Suscríbete a la Revista Turia

Artículos 1 a 5 de 1358 en total

|

por página
  1. 1
  2. 2
  3. 3
  4. 4
  5. 5
Configurar sentido descendente

25 de julio de 2025

Estamos ante uno de los primeros resultados del grupo de investigación surgido en la Universidad de Zaragoza y reconocido por el Gobierno de Aragón, el Laboratorio de Investigaciones Literarias Abisal Margen y que, en el marco de sus actividades durante el periodo 2023-2025 ha generado este compendio de estudios que lleva por título: “Una mirada al horizonte. Geografía y paisaje en la poesía hispánica contemporánea”. Artículos de investigación en los que se encuentran reconocidos autores que estudian el marco de lo geográfico y el paisaje en distintos autores del canon poético español, tanto de este como del pasado siglo. 

En esta reseña revisamos alguno de ellos, sin deseo de ser exhaustivo y con un deseo, sobre todo, divulgativo y, sobre todo, pasional, como el interés que despierta el primero de ellos, “Cancioneros urbanos”, dedicados a la obra de Manuel Vázquez Montalbán y Luis García Montero, donde se mezcla cultura popular y rock con los versos de dos autores reconocidos por el penúltimo canon de la literatura española. Más allá de las motivaciones de cada uno de ellos, su impacto entre la crítica y, sobre todo, el público, compiten con la presencia mediática y política, donde, para el análisis, hay que separar obra y persona. Manuel Vázquez Montalbán, primero poeta, con su aparición entre los Nueve novísimos poetas españoles (1970) y que, utilizando sus recuerdos de la primera posguerra y los años previos al desarrollismo, utiliza un collage acumulativo para dar rienda a su pasión por la copla, los personajes de las revistas de la época (en el escenario y en el papel), incluyendo revistas y todo mezclado con el cine negro y los barrios rojos (o chinos) de su ciudad de Barcelona. Adentrándose en el tono camp de parte su obra, capaz de unir a Vicente Aleixandre y el Dúo Dinámico. La presencia de una canción como “Tatuaje”, que serviría de título para la primera novela de su icónico personaje Pepe Carvalho es el ejemplo claro del intento del autor barcelonés de capturar la derrota, la pena, el hambre a través de las canciones de la radio y, más tarde, trasladarlas a los versos. No aparece por encontrarse fuera del friso temporal propuesto, pero no está de más recordar la adaptación que realizó Gabriel Sopeña para Loquillo del poema “Inútil escrutar tan alto cielo”, que apareció en 1998 como parte del disco Con elegancia, dedicado a los autores contemporáneos, y que, de alguna manera, entronca con la propuesta de Luis García Montero, conocido en años posteriores por sus andanzas pop junto a Joaquín Sabina o Benjamín Prado, en una especie de intelligensia progre, de inviernos en Madrid y veranos en Rota, pero que, en los albores del primer gobierno de Felipe González, en 1983, ya pivotaba con gracia entre el underground y el poder. Rimado de la ciudad con poesía musicada, con el comienzo de la movida de Granada, TNT y Magic, antes del advenimiento de Joe Strummer siguiendo a García Lorca, mucho antes de 091 o de Los Planetas. Consiguen revisar un poema de García-Montero y llevarlo, recordando las letanías ochenteras de Lou Reed, a diez minutos. Endecasílabos arriba y abajo, subidos a lo eléctrico. 

De la canción ligera a “El paisaje en la poesía de Olvido García Valdés” por Cristina Bartolomé que se apoya en la poesía completa de la autora, donde destaca la importancia que en su obra tiene la captación a través de lo visual. Otro tipo de "Paisajes", es decir, se inclina por describir escenas pictóricas, dibujos o cuadrados de espacios naturales creados otros artistas, en el denominado bloque de la exposición: Amadeo de Souza- Cardoso, artista portugués de estilo de vanguardia, La caída de Ícaro en otro, Elegía a la madre muerta, ella, los pájaros. El contacto de este tema con la naturaleza “miro los campos / comienzo por la blanca primavera / nade me habla / anido en un anciana silenciosa”. Trozos de vida arraigados muy en el fondo y que sustentan la densa materia que es la vida. En su obra encontramos repetición, de las mismas imágenes que actúan como un hilo conductor, resaltando la universalidad y la pertenencia de ciertas experiencias. “Lo solo del animal”, pájaros, árboles, agua y dejando claro que el paisaje en la poesía de Olvido García Valdés no forma parte únicamente del escenario de fondo, sino que es fundamental en la construcción de una identidad lírica, tal y como ya anuncian sus veros. La descripción no solo indica lo visual, también es filtrada a través de los sentidos y alcanza un sentimiento corporal. 

