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Configurar sentido descendente

Después del extraordinario éxito que supuso Martinete del rey sombra (Jekyll & Jill, 2023) del escritor Raúl Quinto (Cartagena, 1978), que obtuvo, entre otros, el Premio Nacional de Narrativa 2023 y el Premio de la Crítica 2023, resulta complicado definir La ballena azul (Jekyll and Jill,, 2025), el nuevo libro del autor murciano. Alejado, de nuevo, de la estructura clásica de la novela, alojado en una especie de descripción por capítulos, numerados y perfectamente clasificados (que no compartimentados), donde se introduce las aportaciones de penúltima generación para la construcción del panteón de las leyendas urbanas, utilizando como motor una de las consideradas mediáticas, el juego de la ballena azul. 

El volumen es casi un diálogo unidireccional en cuanto a la voz presente pero con tres vértices conceptuales: lector, mentor y víctima. El lector, que conoce algunos de los códigos expuestos, tanto si pertenece a la generación del teléfono fijo, el router por minutos o los primeros programas de radio en la madrugada con Iker Jiménez, como si, más allá, ha estado indagando en lo más profundo de la web, aquella a la que no se llega con los buscadores tradicionales. El mentor, que utiliza la carta abierta, el susurro de las palabras, como en la canción de los Beatles, el “Helter Skelter”, que no ha perdido nunca su condición de alimento para la paranoia, pero que aquí se encumbra en la relación de los tres de Liverpool con su amigo muerto/vivo Paul. Vamos de Charles Manson a la morsa. “I´m the walrus”, la segunda canción de The Beatles, el acceso a un panteón de espíritus primordiales disfrazados de dibujos animados, de amables resultados del consumo de ácido: la Diosa Coneja, El Hombre Conejo, El Rey Carmesí y el Rey de Amarillo, La Doncella Ciega (Blind Maiden), Reina de Esparta, Mujer araña. Solo por ese capítulo, esa historia de terror absoluta y universal, el libro seduce al lector. Al lector de horror, claro. Y la víctima, que podría ser nuestro hijo, nuestro alumno, cualquiera de nosotros. Podría ser el nieto de una víctima de Wako, del reverendo Jones o haber escapado de las pruebas realizadas en el Instituto Tavistock, podría, ya lo he comentado, buscar antiguos programas de “Milenio 3” para, entre el 45 y el 66, conocer historias de ceniza y fuego, de combustión espontánea, del accidente del camping de Los Alfaques, los niños con la cara derretida, los fantasmas, los que no se quieren marchar de allí, siempre es necesario que alguien cuente su historia. 

Estamos en un tiempo en el que la literatura no quiere olvidar los catálogos por correo, las copias piratas, las cintas y los VHS, que conoció la existencia de las películas snuff con la ópera prima de Alejandro Amenábar, esa Tesis que parece irreconocible. Un libro que mezcla la autopsia del hombrecillo verde en el Área 51 con Slenderman, ayer, hoy, mañana. Esta frase: “¿Perdida en un laberinto, bosque? El laberinto, quiero que pienses en el laberinto, El laberinto ya hace tiempo que solo piensa en ti”. Es poderosa. Las mentiras que provocan muertos. Más bien las semillas falsas que germinan en historias macabras. Pero, después, en un claustro, el jefe de estudios te dice que en el instituto del pueblo que está a media hora, por la autovía, han detectado el primer caso. ¿Qué caso? El de la Ballena Azul. 

¿Es un libro sobre el suicidio? No. Pero forma parte de la trama. ¿Es un libro de fantasmas? Tampoco. Pero existe una cierta espiritualidad digital que define al mundo en el que vivimos desde hace dos décadas. Sitios web más allá de Google, películas de metraje encontrado, páginas en mantenimiento, antiguas redes sociales, aceptar o no aceptar, tiempos largos de carga, mydoom, aceptas o no, ¿cuánto falta para que mueras? 

Hemos olvidado rápido, pero Raúl Quinto no. Raúl sabe que hay chatarra en la red, parecida a la basura biológica, que allí la forma en la que vida duele es distinta. Voltaire El Rojo, el mentor, podría estar muerto y hablarte (a ti y a la víctima). Voltaire El Rojo está en el espacio fronterizo, entre este mundo y el nuevo más allá que es Internet. Internet es un espacio no euclídeo que ocupa más que la Tierra, si la medimos en tiempo y espacio. Y allí también hay fantasmas, y, lo que es peor, son capaces de modificar esa realidad o salir de ella. Caminan despacio, pero nunca se cansan; insisten una y otra vez, con una historia u otra. Ese es el peligro. NPG (personajes no jugables) de videojuegos con los servidores desactivados, personas solitarias en salas de conversación en las que ya no entra nadie. 

