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Configurar sentido descendente

En La casa insomne (Adeshoras), la escritora Tere Susmozas (Madrid, 1974) explora, recrea, conjura el territorio del extrañamiento, convirtiéndolo en un estado del alma que impregna al lector. Dos niñas, unas tumbas enigmáticas, un ser deforme que crece en un sumidero, un perro atado, un caballo que se marchita, y un puñado de personajes entre lo formidable y fascinante que conviven en la casa conforman un mapa onírico de tan enorme altura lírica como aguda hondura anímica.

 

“Hay lugares o paisajes que más que habitarlos nos traspasan”

 

- ¿De qué modo los lugares de la infancia condicionan nuestra identidad?

- Más que los lugares en sí, considero que es la conexión emocional que establecemos con ellos. La casa insomne trata precisamente de eso: de cómo lo visto y lo vivido se instala en nosotros. Y que, bajo esa mirada subjetiva, hay lugares o paisajes que más que habitarlos nos traspasan, hasta el punto de que parece que ellos habitan en nosotros y, a través del tiempo, seguimos encontrando sus resonancias en cualquier otra parte. La novela recrea el espacio de una casa, con sus alrededores, que sigue viva a lo largo de los años en la memoria de la protagonista, como lo hace en sus sueños y en sus insomnios. Es el retorno a un paisaje marcado por pérdidas irreparables a través de la muerte y que supone también el lugar donde acontece la pérdida de la belleza auroral que la infancia sugiere como reflejo de plenitud.

 

- ¿En qué casos conviene convertirse en “alguien que soñando permanece despierto”?

- Cuando no se puede bajar la guardia porque la realidad amenaza y lo irreparable acecha. Pero hay una doble intención en esa frase. Las niñas están adormiladas casi todo el tiempo porque el sonido de una campana interrumpe su sueño cada noche, manteniéndolas después insomnes. Pero al mismo tiempo, para evadirse del encierro en la Casa, se entregan a todo tipo de ensoñaciones. Así que hay un doble espacio onírico en la novela, el que pertenece propiamente al sueño nocturno y el de las ensoñaciones de las protagonistas, según la terminología de Gastón Bachelard, o como diría Borges, el espacio de los sueños de noche y el de los sueños de día.

 

“Cuando algo se nos revela extraño o inquietante, emergen el miedo y la angustia”

 

- ¿En qué punto la curiosidad propia de la infancia, el juego por el juego, se convierte en lo siniestro?

- Lo siniestro surge de todo aquello que se relaciona con el espanto que pueden llegar a provocarnos cosas o aspectos de la realidad cotidiana que, de súbito, se tornan amenazantes. Cuando esa quiebra tiene lugar y algo se nos revela extraño o inquietante, emergen el miedo y la angustia. Seres monstruosos, objetos que parecen animados o acontecimientos dolorosos, forman parte de los placeres de la imaginación, nos atraen y, a la vez, nos repelen, porque excitan nuestra curiosidad. En la novela, contribuyendo a esa atmósfera un tanto siniestra, cada elemento del paisaje, de la casa, tiene su relevancia simbólica en ese juego de sombras entre la vigilia y la noche que el insomnio teje.

 

- Para que alguien como Sorah consiga, adulta ya, quedarse en paz con su pasado, ¿qué se requiere?

- Asumir que las cosas no pudieron ser de otra manera. Y, sobre todo, entenderse. Eso es lo que pretende Sorah volviendo a la casa. Se instala así en una realidad sensible donde entran en juego tiempo y memoria, elaborando una revisión del pasado en base a sus expectativas sobre el futuro. Esa memoria dista mucho de la nostalgia, en la que los recuerdos son como una proyección inmóvil, porque es una memoria viva, ávida, que se renueva para descubrir nuevas significaciones. Contemplar ese tiempo subjetivo, que fluye en todas direcciones, la ayuda a indagar en su propia identidad. Por eso la historia está escrita de modo fragmentario, con saltos continuos de la voz de la adulta a la mirada de la niña.

 

- La amistad entre Sorah y Lenka, con sus espacios de misterio e incomprensión, de complicidad e intimidad configuran un retrato altísimo. Sin embargo, el amor no es capaz de salvarlas. ¿El amor no todo lo puede?

- Ojalá fuera así. Pero con amor, muchas veces, no basta. Y no siempre es por falta de saber entregarlo o recibirlo, que a eso también debemos aprender, sino por las circunstancias. De algún modo Sorah ve reflejada en Lenka, la otra niña protagonista, la misma soledad que ella siente. Esa soledad las hermana, tiende lazos de afecto entre ellas. Aunque su amistad tiene también oscilaciones, claroscuros, principalmente porque cada una de ellas está en un momento vital distinto: Sorah en el de romper el muro que se interpone entre la realidad y sus ensoñaciones, mientras que Lenka es más realista, ya ha atravesado lo frágil, conoce la imperfección la vida y de lo humano. Pero, en cualquier caso, se trata de una amistad como refugio para quien siente que no encaja en el mundo. Y que perdura hasta que una de ellas reta al vacío. De esa fuga de Lenka, se infiere la posibilidad, en este caso simbólica, de la propia fuga de Sorah.

