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Ângelo Vaz Pinto Azevedo Coutinho de Lima, más conocido como Ângelo de Lima, nace el 30 de julio de 1872 en Oporto y fallece el 14 de agosto de 1921, con apenas 49 años, en el Hospital Psiquiátrico Rilhafoles de Lisboa (hoy Hospital Miguel Bombarda). Correcto dibujante y notable poeta, el joven Ângelo heredó doblemente de su padre, el funcionario de correos Pedro de Lima, un vigoroso amor por la poesía –su primogénito había publicado, en 1867, un irregular poemario titulado Ocasos– y una penosa e incapacitante tendencia a la locura que acompañaría a ambos hasta la muerte.

 

En 1888, y tras ser expulsado del Colegio Militar de Lisboa, regresa a Oporto y se inscribe en la Facultad de Bellas Artes, estudios que abandona temporalmente para alistarse en el ejército portugués. Bien considerado por sus superiores, alcanza el grado de segundo sargento; en 1891, de manera voluntaria, entra a formar parte de una expedición militar en Mozambique. Tras siete meses en África, regresa a su ciudad materna; los primeros signos de locura comienzan a hacer acto de presencia.

 

En 1894 retoma, con mayor éxito, sus estudios de Bellas Artes: tanto es así que resulta elegido director artístico de la revista A Geração Nova. Sin embargo, el 20 de noviembre de ese mismo año ingresa en el Hospital do Conde de Ferreira de Oporto, diagnosticado de “manía persecutoria y alucinaciones auditivas”. Después de un largo periodo de hospitalización y un par de años en el Algarve, en 1900 se instala en Lisboa, donde se entrega a una vida errática y ociosa. Vida que se verá truncada el 19 de diciembre de 1901, –dos semanas después de protagonizar un altercado en el Teatro Dona Amélia que le supuso pena de prisión–, al ser ingresado en el Hospital Psiquiátrico de Rilhafoles, lugar en el que permanecerá hasta el final de sus días.

 

Es justo referir que un alto porcentaje del relativo prestigio literario de Ângelo de Lima se debe a la aparición de varios de sus poemas en el número 2 de la mítica revista Orpheu (1915), número dirigido conjuntamente por Fernando Pessoa y Mário de Sá-Carneiro. Algunos años antes, el crítico Albino Forjaz de Sampaio había publicado, en Ilustração Portuguesa, el artículo “Um poeta em Rilhafoles”, dedicado a glosar la figura de Ângelo de Lima; el atento Pessoa, atraído por su fervor modernista y su surrealismo de tintes panteístas, y dispuesto a epatar a la burguesía portuguesa del momento, no dudó en publicar varios poemas de Ângelo de Lima, de quien afirmó que, “no siendo como nosotros, llegó a convertirse en uno de los nuestros”. También son más que dignas de mención las labores posteriores de António Salvado, que en 1959 recopiló 28 poemas de Ângelo de Lima en la publicación Folhas de Poesia, y del propio Herberto Helder, quien, junto con António Aragão, incluyó al loco de Orpheu en el primer número de la antología Poesia Experimental (Cadernos Hoje, Lisboa, 1964).

 

 

Según el volumen Poesias Completas de la editorial portuguesa Assírio & Alvim (1991), que ha servido de base para este artículo y cuya numeración cronológica ha sido respetada, apenas se conservan 43 poemas de Ângelo de Lima: se sabe que otros muchos, compuestos durante su prolongada reclusión forzosa, acabaron siendo alimento de la basura del psiquiátrico de Rilhafoles, considerados por el personal médico y auxiliar del hospital como desvaríos propios de un enfermo mental. Es por tanto un orgullo presentar aquí, por vez primera en lengua castellana, la traducción de este ramillete de nueve poemas escogidos de entre la parte más coherente y valiosa del injustamente olvidado Ângelo de Lima. Ojalá que, como afirma el poeta en uno de sus versos más célebres, no se nos pare de repente el pensamiento al enfrentarnos a su compleja dispersión cósmica, al entregarnos, pacientemente, a ellos.

 

1.

¡Dicen los sabios que ya nada ignoran

que el alma es un mito...!

Los que hace tanto, en vano, de los cielos exploran

el alimento infinito…

Ellos, los que encontraron en el ente humano

nada más que esta faceta

de ser finito, orgánico, el gusano

que muere y nace,

se basan en la razón.          

¡Y la razón yerra...!

 

¿Quién, de la oruga que se arrastra por la tierra,

puede suponer,

soñar siquiera, que un día ha de nacer

la mariposa, aquella alada flor

matiz de los cielos?

Sabios, buscad en vano el puede ser

Saber… Apenas Dios.

 

El hombre se arrastra, igual que el verme

por no poseer la paz de la sepultura,

¡cuánta labor bajo aparente calma!

Servir de abrigo a aquel ser desarmado

del que un día, después de tarea oscura,

saldrá vivaz, alada y flor, el Alma.

 

 

 

3. SÚPLICA

 

Para alguien fue, de tu mirar, la llama,

como, tras noche oscura, fue la luz de la aurora.

 

Desde la “selva oscura” entre la sombría trama,

oye, mujer, como ese alguien te implora.

 

¡Oh, baja sobre mí tu mirada fulgente...!

 

Que tu mirada es bálsamo que ignora,

del cielo en este seno, en que, latente,

 

aflige, ya hace mucho, el cáncer de un anhelo,

de un deseo insensato y sed ardiente

 

de un no sé qué, que en tu mirada leo.

 

 

 

4. A MI PADRE

(En el Santo Día de los Difuntos)

 A Natalia García Vilas

 

 

¡Padre! Cuando en las horas del final del día

la vaga bruma cubre, tristemente, el Espacio

y a mí me envuelve en la melancolía...

 

¡Padre! Dime: ¿tú sabes qué tan secreto lazo

me liga a mí, que vago por el mundo

triste, vencido bajo atroz cansancio,

contigo, que planeas en el cielo profundo...?

 

¡Padre! ¡Yo soy tu hijo! ¡Siento que soy tu hijo!

No reniegues de mí, ¡yo soy tu hijo! Padre...

¿Pues no ves cómo vago por este laberinto,

perdido, triste, alucinado, ¡ay!,

al igual que esa nave en que Israel vagó,

y yerma, a la deriva, sobre las aguas va,

sin siquiera saber qué fuerza me guió,

sin que me guíe voluntad alguna,

en la derrota que siguiendo voy?

 

Así, como a la nave que no tiene ninguna,

ninguna sombra de tripulación,

sonríe Vesper aún, de entre la bruma,

así mi enlutado corazón,

al que no guía ya ni un solo anhelo,

sonríe, lejano, de entre las tinieblas,

¡Padre! ¡El afecto de tu noble seno!

¡Padre! ¡Mi noble, mi finado amigo...!

¿Duermes, allí en la Nada majestuosa y triste,

o vives todavía, como existe el Dolor...?

 

¡Oh Padre! ¡Quién pudiera marcharse allí contigo...!

 

¡Oh Padre! ¡La desgracia se ha juntado conmigo

desde el día en que, Padre, escapaste de mí...!

¡Oh, Padre! Si, en vuelo, por el cielo partiste,

dime cuál es el rumbo, quiero ver si lo sigo...

 

¡Padre! Tu pobre tumba, tan sencilla,

tal vez no tenga, como tienen otras,

hoy día, nadie que la deje flores...

 

¡Ay qué triste que es no tener a nadie!

 

¡Mas por lo menos Eva, nuestro encanto, −¿la ves?−,

y Pedro, y Vasco, están contigo allí...!

 

 

8.

 

Es el mundo estrecho coto,

es mal cazador osado,

mi alma es una ave asustada,

tu seno, abrigo anhelado.

 

El mundo da tantas vueltas

que la gente ya ni sabe

si un tercio de lo que hoy piensa

mañana lo pensará.

 

Pasan nubes por el cielo estival y ameno

como pasan por mi alma los Dolores,

y pasada la nube queda sereno el cielo,

como pasa el dolor, y mi seno se calma.

 

 

 

11. SOLO

 

 

Quiero que cuando muera me arrope la Simpleza,

marchar sin pompa alguna hacia la sepultura,

que sea mi compañía apenas la Tristeza,

¡que no vista de bronce el sonido, por los valles!

 

Llore sobre mí el cielo en gotas de rocío,

que la luz del ocaso refulja en su cristal,

cántenme el “que descanses”, a lo lejos, las olas.

 

Que la brisa, gimiendo, me recite su Amén,

vaya así hasta las yermas, las alejadas plagas...

 

¡Y que me quede solo!

             ¡No vuelva nadie allí!

 

13. 1500

 

 

En las olas tranquilas del océano

va serena la nao de blancas velas...

Trae en su flanco vestigio de tormentas,

allá en la mar, con gesto soberano...

 

Un ligero batel burla al arcano

Y baja de la nao hasta las tierras,

que en candidez nupcial y de doncellas

alzan la flora al sol meridiano...

 

Gente tostada por el viento amargo

salta en las playas del país fecundo...

Llevan el gesto de los héroes de Argo...

 

Conteniéndolos con mirar profundo,

Cabral1 alza la voz en gesto vasto

¡y en la Ley Patria envuelve un Nuevo Mundo!

 

 

1. Pedro Álvares Cabral, navegante portugués considerado el descubridor de Brasil.

 

 

 

 

 

14.

 

Súbito se me para el pensamiento…

Como si de repente refrenara

la loca correría… en que, llevado...

anda en busca… de Paz… y del Olvido

 

Para perplejo… Escrutador… Atento

como para… un caballo alucinado

ante un abismo… ante sus pies rasgado…

Para… Queda… Demórase un momento…

 

Viene traído en loca correría

a orillas del abismo, y se demora,

 

y sumerge en la noche, oscura y fría

su mirada de acero, que allá en la noche explora…

 

Pero… la espuela del dolor su flanco estría...

 

Y él salta… y continúa… ¡bajo la espuela!

 

 

42. VIVIR

 

¡Vivir...!

¡Vivir...! ¡Y Palpitar...!

¡Ser...! ¡Amar...!         

                   ¡Vencer...!          

                                   ¡Y Conquistar...!

 

 

¡Vivir!

           ¡Oh Fantasía...!

¡Luz...! ¡Perfume...! ¡Canción...!                   

                                                ¡De Amor...!

                                                                   ¡Poesía...!

 

 

¡Pasión y Gloria!

                         ¡Embriaguez...! ¡Jolgorio...!

¡Vivir...! ¡Un día...!

Vivir...

Vencer...

Amar...

 

               Rosa de vida... ¡Rosa de Alegría...!

Flor de Vida y Pasión,  ¡Epurpur Rosa...!

¡Deliciosa!     

                 ¡Que es como la Rosa

                                                   que Fenece un Día!

Un Día en que Adormece Toda Gloria...

¡Placer o Dolor...!

¡Odio o Amor...!

¡Del Palpitar, de la Vida Transitoria...!

 

 

43. EL MAR…

 

Semejante a algún monstruo, cuando duerme,

el Mar… Era sombrío, vasto, enorme…

¡Balanceo demorado

inmenso bajo los Cielos!