El capítulo dedicado a “El paisaje en la poesía de José Ramón Arana, una lectura desde la ecocrítica” a cargo de David Bendicho Muniesa, donde nos muestra la manera en la que un autor, es capaz de realizar la ecocrítica, una forma de adscribir los poemas al entorno y el paisaje. El estudio previo de Javier Barreiro resulta altamente nutritivo, con la forma de añadir el productor del desarraigo que el exilio y la Guerra Civil producen en un autor. Ese exilio resulta, dentro de la poesía, una nueva patria, donde el choque entre la realidad y el recuerdo permite o busca el refugio en el interior, idealizando aquel mundo anterior, una España que, desde la nostalgia, se sueña de manera colectiva. La imaginería de la poesía y la salida, el recuerdo de España, acaba, desde México, en una especie de concepto de las Españas, cercana a través de la redacción de la revista Aragón, donde se aglutinan los escritores de todas las tendencias en la búsqueda de la concordia. La contradicción, el enfrentamiento, la tierra árida frente a la contemplación del mar. Se inunda el recuerdo con la muerte y la muerte abona la tierra. 

El capítulo a cargo de Nacho Escuín es, sin duda, uno de los más nutritivos y enlaza, de alguna manera, con la ficción de su última novela, Algo parecido a un sueño o a un poema de Robert Frost editada por Los libros de El Gato Negro este año 2025. “Notas para una geografía del afuera” sigue la línea de investigación científica  en la que el autor turolense se ha centrado en estos  últimos tiempos: el estudio de la evolución de la poesía nacional desde el centro a la periferia. Una poesía que no tiene que pivotar sobre Madrid, que no acude a Barcelona, que tiene otros lugares, otros puntos: esquiva Madrid como lugar de nacimiento, como mucho de desarrollo, Lucas Rodríguez o Sofía Castañón, en Barcelona Myriam Reyes, cuando las editoriales y ciertos circuitos se encuentran en el norte, Gijón con David González y  León con Vicente Muñoz y  Antonio Gamoneda, mezclando el academicismo  del blues castellano con fanzines como Vinalia Trippers. Híbridos, antologías, estado y habitantes, geografía...  Sur, Antonio Orihuela, el encuentro con Uberto Stabile, las "Voces del Extremo" en Huelva, en Punta Umbría. Sin olvidar la importante labor de Canarias a través de la editorial Baile del Sol o la tradición de Andalucía, siempre floreciente, con Pablo García Casado como referente canónico (parte de la importante cantera de la mítica editorial DVD) pero, sobre todo, con la labor de La Bella Varsovia, con Elena Medel y libros como los de Yolanda Castaño o la anteriormente citada Sofía Castañón que supusieron un punto y aparte en la nueva poesía española de final de siglo. No podía quedar fuera Logroño, con la editorial 4 de agosto, su fondo de autores a través de las plaquettes editadas a lo largo del año y, sobre todo, en su festival Agosto Clandestino... puede que sea el pudor lo que haga que no se detenga en Aragón, en Zaragoza más bien, y en esa década entre 2005 y 2015 de editoriales, recitales y escritores. Sí que es importante, dentro de la dinámica de la geografía, los nombres de Enrique Villagrasa y José Luis Gracia Mosteo que, partiendo de capitales de provincia, lejos ya de sus lugares de origen, regresan con sus versos a un estudio emocional de su pasado amparándose en la reconstrucción del paisaje. 

“Castilla” en “Poesías” de Miguel de Unamuno: el producto de unas “Impresiones de viaje” por Valeria Grancini, de la Universidad de Zaragoza. Recordando la manera tardía en la que Miguel de Unamuno se incorporó a la poesía para producir una obra basada en el recorrido, las pasiones geográficas, la gran España. Entre las distintas tierras elige Castilla, desde las murallas de Ávila, la basílica de San Isidoro de León, o el Monasterio de la Granja de Moreruela. Disfruta el lector aragonés: “las tierras trágicas de la sobremesa aragonesa”, tierras tristes, saháricas, esteparias: “pero muy hermosas, solemnemente hermosas”. Dios, Castilla, en la rugosa palma de tu mano: escribe con teorías sobre un Dios-Mundo que con sus brazos lo abarca todo. Unamuno en su lírica parece encontrar la paz en los retiros de las viejas y pequeñas ciudades que parece que no se muevan ni progresan. La revisión de la obra de Gerardo Diego a cargo de Rafael Morales Barba incide en la presencia de los paisajes del mar cántabro en el poeta español. Una Cantabria de mar y montaña, con Santander, ciudad estirada y larga, una ciudad que uno visita y se encuentra atrapado por el metal, la náutica, la mar brava. La ciudad había aumentado en el tiempo en el que el poeta escribe sobre ella y el mismo considera que los grandes bloques dificultan el aire puro: “Habitaciones de hotel”, Santander ciudad, la relación con el Cantábrico: “Otra vez el mar/se ha declarado en huelga/y no quiere acompañar”. Gerardo Diego, gramática del poeta, mar, creaciones, saber que mirar el mar es eterno, que alcanza el desierto del alma. Sea luna, ola, plata y gemido. 