Y de la soledad a la venganza está el dolor. Los capítulos, la guía, el que habla, el que guía, parece ofrecer una voz metálica, sintetizada, un diálogo que parece unidireccional. La teoría de la comunicación mezclada con un listado de leyendas urbanas. Pero la urbe ya no es la ciudad, ni el alquitrán, ni las calles, incluye a la red, myspace, mixmail, Facebook, Tuenti, X, lo que venga después, lo que sigue abierto, lo que nadie cierra porque nadie se responsabiliza o nadie sabe cerrar. En la última literatura, en varias ocasiones, los autores acuden a The Twilight Zone (conocida en español como La dimensión desconocida): Rodrigo Fresán, Mariana Enríquez o Max Booth III o, en uno de sus últimos cuentos, Cristina Fernández Cubas. No solo Raúl Quinto. No solo ellos. Como si la realidad no fuera suficiente, como si hiciera falta volver al principio, al comienzo de la red, a 2011, los primeros foros, 4Chan, Jeff the Killer, una leyenda de ácido, quemaduras y cicatrices que acabó siendo la perversa alteración de una fotografía real, de una chica que acabó suicidándose. Cuando nadie es el culpable, todos lo somos. Es parte de la leyenda, de la red, de las malas semillas… 

Un libro que es político. Como siempre en el caso de Raúl Quinto, en este caso hay judíos junto al Ebro, acusados de asesinar niños, también mezquitas llenas de sangre. Cito: “Hemos aprendido a leer la sangre porque la sangre no requiere palabras”. En 2025 escribir sobre la historia de (santo) Dominguito de Val, Toledo, Ávila, Zaragoza. Ahí, Quinto, siempre es responsable y coherente: la idea de Occidente como culpable extiende sus raíces a lo largo del libro. Estamos podridos en nuestra propia felicidad, en nuestro hartazgo, en nuestras raíces cristianas, en la penicilina y en la tarta de manzana. Los países escandinavos, un ataque previo, para conseguir una matanza de Anders Breivik, de Oslo a una isla con jóvenes, perfectos, rubios, arios. Una opinión discutible, pero no es la única voz en la literatura contemporánea en lengua castellana. En realidad, es mayoritaria. Y funciona entre las editoriales medianas y las grandes. Es la expansión del virus de la palabra del que hablaba William Burroughs, que viene de H.P. Lovecraft y, transmitido por Jorge Luis Borges, mejorado por Kurt Gödel y John von Neumann con los primeros escarceos de la informática y la autorreplicación, acaba hoy en todos los estantes, bien distribuido y libre de derechos de autor (que no de venta). 

La misma indagación en los movimientos subterráneos de la historia, como estampas capturadas para servir de guía gestionan el avance, en el tiempo y el espacio para la víctima y el lector. Uno silencioso, el otro atrapado. Los papeles acaban por ser intercambiables: la Santa Catalina Tekakwitha, 1986, Montreal, estigmas y voz rota la de Dios (y cito: «La voz roja de Dios estallando en tu cerebro y te lame la cara, y ardes»), 1989, Rumanía, el recuerdo de los abusos que sufrió Nadia Comaneci que el pueblo vengará contra todos los Ceaușescu, más balas en la pared que por ser disparadas, 1990, la detención de Andréi Chikatilo. El Telón de Acero, una Jaula de Faraday, el aislamiento sensitivo, la versión perversa de “Stranger Things” (o, todavía más de culto, los tiempos de seriales cuánticos con “Fringe”). El no dormir, el duermevela, otro espacio alternativo no sometido a lo euclídeo, en combinación perfecta con el desierto de lo digital. Ojos acelerados por los electrones, la autodestrucción de los mensajes de Telegram, la llegada de la Inteligencia Artificial, que terminará generando una cuarta dimensión en la vida/literatura. Al final Tom Cruise está vacío por dentro. El Cruise de hoy es solo un cuerpo, con ojos fríos, vacío, funciona como una inteligencia artificial, es perfecta, miren las últimas entrevistas. Como la familia Bateman de Bret Easton Ellis. Mientras uno lee La Ballena Azul le aparecen varios reels, uno de Shirō Ishii y otro de Tom Cruise. Y Tom Cruise es parte de la Iglesia de la Cienciología. 