 

- ¿Cómo reconocer a “los seres frágiles de benévola monstruosidad”?

- Creo que todos somos un poco eso. Es reconocer lo humano, con la parte de luz y de sombra que todos tenemos. Dentro de la novela, ese ser frágil de benévola monstruosidad, es Sissa. Una niña recién nacida, deforme, que las protagonistas encuentran en el sótano de la Casa. Y que hace de espejo a Sorah. Porque también lo monstruoso y lo siniestro nos puede inspirar ternura, ella siente hacia esa niña una compasión que no es capaz de sentir hacia sí misma.

 

“Somos seres frágiles. Cada uno con sus defectos y sus talentos, intentando siempre equilibrar la balanza”

 

- A este respecto, ¿cada uno de nosotros es, de alguna manera, un tarado, un mutilado, un ser roto?

- Seres frágiles. Cada uno con sus defectos y sus talentos, intentando siempre equilibrar la balanza. Es cierto que todos esos personajes que acompañan a la protagonista son seres mutilados, extraños, que contribuyen a que sea incapaz de entender lo que sucede a su alrededor, abriéndose una grieta entre la realidad y sus pensamientos. Pero en su extrañeza, he intentado que sean personajes también muy pregnantes, y para ello he marcado mucho sus carencias, su falta, como reflejo de lo auténticamente humano.

 

“Me gusta explorar en mi propia experiencia onírica cuando escribo”

 

- ¿Cuánto de onírico tiene la vigilia y la escritura?

- Me gusta explorar en mi propia experiencia onírica cuando escribo y utilizar en mis textos esas imágenes sugerentes, cargadas de poesía, que el sueño nos brinda.  

Respecto a la novela, todos los sueños incluidos forman un hilo que enlaza las distintas secuencias. Y pueden pertenecer tanto a la protagonista de niña como ya adulta. En ellos halla una puerta hacia un mundo lleno de significados donde se encuentra a sí misma con pertenencias del pasado y del futuro.

 

- La historia tiene muchos personajes que casi exigen, por sí mismos, su propia historia: la directora y su aspecto de “mujer inconclusa”, el guardián con la traqueotomía que recibe cartas que no sabe leer, las cinco lápidas blancas, las hermanas siamesas condenadas a detestarse, separadas al nacer “por un conjuro al azar”, Agda y su fragilidad propia de seres espectrales, Sigrid y su querencia por afilar lápices con los que lastimarse… ¿Cómo conseguir que ninguno de ellos arrastre a la narradora?

- De los personajes que citas, la directora y el guardián tienen algo que produce rechazo en la protagonista, pero también compasión. Las gemelas y Agda le provocan curiosidad y ternura. Sigrid le muestra otra manera de gestionar las emociones, más perniciosa. Con ellos establezco un juego de paralelismos y contrarios. Todos le muestran a Sorah una faceta de sí misma. Y a través de ellos, indaga en su propia identidad.

 

- De todos los inquietantes personajes que deambulan por la novela y pueblan esta casa insomne, ¿por cuál de ellos siente especial querencia y por qué?

- Quizá con Agda por su capacidad de adaptarse a la realidad sin perder la ilusión, idealizando un poco las cosas. Y porque protege a las niñas, contagiándolas de esa ilusión. También es un personaje que narrativamente me ha permitido remarcar la propia deriva de la protagonista. Todos los juegos que propone están relacionados con la idea de reparar el tiempo, de volver al pasado para intentar cambiarlo o anticiparse al futuro para sentar las bases del provenir. Es el personaje más amable de toda la novela, que irradia luz, a pesar de su aspecto gigantesco y sus limitaciones físicas.

 

“Autores como Kafka o Cortázar han influido mucho en mi escritura”

 

- A su juicio, ¿qué causa el extrañamiento?

- Se trata de intentar transformar lo cotidiano, dotándolo de algo de misterio para provocar asombro. Es decir, poner una mirada distinta, extraña, en un ejercicio de desfamiliarización de las cosas, provocando así, bajo esa mirada subjetiva, el goce estético del lector. Autores como Kafka o Cortázar han influido mucho en mi escritura. Y considero que la pericia del escritor en cuanto al manejo del lenguaje y la originalidad de su voz ayudan también a conseguir ese efecto. Al igual que una atmósfera turbadora o personajes inquietantes, como era mi intención con esta novela. A ese extrañamiento contribuye que la historia no trata solo de la mirada de la protagonista sobre el mundo que la rodea, sino de la mirada de sí misma dentro de ese mundo.

 

- ¿Cómo quebrar esa sensación de ser “alguien que se siente encerrado, aunque esté libre”?    

- Esa frase corresponde a un capítulo en el que hablo de Sombra, un perro enfermo que permanece casi todo el tiempo atado y que, sin embargo, Sorah, la protagonista, es capaz de verlo sano y corriendo libre, como desdoblado. Y es que la sensación de encierro en la Casa es tan agobiante para las niñas que solo les es posible escapar de ella a través de diversos juegos de imaginación. La Casa se convierte así en un espacio simbólico con el que la protagonista se identifica. Lo interno y lo externo se unen, hasta el punto de que materializa sus emociones a través de esa casa, que siente como algo vivo, y sus aledaños: una montaña que parece tener voluntad para moverse, un jardín que esconde secretos, un cobertizo que a veces se eclipsa y desaparece o el sonido inapelable de la campana de medianoche.