 

Tal inmenso y sombrío el Mar sería,

¡y así, en olas tristes, ondearía

en el tiempo en que el espíritu de Dios

sobre él era llevado!

 

 

 

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Miguel Ángel Manzanas

27 de junio de 2017

 

 

Nam est aliquis ac nescio an maximus etiam ex secretis studiis fructus ac tum pura voluptas litterarum, cum ab actu, id est opera recesserunt et contemplatione sui fruuntur.

(Quint. inst. 2, 18, 4)

           

 

 

 

           

 

 

El pasado 4 de junio, el secretario del jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014 leía un acta que compendia oportunamente la línea de un novelista cuya prosa “se abre a deslumbrantes espacios líricos, a través de referencias culturales, donde se revitalizan los mitos clásicos y la belleza va de la mano de la ironía. Al mismo tiempo, muestra un análisis intenso de complejos seres humanos que nos atrapan en su descenso a la oscuridad de la vileza o en su fraternidad existencial. Cada creación suya atrae y deleita por la maestría en el desarrollo de la trama y en el dominio de los registros y matices expresivos, y por su reflexión sobre los secretos del corazón humano”. 

De acuerdo con aquéllos que lo consideran decadente, distanciado, difícil y arrogante, él se tiene por autodidacta y “posthumanista”. Con prácticas alusivas y formas barrocas, ya sea bajo la presión del simbolismo o mediante la digresión filosófica, la intensidad de su escritura y el lirismo de su prosa lo acreditan como uno de los estilistas irlandeses más notables de su generación. Inmediatamente después de leer Dubliners, a los 12 años, comenzó a escribir “horribles imitaciones” de la obra de Joyce con la vieja Remington de su tía. Pero también el humor negro y el ingenio de Beckett, así como las instancias narrativas de Nabokov han ejercido su influjo, sin preterir a Nietzsche, “el gran filósofo de nuestro tiempo”. En un momento de su adolescencia quiso ser pintor: advirtió que no tenía aptitudes para ello, mas aquella aplicación le serviría para contemplar la experiencia de una suerte minuciosa y condensada, y como metáfora de repetición intertextual. Hace de la literatura un medio para filtrar la compleja y ambigua realidad, y una manera de reconocer la raleza del mundo que nos rodea. Al cabo, toda obra de arte exhibe una “textura de cicatriz” y la novela es como la vida misma: “una aventura cómica con irrupciones ocasionales de lo trágico”. Quizá por eso emplea narradores poco fidedignos, que dudan y desvarían, desconectados y desplazados, cuando no odiosos y canallescos. Parecidos, pues, a los escritores, que, según ha observado, son seres como cualquier otro, sólo que un poco más obsesionados. Y, efectivamente, cuanto más viejo se hace uno, más confundido se encuentra, lo cual es bueno para el artista, supuesto que favorece el concurso de la intuición, los sueños, las fantasías y los recuerdos. Hablando de confusión e indeterminación, la lengua de Irlanda (Hiberno-English, Irish English o también llamada, imprecisamente, Anglo-Irish) no tan directa, más oblicua, con sus diferencias fonológicas, sintácticas y léxicas respecto a otros acentos del inglés, le proporciona esa ambigüedad poética que requiere y que, a veces, realza con un lenguaje arcano. Toda vez que “la frase es el mayor invento de la civilización”, considera su oficio un privilegio y, cuando escribe, se abstrae de todo lo demás, empeñado sólo en escoger cuidadosamente las palabras que han de formar la oración perfecta. Sorprendido de que, en una época dominada por la televisión y la música pop, todavía hay gente que lee, ha declarado su modesta ambición en la vida, cual es la de cambiar la novela completamente. Y puesto que estamos ante un género cada vez más maltrecho, se ha arrogado el deber de protegerlo. Dado este contexto, no tiene inconveniente en decir alto y claro lo que piensa, como cuando sostuvo en una reseña que Saturday, el libro que acababa de publicar Ian McEwan, era “espantosamente malo”.[1]

John Banville tiene 68 años y vive en la punta norte de la bahía de Dublín. Nació en Wexford y se formó con los Hermanos Cristianos y en el St. Peter’s College de su ciudad natal. Siempre cáustico, el maestro de la ironía recuerda con frecuencia que la educación religiosa es muy importante para un escritor, pues lo impregna de sentido de culpa, lo cual conviene al narrador de ficciones. Una vez completada la educación secundaria, en lugar de ir a la universidad y hacerse arquitecto, como quería su madre, ansioso por escapar del ambiente familiar, se puso a trabajar de administrativo en la aerolínea Aer Lingus, lo que le permitió viajar por el mundo a un coste ínfimo. Realmente debió de ser la parte más sugestiva del empleo: como él mismo recuerda, el hecho de poder volar de Londres a San Francisco por dos libras, en primera clase (de la época), tuvo que significar mucho para un joven inquieto en un país pobre y aislado del mundo, durante la década de los sesenta en el siglo pasado. Tras vivir un par de años en California, donde conoce a la que después sería su esposa, vuelve a casa en 1969 para dedicarse al periodismo y la literatura. Primero fue redactor del Irish Press; luego, desde 1988 y a lo largo de diez años, desempeño el cargo de director literario en The Irish Times. Desde 1990 colabora regularmente en The New York Review of Books no como crítico literario, sino como reseñador de libros, pues le gusta establecer la diferencia entre uno y otro: el primero ha de situar la obra en la tradición; el segundo tiene que introducirla al público lector. En todo caso, las reseñas y los artículos literarios lo redimen del “tormento constante” de la ficción y le proporcionan el “placer del artesano”.

El profesor Imhof[2] lo situó en el contexto internacional de la denominada ficción postmodernista: un novelista “crítico” o metaficcional que, altamente preocupado por la forma, trasciende los géneros narrativos irlandeses para escrutar las posibilidades de la novela y hallar una voz propia, consciente de que se encuentra en la era posterior a Joyce y Beckett. Más tarde, Joseph McMinn[3] lo considera en el ámbito de la teoría literaria contemporánea, particularmente el postmodernismo y el feminismo, argumentando que su obra está muy influida por las mitologías románticas y modernistas de la imaginación creativa, como las expresadas por Coleridge y Wallace Stevens. Finalmente, Berensmeyer[4] intentará demostrar que el autor es “metaficcional” en el sentido de que su obra trata de la creación de ficciones en unos contextos que no implican necesariamente el proceso de la escritura, como son los de la ciencia y el arte.

Con objeto de compendiar la obra y extraer su temática cardinal, frecuentamos la interesante “perspectiva crítica” del Dr. Nick Turner[5], según la cual nos hallamos ante un “novelista filosófico preocupado por la naturaleza de la percepción, el conflicto entre imaginación y realidad, y el aislamiento existencial del individuo”. En sus primeras creaciones –Long Lankin (1970), Nightspawn (1971) y Birchwood (1973)–, marca el territorio no realista, fija una tendencia a las ideas metafísicas, consolida la prosa barroca y orienta la meditación poética hacia las relaciones de la memoria y la fantasía, para concluir con una advertencia decisiva en boca del narrador:

“We imagine that we remember things as they were, while in fact all we carry into the future are fragments which reconstruct a wholly illusory past. That first death we witness will always be a murmur of voices down a corridor and a clock falling silent in the darkened room, the end of love is forever two spent cigarettes in a saucer and a white door closing”.[6]

Esos fueron, pues los comienzos del aprendizaje: una colección de relatos, a la manera de Joyce, vinculados por la trama y la cronología, que exploran las emociones del miedo, los celos y el deseo en la vida cotidiana, y cuyo título evoca una popular balada acerca del crimen gratuito. Luego, con un narrador ya conocido, pero ahora en primera persona, y con ecos de Beckett y Nabokov, y con citas de T.S. Eliot, se adereza la primera novela, la cual es un thriller psicológico ambientado en una isla griega en vísperas de un golpe militar, pero también es una parodia que socava los fundamentos de la narrativa tradicional, desfigurando los contornos del narrador, el autor y el personaje. Y, finalmente, con elementos de novela gótica y de realismo mágico, el “poeta que escribe prosa” sigue el modelo estructural de Proust: el protagonista, “a la búsqueda del tiempo equivocado” vuelve a la decadente mansión familiar para descubrir que su primo es su hermano, fruto de una relación incestuosa entre su padre y su tía. El “sujeto de la obra” es un autor implícito que deambula por una trama circular tratando de encontrar un sentido en el pasado, rememorándolo y dándole forma narrativa, con objeto de ordenar el caos, entender el presente y dar significado a las cosas.

Después de su “novela irlandesa”, Banville, tratando de sortear la etiqueta, se aleja de la temática de su país y se pone a escribir sobre la invasión normanda del siglo XII, pero aquello, sin saber cómo, se transformará en un libro acerca del fundador de la astronomía moderna. Entretanto, ha recuperado al Arthur Koestler de su adolescencia, supuesto que le sigue fascinando todo lo relacionado con el proceso creativo y, como al autor de The Sleepwalkers, también a él le interesan sobremanera los paralelismos entre la invención científica y la creación artística. Así pues, en la denominada “tetralogía científica”, pulsará las estructuras astronómicas o matemáticas como “lenguajes” alternativos de conocimiento y someterá la epistemología a un examen implacable. Son tres ficciones “históricas” sobre Copérnico, Kepler y Newton, respectivamente, más un cuarto volumen –Mefisto (1986)– que, como el título sugiere, es un relato fáustico en torno a un prodigio matemático que empieza y termina con la palabra “casualidad”.

Doctor Copernicus (1976) se abre con un epígrafe de tres líneas que pertenecen a un largo poema en el que Wallace Stevens medita sobre la naturaleza de la realidad, la percepción humana y la imaginación poética[7]. La vida (y la obra) del protagonista, desde su infancia hasta su muerte, se dispone en cuatro partes. Ya desde el mismo principio, el niño inocente se recrea en “cuestiones enigmáticas” sobre el “objeto mismo” y las palabras que lo nombran, que por sí solas no significan nada, pues sólo son signos arbitrarios. Es la disonancia entre las cosas y los nombres:

“Everything had a name, but although every name was nothing without the thing named, the thing cared nothing for its name, had no need of a name, and was itself only”.[8]

Los padres mueren muy pronto y los cuatro hermanos quedan a cargo del tío Lucas, canónigo influyente, que decide orientar a los dos chicos, Nicolás y Andreas, hacia la Universidad de Cracovia. Ya en el colegio, el primero aprende con demasiada facilidad y, por lo general, le aburren las materias. Hay un profesor que le aconseja que tenga cuidado con los enigmas, pues ejercitan la mente, pero no enseñan a vivir, y le advierte que todas las teorías son sólo nombres, mientras que el mundo es una cosa. Es el canónigo Wodka, que le muestra su observatorio y lo introduce en la historia de la cosmología basada en la teoría de Tolomeo, una hipótesis que, formulada en Alejandría trece siglos antes, aún era aceptada universalmente. El corazón del muchacho, todavía incólume ante los escrúpulos de la ortodoxia, se colma de felicidad.