En los últimos artículos nos encontramos primero con otro de los coordinadores del volumen, Antonio Pérez-Lasheras, que se adentra (nunca mejor dicho) en el poema “Geografía” de Julio Antonio Gómez, el poeta, el más moderno entre los que se atrevieron a serlo, más allá de la Zaragoza gusanera, nunca, en realidad, superado. Julio Antonio Gómez, personaje de novela, extremo como los que habitan los sueños, homosexual cuando serlo era peligroso, casi delictivo, Paul Bowles, William S. Burroughs, Tánger... Zaragoza, Canarias, Acerca de las trampas, el lago. En el poema aparece Zaragoza como un ente poético, en una década o en todas, es difícil de saber por la condición mutante que la capital Zaragoza llena ofreciendo en estos lustros infinitos de iteraciones y exigencias, para ella y sus habitantes, más sufrientes que hambrientos. Judíos feroces pintados de negro, cartografía mítica, intuitiva y nutricia. Silencios y abrir los ojos a los cielos. Poemas leídos en el seminario de poesía de la universidad de Zaragoza en el año 1970. Cárcel de Torrero, fuera de la generación de Félix Romeo. Ira del Cierzo, de Miguel Labordeta. Zaragoza amarilla, poética y política. La composición “Geografía” no forma parte de ninguno de sus poemarios conocidos y su única edición en papel apareció, junto al resto de sus obras completas, en 1992. Los libros de Julio Antonio Gómez, en especial la reedición realizada por los Libros del Señor James en el 2011: Al oeste del lago Kivu los gorilas se suicidan en manadas numerosísimas, ofrecen una profundidad lírica absoluta, una valentía y modernidad que es nutricia para cualquiera de los poetas de distintas generaciones. En el texto el poeta va describiendo la ciudad, Zaragoza, des los cuatro puntos cardinales, pero, curiosamente no describe su interior, su esencia sino sus fronteras, junto al nombre de la ciudad: “Zaragoza limita”. Es decir, el poeta nos marca los límites, circula por las márgenes de la ciudad. Emparentada, generacionalmente y geográficamente -claro-, con la poesía de Miguel Labordeta, ambos encuentran en los accesos y los decesos de la ciudad lugares hermanados. 

Cierra el compendio de artículos coordinados un texto de Alfredo Saldaña, uno de los referentes en lo ético y lo estético del grupo Abisal Margen. Un estudio referido al desierto como elemento de la poesía y las poéticas en construcción. Bajo el título “Apalabrar el silencio”, Saldaña trata la palabra desierto como algo epifánico, un lugar donde el silencio encuentro su lugar infinito, proponiendo (no disponiendo) si ese lugar es hospitalario o inhóspito. La palabra es nutricia y recobra su fuerza bajo tierra, allí resulta, a la vez, revelada y reveladora. “Desierto” es un lugar en el que la arena es al mismo tiempo amenaza y protección para el sujeto, sumido en una poesía que se construye en una silenciosa tierra de frontera. Con la presencia de José Ángel Valente, “Viene de un no lugar”, la palabra se forma cuando se hace el silencio. El silencio es el territorio de la palabra, la palabra viene de una larga espera, de un prolongado silencio. La aparición en el texto de otro poeta, José Emilio Pacheco, acompañando el discurso de Alfredo Saldaña: “Aquí está / la sequía que nombra el desierto / atravesarlo de sol”. Saldaña cierra con su intención, la se apalabra el desierto sin cercarlo, quitando el alambre a las palabras, haciendo que la poesía sea el lenguaje que otorgue presencia a la metáfora, ausencia, identificada del desierto, así el silencio cubre al poeta con su aliento blanco.

 

Antonio Pérez Lasheras y Nacho Escuín (coords.), Una mirada al horizonte. Geografía y paisaje en la poesía hispánica contemporánea, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2025.

 

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

Publicado por Pregunta Ediciones, Verissimum mendacium recoge los aforismos y reflexiones del poeta y ensayista Manuel Martínez-Forega. Un volumen continuista con la obra del escritor nacido en Molina de Aragón en 1952 y que lleva décadas compaginando el ensayo con la creación. Entre sus últimas publicaciones sus Ensayos censores IV y V (Pregunta, 2020 y 2021) y el volumen El viaje exterior. León Felipe: de la soledad española al definitivo exilio mexicano (Olifante, 2018). Es inevitable nombrar algunos de sus poemarios más celebrados dentro del canon aragonés como Ademenos (Olifante, 2008), 333 días con el que obtuvo el Premio de poesía Miguel Labordeta de 2005 y su obra clave, He roto el mar, cuya última revisión, en el año 1993, editó Prensas Universitarias de Zaragoza. 