 

“El escritor debe tener una disposición a permanecer siempre alerta”

 

- La escritura, ¿se asemeja al insomnio?

- Sí, en tanto el escritor debe tener una disposición a permanecer siempre alerta. Estar atento y esperar a que, remitiéndome a María Zambrano, se abra un claro en el bosque, en cuya intermitencia algo nos sea revelado y la inspiración salga a nuestro encuentro.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Esther Peñas

Jesús Zomeño (Alcaraz, Albacete, 1964) es uno de esos escritores que no nadan en la superficie, a la vista de cualquiera, en las listas de superventas o en las pagadas reseñas de los medios comerciales. Son escritores que habitan en las profundidades. Hay que bajar al fondo para encontrarlos y entonces los leemos en silencio, a solas, con la pasión perpleja de quien ha descubierto una maravilla ante la indiferencia o desconocimiento generalizados. Levantamos los ojos, queremos compartir nuestro descubrimiento y comprobamos que estamos solos en esa profundidad. La gran literatura habita siempre en los márgenes. Es como si la soledad fuera el precio de lo maravilloso.

El autor de De este pan y de esta guerra (2016) o de El cielo de Kaunas (2018), entre otras, ha publicado este 2025 un libro diferente, valioso, memorable: Tránsitos, subtitulada Nocturnos de los Balcanes, en la editorial valenciana Contrabando. Se trata de un libro con muchas capas que yo he leído, y animo a leer, como un homenaje a la literatura o, mejor dicho, al poder casi ilimitado de la imaginación. De una imaginación existencial, eso sí, inseparable de la conciencia de la muerte, de ahí el miedo como motivo recurrente, de ahí lo sórdido y macabro de algunos pasajes. El japonés Yukio Mishima escribe en El sol y el acero que los grandes abismos de la imaginación están en la muerte. Y con esa misma premisa podemos adentrarnos en este libro de libros.

Estamos ante cuatro novelas breves que corresponden con los cuatro trayectos en tren necesarios para llegar desde Sofía (Bulgaria) a Bucarest (Rumanía). Cada una de ellas bajo el signo de una obra literaria célebre: Noche oscura del alma es la primera en leerse (de Bojchinovci a Vidin), Extraños en un tren la segunda (de Calafat a Craiova), El paraíso perdido la tercera (de Sofía a Bojchinovci) y Mi nombre es Mary Shelley la cuarta y última (de Craiova a Bucarest). Cabe aclarar que este es el orden de la lectura, si bien no coincide con el orden de los acontecimientos. A lo largo del libro hay suficientes conexiones entre narraciones para ubicar estas cronológicamente si uno lo desea. Tenemos, por ejemplo, la mención reiterada a la vendedora de caramelos en la estación de Sofía o al atropello (¿suicidio o accidente?) que retrasa la llegada a Vidin, por citar solo algunas de estas conexiones.

Atravesamos un territorio extranjero y por momentos hostil, en el que asoman por las ventanillas nombres de ciudades impronunciables junto a escenas inquietantes de horror, un territorio híbrido de realidad e imaginación que acaso sea un personaje más de la obra, quizá el verdadero antagonista de todos los demás: un territorio que acaba convirtiéndose en un estado de ánimo donde el juicio moral queda en un segundo plano y la diferencia entre el bien y el mal se hace difusa. En ese territorio, nosotros, los lectores, somos extranjeros, incapaces de saber si viajamos “a través de una verdad o de una mentira”, por decirlo con palabras del policía fugitivo de Extraños en un tren.

No importa si es lunes o martes, sábado o domingo. Hemos perdido la noción del tiempo. Nos arrastra un tren que tiene algo de cueva platónica y algo de vientre materno desde donde nacer, transitar, a una nueva existencia, un tren que avanza por la oscuridad hasta la plena luz del día siguiente. En Tránsitos las referencias al día y a la noche, a la luz y a la sombra, tienen antes valor simbólico que interés horario. Basta señalar, por ejemplo, cómo el crepúsculo marca el trayecto de los dos ancianos y cómo la claridad de la mañana ilumina el amor de Mary Shelley, la protagonista del cuarto trayecto, claridad que evoca la esperanza de un nuevo comienzo en su vida.

Llama la atención que el viaje de los protagonistas sea solo de ida. Ninguno vuelve a su hogar o a su tierra natal: todos se alejan hacia lo desconocido, y nosotros con ellos. El primero viaja para pedirle el divorcio a su mujer, que se ha ido a vivir a Rumanía; el segundo huye a ninguna parte para salvarse de un supuesto complot; Rania y Yavor acuden al pueblo de un antiguo compañero de trabajo, al parecer fallecido; la joven Mary Shelley va a encontrarse con alguien que ha conocido por Internet. Así pues, son viajes sin retorno en los que la fabulación de los pasajeros protagonistas ocupa un lugar central, una fabulación a veces delirante, a menudo lúcida, que llega a sostener maravillosamente todo el relato, pues no olvidemos que la acción es limitada dentro de un vagón de tren.  