“Out there was unlike here, utterly. Nothing that he knew on earth could match the pristine purity he imagined in the heavens, and when he looked up into the limitless blue he saw beyond the uncertainty and the terror an intoxicating, marvelous grave gaiety”.[9]

En la universidad se dedica a las humanidades y la teología, como su tío, ahora obispo, había dispuesto. Abstraído por el estudio, se aparta del mundo y descubre su problema: si bien no puede contradecir al universo real, siente que debe hacerlo o desesperar. Por eso, en el choque con el profesor Brudzewski, astrónomo y matemático, cuando éste trata de “justificar los fenómenos”, afirmando que la astronomía no muestra al universo tal como es, sino como nosotros lo observamos, Copérnico, que no cree en palabras, sino en cosas, afirma que el conocimiento debe convertirse en percepción.

En 1496, el ya canónigo Koppernigk y el vago de su hermano parten hacia Italia, unidos por “correas de odio y pavoroso amor”, con objeto de estudiar en Bolonia y Roma. Nicolás obtiene el doctorado en derecho canónico, en un acto ritual que adquiere ribetes de farsa cuando se confunden los textos y el nombre del doctorando, del que se dan hasta cinco transcripciones distintas, reflejo asimismo de la realidad. En todo caso, la caliente y caótica Italia renacentista colisiona con su carácter prusiano, escéptico y frío, lo mismo que la relación con el aristócrata Girolamo. Incapaz de liberar al hombre físico, se refugia una vez más en la ciencia, tratando de buscar la esencia por medio de la astronomía, admitiendo que lo fundamental no eran los teoremas, sino la relación entre ellos: el acto de creación.

“Out of nothing, next to nothing, disjointed bits and scraps, he would have to weld together an explanation of the phenomena. The enormity of the problem terrified him, yet he knew that it was that problem and nothing less that he had to solve, for his intuition told him so, and he trusted his intuition – he must, since it was all he had”.[10]

La segunda sección empieza y acaba con una misma pesadilla para proyectar la traumática relación con su hermano, el cual, a estas alturas, está a punto de morir corroído por la sífilis. Encontramos a un Copérnico de 33 años en el castillo de Heilsberg, donde, además de médico, secretario y factótum, tendrá que actuar como aliado en las conspiraciones de su tío. Él, que no era ni alemán ni polaco, ni siquiera prusiano, en el conflicto del rey de Polonia con los Caballeros Teutónicos, tendrá que aceptar el ejercicio maquiavélico que le brinda el Gran Maestre Albrecht, quien, echándole en cara que no comprende los “conceptos abstractos”, le asegura que los dos son los “creadores de ficciones supremas”. La práctica de la medicina era un espacio de escondite desde donde podía dedicarse a sus verdaderas aficiones. Y seguía dándole vueltas a su teoría, la cual en sí no era errónea, pero carecía de alguna conexión fundamental. Había algo que fallaba y que convertía la astronomía en un “proceso progresivo de fracaso”, hasta el punto que el autor deja de creer en su libro, y a la crisis espiritual se yuxtapone una tribulación intelectual:

“He had believed it possible to say the truth; now he saw that all that could be said was the saying. His book was not about the world, but about itself. More than once he snatched up this hideous ingrown thing and rushed with it to the fire, but he had not the strength to perform that ultimate act”.[11]

Tras la muerte de su tío, es nombrado prepósito de tierras y, en contra de su voluntad, se convierte en un hombre público que llega a estar alarmado por las responsabilidades de los asuntos de estado. El capítulo se cierra con unas cuantas cartas de varios obispos sobre política eclesiástica, pero antes se presenta la historia de Anna Schillings, una prima lejana del canónigo que se convertirá en su focaria. Y en ese pasaje, la tercera persona narrativa parece mantener un monólogo, o un “diálogo interiorizado” con el lector.

La tercera parte es una versión subjetiva, en primera persona, a cargo del discípulo Rheticus, un luterano de Wittenberg. Es él quien publica Narratio Prima, una glosa de De revolutionibus orbium mundi, y quien, con gran esfuerzo y dedicación, logra que se divulgue este libro finalmente, pero se sentirá traicionado, porque no aparece ni una sola mención de su nombre, así que está aquí para vengarse, creando incluso personajes imaginarios y situaciones ficticias, con objeto de lanzarlos contra su maestro. Sabemos ahora que esa procrastinación constante de Copérnico se explica por el miedo al ridículo, debido a la falta de pruebas en su teoría, y a la enormidad del descubrimiento, que podía causar una gran conmoción de carácter teológico, eclesiástico y epistemológico. Las reticencias se exponen abiertamente:

“My book is not science – it is a dream. I am not even sure if science is possible. […] We think only those thoughts that we have the words to express, but we acknowledge that limitation only by our wilfully foolish contention that the words mean more than they say; it is a pretty piece of sleight of hand, that: it sustains our illusions wonderfully, until, that is, the time arrives when the sands have run out, and the truth breaks in upon us”.[12]

La última sección vuelve al punto de vista de una tercera persona omnisciente que narra la decadencia física y mental del protagonista, y su muerte. En el momento de la agonía es visitado por los espíritus de Osiander y Andreas. El primero le comunica que ha cambiado el título del libro: ha sustituido mundi por coelestium, buscando la seguridad que le proporciona la distancia. Su hermano, por otra parte, surge como  “un ángel redentor”, pues no predica la desesperación, sino la aceptación. Y nos conduce a la preocupación temática cardinal:

“It is the manner of knowing that is important. We know the meaning of the singular thing only so long as we content ourselves with knowing it in the midst of other meanings; isolate it, and all meaning drains away. It is not the thing that counts, you see, only the interaction of things; and of course, the names…”[13] 

Todos los intertextos, notas, alusiones, referencias…, la estructura circular (u orbital), las estrategias de variación y repetición, las citas anacrónicas de científicos modernos, la fusión de formas clásicas y románticas, etc., nos llevan a la conclusión de que, en lugar de una historia ficcional o ficción histórica, estamos ante una “novela de ideas” y, como las demás de la tetralogía, una “parábola de la imaginación creativa”.[14]

Sigue a continuación una enigmática trilogía “artística” –The Book of Evidence (1989), Ghosts (1993) y Athena (1995)–, comparada por algunos con la de Beckett. Ahora Freddie Montgomery, una narrador simpático y, a la vez, desagradable, existencialmente inseguro o náufrago, sirve de coartada intertextual y anagramática para situar un dilema ético en un contexto de identidad quebradiza. Se han establecido paralelismos de El libro de la pruebas con El extranjero y con Crimen y castigo. Como la obra de Camus, ésta también “explora una personalidad malvada y la personalidad del Mal”[15]. En efecto, ambas se basan en el crimen “accidental” de un inocente y en las dos ocasiones, el asesino confiesa algo más que su culpa. En todo caso, los acontecimientos medulares del asesinato y la fuga subsiguiente se basan en el asunto de Malcolm Macarthur, quien, en 1982, mató a una enfermera dublinesa a la que quería robar el coche. El excéntrico acreditado en los círculos sociales de la ciudad, que había engañado a mucha gente con una sarta de ficciones sobre su pasado y su linaje, aporreó a la joven con un martillo y huyó, dejándola moribunda en el asiento trasero. Luego buscó refugio como invitado en la casa del entonces Fiscal General de Irlanda, y allí sería arrestado con el escándalo consiguiente.[16]

 A los 38 años, Frederick se encuentra en prisión, encerrado “como un animal exótico”, a punto de ser juzgado por robo y asesinato. Entre tanto, bajo la forma de confesión dirigida al juez, adereza lo que podríamos denominar unas “memorias desde la cárcel”. Se trata, por tanto, de un relato subjetivo de las experiencias, sentimientos e ideas de un narrador desorientado, poco fiable, que se inventa los nombres y, tal vez, los personajes, y que atribuye el crimen a “un fallo de la imaginación”. Su monólogo dramático, discontinuo, plagado de incisos y digresiones, no persigue la apología ni la defensa, sino que es un intento de explicar los actos de un hombre que hizo lo que hizo porque no podía hacer otra cosa. El joven de buena familia,  otrora científico brillante, profesor en una universidad americana, dedicado a la estadística y a la teoría de las probabilidades, aquél que siempre había considerado la materia como un torbellino de colisiones azarosas, ha vivido los últimos años, a la deriva por las islas del Mediterráneo, una vida que “fomentaba ilusiones”. A causa de un coqueteo fatal con el mundo de las drogas, víctima de un chantaje, tendrá que volver a Irlanda en busca de dinero; pero su madre ha malvendido la colección de cuadros que constituía su patrimonio para pagar las deudas que dejó su padre. Tratando de seguir el rastro de las pinturas, se topa con una que le fascina en gran manera, un retrato holandés anónimo que intentará robar. En el curso de la sustracción, se cruza en su camino una joven criada, a la que secuestra y golpea hasta la muerte.

“It was incomprehensible. Even still, when I say I did it, I am not sure I know what I mean. Oh, do not mistake me. I have no wish to vacillate, to hum and haw and kick dead leaves over the evidence. I killed her, I admit it freely. And I know that if I were back there today I would do it again, not because I would want to, but because I would have no choice.”[17]

La segunda parte sigue las deambulaciones de Frederick por Dublín, guarecido en la casa de un viejo amigo que lo acoge sin preguntas, hasta que lo detiene la policía. Conmocionado, perplejo, en un  estado de desapego onírico, observa que ya no va a tener que fingir ante sí mismo que era lo que no era. Lo que no es óbice para que se sienta responsable de su acto: había destrozado una vida que era irreemplazable y que, de algún modo, tenía que ser reemplazada. Al final, el narrador convierte el texto en testimonio y lo entrega a un inspector para que lo guarde “con las otras ficciones”,  pues, “¿qué es la verdad?”, se pregunta. “Todo. Nada. Sólo la vergüenza”, se responde.            

El autor ha cultivado la agudeza y el humor negro especialmente en The Untouchable (1997), un “roman à clef” libremente basado en la figura de Anthony Blunt, el historiador de arte británico y espía soviético que se desenmascara, al tiempo que medita sobre la naturaleza de la traición, cuando examina la vacuidad de su vida. Y más recientemente, ha regresado al melodrama gótico existencial con Eclipse (2000) y Shroud (2002), donde vemos a un narrador en crisis, ajeno a sí mismo, perseguido por los “fantasmas” de sus recuerdos personales y la soledad, prisionero del pasado o atrapado en la impostura. Con su decimocuarta novela, El mar (The Sea, 2005), Banville ganó el prestigioso Man Booker Prize. En una reñida competición frente a otros cinco destacados, entre los que Julian Barnes era el favorito, se impuso este “magistral estudio del recuerdo del dolor, la memoria y el amor”. El texto, cargado de referencias literarias y analogías pictóricas, reclama un relato acerca del mar y la infancia, pero el narrador, como instancia reguladora de la omnisciencia, interrumpe al emisor con la historia de su esposa, y entonces el discurso, fragmentado e indirecto, o por medio del diálogo interiorizado, se transforma en un ensayo elegíaco sobre el fin de la inocencia y el principio del envejecimiento. La trama fluctúa constantemente entre el pasado y el presente; avanza, retrocede y da vueltas, marcando el itinerario de un viaje que realiza la memoria (o la conciencia) en pos de la pérdida y la muerte. El relator nos resulta familiar: contrariado por la imprecisión del lenguaje y la inexactitud de las reminiscencias, ve los episodios como un cuadro vivo, pero puede perder el hilo de la narración; con su visión limitada de la vida, se convierte en otro esteta a la deriva o, tal como él mismo se ve, “una persona de escaso talento y más escasa ambición, agrisada por los años, insegura y errante y que necesita consuelo y el efímero alivio del olvido que provoca el alcohol”. Es un historiador del arte que lleva mucho tiempo atascado en una monografía sobre Pierre Bonnard, el “nabí” intimista que, si bien anduvo fascinado por la perspectiva, pintaba el mundo absteniéndose de comentar la vida, pues evitaba toda revelación subjetiva en sus complejas composiciones, tanto narrativas como autobiográficas. Muy adecuado para un intermediario entre el emisor y la narración que, en un sueño, intenta redactar su testamento con una máquina de escribir a la que le falta la letra “I” (yo). Un erudito, ora sarcástico, ora lírico, que, cansado de la definición de los demás, siempre ha querido ser otra persona, y al que ahora no le gusta nada lo que otea en el espejo del cuarto de baño.