En este libro, Manuel Martínez-Forega divide su visión de la existencia, del ser humano, en distintos estadios, capítulos que abarcan lo universal a través de distintas intervenciones en lo particular. El amor definido como libertad para amar sin exigencias. Poeta siempre, en las primeras páginas encontramos sentencias como: “¿Cuándo el amor quedará tendido chorreando corazones en la noche?”. Reflexión sobre esa misma poesía, unida de manera indisoluble al amor, si te miro, veo la luz, si te veo me ciegas. Citamos a Forega: “Transformar el mundo en templo, en liturgia la palabra y el poema en rito”. 

Exalta el peregrinaje en la poesía: “La poesía se expresa donde los demás géneros guardan silencio”. Profundiza Forega, cuando el lenguaje parece haber alcanzado su límite significador, al situarnos asomados al abismo del más irremplazable silencio. Entonces, usando la misma construcción, el poeta, el escritor, enhebra: “Allí, donde toda la palabra se diluye en el magma de la nada semántica, allí mismo surge la poesía”. 

Forega denuncia que en las tres últimas décadas la poesía española no admite un simple análisis escolar. Forega devora lo clásico, admite la potencia europea, la poesía, que lo oculta todo, así que hace de los versos una materia física y una sustancia psíquica. Se sirve, así, de una experiencia propia, la de amanuense profundo, la materia viva que avanza hacia su caducidad final. Así que es una arquitectura extrema y exigente. Incluso se atreve, postulándose de manera orgánica, en la vida, desde la microbiología a la estructura tetraédrica del carbono. 

Y de la Poesía, al Poeta. ¿Soledad? El poeta, que es actor y vive, hace. En la soledad del creador siempre, si es poeta real, tiene apetito en su posición de demiurgo. Una soledad divina. El resto, los otros, no son más que una caterva, escritores que parten líneas con una acumulación de metáforas. 

Habla, también, de la inteligencia instintiva de autores como Juan Ramón Jiménez. Manuel Martínez-Forega, entre Luis Alberto de Cuenca y Ángel Guinda, sumido en ese apetito del que hablábamos antes, traduce e interioriza una poesía hermética y profunda de Paul Valéry, Paul Verlaine o Laurent Tailhade. Se acerca, geográfica y literariamente, a la poesía checa: Vladimír Holan, František Halas y Josef Kostohryz, demostrando una capacidad y una sapiencia que lo colocan entre nuestros intelectuales de referencia. Cito esta actividad, frugal dentro de su trayectoria, como detalle para entender la capacidad del autor para referirse a la naturaleza misma de la poesía y adentrarse en otro capítulo como “La vida, la soledad y el ser”. Una intersección, especie de diagramas de Venn donde la lectura, definida como el otoño de los fantasmas, acuna con su queroseno la proclamación de la existencia completa. Por vivir se fundará en lo vivido. 

Se acerca a la libertad, que evito escribir con mayúscula, a pesar de su carencia de tipos o especies, como escribe Forega, puesto que es un absoluto y solo un miope o un sectario encontraría la carencia o la incertidumbre en ese diagnóstico. No es casualidad que sea el amor y la poesía lo que encabece el volumen y abarque el hecho puro de la existencia, existe incertidumbre en la misión de conocer el misterio de la vida, así que el afán del total, limitado por el suicidio (que denota, de manera existencialista, como el único acto de libertad plena, sentencia con la que me permito no estar de acuerdo en el fondo, más allá de la tautología de la forma), que me hace arquear la misma ceja que al autor frente a la última política en España, vacía y moribunda, pero que sigue caminando. 

Revisa, en el camino de la vida, la existencia, entre la religión y la muerte: todo ser vivo, al morir, se convierte en un iniciado en la muerte, nada de ese rito se nos dice, se comparte, así que, reflexiona con la situación de las personas, que quedan, simplemente, en su imaginación. Sobre esa misma religión, habla del origen de las confesiones que creen en el más allá, con esa separación entre el muerto y el vivo. Entre el que se marcha y queda, sin más acción que la del ritual, sin más que la fe como propuesta. 

Llegamos a la parte del lenguaje, la forma, el arte y la estética. De nuevo, como si se construyeran, desde el verso hacia la vida, con la manifestación penúltima, de la acción artística. Manuel Forega ha realizado crítica de arte, además de ser editor de la revista Pasarela de Artes Plásticas dirigida por el pintor Eduardo Laborda. La obra de arte es una realidad ejemplar, que se remite específicamente hacia el conocimiento simbólico. De ahí que el autor otorgue un sentido propio mínimo. Habla de la manera en la que el ser humano crea, puesto que no escribe sobre la necesidad, incide directamente en la obligación de crear, como una manera de consumar su propia existencia. Cita, en el apartado del lenguaje y su forma, a Arthur Rimbaud y Paul Celan, consagrando la esencia de la poesía contra la maldad desde Adorno y su conocida sentencia: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. 