Los pasajeros de estas novelas breves, sentados codo con codo en sus asientos, parecen poseídos por el demonio de la fabulación. Fabular, hablar. Se habla mucho y, en consecuencia, se fabula mucho. Salvo el monólogo de Noche oscura del alma, las demás novelas se construyen, en mayor o menor medida, desde el diálogo como punto de partida para la fabulación. Un diálogo que es una representación a pequeña escala del proceso de escritura y lectura, del encuentro entre el autor y el lector. Vale la pena observar, por ejemplo, cómo el vampiro tatuador de Extraños en un tren utiliza recursos retóricos y teatrales para seducir al policía, que acaba fascinado por su presencia, o cómo los viejos agentes secretos de El paraíso perdido, él con principio de alzhéimer, completan mutuamente los recuerdos de su pasado comunista, construyendo una suerte de relato más o menos pactado, común. El soliloquio de la joven Mary Shelley, que nos sitúa a nosotros junto a ella como interlocutores privilegiados, casi como acompañantes, es especialmente seductor y emotivo, sobre todo cuando vemos asomar la dolorosa verdad del personaje entre tantas mentiras con las que trata de ocultarla.

Volvamos, sin embargo, a la relación que se establece entre la muerte y la imaginación en el libro. “Nuestra imaginación no es un arma, sino una herida”, se dice el protagonista de Noche oscura del alma mientras observa al resto de pasajeros. Solo quien es consciente de su condición mortal puede hacer pleno uso de su imaginación, parece decirnos el autor. En este sentido, el vampiro tatuador de Extraños en un tren, inmortal como todo vampiro que se precie, asegura: “Yo no tengo imaginación”. A lo que añadimos: ni reflejo ni sombra... ¿Es la imaginación (y, por extensión, la literatura) un efecto secundario de nuestra condición mortal? ¿En qué medida toda imaginación es un acto de legítima defensa contra la realidad de la muerte?

Puestos a defendernos, quiero pensar que no solo leemos este libro de Jesús Zomeño sino que también somos leídos por sus personajes, que no solo los salvamos sino que nos salvan. Las mismas ventanillas por las que miramos al interior de los vagones permiten a los pasajeros asomarse al mundo exterior, ese donde un hombre de mediana edad teclea ahora palabras, frases, en un piso de Madrid, junio de 2025.

La gran literatura es siempre un viaje solitario y compartido, por eso es tan difícil de explicar.

 

Jesús Zomeño, Tránsitos, Valencia, Editorial Contrabando, 2025.

Escrito en Sólo Digital Turia por Raúl Nieto de la Torre

8 de octubre de 2025

RIL Editores, la atenta editorial chilena en lo tocante a poesía de la Cruz del Sur-no solamente-, ha vuelto a publicar el libro con que Romina Berenice Canet (1977), nacida en Río Ceballos, provincia de Córdoba (Argentina), se dio a conocer por el allá de 2004. Era una edición, hoy por hoy, prácticamente inencontrable y que RIL ha decidido remedar con acierto. Me refiero, obviamente a Resabio de las fiestas y a las 12 litografías que acompañan sus sucintos poemas. Se ve que la tradición marcada por su paisano Oliverio Girondo en Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), sin los cuales el libro no se entrega del todo al lector, ha sembrado un modelo entre sus compatriotas. Y algo ocurre aquí parecido, pues las estupendas litografías donde la mujer desnuda muestra su fuerza del cuerpo, ratifican la contundencia de sus versos desde el deseo, el amor/desamor y la reflexión, a veces hecha resistencia o crítica. No me refiero solo al eros encerrado y liberado en sus páginas, sino a la desnudez emocional, muy presente en estos micropoemas, como no podría ser menos  en esta época de  aforismos, micropoemas, o de aforemas, tan contemporáneos, en sus páginas; también con amargura o crítica, tal y como hace en sus microrrelatos la estupenda, siempre, Ana María Shúa. No resulta pues paradójico volver sobre este apetecible libro, lleno de vitalismo, aunque ciertamente el XLIII Premio de Poesía Juan Ramón Jiménez por La maleza (2023), la introdujo en nuestras letras con un libro en nada superior, pese a su mayor complejidad, que este que ahora nos ocupa.