“El pasado late en mi interior como un segundo corazón”, confiesa Max Morden en el momento de iniciar su peregrinación mental, impulsado por una visión en la que su viaje nunca acaba, mientas que él no llega a ninguna parte, y no pasa nada. Perplejo, doliente y solitario tras el reciente fallecimiento de su esposa, encogido bajo el control de su hija única, busca en la bebida un anestésico emocional; con problemas de identidad, en otoño, es decir, fuera de temporada, decide volver al pueblo costero donde veraneó con sus padres hace más de cincuenta años, cuando tenía diez u once (no puede recordarlo con exactitud). Así que, intentando evadirse de una pérdida actual y con objeto de administrar sus efectos colaterales, va a enfrentarse a un trauma remoto cuando rememore aquel verano decisivo, durante el cual conoció a los “dioses” de la familia Grace y, con ellos, descubrió la amistad y el amor, si bien en aquella “extraña marea” afloró asimismo la incomunicación, la aflicción y la muerte. Así y todo, como en las novelas de Banville las cosas no son lo que parecen y por más que algunas imágenes se tornen presagios, el lector ha de esperar a que se descubra el enigma en un sorprendente clímax epifánico, al final de este viaje evocatorio. En cualquier caso, el narrador sólo ha buscado cobijo y redención, una liberación del presente intolerable; otra cosa es que haya logrado exorcizar sus fantasmas:

“To be concealed, protected, guarded, that is all I have ever truly wanted, to burrow down into a place of womby warmth and cower there, hidden from the sky’s indifferent gaze and the harsh air’s damagings, That is why the past is just such a retreat for me, I go there eagerly, rubbing my hands and shaking off the cold present and the colder future. And yet, what existence, really does it have, the past? After all, it is only what the present was, once, the present that is gone, no more than that. And yet.”[18]

Las últimas novelas publicadas hasta la fecha son The Infinities (2009) y Ancient Light (2012). La primera, otra vez alusiva y autorreferencial, está inspirada en el mito de Anfitrión, que el autor ya adaptó para la escena en el año 2000, a partir de una versión del alemán Heinrich von Kleist. Narrada por Hermes, presenta las travesuras de unos dioses griegos que interfieren con una familia reunida en torno al lecho de muerte de un matemático ilustre. En Antigua Luz, un viejo actor de teatro recuerda su primer amor de adolescente con la madre de su mejor amigo, veinte años mayor que él. De nuevo la forma confesional genera la doble trama habitual del presente frente al pasado, con objeto de cuestionar si hay alguna diferencia entre la memoria y la invención. Pero no podemos acabar el esbozo sin nombrar a Benjamin Black, el alter ego de Banville, su “oscuro hermano gemelo”, al que deriva la energía literaria que le sobra. Con este seudónimo ha publicado ocho novelas policiacas, la mayoría de ellas ambientadas en el Dublín de los años cincuenta y protagonizadas por Quirke, un patólogo solitario, bebedor y algo lerdo, pero caballeroso y tenaz, que aún cree en cierto tipo de justicia. La serie se inicia con una trama de tenebrosos intereses familiares, titulada El Secreto de Christine (Christine Falls, 2006), y se completa con La rubia de ojos negros (The Black-Eyed Blonde, 2014), en la que, a petición de los herederos de Raymond Chandler, se resucita al célebre detective Philip Marlowe.

Según ha manifiestado el autor, este nuevo rumbo literario es favorecido por la lectura de algunas obras de George Simenon, que no son las historias del comisario Maigret, sino esa narrativa denominada roman dur, una literatura existencial superior a la de Sartre o Camus. Advierte asimismo que, mientras John Banville puede escribir doscientas palabras al día, Benjamin Black llega hasta las dos mil en una mañana, algo que no se explica porque el primero componga con pluma estilográfica y el segundo, directamente en el ordenador, sino porque a aquél lo distingue la reflexión; a éste, la espontaneidad. Uno es el artista; el otro, el artesano. Así y todo, Black, citando al propio Chandler, aclara que le importa poco quién mata al mayordomo, pero le importa mucho el estilo.        

 

 

 

  



[1]              Seguimos varias entrevistas del novelista, principalmente la de Belinda McKeon, para The Paris Review <(http://www. theparisreview.org/interviews/5907/the-art-of-fiction-no-200-john-banville>; la de Juan J. Delaney, para La Nación <http://www.lanacion.com.ar/1030412-soy-un-poeta-que-escribe-en-prosa>, y la de Mark Sarvas para el blog The Elegant Variation <http://marksarvas.blogs.com/elegvar/the_john_banville_interview/>.

[2]              Rüdiger Imhof, John Banville. A Critical Introduction. Dublin: Wolfhound Press, 1989. Es la primera introducción crítica a las obras de Banville publicadas hasta la fecha, es decir, hasta Mefisto (1986). Se trata de una reflexión profunda en el entorno de la ficción irlandesa contemporánea, pero también en relación con la tradición literaria, la experimentación postmodernista y la sensibilidad artística.

[3]              Joseph McMinn, The Supreme Fictions of John Banville. Manchester and New York: Manchester University Press, 1999. En la introducción se relaciona la obra de Banville con la literatura irlandesa, europea y americana. El análisis de los textos, desde Long Lankin (1970) hasta The Untouchable (1997), se centra en el interés del autor por los sistemas de conocimiento y las formas de representación, haciendo especial hincapié en el uso de los cuadros como metáforas.    

[4]              Ingo Berensmeyer, John Banville: Fictions of Order. Heidelberg: Universitätsverlag C. WINTER, 2000. El estudio posterga las cuestiones de sucesión periódica o de construcciones taxonómicas y se dedica a las consideraciones teóricas de “autoridad”, “autoría” y “autenticidad”. Asimismo hace uso de las novelas para explorar las posibilidades de comunicación literaria en relación con el discurso científico y estético. 

[6]              John Banville, Birchwood, London: Granada, 1984, p. 12.

                “Imaginamos que recordamos las cosas como fueron, pero, en realidad, lo único que trasladamos al futuro son  fragmentos con los que reconstruimos un pasado totalmente ilusorio. La primera muerte que presenciamos siempre será un murmullo de voces por un pasillo y un reloj que se queda parado en la habitación oscura, y el final del amor se reduce a dos cigarrillos gastados en un platillo y una puerta blanca que se cierra”.

[7]              El poema se titula Notes Toward a Supreme Fiction (1942) y en él sostiene el vate de Pennsylvania que la realidad está cambiando constantemente y que la imaginación –la suprema ficción– es la mejor forma de comprender esa realidad variable. En ese contexto, el poeta ha de ofrecer una ficción que satisfaga, de la misma manera que, en otro tiempo, la creencia en una deidad personal procuró gozo espiritual. A su vez, esa ficción dispensa una fe por la que el ser humano puede vivir y morir.  

[8]              John Banville, Doctor Copernicus. London: Paladin Grafton Books, 1976, p. 13.

                “Cada cosa tenía un nombre, pero a pesar de que los nombres no eran nada sin aquello que definían, a las cosas  no les importaba su nombre, no lo necesitaban, se limitaban a ser ellas mismas”. John Banville, Copérnico. Madrid: El País, 2005,  p. 11. Traducción de María Eugenia Ciocchini.

[9]              Vid. John Banville, Doctor Copernicus, p.32.

                “Allí fuera todo era absolutamente distinto, nada de lo que él conocía en la tierra podría igualar la prístina pureza que él imaginaba en los cielos, y cuando miraba hacia arriba en el azul infinito, más allá de la duda y el terror, contemplaba una embriagadora, maravillosa y majestuosa alegría”. Vid. John Banville, Copérnico, p. 33.

[10]             Vid. John Banville, Doctor Copernicus, p.95.

                “Tendría que forjar una explicación de los fenómenos partiendo de la nada, o de casi nada,  juntando trozos y piezas destartalados. La enormidad del problema le producía pánico, pero sabía que debía intentar  resolverlo, pues su intención así se lo indicaba. Él se fiaba de su intuición, tenía que hacerlo, ya que era lo único con que contaba”. Vid. John Banville, Copérnico, p. 105-106.

[11]             Vid. John Banville, Doctor Copernicus, p.128.

                “Le había parecido posible decir la verdad, ahora veía que todo lo que podían decirse eran palabras. El libro no hablaba del mundo, sino de sí mismo. Más de una vez cogió aquel horrible manuscrito dispuesto a tirarlo al fuego, pero no tuvo el valor para cometer aquel acto definitivo”. Vid. John Banville, Copérnico, p. 142.

[12]             Vid. John Banville, Doctor Copernicus, p.220.

                “Mi libro no es ciencia, es solo un sueño; ni siquiera estoy seguro de que la ciencia sea posible. […] Sólo concebimos pensamientos que podemos expresar con palabras,  pero admitimos esta limitación con la idea, obstinadamente estúpida, de que las palabras significan más de lo que dicen. Es un bonito truco de magia que mantiene el engaño maravillosamente, hasta que llega el momento en que la verdad irrumpe con toda su fuerza ante nosotros”. Vid. John Banville, Copérnico, p. 243.

[13]             Vid. John Banville, Doctor Copernicus, p.251.

                “Lo que importa es la forma de conocer. Conocemos el significado de una cosa en particular sólo si nos contentamos con percibirla en medio de otros significados; pues en cuanto intentamos separarla, todo su significado se desvanece. Ya ves, lo que cuenta no son las cosas, sino la interacción entre ellas y, por supuesto, los nombres…”. Vid. John Banville, Copérnico, p. 279.

[14]             Vid. Rüdiger Imhof, pp. 74, 97. Es la necesidad de trascender los límites del lenguaje para acceder a la realidad de las cosas. Y como  indica Berensmeyer, el conflicto, ya expresado en los libros anteriores, radica en la incapacidad de llegar a la realidad sin el concurso de las creaciones ficcionales. Vid. Ingo Berensmeyer, p. 133.

[15]             Vid. Joseph McMinn, p. 103.

[16]             En 2012, mientras Banville era entrevistado en el Trinity College, pudo verse entre el público a Macarthur,  puesto en libertad poco tiempo antes. El escritor se fue nada más terminar la entrevista, pero el ex convicto se quedó al cóctel. 