Queda la sensación de que, tras el éxito del Martinete del Rey Sombra, Raúl Quinto se ha embarcado en una aventura literaria ciclópea: la acumulación como herramienta para la novela provoca una sensación de falta de unidad. Encontrarte con historias de otras, estiradas, recopiladas, investigadas, ofreciendo dudas, sombras y errores, haciendo de la noticia capítulo, del capítulo ensayo, de los estadios numéricos novelas. Lo que en el Martinete del Rey sombra funcionaba a través de la profundidad lírica y la anécdota histórica convertida en personaje y lo hacía uno de los grandes libros españoles de la década, en La Ballena Azul no acaba de despegar. Es un libro de café oscuro, solo y sin azúcar, pero, permítanme la expresión, “para muy cafeteros”. A mí me ha resultado nutritivo y entretenido, pero si escapas del círculo "Donnie Darko", puede provocar una sensación de volumen anecdótico (por la sucesión de anécdotas, no la falta de importancia). No es así en absoluto, es una literatura exigente porque demanda un cierto grado de complicidad a la hora de afrontar su lectura. 

 

Raúl Quinto, La ballena azul.  Zaragoza. Jekyll & Jill Editores,  2025

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

2 de octubre de 2025

Norma enrevesada, el título que se le ha dado a esta edición brillantemente traducida al español por Jeannette L. Clariond, nos deja en un umbral vacilando entre si vamos a entrar o a salir de algo. Al decir “enrevesada” estamos, en parte, leyendo “difícil”, “oculta”, a la vez que nos sugiere un reverso, un lado opuesto, de atrás, incluso un revés. Y así es, no parece clara la norma, pero el reverso es un tejido que recorre todos los textos y por el que, en cierta forma, podemos descolgarnos en el curso del libro.  Se trata de una interesante y preciosa edición de Vaso Roto donde se juega con el texto en distintas maquetaciones, con la imagen de composiciones con letras mecanografiadas. Estamos en la línea que viene caracterizando a la autora en cuanto a quiebra de fronteras y juego de los nuevos lenguajes, en esto que seguimos llamando poesía también tras el paso de las vanguardias.


Cuál es tu filosofía del tiempo

 

Desde mi punto de vista, la composición de esta obra no es una mera colección de escritos híbridos, de juego de géneros: prosa, verso, collages, cuya unidad vaya a descubrirse después de leerlo; en este sentido, su lectura tiene algo que se puede percibir como acción en el presente, algo que se va construyendo en el pasar. Y mientras pasa, se dejan ver las apariciones que saltan de un texto a otro, nombres, tiempos, guiños, ironías…, hilando ese tejido, dando una forma que va surgiendo, de alguna manera, apoyada en esa diversidad o en la huida de esa forma.

 

Hay una frase de Hölderlin… “Mi corazón está nadando en el tiempo”

Un agudo sentido de la repetición es también propio de la autora, de su decir. Cada uno de los relatos, poemas, monólogos del libro va precedido por unos textos, que aparecen de forma reiterativa e incompleta. Sobre el tiempo, la mermelada, Rohmer, estos textos fluyen con variaciones, como las aguas heraclitianas sin ser nunca lo mismo, aunque sean repeticiones, sin querer decir algo, aunque hay un hablar constante, recogiendo en ocasiones el contenido de los escritos a los que anteceden.


He estado tratando de conseguir algunos fragmentos de sonido de los guijarros y las piedrecitas

Revisita también, este libro, historias y mitos conocidos, como en el caso de Conferencia sobre la historia de la escritura aérea, donde asistimos a la creación del mundo en siete días contado por el hacedor, que aquí es el cielo, y aparece llevado por su vocación por las letras. Oportunamente, sitúa el relato en el proceso de su nacimiento como escritor, dando así el encaje entre palabra y realidad, el verbo, que fue lo primero, y así se dan sin solución de continuidad. Va repasando, por tanto, una semana, cada uno de los días, en la que surge la materia, las formas, los guijarros, el pensamiento, la guerra. Hasta que llega el domingo de descanso, de final y de silencio de la escritura.