Sin duda, el título, con su importancia, aunque no sea el momento para especular sobre lo dicho al respecto por Gerard Genette, nos avisa de sus intenciones. Se trata de un “resabio” de experiencias y emociones deglutidas y pensadas, con sus caras y reversos, de quien ha transitado por la vida con coraje. El resabio de lo vivido, con su presencia y reclamo de eros, desafíos y desavenencias, pero siempre bajo el astro solar de la legibilidad. Poemas como “El lobo no está. No encontré su camisa / ni sus pantalones / lo que indica / que el lobo / ya salió / y que hay que empezar / a tener miedo. / Hay un lobo merodeando / la oscuridad de mi bosque”. Ese lobo que merodea le lleva a los aforemas, casi greguerías, del amor explícito “Mis piernas / tijeras de tu jardín” frente al “Triste es esa noche / en que nos desvestimos / como si no fuera la última”, entre ciclotimias del deseo o anímicas: “Estaba tan triste / que se asombró/de que la calle / fuera  la calle/ todavía”. Y así nos lleva al poema del que se desprende todo el libro, es decir la recuperación de la experiencia desde la llave del verso. Me refiero al inquietante “A veces lloro de memoria. / Es mucho mejor / que llorar aprendiendo”, y que nos lleva a situar esta poesía como hija de la experiencia, pero no a  la manera del realismo español, más discursiva hasta el 2000 y pico, sino la decantada que se resume en la conclusión y nos obvia el proceso. Y como todo el libro funciona bajo ese precepto se hace muy verosímil en su contundencia, además de muy apetecible, pues nunca suena a impostura: “Perder / era tan triste / como ganar. / En ambos casos / significaba el final del juego”. El juego de una poeta vital y reivindicativa, donde grita el animal que lucha, el cuerpo: “Los pumas quedan”. Y que a veces son comidos (ya sabemos cómo la antropofagia cultural resume la literatura hispanoamericana desde el manifiesto de San Paulo del 1922, aunque aquí tiene otro sentido) o son víctimas del cazador: “El la desarma / como un juguete, / con sádica curiosidad / torpemente. / Él la rompió / para entenderla”. Y así es, pues se arriesga, y su poesía no finge, es verosímil, tal y como hemos dicho en su explicitud: “Tu cuerpo desnudo, Más que desnudo. Tu cuerpo más desnudo / que un cuerpo desnudo. / Tan desnudo / que el mío / también desnudo / sigue buscando / que más quitarse”. Y por todo ello lo dejo también al alcance de mi mano en las estanterías bajas del despacho.

 

Romina Berenice Canet, Resabio de las fiestas, RIL Editores, 2025.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

Después del extraordinario éxito que supuso Martinete del rey sombra (Jekyll & Jill, 2023) del escritor Raúl Quinto (Cartagena, 1978), que obtuvo, entre otros, el Premio Nacional de Narrativa 2023 y el Premio de la Crítica 2023, resulta complicado definir La ballena azul (Jekyll and Jill,, 2025), el nuevo libro del autor murciano. Alejado, de nuevo, de la estructura clásica de la novela, alojado en una especie de descripción por capítulos, numerados y perfectamente clasificados (que no compartimentados), donde se introduce las aportaciones de penúltima generación para la construcción del panteón de las leyendas urbanas, utilizando como motor una de las consideradas mediáticas, el juego de la ballena azul. 

El volumen es casi un diálogo unidireccional en cuanto a la voz presente pero con tres vértices conceptuales: lector, mentor y víctima. El lector, que conoce algunos de los códigos expuestos, tanto si pertenece a la generación del teléfono fijo, el router por minutos o los primeros programas de radio en la madrugada con Iker Jiménez, como si, más allá, ha estado indagando en lo más profundo de la web, aquella a la que no se llega con los buscadores tradicionales. El mentor, que utiliza la carta abierta, el susurro de las palabras, como en la canción de los Beatles, el “Helter Skelter”, que no ha perdido nunca su condición de alimento para la paranoia, pero que aquí se encumbra en la relación de los tres de Liverpool con su amigo muerto/vivo Paul. Vamos de Charles Manson a la morsa. “I´m the walrus”, la segunda canción de The Beatles, el acceso a un panteón de espíritus primordiales disfrazados de dibujos animados, de amables resultados del consumo de ácido: la Diosa Coneja, El Hombre Conejo, El Rey Carmesí y el Rey de Amarillo, La Doncella Ciega (Blind Maiden), Reina de Esparta, Mujer araña. Solo por ese capítulo, esa historia de terror absoluta y universal, el libro seduce al lector. Al lector de horror, claro. Y la víctima, que podría ser nuestro hijo, nuestro alumno, cualquiera de nosotros. Podría ser el nieto de una víctima de Wako, del reverendo Jones o haber escapado de las pruebas realizadas en el Instituto Tavistock, podría, ya lo he comentado, buscar antiguos programas de “Milenio 3” para, entre el 45 y el 66, conocer historias de ceniza y fuego, de combustión espontánea, del accidente del camping de Los Alfaques, los niños con la cara derretida, los fantasmas, los que no se quieren marchar de allí, siempre es necesario que alguien cuente su historia. 

Estamos en un tiempo en el que la literatura no quiere olvidar los catálogos por correo, las copias piratas, las cintas y los VHS, que conoció la existencia de las películas snuff con la ópera prima de Alejandro Amenábar, esa Tesis que parece irreconocible. Un libro que mezcla la autopsia del hombrecillo verde en el Área 51 con Slenderman, ayer, hoy, mañana. Esta frase: “¿Perdida en un laberinto, bosque? El laberinto, quiero que pienses en el laberinto, El laberinto ya hace tiempo que solo piensa en ti”. Es poderosa. Las mentiras que provocan muertos. Más bien las semillas falsas que germinan en historias macabras. Pero, después, en un claustro, el jefe de estudios te dice que en el instituto del pueblo que está a media hora, por la autovía, han detectado el primer caso. ¿Qué caso? El de la Ballena Azul. 

