No es ningún secreto, para cualquier persona atenta a la literatura europea de los últimos años, que se repite una presencia espléndida, continuada, en ocasiones realmente espectacular, a través de varias generaciones de escritores rumanos que van cosechando los mejores premios europeos e internacionales de nuestros días. Traducidos muchas veces a una notable cantidad de lenguas, algunos de estos grandes autores contemporáneos (como es el caso de Norman Manea, Ana Blandiana o Mircea Cartarescu) figuran de forma invariable, año tras año, en las listas de un posible Premio Nobel de Literatura
Leer más2 de junio de 2025
Gabriela Adamesteanu: “Mi único credo ha sido no mentir, pero en una sociedad totalitaria no resulta sencillo”
En el panorama de la literatura rumana contemporánea, destaca sin lugar a dudas la novelista, cuentista y traductora Gabriela Adameşteanu (Târgu Ocna, 1982), cuya obra está muy bien representada en español. Pocos autores han sido capaces de combinar con tanta maestría la fuerza del latido histórico, los avatares del pueblo rumano a lo largo del siglo XX, el sufrimiento vivido bajo las dos Guerras Mundiales y las sucesivas dictaduras de distinto signo
Leer más2 de junio de 2025
Tatiana Tîbuleac: “Era más feliz cuando no escribía”
En Saint Germain en Laye la vida transcurre ajena a las Olimpiadas. El único jolgorio, el de unos gorriones en la copa de un árbol. A unos treinta kilómetros de París, este reino, tipo balneario, resulta apacible. Abundan las pastelerías, las tiendas de ropa y las salas de cine. Parece lejos del turismo, pero los habitantes, en esta villa, tienen algo de turistas de sí mismos. El día a día de Tatiana Tibuleac lo llenan el periodismo y sus hijos.
Leer más29 de mayo de 2025
En Los caballos azules, Juan Manuel Barrado —poeta extremeño que ha hecho de la frontera entre filosofía y lenguaje una trinchera de lucidez— entrega un libro que, más que leerse, se atraviesa. Publicado por Ediciones Trea en febrero de 2025, este poemario no solo continúa la senda de una obra profundamente personal y crítica, sino que despliega una intensidad verbal que roza, por momentos, la revelación ontológica.
Este poemario dialoga con una tradición que une lo espiritual, lo poético y lo político. Lo hace sin solemnidad, pero con una gravedad tranquila que invita al recogimiento. El título, tomado del célebre cuadro de Franz Marc “Los grandes caballos azules”, que ilustra la cubierta, remite a una imagen poderosa y abierta: los caballos azules, criaturas de lo onírico, lo ancestral, lo libre. Algo indómito y bello que irrumpe en el lenguaje y desestabiliza lo previsible.
Desde el inicio, la obra declara su programa: “Algo que brilla ante nosotros como existente. / Una forma inestable de verdad. / Quizá la ontología de la uva en el espacio entre dos números”. Esta afirmación —incluida en el primer texto del libro— establece el tono y el método: una búsqueda fragmentaria, entre lo visible y lo inasible, que remite tanto a la conciencia fracturada del presente como al asombro frente a lo más nimio. La poesía de Barrado propone así una especie de metafísica del fragmento, en la que cada imagen, cada secuencia, parece funcionar como una unidad de sentido independiente, aunque encadenada al resto por una lógica interna de extrañamiento.
Los poemas, breves en general pero muy intensos, muy concentrados y enigmáticos, nos conducen a través de paisajes interiores donde lo natural y lo humano se funden. Hay en ellos una contención que no oculta la emoción, una mirada limpia que busca lo esencial sin caer en lo fácil. Se trata de una poesía que rehúye el efectismo y se entrega a lo esencial: la pregunta, el silencio, la perplejidad.
Los caballos azules es un libro para leer despacio, para releer, y donde muchas veces las respuestas del poema solo las podemos encontrar fuera de él, en lo no dicho, en lo silenciado, en lo intuido. Esa dimensión abierta convierte al lector en cómplice, en intérprete, en testigo de una experiencia que no se agota en la lectura, sino que persiste como una vibración sutil.
Junto a esa introspección, hay en el libro un impulso igualmente político, que analiza con ironía, desencanto y lucidez las estructuras sociales, culturales e ideológicas de nuestro tiempo. Una de las prosas poéticas del final del libro poema es especialmente reveladora; la voz poética observa el espectro político español desde una posición equidistante pero no neutral: “Observo la posición dialéctica de la Izquierda, la gauche divine, que defiende el sacramento de la libertad como un rito contra una administración monolítica... Pero observo no menos la posición dialéctica de la Derecha, cuya existencia se sustenta en la monarquía. ¿Y la clase obrera? ¿Ha heredado alguna finca rústica?”. Aquí, Barrado se mueve entre el humor ácido y el pensamiento incómodo. En lugar de ofrecer soluciones o dogmas, el poema se constituye como una interrogación que desarma las certidumbres heredadas. La poesía se vuelve entonces un lugar de resistencia, no en el sentido panfletario, sino como espacio de disidencia estética y moral.
