la cama. Me duermo. No he acabado de dormirme cuando abro sobresaltado los ojos. Está amaneciendo. Qué cortas se han hecho las noches. Mientras dormía he hecho un descubrimiento. La mayoría de los descubrimientos que ha hecho el hombre los ha hecho durmiendo. Comprendí que aquella media vida, la mitad de aquella vida, no era la que yo creía, no era la que se veía. Era la que no se veía, la que estaba sumergida, la que no se cuenta a nadie, la que se oculta en los libros. Ejemplares, el libro de Ignacio Docavo, no es un libro de aforismos. Frases, sí, pero frases de un diario, ahora lo veo claro. Son las entradas sin fecha y reordenadas de un improbable diario que Docavo se niega a escribir. Una vez más me había dejado engañar por las formas. Me levanto. Cojo el libro. Lo abro y leo al azar: la única certeza que tengo son mis dudas. Paso algunas páginas: A veces me siento en deuda con el mundo. Vuelvo atrás: En el momento de explicarlo, dejo de saber lo que sabía. Sigo leyendo: ¡Qué día más bien desaprovechado! Sigo leyendo: Qué difícil es explicar lo obvio. Cierro el libro. Aunque no vayas a ninguna parte, no te quedes en el camino. Lo vuelvo a abrir: Tengo una prima que veranea en la calle Truman Capote de Benitachel.  Qué obvio resulta todo. Qué difícil es explicar lo obvio.

 

Ignacio Docavo, ejemplares, Valencia, Contrabando, 2023.

 

FRASES

 

Por Ignacio Docavo 

 

A los que afirman que el aforismo no es un género menor los animaría a escribir una novela en un sobre de azúcar.

 

A lo mejor la Gioconda sonríe porque no tiene nada que decir.

 

Según escucho mientras sesteo, un león sirve para proteger a una leona de otro león.

 

¿Existirá una timidez de pensamiento, una especie de pudor ante la cháchara interior?

 

Lo que nos avergüenza de la desnudez es mostrar la hoja de parra que llevamos debajo de la ropa.

 

Quien teme a la muerte vive por obligación

 

Tal vez nuestro pensamiento no sea más que un residuo de nuestras acciones. Humo de locomotora.

 

Lo mejor hubiera sido tirar la margarita después del primer pétalo.

 

Rectificar es de sabios. Rectificar no es de sabios.

 

Compruebo estupefacto que un famoso escritor chino se parece más a un intelectual que a un chino.

 

La libertad de elegir con quien perderla. No hay otra.

 

La memoria es la cuarta dimensión de la mirada.

 

Darle un euro a un mendigo no te evita la mezquindad de no haberle dado dos.

 

Pasan los años y sigue habiendo jóvenes.

 

Podríamos esperar al verde de las praderas, pero no, ha de ser al del semáforo.

 

Quien espera siempre espera un milagro.

 

¿Agua corriente viene de corriente o de corriente?

 

¿Escribes en primera persona o generalizas contigo mismo?

 

Una cuesta abajo sin fin. Sensación de estar siempre en lo más alto.

 

Una pistola de primeros auxilios.

 

Pudiendo ser palmera de oasis haber de serlo en la mediana de Primado Reig.

 

Si las garras de mi perra fueran manos al menos podría ayudarme a doblar sábanas.

 

Es una nimiedad, pero había una mosca en la pantalla y la he espantado colocando el ratón sobre ese punto.

 

¡Qué día más bien desaprovechado!

 

Me miro de reojo en un escaparate y pienso: ese señor soy yo.

 

Al pasar frente al edificio en ruinas de la Cofradía de Pescadores del Cabañal pensé si el último cofrade se sintió cofrade hasta el final.

 

Todo lo que estaba a mi izquierda cuando voy, está a mi derecha cuando vuelvo. Será una tontería, pero da que pensar.

 

La otra noche, mientras corríamos por el carril bici, una chica en bicicleta nos pidió paso imitando un timbre: cling, cling. Si hubiera sido de nuestra generación hubiera hecho ring, ring.

 

Pasa una ambulancia y la Loba comienza a aullar; la primera vez me sorprendió, ahora me admira lo inexorable.

 

Abro la puerta de mi habitación, pienso: “ancha es Castilla” y la vuelvo a cerrar.

 

Se me cae al suelo una moneda de veinte céntimos y no sale cara ni cruz, sino canto. Consulto en internet y resulta que la probabilidad de que suceda es de una entre seis mil. Y ha ocurrido precisamente hoy: un día cualquiera entre seis mil.

 

Los recuerdos son fotófobos o tienen su propia luz, pienso mientras aparto la vista de la pantalla para recordar.

 

Le pregunto a uno de los operarios de la obra que han empezado en el solar de enfrente por lo que van a hacer y me contesta que no sabe, que él sólo se encarga de hormigonar.

 

La curva que forma la parte trasera del muslo de esa chica sentada en el banco con medias de rejilla y falda corta, también se llama catenaria.

 

“Esa señora se ha colado con tanta solvencia que la perdonaremos”, iba a decirle a la verdulera, pero entonces me enredé pensando en si la verdulera conocería la palabra solvencia y ya no dije nada.

 

Tengo una prima que veranea en la calle Truman Capote de Benitachell.

 

El autobús se detiene porque estoy parado ante el paso de cebra. No pensaba cruzar, pero cómo negarse a lo que sesenta personas esperan de ti.

 

Tener razón, menuda ordinariez.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Manuel Arranz

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Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

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Escrito en Sólo Digital Turia por Andreu Navarra

Traer el pulso de cirujana de las silenciadas

25 de abril de 2024 13:40:35 CEST

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Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

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