Escribir, ahora, es ocupar un espacio en el tiempo. Así, en la misma estética sobre la que trabaja las palabras de Forega, enuncia la necesidad del fatalismo del héroe clásico, que funciona como sustento para el arte y la estética: “Lo sencillo es mirar/ver es complejo”, ¿queda sitio para la crítica del arte? Quizá sea necesaria una formación de la que el público, ya no generalista, incluso formado, carece. Pero sí que Forega es capaz de seguir manteniendo su búsqueda de los límites del arte, encontrándolo en el lenguaje y siendo el lenguaje de la pintura, la pintura misma. Son las exigentes sintaxis y lexicografía las que construyen la existencia con sus características morfocromáticas. Habla, Forega, del arte de la caverna. 

Un libro, el de Manuel Martínez Forega, exigente para el lector, que construye y recapitula parte de la construcción completa de una obra donde la creación y el estudio del autor sigue avanzando hacia una perspectiva completa. Se cierra, de manera natural, en el reconocimiento del ser humano frente a cualquier otra definición abstracta, al recoger poesía, arte y vida. 

 

Manuel Martínez-Forega, Verissimum mendacium, Zaragoza, Pregunta Ediciones, 2025.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

David Conde Vitalla (Zaragoza, 1997) ha publicado dos libros de poemas, Sube a nacer conmigo (Los libros del gato negro, 2019) y, en la misma editorial, tres años más tarde, El lenguaje de los ojos. Así, Esta hiriente luz que aparece en la colección de La gruta de las palabras, dentro de Prensas Universitarias de Zaragoza, constituye la tercera entrega en su obra lírica. 

El libro se divide en varias partes o capítulos, comenzando con el primero, ‘Osario’. La cita de José Ángel Valente advierte de la presencia de la verdad y la muerte como guías ante los versos, temas que convergen en espacios simbólicos, herméticos y atemporales: “La vida es un cuerpo que todavía ignora / el verdadero tacto de la tierra”. Se habla de la ceremonia de la muerte en plena existencia, con términos como el hambre, con ausencia de labios: “Los besos han desaparecido”. el imprescindible panteón, de dioses de un cielo yermo, será compañía para el lector a lo largo de las siguientes partes. ’Sed y carne’: “¿Dónde refugiarnos/cuando venga el incendio/a convertir nuestros cuerpos en olvido?” 

Existe en Conde una lírica de ciudad abandonada, millones de años de fantasmas y polvo, discuten las razas humanas, las antiguas y las primigenias, volver a la ceremonia: “Quién se preocupa por los muertos / en esta tradición de sepulturas”. Ciudad, creencias, cicatrices. Flores que se elevan, se abren paso entre el alquitrán y la ceniza del suelo, sepultura de la hierba. El poeta asfixiado: “se derrumba el lenguaje / la tímida sentencia de los ciegos”. Volvemos al apetito atrasado: “Tristeza por una memoria / que pasará hambre”. 

En esos mismos rituales a los que el poeta somete la realidad, su discurso: “Alguien arrancó los huesos de la sombra / y escuchó la canción de los flautistas”. La descripción, el detalle, tiene más bien naturaleza de hechicería: “El sol trágico /, evite reflejarse en las cenizas”. Se alejan las musas y la naturaleza se realiza, demuestra que parte del oficio del poeta es la contemplación: “Has alzado el vuelo / los últimos reflejos de la tarde”. 

Y alcanza la segunda parte, “Nuestra tristeza”, con cita de Vladimir Holan, otro oficio, otro lugar, la inspección del poeta: “Y buscas la lengua enterrada / la huella del último grito / porque es posible su desaparición”. Y ve llegar la muerte, une especie de muerte, entre todas, una por cada poeta, por cada poeta: “La noche se aloja en mis ojos, /una especie de muerte". 

Volvemos a las ruinas, a las ciudades, muros de dolor, el silencio por la voz quebrada, ¿y la autoridad? Un dios (en minúsculas), desnudo, mudo, buscando huesos, alimento, mendigando la ausencia de rezos. El camino, otra vez, es parte del poema, como en verso: “Las raíces hieren de caminos el silencio”. Construyen un paganismo lírico: “Una ceremonia desconocida / cuando cese la palabra / desaparecerá / como los muertos”. 

La batalla, la paz, la convivencia de la voz con el silencio. Loa del destino, las transformaciones, el erudito narrador de la muerte: “La idea de la muerte desaparece / ante la muerte”. 

La tercera parte, “Esta escritura”, donde dios y el poeta conviven, acude el silencio: “tu voz desaparece” y el vacío es un hogar cálido para la luz. Recibe y ofrece memoria: “La sed de los muertos / se ha conservado/en las ciudades”, ¿y tu dios? ¿Quién lo necesita? El mito despierta aquí, el poeta anuncia: “Yo soy el cielo que yace, la íntima derrota de los dioses” y sigue, desde la garganta hasta la tinta: “Un himno sordo / el dios que desaparece”. Y entonces, el poeta, David Conde Vitalla, se acerca, avisado, con la mano, la otra mano, puede que sea él, puede que sean otros, pero allí quedarán, muerte y dios: “Alguien vendrá y recogerá estas manos frías”.