Por Norma enrevesada atraviesan nombres recurrentes en Carson, evocaciones de muy diferentes lecturas y épocas, los clásicos, los coetáneos, Conrad, Bob Dylan, Adorno, Hölderlin, cuyas referencias brotan y se agolpan en esa acción en el presente, ese construirse en el pasar, que decía antes. Hay en algo en la manera de ser citados que hace pensar, más precisamente, en ser convocados. No es tanto la cita como tal o la frase que da pie a su mención, lo que nos trae o nos introduce a los personajes en el escrito sino algo parecido a una fuerza centrípeta que momentáneamente hace que el texto de alrededor mire hacia ahí, se vuelva hacia ese nombre. Con respecto a qué es lo que compone esa fuerza hacia un centro, podemos decir que, si bien en cada caso, entran en juego distintos componentes, hay uno que se localiza con cierta frecuencia, se trata de la sorpresa, de lo inesperado en la alusión, un asombro, que hace revisar el texto, recolocarlo bajo la luz (o la niebla) de ese nombre de pronto caído en la escritura.


Habré mencionado mi admiración por Éric Rohmer, sí, creo que sí. En la adolescencia solía ver sus películas con lápiz y papel en la mano, atenta a citas que podría usar con mujeres mayores. “Oh, cómo destrozó el mundo espiritual, como dijo Pascal de Arquímedes”, ésa es buen.


Voy a acercarme un poco más a uno de los escritos, que conforman el presente volumen, el que lleva el, a priori, desconcertante título “Oh, qué noche”. Estamos ante un peculiar relato que dice ser una traducción del Simposio de Platón. Y lo es. Abarca el discurso en el que Alcibíades hace la alabanza a Sócrates ante los comensales. Todo el escrito, salvo un preludio y un posludio breves, está en verso, presenta la forma de un largo poema que discurre en estrofas como una narración. En la traducción de Carson, vamos encontrando momentos, giros o desvíos del texto de Platón, que permiten ver las miradas desplazadas de la poeta.

 

Alcibíades comienza su elogio, en el texto de Platón, diciendo que va a comenzar con un símil, no por burla sino por verdad. Carson empieza así el elogio:


He aquí mi elogio de Sócrates:
Inicia con una comparación -
sólo para daros una imagen mental.
(Las imágenes son reales):

Las imágenes son reales, sí. La imagen es real en tanto pertenece a las cosas sensibles, aunque no sea verdadera por resultar una copia imperfecta, y que nos llama a engaño, de la idea. El elemento de comparación o la imagen mental que Alcibíades quiere construir se refiere a unas figuras de silenos que se abrían, y en cuyo interior había estatuas de dioses. Esa era la imagen de Sócrates, que, en este caso, se hace en el espejo del artífice, del escultor. Y este espejo trae una cualidad ontológica, atribuida a la imagen, que consiste en tejer el ser y el no ser desde el momento en que asemejarse a otra cosa lleva dentro una parte del no ser.

Pero el Alcibíades de Carson se dirige a un público que ha pasado la posmodernidad, podríamos decir, una versión de fronteras más finas que el contemporáneo de Platón. De ahí que hable de la imagen mental como real. Así, al construirla, puede servirse también de silenos y sátiros como esos mundos intermedios, como lugar de lo que es y de lo que no es. La imaginación va más allá de un símil, de una copia. Tendría mayor alcance que el intento de buscar una semejanza para reconocer a Sócrates (todos lo tienen delante y lo conocen bien); trataría de construir en la mente de cada uno, una visión compartida, orientada, con intención.

Sócrates es, por tanto, una criatura de los mundos intermedios, con cualidades superiores a las humanas. Su oratoria causa una impresión en el oyente tanto o más fuerte que el sonido del aulós del sátiro Marsias. Así habla Alcibíades del efecto que su manejo de la palabra produce en él.

 

… experimento algo extraño,

no sé qué es - una sensación salvaje

como un ataque al corazón, o como bailar -

esas noches en que bailas como en trance

y al volverte al espejo ves que estás llorando

 

¿Por qué Carson dice que descubres que estás llorando en el espejo, y no simplemente que te hace llorar? La imagen otra vez, el espejo donde uno resulta más que una copia, la conciencia, la ambigüedad de la imagen, mejor dicho, el hilo que teje lo que es y lo que no es. La imagen del espejo es la que llora y es también la que descubre el hecho del llanto. La emoción llega con tanta intensidad, que sólo la imagen puede traerla a la conciencia, la visión revela la verdad. Aquí asoma el no saber nada como base del saber del filósofo. El socrático sólo sé que no sé nada no es tanto una muestra de humildad como un principio de la filosofía: para que haya un saber, se ha de tener conciencia de que no se sabe nada, ha de haber un vacío, sólo así, esa nada edifica una pregunta.