A lo largo del libro, el autor despliega un imaginario cultural amplio, cosmopolita y profundamente referencial. Poetas, filósofos, pintores y pensadores habitan sus páginas. Sylvia Plath aparece de pronto, interpelada desde una especie de realismo mágico mesetario: “¿Quién te lleva tequila y chicharrones, Sylvia Plath?”. Este tipo de imágenes, que podrían parecer en principio anecdóticas o irreverentes, tienen una función clave: insertan lo sublime en lo cotidiano, lo universal en lo doméstico, rompiendo con la jerarquía de los discursos y abriendo paso a una poética más libre, más híbrida, más cercana a lo que María Zambrano llamó “razón poética”.
En definitiva, Los caballos azules es un libro poderoso, concentrado y profundo. Un libro que no da respuestas fáciles, pero que formula las preguntas adecuadas. Que no teme a lo oscuro, ni a lo inexacto, ni al silencio. Y que, por ello, permanece.
Juan Manuel Barrado, Los caballos azules, Asturias, Trea, 2025.
29 de mayo de 2025
“Quasi una fantasia”. Porque ese debería ser el subtítulo de esta reseña y de la misma opera, que ha compuesto Marta Vela. Quién podría decirme hace apenas unos días, cuando me ocuparon el tempo en esta tarea, que iba verme sostenido en los artes que marcan el todo: la literatura y la música. Más aún, que iba a ver ligadas la delicia de la literatura de Galdós y la poderosa música de Beethoven, en un mismo compás. Desde luego, el término con el que se debe comenzar a definir esta partitura es la originalidad. Marta Vela nos entrega una partitura repleta, en cuya armadura se erigen dos tonos únicos. La articulación de este pentagrama singular viene dada por una extraordinaria recopilación de fuentes, en cuya tonalidad es capaz de equilibrar los fragmentos extraídos de las novelas de Galdós con su misma relación epistolar y personal, conjuntamente a las partituras de Beethoven. Y en este allegrose marca una dinámica de apreciar la importancia que en la época de Galdós tenía la música dentro de la literatura y, por supuesto, en sus vidas diarias. No existe un silencio, ni siquiera premeditado: todo se encuentra envuelto dentro de un lenguaje musical… No perdamos de vista esta corchea: lenguaje musical. Dos términos, dos artes, trabados por una cadencia predestinada. Bajo este patrón, Marta Vela encuentra su signo y sino.
La música discurre por la obra de Galdós, en un adagio sostenuto que compone cada escena literaria, la trama entera o sencillamente queda integrada de forma natural en la escritura misma del autor canario. Es cierto que, en esta panoplia de fragmentos que reúne Marta Vela, Galdós se encuentra en una octava más elevada que Beethoven. Sin desmerecer el tiempo elegido, Vela arma una discordancia en esta paralela: Beethoven queda totalmente integrado en las incontables notas que recoge la autora de entre las novelas de Galdós. Era evidente la pasión musical que tenía, y la admiración concreta por Beethoven; sin embargo, parece componerse un arreglo de su música dentro de su literatura y no un verdadero equilibrio rítmico. Es cierto que a partir del capítulo 5, titulado “Fortunata y Jacinta: Rienzi, Claro de Luna y homenaje a Beethoven”, se produce un in crecendo en la comparativa entre las obras de ambos artistas, que culmina, efectivamente, en un capítulo concreto de “Vidas paralelas”. Este último capítulo, esta coda, encierra un lamento en re menor, como el más triste de los desenlaces para dos genios cuyo declive, o decrecendo, vino marcado por las tesituras de una sociedad que les castigó sin más clave que la de su propio ser. Tal vez este himno, aunque breve y cantado al final, sirva de fiel homenaje a estas dos figuras. Beethoven y Galdós: dos hombres que fueron libres, dos seres excelsos que no necesitan espejos, ni púlpito ni altavoz, sino sus propias voces, entremezcladas y autónomas, porque sus óperas son únicas y solo en sí mismas pueden entenderse. Literatura y música; la armonía de las letras y el verbo del sonido. Una sinfonía sin fin, que se compone DA CAPO…
Marta Vela, Beethoven y Galdós. Vidas paralelas, Madrid, Editorial Verbum, 2025.