¿Es un libro sobre el suicidio? No. Pero forma parte de la trama. ¿Es un libro de fantasmas? Tampoco. Pero existe una cierta espiritualidad digital que define al mundo en el que vivimos desde hace dos décadas. Sitios web más allá de Google, películas de metraje encontrado, páginas en mantenimiento, antiguas redes sociales, aceptar o no aceptar, tiempos largos de carga, mydoom, aceptas o no, ¿cuánto falta para que mueras? 

Hemos olvidado rápido, pero Raúl Quinto no. Raúl sabe que hay chatarra en la red, parecida a la basura biológica, que allí la forma en la que vida duele es distinta. Voltaire El Rojo, el mentor, podría estar muerto y hablarte (a ti y a la víctima). Voltaire El Rojo está en el espacio fronterizo, entre este mundo y el nuevo más allá que es Internet. Internet es un espacio no euclídeo que ocupa más que la Tierra, si la medimos en tiempo y espacio. Y allí también hay fantasmas, y, lo que es peor, son capaces de modificar esa realidad o salir de ella. Caminan despacio, pero nunca se cansan; insisten una y otra vez, con una historia u otra. Ese es el peligro. NPG (personajes no jugables) de videojuegos con los servidores desactivados, personas solitarias en salas de conversación en las que ya no entra nadie. 

Y de la soledad a la venganza está el dolor. Los capítulos, la guía, el que habla, el que guía, parece ofrecer una voz metálica, sintetizada, un diálogo que parece unidireccional. La teoría de la comunicación mezclada con un listado de leyendas urbanas. Pero la urbe ya no es la ciudad, ni el alquitrán, ni las calles, incluye a la red, myspace, mixmail, Facebook, Tuenti, X, lo que venga después, lo que sigue abierto, lo que nadie cierra porque nadie se responsabiliza o nadie sabe cerrar. En la última literatura, en varias ocasiones, los autores acuden a The Twilight Zone (conocida en español como La dimensión desconocida): Rodrigo Fresán, Mariana Enríquez o Max Booth III o, en uno de sus últimos cuentos, Cristina Fernández Cubas. No solo Raúl Quinto. No solo ellos. Como si la realidad no fuera suficiente, como si hiciera falta volver al principio, al comienzo de la red, a 2011, los primeros foros, 4Chan, Jeff the Killer, una leyenda de ácido, quemaduras y cicatrices que acabó siendo la perversa alteración de una fotografía real, de una chica que acabó suicidándose. Cuando nadie es el culpable, todos lo somos. Es parte de la leyenda, de la red, de las malas semillas… 

Un libro que es político. Como siempre en el caso de Raúl Quinto, en este caso hay judíos junto al Ebro, acusados de asesinar niños, también mezquitas llenas de sangre. Cito: “Hemos aprendido a leer la sangre porque la sangre no requiere palabras”. En 2025 escribir sobre la historia de (santo) Dominguito de Val, Toledo, Ávila, Zaragoza. Ahí, Quinto, siempre es responsable y coherente: la idea de Occidente como culpable extiende sus raíces a lo largo del libro. Estamos podridos en nuestra propia felicidad, en nuestro hartazgo, en nuestras raíces cristianas, en la penicilina y en la tarta de manzana. Los países escandinavos, un ataque previo, para conseguir una matanza de Anders Breivik, de Oslo a una isla con jóvenes, perfectos, rubios, arios. Una opinión discutible, pero no es la única voz en la literatura contemporánea en lengua castellana. En realidad, es mayoritaria. Y funciona entre las editoriales medianas y las grandes. Es la expansión del virus de la palabra del que hablaba William Burroughs, que viene de H.P. Lovecraft y, transmitido por Jorge Luis Borges, mejorado por Kurt Gödel y John von Neumann con los primeros escarceos de la informática y la autorreplicación, acaba hoy en todos los estantes, bien distribuido y libre de derechos de autor (que no de venta). 

La misma indagación en los movimientos subterráneos de la historia, como estampas capturadas para servir de guía gestionan el avance, en el tiempo y el espacio para la víctima y el lector. Uno silencioso, el otro atrapado. Los papeles acaban por ser intercambiables: la Santa Catalina Tekakwitha, 1986, Montreal, estigmas y voz rota la de Dios (y cito: «La voz roja de Dios estallando en tu cerebro y te lame la cara, y ardes»), 1989, Rumanía, el recuerdo de los abusos que sufrió Nadia Comaneci que el pueblo vengará contra todos los Ceaușescu, más balas en la pared que por ser disparadas, 1990, la detención de Andréi Chikatilo. El Telón de Acero, una Jaula de Faraday, el aislamiento sensitivo, la versión perversa de “Stranger Things” (o, todavía más de culto, los tiempos de seriales cuánticos con “Fringe”). El no dormir, el duermevela, otro espacio alternativo no sometido a lo euclídeo, en combinación perfecta con el desierto de lo digital. Ojos acelerados por los electrones, la autodestrucción de los mensajes de Telegram, la llegada de la Inteligencia Artificial, que terminará generando una cuarta dimensión en la vida/literatura. Al final Tom Cruise está vacío por dentro. El Cruise de hoy es solo un cuerpo, con ojos fríos, vacío, funciona como una inteligencia artificial, es perfecta, miren las últimas entrevistas. Como la familia Bateman de Bret Easton Ellis. Mientras uno lee La Ballena Azul le aparecen varios reels, uno de Shirō Ishii y otro de Tom Cruise. Y Tom Cruise es parte de la Iglesia de la Cienciología. 