[17]             John Banville, The Book of Evidence. London: Picador, 1998, p. 150.

                “Resultaba incomprensible. A pesar de todo, cuando digo lo hice no estoy seguro de a qué me refiero. No se me entienda mal. No es mi intención vacilar, titubear y arrojar hojas secas sobre las pruebas. La maté, lo reconozco libremente. Y sé que si hoy volviera a estar allí, volvería a hacerlo, no porque quisiera, sino porque no me quedaría otra opción”. John Banville, El libro de las pruebas. Barcelona: Anagrama, 2000, p. 164. Traducción de Horacio González Trejo. 

[18]             John Banville, The Sea. London: Picador, 2012, p. 60-61.

                “Esconderme, protegerme, guarecerme, eso es lo único que realmente he querido siempre, amadrigarme en un lugar de calor uterino y quedarme allí encogido, oculto de la indiferente mirada del sol y de la severa erosión del aire. Por eso el pasado supone para mí un refugio, allí voy de buena gana, me froto las manos y me sacudo el frío presente y el frío futuro. Y, no obstante, ¿cuál es la verdadera existencia del pasado? Después de todo, no es más que lo que fue el presente una vez el presente ya ha pasado, no más que eso. Pero vaya”. John Banville, El mar. Barcelona: Anagrama, 2006. Traducción de Damián Alou.

                    

 

Escrito en Lecturas Turia por Manuel Górriz Villarroya

 

Sigue teniendo presente a Azcona, pero si fija el pensamiento en él, las nubes bajan como una persiana y la luz desaparece. Son las anécdotas de recuerdos compartidos las que devuelven luminosidad a su conciencia, y hablan por él de la relación. Una relación que se remonta a mitad de los ochenta. El primer contacto personal lo propició Eduardo Ducay, el productor de El bosque animado. Le había dejado el guion para ver si le apetecía dirigirlo. José Luis Cuerda lo leyó y le pareció que podía moverse dentro de él como pez en el agua. Aceptó en seguida, sin ver la necesidad de cambiar nada. “Después, como suele pasar siempre, durante el rodaje y, más tarde todavía, durante el montaje, hubo alguna modificación. La que mejor recuerdo, porque incluye a otra de las personas con la que más a gusto he trabajado, Luis Ciges, es la morcilla que introdujo en la secuencia en la que entrega un ternero como regalo a la familia D’Abondo. Él me había preguntado al principio del rodaje si yo era un director como Berlanga, que le dejaba improvisar, o por el contrario, si era de los maniáticos que se empeñaban en que se dijeran los diálogos como estaban escritos en el guion. Le contesté muy serio que era de los maniáticos. Y quiso probarme: cuando íbamos a rodar la escena con la familia D’Abondo, me dijo: ‘José Luis, ¿me dejas que, después de regalarles el ternero, les diga que otro día les traeré unas gallinas de colores?’. Le respondí que sí. Se puso tan contento y colocó su estupenda morcilla”.

-¿Cómo era compartir escritura con Azcona –casos de La lengua de las mariposas y Los girasoles ciegos-?

-No escribimos nunca juntos. Él lo hacía en su casa y yo, al principio, en cafeterías, solo, a mano y con mayúsculas -porque no entendía mi propia letra-. Cuando aparecieron, primero, las máquinas de escribir eléctricas; después, los preordenadores –Amstrad-; y, por último, los Appel -del primer modelo, tamaño maceta, al recién llegado; en paralelo y con intercambio telefónico continuo de instrucciones para su manejo-, Azcona y yo hablabamos más de los dichosos aparatos que del guión en sí. Como siempre escribimos adaptaciones, nuestro método era seleccionar el material a utilizar de la obra literaria, reordenarlo y hacer con ello un tratamiento de unas veinte o treinta páginas. Yo le sugería añadidos y reorganizaciones, si lo creía oportuno. Los comentábamos y pactábamos el resultado a enseñar al productor. Azcona hacía un tratamiento más extenso y el productor le daba el visto bueno o pedía algún cambio. Atendidos, o no, esos cambios -yo recuerdo que, con mi visto bueno a esas alturas del proceso se solían aceptar con muy pocas excepciones y que también eran muy pocos-, Azcona escribía el guion y éste iba a misa. Azcona siempre dijo que, como escritor –él siempre quiso ser poeta o novelista-, el autor de un guión debía asumir el papel de puta: satisfacer a la clientela –productor-, que paga, o director que, en definitiva a la hora de rodar y de montar siempre hará lo que le de la gana con el guion -si el productor le deja, añado yo-.

-¿Por qué El bosque animado la escribe Azcona en solitario?

- La adaptación de la novela de Wenceslao Fernandez Florez se la encargó Ducay, el productor, sin contar previamente con ningún director. Ducay siempre se ha considerado un productor a la americana y la verdad es que lo ha hecho muy bien, con resultados espléndidos la mayoría de las veces.

- Ustedes dijeron que había una película en El árbol de la ciencia. ¿Qué la frustró?

- Somos no pocos los que hemos querido adaptar esa novela de Baroja. Los personajes y las situaciones tienen una urdimbre dramática y psicológica de primera magnitud. Pero muy pocos lo intentaron porque todos sabíamos la cerrazón de su sobrino y coheredero Pío Caro, que, casi con toda seguridad, quería dirigirla él.

- El 29 de agosto de 2008 se estrena Los girasoles ciegos. En julio de 2007 a Azcona se le había detectado un cáncer pulmonar ya avanzado. ¿Cuándo se entera?

- Me enteré en un curso de verano en Almería, ese mismo julio de 2007. Participábamos Manolo Gutiérrez Aragón, Vicente Molina Foix, Ángel Sánchez Harguindey, Manolo Vicent, Rafael Azcona y yo. A la hora de comer, coincidí con Rafael, camino del bufet. Íbamos con nuestras bandejas en las manos para recoger el condumio, cuando Azcona me confesó: “José Luis, estoy muy malito”. Yo sabía que tenía algunos achaques, pero no le di importancia. Pocos días antes de su muerte lo invité por el telefonillo del portal de su casa para que bajara a tomar algo. Bajaron Susan y él. Rafaél ya no hablaba. Se fueron a hacer algún recado y yo no me atreví a acompañarlos. No soportaba la idea de que aquella podía ser la última vez que nos veíamos. Y así fue.

- Dentro del ciclo “Joyas del Cine Español”, usted participó junto a José Luis García Sánchez y a Fernando Trueba en un coloquio-homenaje, y destacó su honradez. Trueba apuntó que tal vez si hubiera nacido en otra época -“en esta”-, habría sido guionista-director, no sólo guionista. ¿Cómo lo ve?

- Sabía tanto de dirección como de guión. Había aprendido la narrativa cinematográfica de primera mano con sus colegas italianos del neorrealismo, y repetía, siempre que venía a cuento, máximas del tipo: “No le pongas pie a la foto”, lo que se esté viendo no necesita ser dicho. Y era un enemigo a muerte de la infección sentimental. No soportaba la televisión actual. El ir a saco al corazón del espectador le parecía una indecencia insoportable. Hubiera dirigido tan bien como escribía; pero dudo que le apeteciera tener a un productor, a un distribuidor o a una actriz o actor estrella a sus espaldas, mientras escribía un guión, dándole su opinión sobre el mismo, o intentando imponerla, cosa que un director evita con dificultades durante su trabajo.

- ¿Qué etapa de la obra de Azcona prefiere, si es que hay alguna?

- Siempre que me han preguntado cuál es para mí la mejor película de la historia de cine he respondido una que se titula Plácido-El apartamento, podría adherir otras diez y entraría alguna más de Azcona Berlanga. Cuando me pidieron una lista de mis diez directores favoritos, me salieron cien.

Escrito en Lecturas Turia por Fernando del Val

26 de junio de 2017

Pegada contra un muro

observo el bullicio de los parques,

los niños de padres sonrientes,

los balancines como catapultas.

Yo resisto en presentes imperfectos

porque adoro jugar en los desvanes:

maletas, longanizas, ropa vieja,

cartas sin enviar, fotografías,

hilachas de otoño, jaulas de pájaros.

Recomponer los trozos de nostalgias

que ni siquiera me pertenecieron.

Me gusta calentarme con la lumbre

de ese sol solitario y mortecino.

Un sol perfecto para ahondar en madrigueras

y negar el vaivén de los columpios

o asomar el hocico hacia la noche

y ver una lluvia de asteroides.

Espejos nocturnos, como luciérnagas

a la deriva que nadie más ve

porque nadie más mira.

Una bicicleta pende del techo

e invoca un dolor antiguo,

un sonido a pozo,

un sabor a cuchillo y a cerezas.

Los antiguos amores ya están calvos.

Algunos hay, incluso, que están muertos.

En ti, rosa marchita y viento helado.

Vivir agota más en resistencia.

Dejar que el mar te arrastre.

Desobedecer sin discrepar,

-seguir de frente-,

arranca la piel, te desolla el ansia

como a un cordero de meses

atado boca abajo en un nogal

cuya sangre chorrea y se desliza

calle abajo densa como el mercurio.

Nadie recordará el daño.

Vendrá la lluvia y se llevará el rastro.

Solo tú percibirás

el escozor del músculo desnudo

del que desobedece

pero ya no intenta

convencer a otros.

Duele el cansancio como un valle

horadado por un glaciar azul.

Solo hay líquenes ásperos y oscuros.

Y madrigueras.

Y ocultarse.

Y mirar

la noche y el sol de otoño

y lo imperfecto

y pegarse contra un muro

y odiar los parques.

                                  

Escrito en Lecturas Turia por Sonia San Román

Entre los muchos casos singulares que he vivido como editor, la trayectoria de Rafael Chirbes ha sido quizá (o sin quizá) la más singular de los autores de Anagrama. Y desde luego con un resultado espectacular: confirma el triunfo de un escritor con una vocación profunda, con un rigor indesmayable, al servicio exclusivamente de la literatura, de la mejor y más crítica literatura a contrapelo de todas las facilidades, de la gran literatura incluso en estos tiempos tan poco propicios.

Un autor de quien hemos publicado sus nueve novelas. Chirbes debuta en 1988 con Mimoun, a la que siguen En la lucha final (1991), La buena letra (1992) y Los disparos del cazador (1994): cuatro novelas breves, de extensión inferior a 200 páginas, y con una excelente acogida crítica todas ellas, excepto En la lucha final, que tuvo recensiones discretas y cuya reedición Chirbes ha descartado. Después empieza una ambiciosa suerte de “trilogía”  de novelas independientes conformada por La larga marcha (1996), La caída de Madrid (2000) y Los viejos amigos (2003). Y finalmente dos novelas definitivas, que se pueden considerar un “díptico”: Crematorio (2007) y En la orilla (2013).

Asimismo Anagrama ha publicado sus cuatro libros de ensayo literario y de viajes: El novelista perplejo (2002), El viajero sedentario. Ciudades (2004), Mediterráneos (2008) y Por cuenta propia (2010).

Y, paralelamente a su consagración como escritor indispensable prosigue, su despliegue internacional, al que prestaré especial atención.