La imagen atraviesa el discurso de Alcibíades. Todo el poema serpentea por esa imagen mental/real que se anticipó. La noche que pasa con Sócrates, Alcibíades le confiesa su amor por él y, tratando de despertar su interés, le propone un trato: belleza a cambio de belleza. Él se entregará a Sócrates y éste, con su sabiduría, le mostrará su mejor versión, sacará lo más valioso y bello de mano de la verdad del filósofo. Pero Sócrates se ve por encima de esa baratija, cambiar verdad por apariencia, mero reflejo. Vuelve el símil de las figuras de sátiros y silenos que guardan divinidades en su interior. Sócrates se resuelve incomparable a ningún hombre.


No quiero decir que sea un embaucador

 

Anne Carson, Norma enrevesada, traducción Jeannette L. Clariond, Madrid, Vaso Roto, 2024.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Pilar Martín Gila

Ese terremoto de creatividad que fue Edgar Neville y Romrée (1899-1967), aristócrata madrileño, dandi cosmopolita, escritor, dramaturgo, director de cine y uno de los grandes cronistas de su tiempo, vuelve a escena con la publicación de Notas autobiográficas por la editorial Azimut, en colaboración con sus herederos. La obra reúne, por primera vez de manera sistemática y completa, los fragmentos de memoria personal que el autor fue dejando a lo largo de su vida, testimonio inigualable de una figura clave de la llamada “otra Generación del 27”, la de los humoristas, en la que brillaron también Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Enrique Jardiel o Tono.

El volumen se abre con un riguroso estudio introductorio a cargo de la profesora María Luisa Burguera Nadal, sin duda la mayor especialista en la figura de Neville. Autora de una tesis doctoral (La obra literaria de Edgar Neville, Universidad de Salamanca, 1987) y de un libro de referencia (Edgar Neville: entre el humor y la nostalgia, Universidad de Salamanca, 1999), Burguera ha dedicado décadas a analizar la singularidad estética del autor. Su mirada crítica y contextualizadora permite al lector situar cada nota autobiográfica en el amplio mapa vital del creador: desde su niñez madrileña hasta su experiencia internacional como diplomático y cineasta en Hollywood, donde trató a Chaplin, Buster Keaton o Greta Garbo.

Según Burguera, “Neville no fue nunca un mero diletante, sino un escritor con una estética propia, capaz de literaturizar la realidad y convertir lo cotidiano en materia artística”. Esta afirmación cobra pleno sentido en la lectura de Notas autobiográficas, donde el tono confesional se combina con la observación irónica de costumbres, personajes y ambientes.


Una edición integradora

 

La importancia de esta edición radica en su carácter plenamente integrador. Hasta ahora, los textos autobiográficos de Neville circulaban de forma parcial. En 1996 la editorial Castalia había publicado una selección reducida —dictada en su día a su secretaria Isabel Vigiola, esposa de Antonio Mingote—, que apenas cubría los recuerdos de infancia y acompañaba la edición de El baile y otros relatos. La nueva compilación de Azimut amplía ese horizonte con la recuperación de escritos dispersos o inéditos y, en palabras de Burguera, “devuelve al lector la coherencia de una voz que, pese a la variedad de géneros y etapas vitales, mantiene una línea estética constante, donde el humor convive con la nostalgia”.

Entre las novedades destacan dos separatas autobiográficas de enorme interés: “La época del cuplé”, donde Neville evoca con humor y nostalgia el ambiente bohemio y nocturno del Madrid de su juventud; y “La política”, un fresco satírico en el que repasa, con ironía y sin solemnidad, episodios clave de la Dictadura de Primo de Rivera y los convulsos años de la Segunda República. En ambos textos se percibe lo que Burguera denomina “el humor desmitificador de Neville, un humor que no es adorno ni frivolidad, sino herramienta crítica capaz de desmontar mitos culturales y políticos”.

Otro hallazgo de esta edición es la inclusión de la “Pequeña autobiografía”, redactada en forma de carta a petición de Ramón Gómez de la Serna para acompañar la primera edición de Don Clorato de Potasa (1929). Escrita en pleno periodo hollywoodiense, este texto tiene un valor doble: por un lado, nos acerca al joven Neville, en plena efervescencia creadora, y por otro muestra la complicidad literaria con el gran renovador de las vanguardias españolas. El hecho de que esas páginas desaparecieran de las ediciones posteriores de la novela convierte su rescate en un acontecimiento editorial de gran calado.