Queda la sensación de que, tras el éxito del Martinete del Rey Sombra, Raúl Quinto se ha embarcado en una aventura literaria ciclópea: la acumulación como herramienta para la novela provoca una sensación de falta de unidad. Encontrarte con historias de otras, estiradas, recopiladas, investigadas, ofreciendo dudas, sombras y errores, haciendo de la noticia capítulo, del capítulo ensayo, de los estadios numéricos novelas. Lo que en el Martinete del Rey sombra funcionaba a través de la profundidad lírica y la anécdota histórica convertida en personaje y lo hacía uno de los grandes libros españoles de la década, en La Ballena Azul no acaba de despegar. Es un libro de café oscuro, solo y sin azúcar, pero, permítanme la expresión, “para muy cafeteros”. A mí me ha resultado nutritivo y entretenido, pero si escapas del círculo "Donnie Darko", puede provocar una sensación de volumen anecdótico (por la sucesión de anécdotas, no la falta de importancia). No es así en absoluto, es una literatura exigente porque demanda un cierto grado de complicidad a la hora de afrontar su lectura. 

 

Raúl Quinto, La ballena azul.  Zaragoza. Jekyll & Jill Editores,  2025

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

2 de octubre de 2025

Norma enrevesada, el título que se le ha dado a esta edición brillantemente traducida al español por Jeannette L. Clariond, nos deja en un umbral vacilando entre si vamos a entrar o a salir de algo. Al decir “enrevesada” estamos, en parte, leyendo “difícil”, “oculta”, a la vez que nos sugiere un reverso, un lado opuesto, de atrás, incluso un revés. Y así es, no parece clara la norma, pero el reverso es un tejido que recorre todos los textos y por el que, en cierta forma, podemos descolgarnos en el curso del libro.  Se trata de una interesante y preciosa edición de Vaso Roto donde se juega con el texto en distintas maquetaciones, con la imagen de composiciones con letras mecanografiadas. Estamos en la línea que viene caracterizando a la autora en cuanto a quiebra de fronteras y juego de los nuevos lenguajes, en esto que seguimos llamando poesía también tras el paso de las vanguardias.


Cuál es tu filosofía del tiempo

 

Desde mi punto de vista, la composición de esta obra no es una mera colección de escritos híbridos, de juego de géneros: prosa, verso, collages, cuya unidad vaya a descubrirse después de leerlo; en este sentido, su lectura tiene algo que se puede percibir como acción en el presente, algo que se va construyendo en el pasar. Y mientras pasa, se dejan ver las apariciones que saltan de un texto a otro, nombres, tiempos, guiños, ironías…, hilando ese tejido, dando una forma que va surgiendo, de alguna manera, apoyada en esa diversidad o en la huida de esa forma.

 

Hay una frase de Hölderlin… “Mi corazón está nadando en el tiempo”

Un agudo sentido de la repetición es también propio de la autora, de su decir. Cada uno de los relatos, poemas, monólogos del libro va precedido por unos textos, que aparecen de forma reiterativa e incompleta. Sobre el tiempo, la mermelada, Rohmer, estos textos fluyen con variaciones, como las aguas heraclitianas sin ser nunca lo mismo, aunque sean repeticiones, sin querer decir algo, aunque hay un hablar constante, recogiendo en ocasiones el contenido de los escritos a los que anteceden.


He estado tratando de conseguir algunos fragmentos de sonido de los guijarros y las piedrecitas

Revisita también, este libro, historias y mitos conocidos, como en el caso de Conferencia sobre la historia de la escritura aérea, donde asistimos a la creación del mundo en siete días contado por el hacedor, que aquí es el cielo, y aparece llevado por su vocación por las letras. Oportunamente, sitúa el relato en el proceso de su nacimiento como escritor, dando así el encaje entre palabra y realidad, el verbo, que fue lo primero, y así se dan sin solución de continuidad. Va repasando, por tanto, una semana, cada uno de los días, en la que surge la materia, las formas, los guijarros, el pensamiento, la guerra. Hasta que llega el domingo de descanso, de final y de silencio de la escritura.