***

El manuscrito de Mimoun apareció en la editorial gracias a los buenos oficios de Carmen Martín Gaite, a quien con demasiada frecuencia le llegaban textos de escritores que querían publicar en Anagrama y ella los leía con tanta diligencia como extremo rigor. Pero Mimoun logró superar la severa criba. Alentó a Chirbes a presentarse a nuestro premio de novela, del que quedó finalista. Las reseñas españolas fueron perspicaces: así Álvaro Pombo escribió: “Chirbes ha sabido inventar una nueva voz”, Javier Goñi la definió como “una espléndida novela” y Carmen Martín Gaite la adjetivó como “hermosa e inquietante”.

***

Con Chirbes actuamos también como agentes literarios para sus traducciones, como con tantos escritores en lengua española. Así, entre otros y durante muchos años, con Álvaro Pombo, Carmen Martín Gaite, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Javier Tomeo, José Antonio Marina o Roberto Bolaño.

Mimoun, pese a ser la primera novela de un autor desconocido, consiguió traducciones de cuatro editoriales: dos excelentes editores independientes con quienes sostenía una estrecha relación, Klaus Wagenbach en Alemania y Pete Ayrton (Serpent’s Tail) en Gran Bretaña, una minúscula y efímera editorial, Microart, en Italia y Rivages en Francia.

Me detendré en los países en los que la obra de Chirbes ha sido más difundida, que son Alemania (muy en primer lugar) y Francia, seguidos por Italia, Holanda y Grecia. Y debe mencionarse, en lugar muy destacado, la extraordinaria labor de tres traductoras, Elke Wehr y luego Dagmar Ploetz en Alemania, y Denise Laroutis, responsable de la traducción de toda su obra en Francia.


Alemania

Después de Wagenbach, la prestigiosa editora independiente Antje Kunstmann tomó el relevo en 1994, con Los disparos del cazador, y ha ido publicando toda la obra narrativa de Chirbes con un éxito espectacular, muy superior al de  cualquier otro país. Los libros de Chirbes se han publicado no sólo en edición trade por Antje Kunstmann, sino que también ha conseguido ediciones de bolsillo, de club, escolares, etc.

Aparte del excelente trabajo de su editora, resultó fundamental el apoyo del gran pope de la crítica literaria Reich-Ranicki en su programa televisivo muy influyente Das Literarische Quartett.


Francia

Rivages era una editorial, vinculada al grupo Payot, con cuyo editor literario, Gilles Barbedette, responsable de literatura extranjera, tenía muchas afinidades y una buena amistad. Entre sus primeros títulos figuraban autores comunes, Daniele del Giudice, Andrea de Carlo, Grace Paley y pronto Javier Marías. Años después empezó en su catálogo Rafael Chirbes. Por desgracia Barbedette falleció prematuramente y en Rivages se han producido cinco cambios de director editorial, con los consabidos trastornos. Sin embargo, la editorial ha seguido fiel a Chirbes  y han publicado todas sus novelas. No en vano la recepción crítica de Chirbes en Francia es inmejorable.

Recientemente Rivages ha pasado a manos de la editorial Actes Sud, ha conseguido una mayor estabilidad, y su nueva directora, Alzira Martins, es una entusiasta de Rafael Chirbes, de quien se apresta a publicar En la orilla.


Italia

Además de Microart (Mimoun) y Le Lettere (La buena letra), Frassinelli emprendió las ediciones de La larga marcha y La caída de Madrid. Luego siguió Garzanti con Crematorio. Ahora Feltrinelli ha tomado el relevo, tras esa dispersión editorial: publicarán en septiembre de 2014 En la orilla, traducida por el novelista Pino Cacucci. Chirbes participará en septiembre en el festival de Mantova y confiamos en la recuperación progresiva de su obra en Italia para que tenga la difusión que merece.


Holanda

En este país una pequeña y entusiasta editorial, que publicó a algunos de los mejores autores españoles, Menken, Kasander & Wigman, capitaneada por Paul Menken, publicó cuatro novelas de Chirbes, empezando por Los disparos del cazador, a la que siguieron La caída de Madrid, Los viejos amigos y Crematorio. Próximamente la editora Nelleke Geel publicará En la orilla en el nuevo sello independiente Meridiaan.


Grecia

En dicho país Eikostou Protou publicó La buena letra, Graphes La larga marcha, Agra Los disparos del cazador y Kedros publicará En la orilla.

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En España los mejores críticos literarios, así como grandes novelistas, se percataron muy pronto de la calidad de Rafael Chirbes y las ventas no fueron nada desdeñables, en especial las de La larga marcha y La caída de Madrid. Sin embargo, este autor tan poco amante de amiguismos, de vinculaciones con ningún circuito de poder, durante décadas recluido en un pueblecito de Extremadura y luego en otro de Valencia, fue, en cierto modo, para el gran público y también para el “poder literario” (digamos el entramado de grandes premios institucionales, para abreviar), un escritor “oculto”, secreto o semisecreto hasta la publicación en 2007 de Crematorio. Con esta novela obtuvo su primer galardón importante, el Premio Nacional de la Crítica, al que siguieron el Cálamo (de la librería Cálamo de Zaragoza), el de la Crítica Valenciana, el de Turia, el Qwerty de PTV y el Dulce Chacón, que contribuyeron a fijar la atención en un autor ya para muchos de primerísima fila. Una buena adaptación en forma de serie televisiva apoyó su creciente popularidad.

Seis años después, en 2013 se decidió por fin a librar En la orilla, no en vano Chirbes es un escritor lento, riguroso, con un elevado grado de autoexigencia (y la consabida inseguridad), cuyas obras precisan una maceración prolongada. La recepción fue, de inmediato, extraordinaria, como si fuera el libro necesario que tantos lectores y críticos literarios estuvieran esperando.

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Poco después de la publicación en marzo de En la orilla, el 19 de mayo de 2013, el periódico ABC realizó una sonada “Gran Encuesta de ABC”, entre un centenar de escritores, editores, agentes literarios y personalidades de la cultura para elegir La mejor novela española del siglo XXI. Resultó ganadora La Fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa (quien goza de doble nacionalidad, peruana y española), seguida de Crematorio de Rafael Chirbes. En palabras de ABC, “destaca enormemente, en un verdadero tú a tú con el ganador, la obra Crematorio de Rafael Chirbes, que desde la óptica realista ha sabido retratar la profunda crisis (económica, moral, casi total) de la sociedad española de manera dolorosa y fidedigna”.

En tercer lugar figuró Tu rostro mañana de Javier Marías y luego Soldados de Salamina de Javier Cercas, La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón, Los enamoramientos de Javier Marías, La piel fría de Albert Sánchez Piñol, El mal de Montano de Enrique Vila-Matas, Rabos de lagartija de Juan Marsé y El día de mañana de Ignacio Martínez de Pisón.

También figuró (con dos votos) En la orilla, recién editada y por tanto aún poco leída.

En el resumen de los autores más votados figuró en primer lugar Mario Vargas Llosa con 12 votos por La Fiesta del Chivo, seguido por Rafael Chirbes con 10 votos (8 para Crematorio y 2 para En la orilla), y en tercer lugar Javier Marías con 9 votos (6 para Tu rostro mañana y 3 para Los enamoramientos). Después, Javier Cercas (8 votos), Enrique Vila-Matas (7 votos), Carlos Ruiz Zafón (4 votos), Juan Marsé (3 votos) y Alberto Sánchez Piñol (3 votos).

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Desde inicios de 2014 En la orilla tuvo una segunda vida aún más pujante. Empezó con las listas de los suplementos culturales.

En El País fue elegido mejor libro del año, en ABC mejor libro en lengua española, en El Mundo mejor novela en lengua española, mientras que en La Vanguardia, en el apartado “Ficción en castellano”, figuró en segundo lugar. Entre otras distinciones cabe destacar la del blog de Fernando Valls La Nave de los Locos, en el que colaboraron doce de los más prestigiosos críticos literarios españoles y en el que Crematorio obtuvo diez votos y Daniela Astor y la caja negra de Marta Sanz resultó finalista.

En enero de 2014 se le otorgó el Premio Francisco Umbral. En abril el Premio Nacional de la Crítica (por segunda vez, caso infrecuente en la historia de dicho galardón, después de Crematorio) y en mayo el Premio de la Crítica Valenciana.

En mayo de 2014 se produjo otro coup d’effet: en la encuesta elaborada por los críticos literarios de El Mundo sobre las 25 mejores novelas españolas de los últimos 25 años, tres novelas de Chirbes fueron seleccionadas: En la orilla en primer lugar, Crematorio en tercero y La larga marcha en octavo.

La lista íntegra está formada por las siguientes novelas: En la orilla, Rafael Chirbes; La noche de los tiempos, Antonio Muñoz Molina; Crematorio, Rafael Chirbes; Rabos de lagartija, Juan Marsé; Juegos de la edad tardía, Luis Landero; El hereje, Miguel Delibes; Verdes valles, colinas rojas, Ramiro Pinilla; La larga marcha, Rafael Chirbes; El día de mañana, Ignacio Martínez de Pisón; El mal de montano, Enrique Vila-Matas; Los peces de la amargura, Fernando Aramburu; Corazón tan blanco, Javier Marías; El metro de platino iridiado, Álvaro Pombo; Galíndez, Manuel Vázquez Montalbán; La ruina del cielo, Luis Mateo Diez; El embrujo de Shanghai, Juan Marsé; Estatua con palomas, Luis Goytisolo; Romanticismo, Manuel Longares; La leyenda del César visionario, Francisco Umbral; El corazón helado, Almudena Grandes; Soldados de Salamina, Javier Cercas; La saga de los Marx, Juan Goytisolo; El espíritu áspero, Gonzalo Hidalgo Bayal; El cazador de leones, Javier Tomeo; Los girasoles ciegos, Alberto Méndez.

El boca-oreja se expandió, lógicamente, de forma espectacular y como resultado las ventas de En la orilla en el primer semestre de 2014 fueron incluso muy superiores a las de 2013, un fenómeno inusual en estos tiempos de rapidísima rotación.

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Entretanto el número de traducciones de En la orilla se ha incrementado significativamente. A sus habituales editores,  Antje Kunstmann en Alemania y Rivages en Francia, se han unido Feltrinelli en Italia, Meridiaan en Holanda, Celanders en Noruega, Kedros en Grecia, Assírio & Alvin en Portugal y People’s Republic of China Publishing House en China. Y, en el difícil mercado anglosajón, Harvill Secker lo publicará en Gran Bretaña, mientras que en Estados Unidos la editora Barbara Epler, de New Directions, ha comprado los derechos de En la orilla y también de Crematorio. New Directions es una prestigiosísima editorial literaria, fundada en 1936, que se ha distinguido por su infalible gusto literario. Ha publicado, entre otros, a escritores en lengua española como Borges, Bolaño, Marías, Vila-Matas o Aira, mientras que en otras lenguas, por mencionar algunas traducciones recientes, a Sebald, Tabucchi, Nabokov, etc.

En la orilla se ha publicado ya en Alemania, en enero de 2014, y ha sido muy celebrada.