Humor, memoria y melancolía

 

La profesora Burguera ha definido a Neville como un escritor situado “entre el humor y la nostalgia”, fórmula que sintetiza de modo certero el espíritu que impregna también estas memorias. En efecto, cada anécdota, cada retrato, cada observación social oscila entre la ironía elegante y una melancolía sutil que recuerda que la risa es también memoria y conciencia del paso del tiempo.

Estamos, pues, ante un libro que no sólo completa y ordena la producción memorialística de Neville, sino que se lee con la misma frescura que cualquiera de sus comedias teatrales o guiones cinematográficos. En cada página late ese humor elegante, irónico y contenido que lo emparenta con Jardiel o con el británico P. G. Wodehouse, y que se despliega en anécdotas familiares, retratos chispeantes y observaciones sociales de gran agudeza. Basta un ejemplo, entre muchos: "la tía de mi madre, condesa de Ripala, era un personaje con una personalidad desagradable, pero definida.

El volumen confirma, en definitiva, lo que Burguera ha defendido reiteradamente: que Neville no fue solo un testigo privilegiado de su época, sino un creador total, capaz de transitar con igual soltura por la novela, el teatro, el periodismo, la pintura, el cine o la crónica social. Notas autobiográficas no es simplemente una curiosidad literaria: es un viaje íntimo al corazón de un hombre que supo reírse de sí mismo, de sus contemporáneos y de la vida con una inteligencia que todavía hoy resulta deslumbrante.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Instituto de Estudios Turolenses Diputación Provincial de Teruel

24 de septiembre de 2025

De las cosas pálidas, de Alberto Santamaría (Torrelavega, 1975), es el nuevo poemario del escritor cántabro. Autor que entregó sus primeros libros en la mítica editorial DVD a principios de siglo, versos que se pueden encontrar en El huésped esperado. Poesía reunida 2004-2016. (La Bella Varsovia. 2016). Indagador de la cultura postmoderna y la sociedad contemporánea a través de distintos ensayos (destaca, por ejemplo, “El único planeta verdaderamente alienígena es la Tierra” sobre J. G. Ballard, editado por Akal), y que continúa construyendo una sólida obra con este De las cosas pálidas (La Bella Varsovia, 2025). 

Con citas de Juan Gil-Albert y Rainer Maria Rilke, Santamaría inicia la construcción de los versos. Primero se encuentra con la pared, el agujero cotidiano, el ojo que atraviesa los cables hasta sentir el calambre de una dictadura. En este libro, construido como un archivo de hechos que hace del silencio una de sus principales herramientas, el miedo sale impregnando las palabras como parte de la saliva: "Los hechos han comenzado a independizarse / de nosotros / a media tarde". ¿Y la vida?, algo parecido a una palabra que se captura en minúsculas: “La belleza de un ritmo indescifrable / que asciende / por el patio interior”. 

El lector busca entre la dualidad título / sentencia del poema, cada uno empujando al anterior, como lo hace en el texto una tarde con la otra, nos convence de la posibilidad de encontrar una huella en los márgenes de las palabras sincopadas, de los versos cortos: “Desear es imaginar un huerto / y no saber llegar hasta él”. Arte y cuento, el autor en el instante vital que mezcla la paternidad con su naturaleza filial. Ahí, otra vez, en ese silencio que se deshace, como filamentos de saliva alrededor de la boca. Silencio que deja de existir al escupir. El poeta es orgánico y cortante: “Entre la lluvia / y el menú del día”, agota el descanso mundano: “Repito / delante de una pizarra / que nada anuncia / negro / sobre negro / el destino”. 

En un ejercicio de extrañismo se pregunta, frente al río, el paisaje en movimiento, la supervivencia de lo que parece débil y efímero, no entender su propia letra y contemplar cómo las flores de tiza pintadas sobre el asfalto desaparecen: “Se escurren / como puntos suspensivos / hacia el centro de la tierra”, vacíos como jarrones, en una playa, en un verano, en el transcurrir del tiempo: “Desde hoy / soy mayor que mi padre”. La sensación colmada de los nacidos hoy al final de los setenta: “Desde hoy / la noche pesa menos”. 