 

David Conde Vitalla, Esta hiriente luz, Zaragoza, PUZ, 2025.

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

La vida imaginada de Jesús Marchamalo es un regalo. Del autor para nosotros, del autor para sí mismo. Comunicador, coleccionista, conversador, Jesús Marchamalo lee como que quien captura el recuerdo, con avidez y cariño. Del mismo modo, escribe, como si quisiera atrapar en las páginas de este dietario, mixto e híbrido, algunos de los hitos más importantes de su larga trayectoria acompañando la cultura española del siglo pasado y de este. 

Jesús Marchamalo (Madrid, 1960) ama a los escritores tanto o más que sus obras, porque, al final, las obras son consecuencias de sus autores. Con Retrato de Baroja con abrigo (Nórdica, 2013), El bolso de Blixen (Nórdica, 2016), Pessoa, gafas y pajarita (Nórdica, 2017) o Kafka con sombrero (Nórdica, 2014), uno puede encontrar pistas sobre esa pasión que encuentra un capítulo más en su reciente Dickinson y las violetas, también editado por Nórdica. 

Igualmente recomendables son otras obras menos conocidas como Tocar los libros, editado por Fórcola, o 39 escritores y medio, con ilustraciones del pintor Damián Flores (Siruela, 2006). Con manos que unen piezas, con collages que dan fondo de revista, de periódico apilado en librería de lance, al fondo, los textos emergen con la pasión de los recuerdos que uno quiere atrapar antes de que la memoria traicionera se los lleve para siempre. Habla Jesús Marchamalo de la mítica “Biblioteca de los libros perdidos”, construcción mental y pasional que te puede recordar a la vez a Jorge Luis Borges (y su círculo porteño de ilusionistas) y el Sandman de Neil Gaiman, icono pop de los años de reescribir la tradición a través de las viñetas. 

Acumulación, revisión, la elección: mejores ediciones, las baratas, las de mano, antiguas, de playa y piscina, de construcción de una vida como lector. Esas ediciones de las que habla Marchamalo, las que adquieres con poco dinero y menos barba, son los ladrillos fundamentales sobre los que se va a construir una estructura de pasiones y religiosidad literaria. Las bibliotecas, los libros, los escritores, sobre todo los lectores: en sus casas (o locales, pisos, habitaciones, espacios de alta densidad editorial), se produce una metamorfosis que tiene algo de plaga: todos los habitáculos responden a la llamada de Julio Cortázar, una casa tomada por el mismo espíritu que recorre la de José Luis Melero o Joaquín Sabina, de Enrique Cebrián o Luis Rabanaque (la de Fernando Sanmartín e Ignacio Escuín, también, sospecho). ¿Qué libro fue el que provocó un salto cualitativo en ti? 

Es La vida imaginaria de Jesús Marchamalo un volumen que, más allá de las nutritivas anécdotas o la pasión que lixivian sus páginas, nos propone una serie de preguntas, de cuestiones, de las que no podemos escapar: yo contesto, en esta reseña, sin vergüenza, ya disculparán. Quizá comenzamos con Mortal y rosa de Francisco Umbral. Seguro. También, perdonen la exquisitez, porque no estoy seguro de que me crean, A puerta cerrada de Jean Paul Sartre, y Fando y Lis de Fernando Arrabal. Era, digamos, mediados de los noventa. Y sí, era teatro. Unos años más tarde, cuando estaba obsesionado con Buenos Aires, leí la novela mayor del mayor entre los argentinos contemporáneos, Mantra de Rodrigo Fresán, mientras volaba de Madrid a Ezeiza. La novela definitiva sobre Ciudad de México. O El cielo de Manuel Vilas. Una y otra vez, imitando su ritmo, buscándole por Zaragoza como una presencia para luego verlo desaparecer, como si nunca te hubiera visto, como si nunca lo hubieras conocido. 

A Jesús Marchamalo las reseñas deberían ser un compendio de respuestas a todas las preguntas que te propone en su libro. Yo aquí lo hago. Me faltaba, claro, Dibujos animados de Félix Romeo. Lo leí antes de conocer a Félix, antes de saber que él iba a completar mi ciudad, mis canciones, la vida que quería vivir. 

Di la verdad, que no se te olvide: los que nacimos a finales de los setenta nos alimentamos de Ray Loriga. No fueron Héroes o Caídos del cielo sus mejores novelas, pero, está claro, que sí las más mediáticas, cuanto todavía los escritores salían en televisión, ofreciendo actitud y beligerancia ante la planicie social. 