Así, el crítico y novelista Paul Ingendaay, quien ya calificó en su día La larga marcha como “una obra maestra en todos los sentidos” y que conoce a fondo el panorama literario español, escribió en Frankfurter Allgemeine, periódico del que fue corresponsal durante años en Madrid, una amplia reseña:

Rafael Chirbes golpea con la bola demoledora en su grandiosa novela sobre la ruina de España. Pero tampoco deja en pie mucho en lo que se refiere a nuestro cuento del bienestar (…). En la orilla se leerá como la novela de la crisis española. La crisis de la construcción, la crisis de la deuda, la crisis económica. La crisis familiar. La crisis institucional. La crisis de los sentidos en general. Y ni siquiera estaría mal. Sólo que los escritores no piensan con las expresiones de los tertulianos. Chirbes no quería que su gran alabada novela anterior, Crematorio, que se publicó en 2008 en alemán, se entendiera como la novela del desenfreno del boom inmobiliario, del mismo modo tampoco entiende En la orilla como el libro de la crisis. Su novela trata sobre el alma humana en el inicio del siglo XXI, y esto lo podemos generalizar tranquilamente y referirlo a la sociedad industrial occidental (…). Se puede equiparar al portugués Antonio Lobo Antunes como su alma gemela (…). Una claridad y brillantez que corta el aliento (…). Es como si la propia palabra se alzara en contra de la destrucción que ella misma describe”.

Ralph Hammerthaler en su reseña del SüddeutscheZeitung escribió:

En la orilla se desarrolla en un solo día, así como sus novelas La caída de Madrid y Crematorio. Un día le sobra a Chirbes para convocar en brutales monólogos interiores tiempo y pasado de sus actores. Aquí ya nadie habla del futuro (…). Parece como si Rafael Chirbes hubiera escrito la novela de la crisis española. Por suerte el libro contiene muchas más cosas. Chirbes trata en él sus grandes temas sobre la muerte y el pasado enlazados de novela a novela”.

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Reich-Ranicki, el gran prescriptor

Marcel Reich-Ranicki fue durante muchos años de su larga vida el más prestigioso crítico alemán, el “pope” por antonomasia, y estuvo al frente del muy influyente programa televisivo dedicado a los libros Das Literarische Quartett.

Un programa determinante para la difusión de la buena literatura en Alemania, a menudo con resultados espectaculares (y no siempre positivos: así, Reich-Ranicki, colérico, destrozó ante las cámaras con sus propias manos un ejemplar de un libro de Günter Grass). Dos autores españoles fueron bendecidos por Reich-Ranicki. El primero fue Javier Marías en dos ocasiones: en 1996 por Corazón tan blanco y en 1998 por Mañana en la batalla piensa en mí. El segundo fue Chirbes, en tres ocasiones y en años consecutivos: por La larga marcha en 1998, por La buena letra en 1999 y por La caída de Madrid en 2000. El impacto para Marías y para Chirbes en dicho país fue enorme, tanto en consideración literaria como en número de lectores.

Reich-Ranicki, por ejemplo, afirmó que La larga marcha era “el libro que necesitaba Europa”, y añadió que en “La larga marcha se habla una y otra vez de una ‘nueva España’, y todo el que cree en la posibilidad del cambio deposita en esa idea siempre el mismo ingenuo entusiasmo. Lo que ocurre con Rafael Chirbes es que ha escrito una historia de las grandes esperanzas y las grandes promesas, pero también de los grandes desencantos”.

A título informativo, entre los autores traducidos al alemán, el único escritor en lengua española con tres títulos escogidos, además de Gabriel García Márquez por Cien años de soledad, Del amor y otros demonios y Doce cuentos peregrinos, ha sido Rafael Chirbes.

También fueron escogidos con tres títulos Paul Auster, Louis Begley, Milan Kundera, Imre Kertész y Cees Nooteboom. Y con cuatro António Lobo Antunes, Vladimir Navokov y John Updike y con cinco Philip Roth.


A modo de apéndice:

Inventario sucinto de glosas de la crítica alemana y francesa

 

De un modo sucinto, incompleto y provisional, el lector encontrará aquí reunidos textos significativos sobre la repercusión de la obra de Chirbes, en Alemania y Francia, incluso desde sus primeros títulos. Un inventario similar de las críticas de comentaristas españoles constituiría en sí mismo un volumen, por lo que me he limitado a dejar constancia significativa de los premios y distinciones que ha obtenido.

 

ALEMANIA

- La buena letra

“Profundiza en la dimensión filosófica de la literatura (…). Vuelve a poner en danza el trinomio de la literatura mundial –al amor, el sufrimiento y la muerte– (…). Una obra maestra” (T. Paprotny, Hamburger Abendblatt).

- Los disparos del cazador

“Una obra densísima e inteligentemente configurada (…). Revela una maestría que va mucho más allá del mero oficio narrativo” (Frankfuter Allgemeine Zeitung).

“Su lenguaje sereno y límpido modifica el tenor moral de la narración, que debe mucho a Graham Green y Joseph Conrad” (Sueddeutsche Zeitung).

“Una obra escrita con cuidado y exactitud” (Der Spiegel).

“Maestría técnica” (Die Tageszeitung).

“De improviso se infiltra en nuestras mentes y despliega un efecto inquietante” (Berliner Morgenpost).

“Lenguaje cristalino que dibuja las imágenes y recuerdos de modo agudo y exacto” (Facts).

-  La larga marcha

“Gracias al espléndido trabajo de la traductora Dagmar Ploetz, Rafael Chirbes ha sido vertido al alemán en toda su esencia y al mismo nivel que las grandes figuras literarias mundiales. Un doble golpe de suerte” (Tilman Spengles, Der Spiegel).

“Rafael Chirbes sólo ha publicado dos novelas cortas en alemán y ambas  bastaban para poner de manifiesto que es un narrador consistente (...). Sin embargo, se diría que La larga marcha pertenece a otro autor: emocionante y variopinta, aunque no de un modo incómodo, sensible y al mismo tiempo precisa, bien concebida y de una estructura sumamente refinada. Una obra maestra en todos los sentidos (...). Esta extraordinaria novela nos permite percibir la magnitud de la violencia, la esperanza y el pertinaz tradicionalismo que España empezaba a dejar a la espalda hace veinte años” (Paul Ingendaay, Frankfurter Allgemeine).

“Esta novela ha llegado con ‘zarpas de terciopelo’ ‘ovillándose como un gatito’. Habla de un modo muy perturbador de un país extraño pero al mismo tiempo conocido. Un país donde la voz de la naturaleza humana fue silenciada y que estaba gobernado por el crudo lenguaje de la violencia. La larga marcha de Rafael Chirbes habla de un país en  medio de Europa, la España de Franco; habla de las vidas de dos generaciones bajo la campana de cristal de una dictadura sumamente larga (...). Rafael Chirbes (1949) consigue describir este período agitado con la mirada comprensiva de quien ha sido testigo. Sus personajes son reales y estimulantes” (Patrick Horst, Hamburger Abendblatt).

“El retrato que hace Chirbes de la sociedad española se sitúa en la frontera donde convergen la reproducción fotográfica y la concentración poética. Como si el objetivo de una cámara enfocase el mundo sin ceder a la frialdad de los instrumentos técnicos, Chirbes controla magistralmente sus malabarismos (…). Un realismo admirable: el tipo de literatura que sin juicios y con  una sinceridad que desarma coloca en su sitio fragmentos de nuestra realidad” (Stephanie Gerhold, Berliner Morgenpost).

“El escritor español Rafael Chirbes ha escrito un libro muy importante para su país. Ante todo, esta novela es una obra de arte que retrata la historia reciente de España (...). La novela examina el oscuro legado de la división y la dictadura. Este libro es especialmente significativo para la España moderna, como Hijos de medianoche, de Salman Rushdie, lo fue para la India. Y, al igual que ese libro, La larga marcha posee una belleza incomparable y es una gran obra maestra en la que se reflejan muchas facetas del pasado” (Ulrich Selich, Handelsblatt).

“Un libro extraordinario cuyo lenguaje preciso y poético ayuda a comprender el período que se extiende desde el final de la guerra civil hasta la muerte de Franco. El conocimiento y la comprensión de este oscuro periodo invariablemente proporcionan la clave para entender el presente; y quizá no sólo en el caso de la sociedad española” (Göttinger Drucksache).

 

FRANCIA

También en este país, pese a carecer del efecto Reich-Ranicki, la obra de Chirbes gozó de una temprana y sostenida reputación.

Así, la perspicaz Martine Silber, tan atenta a la literatura española, ya afirmó en su día en Le Monde: “Con La buena letra y Los disparos del cazador Rafael Chirbes se ha situado entre los mejores novelistas contemporáneos”.

- La caída de Madrid

“En una novela llena de sensibilidad y de sutileza, Rafael Chirbes retrata con talento la sociedad española ante la muerte de Franco (...). La finura del libro reside en la complejidad de los personajes, cuyo apariencia social se ve iluminada por los matices de una introspección, de un cara a cara con su pasado y su futuro, con los otros, sus amigos y enemigos, y sobre todo con la historia, la caída de un orden establecido que se hunde en lo desconocido (…). Al ritmo de las largas frases, el lector se deja a veces acunar, dulzonamente, y a veces sacudir, vertiginoso, por el relato a ratos sensual y a ratos violento, pero permanece esclavo del narrador, sin poder anticiparse nunca, sin ser en ningún momento capaz de dominar el torbellino que le arrastra. ¡Más dura será la caída!” (À voir lire).

- Los viejos amigos

Los viejos amigos, una vez más, estremecerá a sus lectores y los llevará a interrogarse sobre la amistad, el paso del tiempo, las ilusiones perdidas, la escritura, la historia, el dinero, la traición y todo lo que contiene la vida (…). El lector pasa así de un tema a otro. Las teselas del mosaico de este ‘colectivo’, como dice Chirbes, se ajustan, las historias de los personajes se cruzan, se superponen, los destinos y los caracteres desfilan. Al hilo del relato teje una tragicomedia humana, eminentemente balzaquiana, inscrita en su tiempo, en nuestra historia. Y no se preocupen, después de haber publicado La caída de Madrid, en el año 2000, Chirbes decía ya que no podría seguir escribiendo porque había escrito su mejor novela. Los viejos amigos sin duda sólo son una dura etapa, sin duda será necesario que las hojas que sigue amontonando se organicen para que cobre cuerpo, quizá a pesar de él, otra novela que se inscribirá en esta obra global y vigorososa” (Martine Silber, Le Monde).

“Un cuarto de siglo después de la muerte de Franco, los antiguos componentes de una célula comunista se reúnen para cenar. Aburguesados. Envejecidos. Embrollados consigo mismos y con el mundo. En lo que a él respecta, Rafael Chirbes está en plena forma (…). La revolución, la fiebre activista, se desarrollaba hace treinta años. Ahora son todos cincuentones, incluso más viejos. Los negocios han prosperado, la movida obliga. Han hecho dinero con la construcción, la promoción inmobiliaria, el marketing, el mercado del arte, los medios de comunicación, la cultura (...). Cierto que amaron la revolución (...).  Se comprende, sin embargo, desde las primeras líneas, que Rafael Chirbes (nacido en 1949) no sucumbe a las cobardías del autoescarnio, esa suave violencia que se infligen los rentistas narcisistas de la renuncia (…). El lector descubre la complejidad de los personajes a medida que se mezclan las voces y las miradas que se dirigen unos a otros…Todo se sostiene: la psicología, la política, la estética. Bajo las facetas fascinantes de este caleidoscopio, la base es firme, irrompible (…). La novela de Rafael Chirbes capta con un solo gesto, en el mismo instante, la fealdad y la belleza, los tiempos que se entremezclan, el presente y el pasado. Y lo hace con un vigor que no contiene, esta vez, la menor desilusión…” (Jean-Maurice de Montremy, Avant-Critique).