En el poema “Porque existen”, hay algo del urbanismo lírico, sentimental y añejo del que hablaba Sergio Algora en sus poemas, cuando escribía aquello de «Ya está todo muy avanzado»: “Amasijos de hierro / bloques de piso / descampados” frente a “Hechos de nada / existen / esos lugares”. En la cocina, los cacharros, lo cotidiano, “Metálico el lenguaje” y “Deja en el aire / una especie de vibración nerviosa / fuera de la historia”. Nos enfrentamos a la desaparición de lo físico, del significante, dejando el aire el contenido, la palabra: “Se desvanece / no quiere irse/permanece un poco más” y, en la confusión, en el descubrimiento, “Como no hay sombra / que no se arrepienta / de su historia”. Evalúa el riesgo del verso corto para probar en la prosa poética, que aparecen como islotes frente al poema en varias ocasiones a lo largo del libro. De ahí: “Hay una herida que sangra en la acera junto al portal. Sobrevivir es hallar la derivada del recuerdo” o “Los pájaros se detienen como débiles señales nerviosas del tiempo”. Del paisaje anterior a la autovía, la cercanía y lo que se aleja terminan confundidos: “El amanecer es piel / sedienta / de luz”.  La ciudad y lo que la rodea pierde identidad: “Nada crece aquí / que no tenga raíces / de plástico / tallos de cobre” y “A un lado de la autovía / sigue la línea de puntos / pon el dedo sobre el mapa / pronto lo adivinas/nadie vendrá a rescatarnos”. Entre la casa, el arte, la imagen, el tiempo: “Esta jauría de perros / lanzándose sobre un ciervo / solitario / que nunca termina de morir”. 

Me detengo en las cosas improbables, reflexionando junto al poeta, anotando las diferencias que distinguen a las tardes del domingo en las ciudades con mar frente a las urbes secas: “Esta tarde de domingo/carece de biografía” y así, “rompe el cómo / y entra en la mar / inmensa noche”. Por un instante llega el álgebra, contenido: “soy lo que no está / y lo que no está / -matemática pura- / es un atajo en la vida”. Genética del reciclaje, lanzar basura hacia el siglo, como si algo sobrara: “No tienes manos / el daño / ni voz la herida”. En el mismo discurso se asienta el uso de las mayúsculas y las minúsculas, el salto entre versos, los espacios que realizan su doble repertorio, enmascarando el silencio y ofreciendo espacio para versos que reciben mordiscos con la respiración entrecortada. Golpes, sellos oficiales, la sutileza de lo cotidiano, la administración granítica de lo repetido, lo constante, la paz de las convergencias y los números enteros: el que escribe, el que lanza el hacha, contundente como un grito: “El silencio / no es seguro / cuando tiembla / el suelo”. 

En el abordaje de la parte titulada «Estas cosas pálidas», se produce la apertura de una caja de Pandora, que contiene el tiempo y sus errores, la felicidad y su confianza, un lugar atómico: "Lo que nos traiciona / posee la esperanza / del mago” y “Que deposita sus errores / en una cajita de madera / para no ver”. Reflexionamos sobre el tiempo, amigo o enemigo, aliado o traidor, ¿el que nos ofrece la experiencia o nos roba la vida? Tras la pregunta: “Escucha / por ahí viene lo que nos traiciona / presta atención / la moraleja de todos se llama / óxido”. La rutina carga con un matiz de ausencia, de inquietud: “De la palabra feliz / que tiene hilos negros / algas que se enredan / en la lengua / arcadas y felicidad y los días / fruta equivocada”. El tiempo se disfraza de maneras diferentes: “El camino / hasta convertir / la grieta / en una herida”, también como un remedo, una sosia: “La vida tenía otra forma / algo así como una detonación / inesperada”. El granizo, en el poema, recuerda el paisaje, lo recuperará después de estar consumido, dejando que, al final, queda música industrial y pétrea. 

Extraer un fragmento, una crónica de dimensiones urbanas: “El autobús atravesaba / avenidas / parques vacíos y poco / iluminados / las hojas de los grandes plátanos / envueltas en finas / capas de hielo como crujientes / piezas del pasado / permanecían detenidas en el aire”.  Palabras que se acumulan en un orden perfecto, híbrido de descripción y sensaciones. De ahí: “Que el olor de otros cuerpos /cargados de sueños / y acetona”. Es una sustancia, un cuerpo que se arrastra, se eleva, rebelde, contra el día. Nos sumergimos en la oposición, que cada instante, arroba amor y circunstancia: “Esto es un árbol / y eso de ahí es el equilibro / del mundo”, frente a frente, de nuevo: “Tú eres / el equilibro del mundo / ignora el peso de las sombras”. El contraste resulta epatante. Como acudir a las páginas de una Biblia, como el autor enhebra, dejando el verso final, “Otro blues castellano”, arrastrando el sabor metálico con el advenimiento de Antonio Gamoneda.