Mi madre tenía una montaña de tebeos, “Superlópez”, “Mortadelo y Filemón” o “Sir Tim O’Theo” que guardaba en un armario y solo sacaba cuando me asolaban las fiebres de las anginas. Semanas de antibióticos y sobres de polvos, el sonido de la cucharilla cuando tocaba bajar la temperatura y crecer unos centímetros. Esas viñetas leídas, muy poco, que tenía reservadas para hacer más amable el tránsito de los días. Lectores de cama y enfermedad, lectores atrapados por Julio Verne. Verne el misterioso, una experiencia completa: no hay que llamarlo Julio, es Jules como muy bien nos ha enseñado el poeta David Mayor. Has leído sus adaptaciones, ilustradas, resumidas, incluso en seriales radiofónicos los domingos de madrugada con guion de Juan José Plans, has vuelto a él una y otra vez en las viñetas de “Superlópez” y su Viaje al centro de la tierra. O, en el número 6 de Planetary, la odisea pop de Warren Ellis y aquel El Club del Cañón. Después te acercas a la obra de Jules Verne y descubres una densidad literaria, una capacidad descriptiva, una manera de horadar la fantasía prácticamente desde su habitación… Un libro completo, una vida entera, capaz de mantener el misterio insondable en tiempos en los que todo parece explorado. 

Jesús Marchamalo habla, escribe, vive en trenes. Una maleta amarilla, un viaje, dos, siempre. Entrevista y una sonrisa, una sonrisa de niño, con su tebeo bajo el brazo, en la rebeldía última del que sigue llamando La masa a Hulk. Un hombre de Vértice y Novaro. Yo, que llegue a la licra con Fórum, respeto a los que abrieron el camino. Bruno Díaz, Dan Defensor, el guasón en Ciudad Gótica. Y es que Marchamalo encapsula sus recuerdos, sus pasiones, sus anhelos. Y lo hace en un anecdotario pleno de amistades y cariños. La vida de los libros, un sintagma que él mismo sabe que es prácticamente propiedad de José Luis Melero: «Porque las bibliotecas son también un proyecto de lectura». Me gustaría, por cierto, que existiera una palabra, una expresión en español, que diferenciara entre biblioteca pública y particular. La que sirve para formarse, estudiar, acceder a la primera pasión y la que acumula esas mismas pasiones de manera personal e intransferible, la que construyes soñando que la heredará tu hijo, la que te tranquiliza tener limpia y ordenada y, en mi caso, saber que está debajo de mi cama, justo en el local que tengo bajo el dormitorio. En este caso, literalmente, duermo sobre mi biblioteca. De libros, de tebeos, de discos y muñecos. Todo lo que alimenta el espíritu y la ilusión, que es queroseno de la memoria. Una palabra, entre el anaquel ordenado y la estantería subjetiva. Desde aquí lanzo la idea. ¿Dónde acabarán los libros? Los libros de los amigos muertos, el peso de esos volúmenes en la casa de Félix Romeo, aquel piso de Conde Aranda, agotado de las torretas, casi proyectos infantiles de fuertes, fuertes y castillos, alimento, de nuevo, de historias. Y la colección de poesía de Sergio Algora, con rarezas de Juan Eduardo Cirlot o Eugenio D´Ors junto a singles imposibles de Los Brincos. Los amigos, antes esos recuerdos sólidos, esos abrazos en diferido… Cuando uno tiene hijos, al menos, le queda una promesa de paz, una idea final. Tienes excusa para comprar y completar, para clasificar y rebuscar. Al final, lo importante, permítanme la broma, es tenerlo lo más ordenado posible para cuando ellos se quiten el muerto. El muerto vivo y el muerto libro. Así se consigue un mejor precio cuando llegue el trapero. Trapero o parca, todo sean recuerdos. Y este libro de Marchamalo está lleno de ellos. 

 

Jesús Marchamalo, La vida imaginada, Madrid, edición del autor, 2025.

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

3 de julio de 2025

“Alfredo Saldaña es, como todos sus lectores saben muy bien, un escritor político, deliberadamente crítico e incómodo”, cuenta Nacho Escuín, reflejando parte de una poética distinta a la convencional, próxima a la voz de los sin voz, de parte de ellos al menos, o con esa intención, por decirlo, desde otros tiempos, con Claudio Gallastegui. Y, en efecto, su poesía, ahora reunida en esta antología necesaria (sus libros andaban inencontrables), se suma a la de esos escritores diferentes, no solo en sus textos, sino en su actitud ante la vida, pienso en Javier García o, con otras modulaciones más públicas, en Jorge Riechmann y Antonio Méndez Rubio.

Alfredo Saldaña asume esa voz de los desposeídos por alienados —sin ser un poeta político al estilo de Ángel González o narrativo (traumatizado por el asesinato del hermano, pobreza y Guerra Civil)—, sino por el propio vértigo y por esa extensión de quien mira solidariamente a los lados, pues esos lados son el mismo. Saldaña viene marcado por actitud crítica y resistente contra la aceptación del pensamiento único, de la democracia por la democracia subsumida en el voto cada cuatro años, entre otras cosas, es decir, de las cosas por las cosas, desde el pensar de nuevo al otro, o replantearse el yo con su poesía necesaria, nunca obtusa, abstrusa o, si me perdonan, pretenciosa en lo metalingüístico. Y decir yo es decir ahondamiento, abisalidad, por contarlo con ese Romper el límite. La poesía de Roberto Juarroz (2022), donde ha extendido y congraciado su poesía desde esa otra dimensión distinta que ha estudiado, asumido en su verticalidad, pero también en su horizontalidad (donde se ha congraciado): “escribir desde la soledad solidaria con los otros, escribir desde la desposesión y la distancia de uno mismo, /escribir desde la diferencia, desde la orilla, desde el otro lado”.