Por Norma enrevesada atraviesan nombres recurrentes en Carson, evocaciones de muy diferentes lecturas y épocas, los clásicos, los coetáneos, Conrad, Bob Dylan, Adorno, Hölderlin, cuyas referencias brotan y se agolpan en esa acción en el presente, ese construirse en el pasar, que decía antes. Hay en algo en la manera de ser citados que hace pensar, más precisamente, en ser convocados. No es tanto la cita como tal o la frase que da pie a su mención, lo que nos trae o nos introduce a los personajes en el escrito sino algo parecido a una fuerza centrípeta que momentáneamente hace que el texto de alrededor mire hacia ahí, se vuelva hacia ese nombre. Con respecto a qué es lo que compone esa fuerza hacia un centro, podemos decir que, si bien en cada caso, entran en juego distintos componentes, hay uno que se localiza con cierta frecuencia, se trata de la sorpresa, de lo inesperado en la alusión, un asombro, que hace revisar el texto, recolocarlo bajo la luz (o la niebla) de ese nombre de pronto caído en la escritura.


Habré mencionado mi admiración por Éric Rohmer, sí, creo que sí. En la adolescencia solía ver sus películas con lápiz y papel en la mano, atenta a citas que podría usar con mujeres mayores. “Oh, cómo destrozó el mundo espiritual, como dijo Pascal de Arquímedes”, ésa es buen.


Voy a acercarme un poco más a uno de los escritos, que conforman el presente volumen, el que lleva el, a priori, desconcertante título “Oh, qué noche”. Estamos ante un peculiar relato que dice ser una traducción del Simposio de Platón. Y lo es. Abarca el discurso en el que Alcibíades hace la alabanza a Sócrates ante los comensales. Todo el escrito, salvo un preludio y un posludio breves, está en verso, presenta la forma de un largo poema que discurre en estrofas como una narración. En la traducción de Carson, vamos encontrando momentos, giros o desvíos del texto de Platón, que permiten ver las miradas desplazadas de la poeta.

 

Alcibíades comienza su elogio, en el texto de Platón, diciendo que va a comenzar con un símil, no por burla sino por verdad. Carson empieza así el elogio:


He aquí mi elogio de Sócrates:
Inicia con una comparación -
sólo para daros una imagen mental.
(Las imágenes son reales):

Las imágenes son reales, sí. La imagen es real en tanto pertenece a las cosas sensibles, aunque no sea verdadera por resultar una copia imperfecta, y que nos llama a engaño, de la idea. El elemento de comparación o la imagen mental que Alcibíades quiere construir se refiere a unas figuras de silenos que se abrían, y en cuyo interior había estatuas de dioses. Esa era la imagen de Sócrates, que, en este caso, se hace en el espejo del artífice, del escultor. Y este espejo trae una cualidad ontológica, atribuida a la imagen, que consiste en tejer el ser y el no ser desde el momento en que asemejarse a otra cosa lleva dentro una parte del no ser.

Pero el Alcibíades de Carson se dirige a un público que ha pasado la posmodernidad, podríamos decir, una versión de fronteras más finas que el contemporáneo de Platón. De ahí que hable de la imagen mental como real. Así, al construirla, puede servirse también de silenos y sátiros como esos mundos intermedios, como lugar de lo que es y de lo que no es. La imaginación va más allá de un símil, de una copia. Tendría mayor alcance que el intento de buscar una semejanza para reconocer a Sócrates (todos lo tienen delante y lo conocen bien); trataría de construir en la mente de cada uno, una visión compartida, orientada, con intención.

Sócrates es, por tanto, una criatura de los mundos intermedios, con cualidades superiores a las humanas. Su oratoria causa una impresión en el oyente tanto o más fuerte que el sonido del aulós del sátiro Marsias. Así habla Alcibíades del efecto que su manejo de la palabra produce en él.

 

… experimento algo extraño,

no sé qué es - una sensación salvaje

como un ataque al corazón, o como bailar -

esas noches en que bailas como en trance

y al volverte al espejo ves que estás llorando

 

¿Por qué Carson dice que descubres que estás llorando en el espejo, y no simplemente que te hace llorar? La imagen otra vez, el espejo donde uno resulta más que una copia, la conciencia, la ambigüedad de la imagen, mejor dicho, el hilo que teje lo que es y lo que no es. La imagen del espejo es la que llora y es también la que descubre el hecho del llanto. La emoción llega con tanta intensidad, que sólo la imagen puede traerla a la conciencia, la visión revela la verdad. Aquí asoma el no saber nada como base del saber del filósofo. El socrático sólo sé que no sé nada no es tanto una muestra de humildad como un principio de la filosofía: para que haya un saber, se ha de tener conciencia de que no se sabe nada, ha de haber un vacío, sólo así, esa nada edifica una pregunta.

La imagen atraviesa el discurso de Alcibíades. Todo el poema serpentea por esa imagen mental/real que se anticipó. La noche que pasa con Sócrates, Alcibíades le confiesa su amor por él y, tratando de despertar su interés, le propone un trato: belleza a cambio de belleza. Él se entregará a Sócrates y éste, con su sabiduría, le mostrará su mejor versión, sacará lo más valioso y bello de mano de la verdad del filósofo. Pero Sócrates se ve por encima de esa baratija, cambiar verdad por apariencia, mero reflejo. Vuelve el símil de las figuras de sátiros y silenos que guardan divinidades en su interior. Sócrates se resuelve incomparable a ningún hombre.


No quiero decir que sea un embaucador

 

Anne Carson, Norma enrevesada, traducción Jeannette L. Clariond, Madrid, Vaso Roto, 2024.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Pilar Martín Gila

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