 

Alberto Santamaría, De las cosas pálidas, Barcelona, La Bella Varsovia, 2025.

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

Creo recordar que, no hace mucho tiempo todavía, mi admirado Túa Blesa, desaparecido en combate de la crítica literaria, se preguntaba desde El Cultural del periódico El Mundo, por qué David Pujante (1953) no escribía más. Esta Poesía reunida bajo el sugerente título de Guía de perplejos, demuestra nuestro error de percepción, pues lo pensábamos todos. El cartagenero tiene una larga trayectoria como poeta a la que, seguramente, sus estudios y tareas como catedrático de Teoría de la Literatura han restado protagonismo, pero no poca obra. En efecto, las casi 400 páginas de la cuidada edición que Alfonso Martín Jiménez nos acerca desde la editorial de la Universidad de Valladolid, demuestran lo contrario. David Pujante tiene una extensa trayectoria, hasta ahora muy dispersa, y es un poeta con presencia real en nuestras letras. De hecho, ha estado a punto de ganar el Premio Nacional de Literatura y el Loewe, si mis informantes contrastados no me engañan, y no lo parece.  

Volver sobre su escritura es recordar la reciente historia de la poesía española. La propia vida (1986) era un libro de buen hacer culturalista donde se aprende mucho y se encuentran poemas importantes que, en su tiempo no publicó, pero debió hacerlo, caso del lúcido “Las musas inesperadas” con su inteligente reflexión al hilo de la vida y el arte. Quizá en alguna presentación próxima justifique ese y otros olvidos, y podamos grabarle y dejar testimonio de sus ideas al respecto. En cualquier caso, el vitalismo reflexivo y cultivado de sus mejores poemas, frente a la mera erudición de otros compañeros de viaje, no va quedando lejos, por esa carga pensativa que late bajo ellos. A mí, sinceramente, me sigue gustando mucho más Con el cuerpo del deseo (1990) porque habla y piensa el amor y el deseo, por su claridad y coherencia, por ser verosímil, transitado, con sus claroscuros, ascensiones y caídas, pero sobre todo por los estupendos como “Cuando estamos muy juntos, abrazados” o “Hubiera deseado dormir sobre tu pecho” y próximos. Lo vivido y lo vívido, lo anhelado y padecido, transmiten esa fortaleza y herida, pulsión y oficio, sin impostura. Y eso se nota, frente a los poetas profesores que acompañan sus clases con los versos y no los ponen en paridad, por lo menos (Luis Cernuda fue profesor y los antepuso, pero eso ya es pedir mucho). También encontrará el lector muy atractivo La isla (2002), donde acerca la modernidad desde un tal profesor Fadigati que ha caído “en la trampa de la vida”, y su reflexión sobre ella a partir de nombres y costumbres que hicieron historia, y donde la poesía salva o consuela. Animales despiertos (2013) iniciaba el camino de la “poesía de la edad”, es decir, reflexiva, pero no solo, pues el vitalismo de Pujante no cedía, pero se sosegaba y abría el camino hacia otro libro importante, El sueño de una sombra (2013), pienso en ese marco reflexivo abierto por “La poesía de a diario” y donde explica el sugerente título de esta poesía reunida. No es otro que dar cuenta de la existencia desde la poesía “Hacemos la poesía de a diario/-la de carne o de letra, ¡qué más da! - /para dejar constancia/de todas las perplejidades vivas, /del viaje que nunca soñamos iniciar, y aquí tenemos”. Un libro estupendo acompañado de sus consiguientes inéditos o poemas no incorporados, pero escritos en esa época. Debemos felicitarnos de este reencuentro y homenaje con que la Universidad de Valladolid cuida a sus artistas en tiempo de burócratas universitarios y movidos por créditos. Gracias a eso tengo otro libro para poner en las estanterías bajas de mi casa, al alcance de mi mano. 

             

David Pujante, Guía de perplejos (Poesía reunida, 1978-2023), Valladolid, Universidad de Valladolid, 2025.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

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