Ya hemos dicho que no es un poeta al uso, sino adentrado y resistente, o resistente desde el adentramiento, sin molinismos, sin Miguel de Molinos, para que se entienda, o sin Edmond Jabès, pues no es un hermético, ni místico, pero sí un agónico con sentido de la historia y de la posmodernidad. El propio hecho de su verso se propone porque “El poema entonces quiere únicamente /sanar la herida de una existencia disociada de su voz”, o hablar desde el yo y su circunstancia, con empatía, en el adentramiento de lo sufrido y visto padecer en otros en la historia; no es solo el yo, sino el yo-otro con la resistencia crítica de lo pensado en su identidad o correspondencia. Y así el tautograma en la Amargura Púrpura de los Infelices frente al Aloe Purpurea Laevis.

“Es un tiempo de decir, de conocer”, canta Alfredo Saldaña, y romper la mala pedagogía de una “educación torcida y lamentable”, rememora. A veces ese (esos) poema(s) en crisis, hecho(s) de la herida, se hunden hacia la evaporización del yo, cantó Baudelaire en sus Cohetes y Mi corazón al desnudo. Lo muestra en el emocionante Argumento o adentramiento, cuando se encuentra en el anticipo de la última vuelta del camino y se piensa, sospecha y canta con un estupendo poema (muy duro), La traición del lenguaje, para asustarnos un poco, porque su poesía, de tanto pensarse y mirar la voz del sometido, de lo sometido, se ha hecho trágica y ha sorteado la sensorialidad. Su poética es un mensaje agónico, olvidado el escapulario o sortilegio, resistencia crítica o decirse por el desmoronamiento de las “palabras gastadas por el tiempo”, el grito para salir de ello o por lo menos contarlo, curarse de ser. Sanar la herida es decirse, aunque no sea sanarse, y por eso llega esta estupenda antología donde se han leído bien sus versos, para quien guste paladear los complejos vericuetos del hombre desde el goce lacaniano del dolor como placer, eros y muerte, placer doloroso. Y donde Abandono muestra el juego entre llegar e irse, con la herida de quien se resiste, ahí está la verdad del poema y de su poesía en este momento de la vida inaceptable, su tragedia y parte de su poética, ese llegar a ser, y llegar a ser en la belleza, para desaparecer. Y si no me creen, lean, por favor, Lamento por los vencidos; y si aún tienen tiempo y capacidad para soportar el dolor que algunos no quieren ver (otra parte de su poética), vayan a Fosa común, porque la poesía de Saldaña rezuma ese compromiso y verosimilitud de los elegíacos auténticos, sea por el yo, sea por el otro, desde la responsabilidad de decir, pero también del saber decir o decirse en una fuerte simbiosis con que interrogar al lector: “preguntas que uno debe no plantearse si lo que desea es dormir tranquilo”. Errancia, lenguaje, laberinto, “desheredados de la tierra”, denuncia de los “sicarios de los manos limpias”, contra los que alza la “insumisión: poesía”, el grito del yo desheredado o de los desheredados. Y es que, entre la autognosis y la reivindicación, entre la reflexión y la insoportable levedad del ser, resulta que Saldaña, más allá de su inconformismo (o por ello) es un buen poeta en crisis y crítico, necesario, necesitado de esta antología, pues sus lectores nos perdíamos o no lo encontrábamos en su dispersión, hasta hoy. Ahora sí, gracias a este cultivo intensivo de sus mejores poemas podemos estar seguros de no habernos equivocado en el elogio, aunque nos duelan y sea doloroso atender a su dolor, el nuestro, el de otros. Por ahí anda para demostrarlo “en la espesura del bosque” o poco más allá ese “mundo dentro”, adentrado, lugar que se extiende hasta el atormentado vértigo del vacío en su precipicio dramático de quien (se) ha sentido mucho “sin estrategia”, en su “excavar” y “excavarse”. O, si gustan, entre el ser, el decir, decirse en el espejismo propio y de los otros, disolverse, con una poesía que esta antología ha hecho posible. Mostrado en su dimensión y, al fin, convencernos de que Alfredo Saldaña no es un profesor que en sus ocios deja caer versos, sino un poeta que así puede llamarse.

 

Alfredo Saldaña, Sanar la herida. Poesía 1983-2025, Madrid, Huerga & Fierro, 2025.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

Artículos 1 a 5 de 1358 en total

|

por página
  1. 1
  2. 2
  3. 3
  4. 4
  5. 5
Configurar sentido descendente