“Al igual que en La caída de Madrid, que se desarrollaba en un solo día, la víspera de la muerte del viejo dictador, Rafael Chirbes recurre al monólogo. No se entrega ni a un ejercicio de escarnio sobre los compromisos de los personajes ni a una evocación nostálgica de su juventud militante. Se sitúa en el lado de la crueldad, de la violencia y de la negativa a la resignación. Y para ello despliega una prosa sorprendente, que tuerce y amasa la lengua para engullirnos junto a sus protagonistas nunca caricaturescos, a la vez  perturbadores y patéticos. Por poco que el lector se avenga a que le arrastre y le sacuda el ritmo obsesivo de esta novela, emerge de ella con un nudo en la garganta, casi hipnotizada por este torrente verbal” (Paris-Match).

- Crematorio

 “Aquí está el dinero-rey, la frustración, el trastorno, la falta de reparto, las ilusiones perdidas. El mundo de Misent es el de la especulación llevada al extremo, servida por la droga, el sexo, la corrupción. Aquí, destruir el medio ambiente es mostrar tu poder. En cuanto a la destrucción de los demás, no es más que afirmarte. Sin embargo, no se busca a los inmundos, a los canallas. Ni tampoco a los héroes. La novela de Chirbes se lee como un testamento de época (…). En Los viejos amigos (Rivages, 2006) se reunían alrededor de una mesa unos antiguos militantes antifranquistas que habían pasado por el aro, cumplida la cincuentena.  De la misma manera, la pregunta que plantea, con más dolor y más intensidad, es la siguiente: ¿cómo hemos podido llegar a esto? Pero es un hecho. Toda la sociedad corre hacia un apocalipsis patético y grotesco. Aguardamos  las olas que van a inundarlo todo” (Xavier Houssin, Le Monde).

Crematorio es la quiebra de una época –la nuestra–, y de un país: el suyo. España con un fondo de negocios turbios, escándalos inmobiliarios, traiciones privadas, como captada en el alba macilenta que sigue a una noche de fiesta (…). Novelas como otros tantos retratos de grupos con desilusiones, exentas de todo  folclorismo, cultivadas, elegantes, enlutadas, en las que resuenan los ecos de los tan amados Broch, Döblin, Mann o Musil. Después de este sublime Crematorio, fúnebre y  peligroso punto final, Rafael Chirbes aguarda en su pueblo cerca de Valencia, releyendo a su maestro Braudel, que algo suceda. Ha encontrado la eternidad…” (Olivier Mony, Le Figaro).

“El texto avanza con largos monólogos interiores, de acuerdo con una técnica muy sutil, que recuerda al Faulkner de Mientras agonizo o de ¡Absalón, Absalón! Pero toda comparación sería descortés, tan poderosas son las frases de Chirbes que hacen única esta obra, tanto por su mensaje como por su forma. La novela según Chirbes sigue siendo el género total que engloba todos los demás, la poesía, el panfleto, la historia, la reflexión filosófica y la meditación sobre el arte, todos los estilos, del elegíaco al obsceno, en una impresionante ola de pensamientos, sensaciones, narraciones que aspiran a agotar la descripción de un mundo deshecho” (Bernard Fauconnier, Le Magazine Littéraire).

“Chirbes muestra que el cadáver franquista se remueve todavía en los ruedos donde bulle una jauría detestable, la de los arribistas y los especuladores. Son el blanco favorito del escritor, el más feroz y el más balzaquiano de la generación de posguerra. Es una  sociedad que baila con el diablo mientras desembarcan mafiosos y prostitutas rusas. ‘Quería hacer la autopsia de nuestra alma a principios del siglo XXI’, ha dicho Chirbes. Su sulfuroso Crematorio es el más despiadado de sus libros, porque en él explora los bastidores de una España que huele a carroña” (A. C., Lire).                                                                        

 

Chirbes par lui-même

 

 

Este informe polifónico parece pertinente terminarlo dándole la palabra a su protagonista. Un Chirbes que sigue siendo el escritor antidivo de siempre, algo abrumado por su éxito in crescendo, requerido aquí y allá, con una especie de informal “ruta Chirbes” en torno al pueblecito donde vive, Beniarbeig, con problemas de salud ya superados, con la perspectiva de los correspondientes viajes promocionales de sus traducciones... Confío en que más o menos pronto me diga las consabidas palabras  rituales “Sí, escribo, pero no tengo nada…” y, un día, más adelante, “Oigo voces”, la contraseña mágica, la garantía que ya está encarrilando un nuevo proyecto.

Cuando iba a sumergirme de nuevo en sus ensayos literarios, la lectura de un blog, “Después del hipopótamo”, me ofrece una síntesis excelente. Su autor, cuyo nombre no consta en dicho blog, propone, a partir de una selección de textos del libro de Chirbes Por cuenta propia, lo que denomina una “entrevista falsa a un escritor auténtico”. Los textos vienen precedidos de unas preguntas del autor del blog y “nacen de las respuestas de Chirbes, aunque es obvio que tal vez se planteó cuestiones diferentes y, sin duda, superiores a las mías”.

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Escribir una novela, ¿es una cuestión de oficio? ¿Se siente más seguro ahora que al principio de su carrera?

El novelista se encuentra ante cada obra tan desprotegido como el jugador de ruleta que, en cada tirada, vuelve a empezar desde cero. La literatura no surge por acumulación de esfuerzos, aunque el esfuerzo sea imprescindible: uno puede adquirir  desenvoltura, eso que llaman oficio, habilidades que más bien lastrarán las alas de una nueva novela. Conocemos tipos poco brillantes capaces de escribir espléndidas novelas y, por el contrario, gente con cabezas magníficamente amuebladas que naufragan al intentar el género narrativo. No sabemos muy bien de dónde surge la fuerza de las novelas. La mayor parte de las veces los autores no tenemos la lucidez necesaria para saber qué es exactamente lo que estamos haciendo.

Cuando comienza una novela, ¿tiene clara su estructura?, ¿conoce ya su final?

En ninguno de mis libros he tenido una idea demasiada clara ni de cuál era el tema de lo que estaba escribiendo, ni de los instrumentos de los que me servía, prácticamente hasta que lo he tenido terminado. No creo en la escritura automática, en la inconsciencia, pero sí en que escribir supone una excavación en un túnel oscuro: estoy convencido de que todos mis libros han nacido de esa inmersión en lo que podría llamar mi subconsciente…

Pero si hay algo que destaca en ‘En la orilla’ es su elaborada estructura, su orden…

No hay orden novelesco sin punto de vista, que es tanto como decir que no hay novela sin que el autor ponga a prueba su fuste ético. Encontrar ese lugar desde el que mirar y escribir yo diría que es el único verdadero problema al que se enfrenta el novelista, ya que se trata nada más y nada menos que de poner en orden y dotar de sentido la infinita variedad en la que se le ofrece la vida. Por eso los grandes maestros de la narrativa no vienen sólo de los que mejor dominaron el oficio; a veces hay que buscarlos fuera del género: puedo decir que mis novelas deben tanto a Marx o a Lucrecio como a Balzac y a Proust.

Y ese “fuste ético”, ¿debería obligar al escritor a separarse del poder?

Hoy, en un tiempo y un lugar en los que los novelistas posan en las páginas de sociedad de los dominicales de los periódicos y compiten en brillantez, miramos hacia atrás, y nos decimos que la gran narrativa del XIX fue la escuela formativa de la sensibilidad burguesa; sin embargo, sus contemporáneos no lo vieron así. Los novelistas sufrieron marginación, agresiones, desprecios, procesos. El novelista está obligado a ser un animal atento, liebre, pulga; a saber escapar un minuto antes de que el poder lo colonice.

Pero, a pesar de que la lectura y la escritura sean actos solitarios, ¿tiene un novelista una obligación con la sociedad?, ¿o, al menos, con los perdedores de la sociedad en la que vive?

En mis primeras novelas, muchos lectores creyeron que yo quería hacer una crónica del franquismo, más bien arqueología. Pero no era así. El país había emprendido otros rumbos y era como si lo que yo había vivido en mi primera infancia y me había ayudado a ser quien era, no hubiese existido nunca. Me dolía pensar que el tremendo aporte de sufrimiento de aquella gente había resultado inútil. Los arribistas de ambos bandos habían tomado el poder de la nueva España y escribían la historia a su medida. Los recién llegados – muchos de los cuales se apresuraban  a enriquecerse – no tenían la difusa sensación de culpa que marcaba a la vieja capa dominante, engordada  a la sombra de la dictadura. A su manera, reproducían comportamientos que tenían que ver con los que mantuvieron quienes llegaron al poder al final de la guerra civil.

¿Qué es ser novelista en el siglo XXI?

Aparentemente, novelista y novela se encuentran en un escalón bastante elevado en la consideración social. Se habla de unos y otras en los periódicos, en las revistas, en la televisión, y, pese a ello, uno tiene la impresión de que las novelas hablan cada vez menos por sí mismas y de que lo hacen en voz cada vez más baja. Se quedan en la mesilla de noche, al lado del frasco con las pastillas y del vaso de agua. Son, cada vez más, un asunto de estricta vida privada. En cierto modo, es normal. Se lee a solas.

Y esa publicidad, ¿sirve para que leamos más?

En la sociedad contemporánea, se habla excesivamente de los autores, y de los libros que escriben, en vez de leerlos. Los autores hablamos demasiado. El público cree conocer a un autor o un libro porque ha oído hablar de ellos en la radio o en la televisión, porque ha leído las críticas que los periódicos publican sobre ellos, o incluso ha escuchado y visto al autor responder con soltura o brillantez en un programa de televisión. Lo que se dice de un libro ha pasado a ocupar el lugar de lo que dice un libro. La escritura parece ser más bien la excusa para que se levanten las carpas del circo mediático.

¿Cuál es el futuro de la novela?

Personalmente advierto en la novela una capacidad de resistencia y una tozudez admirables: cuando se la da por muerta, renace con cualquier excusa. Para Roth, la novela acabará siendo un hobby para un pequeño grupo de aficionados, del mismo nivel que los coleccionistas de sellos o de soldaditos de plomo. Yo no estoy tan seguro de que eso vaya a ser así, ni de que deba ser así.

Aún así, ¿añora algo de las novelas del pasado, de los grandes clásicos?

Permítanme que hoy eche de menos aquellas novelas que, en unas pocas páginas – a veces, sólo en unas pocas líneas -, suspendían tu código para imponerte el suyo. Te exigían silencio, pero, a cambio, te llevaban a una estación de tren en la que olías el humo de las máquinas, y, desde tu butaca o desde el hueco cálido de la cama, recibías el aire cortante de la madrugada de San Petersburgo. Era excitante. Novelistas que aspiraban a regalarte el mundo.

   

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Jorge Herralde

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